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Aureliano Sáinz | Obra póstuma

Solemos llamar "obra póstuma" aquella que se publica una vez fallecido el autor de la misma. Habitualmente se aplica a distintos ámbitos de la creación; no obstante, donde suele ser más frecuente es el campo de la música, con la aparición de un disco inédito, o de la literatura, con la salida de un libro que tenía previsto el escritor.


Hago este pequeño prólogo para hablar de la obra póstuma de Antonio López Hidalgo, un amigo que se despidió de nosotros a finales de mayo de 2022, es decir, hace casi tres años. Antonio, como escritor impenitente, siempre tenía detrás de sí escritos previstos para publicarse, por lo que no es de extrañar que en septiembre del año pasado saliera un libro suyo, Esa inútil perfección del silencio, que recoge textos de ficción y no ficción.

De esto se había dado información en este medio digital; sin embargo, el libro, que yo ya lo tenía, lo comencé hace unos días, puesto que estaba embarcado en otras lecturas, quizás, de mayores urgencias o relacionadas con temas de los que deseo publicar algunos artículos.

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Y si ahora he entrado a realizar una somera descripción de su obra póstuma se debe, por un lado, a que me parece de lo mejor que Antonio López Hidalgo publicó en el campo de la literatura, algo que no es de extrañar, pues es habitual que todo escritor vaya madurando su prosa con el paso del tiempo.

Pero es que, además, el relato con el que comienza, Nacido para el circo, sinceramente, es una auténtica maravilla dentro de esa línea de ‘periodismo literario’ en la que deseaba embarcarse dedicándole más tiempo. No exagero, pues, si expreso que me emocionó la historia de Francisco Guacho Muyo, y que recogió del propio protagonista en Ecuador. El relato comienza de este modo:

Los padres lo habían vendido cuando era niño. La pobreza es lo que tiene: justifica los actos más impropios y deleznables. Pero la vida en circunstancias cerradas impone un destino ya prefijado. A veces es dios quien dibuja los trazos más firmes. Es posible, incluso, que el diablo se atreva a curvar ese camino ya esbozado previamente. En ocasiones también, quién lo diría, son los padres quienes tiran al hijo al vacío del pozo…

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Una vez que la voz del narrador ha cerrado la presentación, aparece la del protagonista, que el autor respeta con sus peculiaridades y variantes. Solamente, traduce al campo de los signos gramaticales aquello que la voz lo hace con entonaciones, pausas, reiteraciones y énfasis. De este modo se inicia así quien cuenta su vida:

La verdad, la verdad. Mi nombre es Francisco Guacho Muyo. Fui nacido en el año 1946 en la provincia de Chimborazo, en el páramo, se puede decir, donde aúllan los lobos. Soy indígena. Mi padre era de Poncho. Mi mami era de Anaco. Ya fallecieron, bueno. Mi niñez pasé en la orilla de un río, cuando en esos años, hubo el terremoto de Pelileo. Era muy niño. Aprendí de niño muchas cosas…

Así, se van alternando la voz del narrador que describe (no enjuicia) y explica a quien tiene delante, con todo respeto, afecto y fascinación por su vida, ya que Francisco Guacho fue un niño indígena que sus padres habían vendido porque padecía de enanismo.

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Y nos encontramos con la historia de quien fuera un niño enano que tiene que sobrevivir en un mundo donde todo le era adverso, “carne de circo”, como indica el narrador. Hasta los gestos y las expresiones le eran crueles, pues ya la propia palabra "enano" se vive cargada de desprecios.

Como ejemplo, cita dos expresiones: “pasárselo como un enano” o “me crecen los enanos”, que forman parte del lenguaje común, sea para expresar que uno lo está pasando fenomenal, en el primer caso, o, por lo contrario, los inconvenientes y adversidades que se pueden llegar a tener, en el segundo.

No obstante, son como puñaladas que recibe quien sufre enanismo, por lo que ambos, protagonista y escritor, buscan palabras que sustituyan a la que todos conocemos porque apenas se presta atención a quienes viven al margen de las convenciones sociales.

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Puesto que deseo ser breve, no me extiendo más en esta historia. Quien conozca el libro y lo haya leído sabrá de qué estoy hablando; en caso contrario, solamente por la lectura de esta historia, magistralmente escrita, merece la pena tenerlo, ya que no es solo la historia de Francisco Guacho.

A continuación, vienen otras: El último atraco y La bala, que se inscriben dentro del periodismo literario, que, como indico, tanto gustaba al autor. También, otros dos relatos largos, junto a un conjunto de textos breves del ámbito de la ficción, dando lugar a un trabajo, digamos, poliédrico, que nos ha legado Antonio López Hidalgo como obra póstuma y al que siempre acudiremos para disfrutar y aprender de su maestría narradora.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: ARCHIVO

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