El nexo montillano entre Luis de Góngora y el Inca Garcilaso, dos de las figuras más destacadas del Siglo de Oro español, recobra actualidad. El Real Alcázar de Toledo, sede del Museo del Ejército de Tierra, exhibirá a partir de mañana el retrato que Francisco González Gamarra concibió en 1959 para la casa en la que habitó durante tres décadas uno de los más grandes cronistas de América y uno de los mejores prosistas del renacimiento hispánico.
El Ayuntamiento de Montilla ha cedido temporalmente este óleo sobre lienzo con motivo de Blancos, pardos y morenos: cinco siglos de españoles de América en el Ejército, una exposición promovida por el Ministerio de Defensa que incluirá pinceladas sobre los hitos más significativos de la presencia hispana en América.
El retrato que Francisco González Gamarra (1890-1972) dedicó a Gómez Suárez de Figueroa en 1959 forma parte de una ingente colección de pinturas –por encima del centenar– con la que el artista cuzqueño pretendía reivindicar la figura de su paisano, el autor de Los Comentarios Reales, que falleció en Córdoba el 23 de abril de 1616.
"Sobre los retratos que realizó del primer humanista peruano no se sabe a ciencia cierta su número, aunque entre originales y réplicas debieron de ser muchos", sostiene Pablo Sebastián Lozano, especialista de la Universidad de Piura, quien reconoce que "resulta difícil seguir la pista a las pinturas de González Gamarra, especialmente de su etapa en Estados Unidos y Europa". Sin duda, una de las más singulares es la que preside el despacho de su casa en Montilla. Y su historia resulta fascinante.
Tal y como detalla el artista montillano Lorenzo Marqués Muñoz-Repiso, licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, "en realidad nunca se ha conocido la verdadera imagen de Gómez Suárez de Figueroa y no se sabe con certeza qué podría reflejar su rostro del pueblo inca –del que su madre era una princesa– y qué tendría de su padre español".
Lo que sí se conoce es el modo en que se fraguó el retrato que, a partir de mañana, podrá admirarse en el Real Alcázar de Toledo. Y se debe a la iniciativa de José Cobos Jiménez, escritor y cronista oficial de Montilla en los años cincuenta, que llegó a ser nombrado cónsul honorario de Perú.
"Cuando a finales de los años cincuenta se descubrió la casa donde el Inca Garcilaso había vivido en nuestra ciudad durante treinta años, gracias a los trabajos del profesor e investigador peruano Raúl Porras Barrenechea, se defendió la necesidad de contar con una imagen suya para su casa museo", detalla Lorenzo Marqués.
Pero al no existir ningún retrato oficial del escritor cuzqueño, las autoridades montillanas decidieron reconstruirla a partir de supuestos, como se había venido haciendo con anterioridad. "José Cobos envió a Perú una reproducción del retrato de Luis de Góngora hecho por Velázquez, como el cordobés más representativo de todos los tiempos, para que sirviera de base para la elaboración de su rostro", desvela Lorenzo Marqués, en alusión a esta obra realizada por Diego Velázquez en 1622 y que se conserva desde 1931 en el Museo de Bellas Artes de Boston.
Tras recibir el retrato de Luis de Góngora –nieto, por cierto, de Alonso de Aranda, alcaide de Montilla–, el artista peruano Francisco González Gamarra decidió añadir, a juicio de Lorenzo Marqués, "los rasgos supuestamente más característicos y definitorios del Inca Garcilaso", observados de retratos anteriores que se conservaban en la Universidad de Lima.
Sin embargo, Lorenzo Marqués aprecia "similitudes más que sospechosas" entre el Retrato de Luis de Góngora y Argote de Diego Velázquez (1622) y el Retrato del Inca Garcilaso de Francisco González Gamarra (1959), "como la vestimenta, la nariz aguileña, la cara alargada, el mentón estrecho, redondeado y rematado con una insinuación de perilla debajo del labio".
Pero las coincidencias entre Luis de Góngora y el Inca Garcilaso trascienden el tiempo y el espacio. No en vano, los dos genios de las letras descansan en el mismo lugar, la Mezquita-Catedral de Córdoba, a poco más de cien metros de distancia: el primero de ellos, en la capilla de San Bartolomé, y el segundo, en la capilla de las Ánimas.
Ahora, la exhibición en el Museo del Ejército de Toledo del retrato del Inca Garcilaso realizado en 1959 por Francisco González Gamarra reaviva la fascinación por las conexiones artísticas e intelectuales que entrelazan a estas dos figuras universales de las letras.
Y es que la obra de González Gamarra dota a Gómez Suárez de Figueroa de una pose solemne, que refleja su grandeza literaria y su dualidad cultural como hijo de un conquistador español y de una princesa inca. El óleo de Velázquez, por su parte, ha recorrido un camino igualmente fascinante.
Desde su creación en 1622 por el pintor sevillano más universal, pasó a formar parte de la colección del marqués de la Vega-Inclán, quien lo adquirió en Londres en la Casa Tomás Harris Limited, antes de ser donado al Museo de Bellas Artes de Boston en 1931. Un retrato que inmortaliza a Góngora con la misma intensidad que sus versos: una presencia majestuosa que domina el espacio, envuelta en un halo de misterio y de genio creativo.
El destino quiso que tanto Góngora como el Inca Garcilaso reposaran en la ciudad de Córdoba, aunque sus vidas transcurrieron en universos distintos. Góngora, nacido en Córdoba en 1561, dedicó su vida a la poesía, experimentando con el lenguaje hasta llevarlo a límites insospechados. Por su parte, el Inca Garcilaso, nacido en el Cusco en 1539, encontró en Montilla un espacio para reconciliar sus raíces indígenas con su herencia europea, dejando para la posteridad obras como Los Comentarios Reales, La Florida del Inca o la Historia General del Perú.
Ambos son testimonio de una España renacentista y barroca, rica en contrastes culturales y tensiones creativas. Sus tumbas en la Mezquita-Catedral y sus retratos más conocidos no solo representan la convergencia de dos trayectorias personales, sino también un símbolo del poder transformador de las palabras y de la memoria.
El Ayuntamiento de Montilla ha cedido temporalmente este óleo sobre lienzo con motivo de Blancos, pardos y morenos: cinco siglos de españoles de América en el Ejército, una exposición promovida por el Ministerio de Defensa que incluirá pinceladas sobre los hitos más significativos de la presencia hispana en América.
El retrato que Francisco González Gamarra (1890-1972) dedicó a Gómez Suárez de Figueroa en 1959 forma parte de una ingente colección de pinturas –por encima del centenar– con la que el artista cuzqueño pretendía reivindicar la figura de su paisano, el autor de Los Comentarios Reales, que falleció en Córdoba el 23 de abril de 1616.
"Sobre los retratos que realizó del primer humanista peruano no se sabe a ciencia cierta su número, aunque entre originales y réplicas debieron de ser muchos", sostiene Pablo Sebastián Lozano, especialista de la Universidad de Piura, quien reconoce que "resulta difícil seguir la pista a las pinturas de González Gamarra, especialmente de su etapa en Estados Unidos y Europa". Sin duda, una de las más singulares es la que preside el despacho de su casa en Montilla. Y su historia resulta fascinante.
Tal y como detalla el artista montillano Lorenzo Marqués Muñoz-Repiso, licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, "en realidad nunca se ha conocido la verdadera imagen de Gómez Suárez de Figueroa y no se sabe con certeza qué podría reflejar su rostro del pueblo inca –del que su madre era una princesa– y qué tendría de su padre español".
Lo que sí se conoce es el modo en que se fraguó el retrato que, a partir de mañana, podrá admirarse en el Real Alcázar de Toledo. Y se debe a la iniciativa de José Cobos Jiménez, escritor y cronista oficial de Montilla en los años cincuenta, que llegó a ser nombrado cónsul honorario de Perú.
"Cuando a finales de los años cincuenta se descubrió la casa donde el Inca Garcilaso había vivido en nuestra ciudad durante treinta años, gracias a los trabajos del profesor e investigador peruano Raúl Porras Barrenechea, se defendió la necesidad de contar con una imagen suya para su casa museo", detalla Lorenzo Marqués.
Pero al no existir ningún retrato oficial del escritor cuzqueño, las autoridades montillanas decidieron reconstruirla a partir de supuestos, como se había venido haciendo con anterioridad. "José Cobos envió a Perú una reproducción del retrato de Luis de Góngora hecho por Velázquez, como el cordobés más representativo de todos los tiempos, para que sirviera de base para la elaboración de su rostro", desvela Lorenzo Marqués, en alusión a esta obra realizada por Diego Velázquez en 1622 y que se conserva desde 1931 en el Museo de Bellas Artes de Boston.
Tras recibir el retrato de Luis de Góngora –nieto, por cierto, de Alonso de Aranda, alcaide de Montilla–, el artista peruano Francisco González Gamarra decidió añadir, a juicio de Lorenzo Marqués, "los rasgos supuestamente más característicos y definitorios del Inca Garcilaso", observados de retratos anteriores que se conservaban en la Universidad de Lima.
Sin embargo, Lorenzo Marqués aprecia "similitudes más que sospechosas" entre el Retrato de Luis de Góngora y Argote de Diego Velázquez (1622) y el Retrato del Inca Garcilaso de Francisco González Gamarra (1959), "como la vestimenta, la nariz aguileña, la cara alargada, el mentón estrecho, redondeado y rematado con una insinuación de perilla debajo del labio".
Pero las coincidencias entre Luis de Góngora y el Inca Garcilaso trascienden el tiempo y el espacio. No en vano, los dos genios de las letras descansan en el mismo lugar, la Mezquita-Catedral de Córdoba, a poco más de cien metros de distancia: el primero de ellos, en la capilla de San Bartolomé, y el segundo, en la capilla de las Ánimas.
Ahora, la exhibición en el Museo del Ejército de Toledo del retrato del Inca Garcilaso realizado en 1959 por Francisco González Gamarra reaviva la fascinación por las conexiones artísticas e intelectuales que entrelazan a estas dos figuras universales de las letras.
Y es que la obra de González Gamarra dota a Gómez Suárez de Figueroa de una pose solemne, que refleja su grandeza literaria y su dualidad cultural como hijo de un conquistador español y de una princesa inca. El óleo de Velázquez, por su parte, ha recorrido un camino igualmente fascinante.
Desde su creación en 1622 por el pintor sevillano más universal, pasó a formar parte de la colección del marqués de la Vega-Inclán, quien lo adquirió en Londres en la Casa Tomás Harris Limited, antes de ser donado al Museo de Bellas Artes de Boston en 1931. Un retrato que inmortaliza a Góngora con la misma intensidad que sus versos: una presencia majestuosa que domina el espacio, envuelta en un halo de misterio y de genio creativo.
El destino quiso que tanto Góngora como el Inca Garcilaso reposaran en la ciudad de Córdoba, aunque sus vidas transcurrieron en universos distintos. Góngora, nacido en Córdoba en 1561, dedicó su vida a la poesía, experimentando con el lenguaje hasta llevarlo a límites insospechados. Por su parte, el Inca Garcilaso, nacido en el Cusco en 1539, encontró en Montilla un espacio para reconciliar sus raíces indígenas con su herencia europea, dejando para la posteridad obras como Los Comentarios Reales, La Florida del Inca o la Historia General del Perú.
Ambos son testimonio de una España renacentista y barroca, rica en contrastes culturales y tensiones creativas. Sus tumbas en la Mezquita-Catedral y sus retratos más conocidos no solo representan la convergencia de dos trayectorias personales, sino también un símbolo del poder transformador de las palabras y de la memoria.
J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR