El pasado 5 de octubre se celebró en el Teatro Garnelo el concierto homenaje en memoria de Antonio García Urbano, más conocido como Pavito Blanco. Y ese día descubrimos que el maestro de los Drake Alvear tiene un discípulo más: Joaquín Drake, clarinetista.
Joaquín hizo un gran trabajo de música y de historia de la música. Por un lado, adaptó las obras de Pavito Blanco, concebidas para piano, para ser interpretadas por un cuarteto de cámara (violín, piano, clarinete y contrabajo). Por otro, investigó sobre la historia de cada obra: cuándo se hizo o a quién iba dedicada, entre otros aspectos. Y el concierto, así concebido, sorprendió y entusiasmó más allá de lo imaginable.
Hoy compartimos la historia de tres de las ocho obras del programa, algunas de ellas inéditas y todas vinculadas de alguna manera a los Drake Alvear. La presentación de las piezas y sus historias contó con la participación de Rafael Tejada, director del Conservatorio de Montilla y de la Banda Pascual Marquina.
En primer lugar, queremos compartir la historia de la pieza titulada Agustinita, una mazurka que, como nos ilustró Joaquín, se construye sobre un ritmo ternario. A diferencia del vals, con el que podría confundirse, la mazurka acentúa en muchas ocasiones el segundo y a veces tercer tiempo del compás.
Ello provoca que, a diferencia del vals, considerada una danza “de paso” al apoyarse naturalmente en el primer tiempo, la mazurka sea más considerada una danza “de salto”, por esta acentuación más inesperada. La mazurka, nacida en Polonia a partir de danzas anteriores del siglo XVII, se asoció inicialmente a clases aristocráticas y como baile de salón; se extendió y popularizó a partir del siglo XIX.
Joaquín hizo un gran trabajo de música y de historia de la música. Por un lado, adaptó las obras de Pavito Blanco, concebidas para piano, para ser interpretadas por un cuarteto de cámara (violín, piano, clarinete y contrabajo). Por otro, investigó sobre la historia de cada obra: cuándo se hizo o a quién iba dedicada, entre otros aspectos. Y el concierto, así concebido, sorprendió y entusiasmó más allá de lo imaginable.
Hoy compartimos la historia de tres de las ocho obras del programa, algunas de ellas inéditas y todas vinculadas de alguna manera a los Drake Alvear. La presentación de las piezas y sus historias contó con la participación de Rafael Tejada, director del Conservatorio de Montilla y de la Banda Pascual Marquina.
En primer lugar, queremos compartir la historia de la pieza titulada Agustinita, una mazurka que, como nos ilustró Joaquín, se construye sobre un ritmo ternario. A diferencia del vals, con el que podría confundirse, la mazurka acentúa en muchas ocasiones el segundo y a veces tercer tiempo del compás.
Ello provoca que, a diferencia del vals, considerada una danza “de paso” al apoyarse naturalmente en el primer tiempo, la mazurka sea más considerada una danza “de salto”, por esta acentuación más inesperada. La mazurka, nacida en Polonia a partir de danzas anteriores del siglo XVII, se asoció inicialmente a clases aristocráticas y como baile de salón; se extendió y popularizó a partir del siglo XIX.
La inusual ausencia de dedicatoria por parte del compositor, unida a la predilección conocida de componer estas piezas para mujeres de su círculo más íntimo y familiar, en un principio hizo suponer que la obra pudiera estar dedicada a una segunda hija de Antonio García Urbano, pues había dedicado una a la primera.
De la duda nos sacó Don Jaime Drake de Alvear, discípulo del compositor que, al preguntarle Joaquín por este nombre y su posible relación con alguna hija del autor, negó que así fuera, afirmando que la única “Agustinita” que conocía en esa época era la hija del bodeguero José Cobos.
Además, ayudó a relacionarla el hecho de que la pieza se hallara escrita al reverso del pasodoble Los Manueles, aludiendo al vino así titulado de Bodegas Cobos, y dedicado a la figura de su propietario. En base a ello, el maestro García Urbano habría tenido el gesto no sólo de dedicar un pasodoble al célebre bodeguero, sino de dedicarle igualmente una mazurka a su querida hija.
Ausencia es un vals fechado en enero de 1942, que inicialmente se firma con el título de Vals-Estudio para piano y que, más tarde, Pavito Blanco lo retituló con el nombre de Ausencia, “inspirado en los hermosos pensamientos de mi discípulo Joaquín Drake y de Alvear, a quién se lo dedico”.
Se trata, pues, de una pieza dedicada a un discípulo suyo, como hizo pocos días después con otra pieza dedicada a su hermano Andrés. Joaquín fue el mayor de toda la saga de hermanos Drake de Alvear que pasaron por las enseñanzas de Don Antonio. Además, fue el primer y mayor de los nietos del Conde de la Cortina.
No sabemos qué pensamientos de su discípulo fueron exactamente los que sirvieron de inspiración al compositor y que pudieron llevar a ese título, pero muy probablemente estén relacionados con el fallecimiento, poco más de dos años antes, de su hermano Fernando.
Terminamos las historias de las piezas con el pasodoble Al Montilla de Alvear, también dedicada a un vino de Montilla, en este caso, de Bodegas Alvear. Estrenado en 1948 en el Teatro Garnelo, este pasodoble nace en primera instancia con el título Al Vino Alvear, con letra de su discípulo Andrés Drake de Alvear, cuyos versos en los primeros momentos parecen tener un carácter más promocional, no exento de un humor sarcástico e inteligente.
Firma el Conde de la Cortina de su puño y letra el 12 de abril de 1948, un agradecimiento explícito al autor al final de la pieza y sobre la partitura, rezando de esta manera: “Mi enhorabuena con gran agradecimiento al compositor, que con su inspiración genial tanto enaltece al vino Alvear y por tanto, a Montilla”.
En la portada de la partitura original, así como en las homólogas que hizo para el registro en la Sociedad General de Autores y en la posterior edición impresa, aparece el escudo de la familia Alvear rematado de la corona condal.
Posteriormente, se debió reformar el título, constituyéndose como Al Montilla de Alvear, con una letra más poética y estilizada que la primera, que entra en la música a medida en cuanto a métrica y significación, logrando una genial simbiosis entre lo que se escucha y lo que se expresa.
Aquellos que pudieron asistir el pasado 5 de octubre al Teatro Garnelo, no olvidarán un concierto como éste, dedicado a la merecida memoria del célebre maestro montillano, y es por ello que nos complace decirles que “sin dudar, (Fundación) Alvear lo repetirá”.
CARMEN GIMÉNEZ ALVEAR
FOTOGRAFÍAS: FUNDACIÓN ALVEAR
FOTOGRAFÍAS: FUNDACIÓN ALVEAR