Eugenia de Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, más conocida como Eugenia de Montijo (Granada,1826 – Madrid, 1920), fue una aristócrata española educada en Francia, país del que llegó a ser emperatriz por su matrimonio con Napoleón III.
Banquete en honor de Napoléon III y la emperatriz Eugenia en la prefectura de Brest.
La vida de Eugenia estuvo llena de episodios sorprendentes. Como emperatriz fue parte fundamental en la construcción del Canal de Suez; también fue una gran mecenas –dicen que inventó la “moda”– e, incluso, ejerció la regencia del imperio en varias ocasiones. Pero también hubo importantes sombras en su vida, como el atentado que sufrió junto a su marido en 1858 y el exilio a Inglaterra en 1870, tras la caída del Segundo Imperio por la pérdida de la guerra franco-prusiana.
Sin embargo, la etapa más triste de su vida sería a partir de 1879 cuando todavía le quedaban 40 años por vivir… El 1 de junio de ese año falleció en Sudáfrica Napoleón Eugenio Luis Bonaparte, Príncipe Imperial y único hijo de la emperatriz, tras sufrir una emboscada de guerreros zulúes.
Ese verano de 1879, la emperatriz estaba en su casa de Chislehurst (Inglaterra) sola y destrozada. La vida carecía de interés para ella. Su marido, el emperador, había fallecido en 1873 y su única hermana, la duquesa de Alba, lo había hecho en 1860. Su madre, la condesa de Montijo, vivía en Madrid, pero tenía 85 años y no estaba en condiciones de viajar para visitar a su desolada hija.
Recreación de la muerte del príncipe imperial tras sufrir una emboscada de los zulúes.
En esa época, Sabina Alvear y Ward tenía 64 años y planeaba un viaje a Inglaterra con su hermana Candelaria (56 años) con el objetivo principal de vender vino. Y así se lo anuncia a su hermano Francisco mediante carta de 4 de junio de 1879 dirigida desde Madrid:
“Me parece que vamos a hacer una hombrada y a irnos este verano a Londres a ver si logramos alguna transacción directa que es lo que interesa, pues realmente es gran lástima tener tan gran negocio completamente parado (…). Esta idea nos ha ocurrido, no hemos dicho nada a nadie, pero lo iremos madurando. Tú nos enviarás allí algunas botas o cuarterolas y poco hemos de hacer si no sacamos algún partido. Con la ayuda de Dios. Todavía tenemos buenos amigos y hay que ayudarse en buscar otros. ¿Qué te parece nuestro plan?".
Pero pronto deciden aprovechar el viaje a Inglaterra para visitar a Eugenia de Montijo, ya que así se lo había pedido la madre de la emperatriz, la condesa de Montijo, tal y como consta en la carta de 13 de julio de 1879 que Sabina le dirige a su hermano Francisco Alvear y Ward desde Madrid:
“Ayer fuimos a ver a la Condesa (de Montijo) y hoy vamos a comer con ella (…). Quiere que vayamos a Inglaterra por si algo podemos acompañar y consolar a su pobre hija. Tanto la una como la otra están traspasadas de dolor y enfermas, de resultas ven a muy pocas personas a pesar de las muchas que van a darles el pésame pues los médicos respectivos lo prohíben por evitarles la terrible emoción que causan las tales entrevistas. El día de ayer habrá sido terrible para la pobre madre con la llegada y el entierro del hijo…”.
Efectivamente, Sabina y Candelaria fueron a acompañar y dar consuelo a la emperatriz a su casa de campo. Y estos momentos de intimidad que compartieron en tan dolorosas circunstancias para Eugenia representan, a mi juicio, la mejor muestra de esa estrecha amistad. Y así se lo contaba Sabina a su hermano Francisco en la carta que le escribió el 12 de septiembre de 1879 desde su hotel de Londres:
Napoleón III, la emperatriz Eugenia y el príncipe Napoleón Eugenio Luis.
André Adolphe Eugène Disdéri (Dominio público)
“Nuestra querida Emperatriz es la que ha estado cariñosísima: Al momento nos hizo ir a verla escribiéndonos ella misma. Pobrecita ¡está traspasada! se afligió muchísimo, nos detuvo hasta pasadas las 10 de la noche, comiendo allí. Casi todo el tiempo (6 horas) con ella a solas. No ve a nadie, pues realmente no puede. El domingo nos volvió a llamar para ir a misa con ella y estuvimos todo el día, quedando aplazadas para el jueves próximo (…). Ya se lo escribí todo a su madre y ayer recibí su contestación encantada de mi carta”.
La condesa de Montijo falleció unos meses después, el 22 de noviembre de 1879, en su Palacio de Carabanchel, en Madrid, reconfortada porque su hija Eugenia había sido consolada.
La vida de Eugenia estuvo llena de episodios sorprendentes. Como emperatriz fue parte fundamental en la construcción del Canal de Suez; también fue una gran mecenas –dicen que inventó la “moda”– e, incluso, ejerció la regencia del imperio en varias ocasiones. Pero también hubo importantes sombras en su vida, como el atentado que sufrió junto a su marido en 1858 y el exilio a Inglaterra en 1870, tras la caída del Segundo Imperio por la pérdida de la guerra franco-prusiana.
Sin embargo, la etapa más triste de su vida sería a partir de 1879 cuando todavía le quedaban 40 años por vivir… El 1 de junio de ese año falleció en Sudáfrica Napoleón Eugenio Luis Bonaparte, Príncipe Imperial y único hijo de la emperatriz, tras sufrir una emboscada de guerreros zulúes.
Ese verano de 1879, la emperatriz estaba en su casa de Chislehurst (Inglaterra) sola y destrozada. La vida carecía de interés para ella. Su marido, el emperador, había fallecido en 1873 y su única hermana, la duquesa de Alba, lo había hecho en 1860. Su madre, la condesa de Montijo, vivía en Madrid, pero tenía 85 años y no estaba en condiciones de viajar para visitar a su desolada hija.
En esa época, Sabina Alvear y Ward tenía 64 años y planeaba un viaje a Inglaterra con su hermana Candelaria (56 años) con el objetivo principal de vender vino. Y así se lo anuncia a su hermano Francisco mediante carta de 4 de junio de 1879 dirigida desde Madrid:
“Me parece que vamos a hacer una hombrada y a irnos este verano a Londres a ver si logramos alguna transacción directa que es lo que interesa, pues realmente es gran lástima tener tan gran negocio completamente parado (…). Esta idea nos ha ocurrido, no hemos dicho nada a nadie, pero lo iremos madurando. Tú nos enviarás allí algunas botas o cuarterolas y poco hemos de hacer si no sacamos algún partido. Con la ayuda de Dios. Todavía tenemos buenos amigos y hay que ayudarse en buscar otros. ¿Qué te parece nuestro plan?".
Pero pronto deciden aprovechar el viaje a Inglaterra para visitar a Eugenia de Montijo, ya que así se lo había pedido la madre de la emperatriz, la condesa de Montijo, tal y como consta en la carta de 13 de julio de 1879 que Sabina le dirige a su hermano Francisco Alvear y Ward desde Madrid:

“Ayer fuimos a ver a la Condesa (de Montijo) y hoy vamos a comer con ella (…). Quiere que vayamos a Inglaterra por si algo podemos acompañar y consolar a su pobre hija. Tanto la una como la otra están traspasadas de dolor y enfermas, de resultas ven a muy pocas personas a pesar de las muchas que van a darles el pésame pues los médicos respectivos lo prohíben por evitarles la terrible emoción que causan las tales entrevistas. El día de ayer habrá sido terrible para la pobre madre con la llegada y el entierro del hijo…”.
Efectivamente, Sabina y Candelaria fueron a acompañar y dar consuelo a la emperatriz a su casa de campo. Y estos momentos de intimidad que compartieron en tan dolorosas circunstancias para Eugenia representan, a mi juicio, la mejor muestra de esa estrecha amistad. Y así se lo contaba Sabina a su hermano Francisco en la carta que le escribió el 12 de septiembre de 1879 desde su hotel de Londres:
André Adolphe Eugène Disdéri (Dominio público)
“Nuestra querida Emperatriz es la que ha estado cariñosísima: Al momento nos hizo ir a verla escribiéndonos ella misma. Pobrecita ¡está traspasada! se afligió muchísimo, nos detuvo hasta pasadas las 10 de la noche, comiendo allí. Casi todo el tiempo (6 horas) con ella a solas. No ve a nadie, pues realmente no puede. El domingo nos volvió a llamar para ir a misa con ella y estuvimos todo el día, quedando aplazadas para el jueves próximo (…). Ya se lo escribí todo a su madre y ayer recibí su contestación encantada de mi carta”.
La condesa de Montijo falleció unos meses después, el 22 de noviembre de 1879, en su Palacio de Carabanchel, en Madrid, reconfortada porque su hija Eugenia había sido consolada.
Capítulos anteriores
Mérimée, los Alvear y la condesa de Montijo (I)
CARMEN GIMÉNEZ ALVEAR
IMÁGENES: DEPOSITPHOTOS.COM
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