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Buzón del Lector | Estafa mutante en Estambul

Montilla Digital se hace eco en su Buzón del Lector de la carta abierta de un vecino de Montilla que denuncia haber sufrido, junto a su familia, una estafa en un restaurante de Estambul. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico a la Redacción del periódico exponiendo su queja, comentario, sugerencia o relato. Si quiere, puede acompañar su mensaje de alguna fotografía.


Mi madre superó recientemente un cáncer intestinal. Una revisión rutinaria lo detectó en un estado temprano y, gracias a Dios y a la sanidad pública, todo fue bien. Para celebrar tan dichosa recuperación, decidimos ir al lugar que ella prefiriera. Con la boca chica dijo: “a Estambul”. El motivo de tal elección es que se ha vuelto fiel seguidora de las telenovelas turcas y tenía ganas de ver el palacio donde su amiga “la Hurrem” vivió una intensa relación con el magnífico Solimán.

Pues nada, a primeros de septiembre vamos a Estambul, capital entre dos continentes, autentico ombligo del mundo. Como mi señora y mi peque tenían que ir a Japón en verano, pues perfecto: que viajen con Turkish Airlines y que hagan una parada de cuatro días en la capital, que el precio del billete es el mismo. Buen plan.

Así que, ya todos juntos, nos vamos al barrio de Gálata. Después de subir a la torre nos fuimos a la costa, a un restaurante de pescado que ya tenía yo preparado. Pero, al llegar a la calle de Fermeneciler, nos la encontramos en obras, todo lleno polvo y charcos de agua sucia, así que nos tocó improvisar.

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Tiramos de Google Maps y sus valoraciones, servicio en el que tenía yo mucha fe, y nos recomienda un restaurante en el Puente Gálata: 4.6 estrellas de nota media, dos €€ de precio y todas las reseñas positivas. Hay fotos de la carta y son precios normales. Nos acercamos y vemos que todos los restaurantes del puente están casi vacíos pero ese en cuestión está bastante lleno, con grandes grupos, y hasta parece que hay una familia estambulí. Venga, pues nada, probamos aquí: las vistas y la temperatura inmejorables. “Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul”, como dice la canción del pirata de Espronceda.

Recuerdo inolvidable y digna la celebración de tan afortunado acontecimiento. Nos traen la carta, y todo parece razonable: carillo, pero bien. Menú en todos los idiomas, con fotos del producto, todo entre 10 y 20 euros. Caro, pero razonable.

Aparece una foto de un plato de gambas, con unos cuatro o cino ejemplares en el plato, por 600 liras –unos 15 euros–. Pues nada, le pongo el dedo encima de la foto y le pido dos. Aparece de repente con una espuerta de pescado fresco, langostas, de todo… Entre el género, un mero, el pescado favorito de algunos en la mesa porque, como dice el dicho, “de la tierra, el cordero; y de la mar, el mero”.

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Miro el precio y pone que son 60 euros. Vamos a estar aquí solo tres días, llevo todo el mes de julio y el de agosto trabajando... Pues nada, un día es un día. Pedimos tres cervezas y unas tapas de humus y arreglado. En esto que se acerca el camarero con una gran pata de pulpo, le pregunto cuánto es y nos dice que son unas 1.000 liras –o sea, 25 pavos, más o menos como en España–. Es carete, pero como sé que el pulpo es la comida favorita de la madre, pues nada, aceptamos pulpo como animal de compañía.

Y alguien se descuelga diciendo que quiere una fritura de pescado, que así lo prueba todo. Venga, pues nada. Asumo que no va a ser más caro que el mero, y no miro la carta. Muy mal por mi parte. “Primera regla en un restaurante: no pedir cosas fuera de carta y sin mirar el precio”. Pues nada, esto va a salir por unos 250 euros, 50 por barba. Una pasta, sí. Pero va a ser solo un día y “más caro sale un entierro”. Así que vamos a pasarlo bien.

Y comienza la estafa. Uno de los grupos, turistas mayores que hablaban portugués, empieza a pelearse con los camareros. Los había llevado un guía con precio de menú cerrado de 30 euros, pero les estaban pidiendo mucho más. Lógicamente, estaban enfadados, pero el guía les explicaba que los conceptos que les cobraban eran normales y que todo era correcto y tal.

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Allí ya vi cómo se las gastaban los camareros, cuando pasaban de "modo simpatía hospitalaria" al "modo mala hostia". Pero se llevaron el grupo a un lado y ya perdí la conversación. Entonces llega la pata de pulpo y para nada tiene que ver con la que nos enseñaron. Mal vamos.

Empiezan a traer más cosas: pan, agua, fruta que yo no había pedido... Aunque soy un paleto, soy un paleto viajado (uno de mis pasaportes lo tuve que cambiar porque tenía todas las páginas llenas de sellos y ya no era válido), así que empecé a olerme la tostada y les dije que no había pedido nada de aquello. Me dicen en inglés “free, free”, o sea, "gratis, gratis"…

Ya estaba claro que nos iban a clavar. Pensé hasta dónde iban a ser capaces de llegar. Pero cuando vi la cuenta, he de reconocer que superó todas mis expectativas: nada más y nada menos que 23.500 liras turcas, es decir, unos 615 eurazos al cambio. Jooooder, no veas… Medio sueldo de mi madre como cocinera en una residencia.


Me pongo a mirar la cuenta y, es verdad, no está ni el pan, ni la fruta, ni el agua… Pero han aparecido el concepto de “cubierto” y el concepto de “tasa” –se ve que todos los precios de la carta no incluían esa tasa de un 16 por ciento, una tasa que a veces la meten y otras no, en vista de los recibos que comparten otros clientes en ese lugar–.

El precio del pescado resulta que era por peso y no por pieza. Toma ya. Y, ahora, el mejor de todos los timos: el precio de las gambas no era por un plato, como en la foto, sino por cada una de las gambas: 15 euros por unidad y el camarero había traído dos por cabeza. Brutal. ¡Ah! Y la cerveza, que te la ponen de barril, a 10 euros la copa. Ahí lo llevas: recuerdo inolvidable del Restaurante del Pirata.

Me acerco a la barra y lo primero que me dice el sonriente camarero es que no ha incluido la propina… No puedo evitar reírme y le digo que esto es una estafa y que es supercaro. En dos segundos cambia su rostro, se acerca otro camarero en modo intimidación y me dicen que lo que me han puesto es lo que venía en carta y los otros conceptos es "lo normal" allí. Que no me han cobrado ni la fruta ni el agua.

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Les intento explicar lo del plato pero, de repente, dejan de entender mi inglés y empiezan a poner caras raras. Y la cosa empieza a ser más tensa por segundos. Me doy cuenta de que son auténticos profesionales del timo y que pasan de la sonrisa a apretar los dientes en un santiamén.

En ese momento me acordé de mi amiga Kenza, marroquí de pro, que se los hubiera comido. No en vano, sus ancestros le pararon los pies al imperio turco y les cerraron el paso al Atlántico. Menos mal. Pero en Estambul lo único que tenía era un amigo en la Universidad y muchas ganas: de que mi familia se lo pasara bien y, también, de ir a la Policía a poner una denuncia.

Para no romper la atmósfera –porque lo siguiente era ponerse a dar voces y joder el día– acepto pagar la cuenta, pensando luego en llamar a mi colega de la Universidad de Estambul. Le informo de lo sucedido y me confirma que sí, que nos han estafado a base de bien, que no hay duda.

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Me dice que no me preocupe, que no haga nada, que llama a la Policía. Al rato me informa que no hay “nada que hacer”, que en esa zona es lo que hay, que tienen barra libre para estafar a la gente. Lo mismo los restaurantes con terrazas bonitas en toda la zona turística, que podía haber regateado y me lo hubieran dejado en unas 20.000 liras o menos.

Me pide disculpas y se siente muy avergonzado porque, siendo turco, seguro que te ponen otros precios, te dan otros menús... Que al verme con japoneses, sus víctimas favoritas, pues han debido ponernos la mejor estafa que tenían. En fin, no quiero molestarlo más y le quito hierro al asunto.

Como no me han regalado nada en esta vida, no me quiero rendir tan fácil y quiero ver hasta dónde puede llegar la historia. Me voy a la flamante y armada Policía Turística y me dicen que ellos no están para ese tema. Supongo que solo se encargan de que no maten a turistas, como el atentado a comienzos del 2024 en una iglesia católica de Estambul, donde falleció una persona durante una misa.


Los agentes me animan a que me dirija a la Policía Local, justo al lado de la estación de Sultanahmet, el lugar más turístico de Estambul. Me acerco hasta allí y cuando muestro el ticket, el jefe del departamento se ríe y me mira como si me hubiera caído un rayo andando por la calle: mala suerte, chaval.

Me voy haciendo entender pero, curiosamente, cuando le digo que quiero poner una denuncia contra ese restaurante me dice que no habla inglés y que me tengo que esperar. Allí había cinco agentes, pero todos pasando del tema. ¿Que nadie habla inglés en el sitio más internacional de Estambul? ¿En serio?

Cuando llevo 15 minutos esperando, estando solo en la sala, me doy cuenta de que no tienen ganas de atenderme y me despido cortésmente de ellos, jurándome que no vuelvo a Estambul en mi vida. Si no hay denuncia, no hay problema: está todo bien y ellos pueden seguir comiéndose el dürüm.

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Me siento engañado pero, sobre todo, me siento traicionado por las reseñas de Google… ¿Cómo es posible que nadie avise de ese antro de estafadores? ¿Cómo pueden tener estos piratas una puntuación tan alta? Me pongo a mirar más en detalle y sí que lo avisan, pero está oculto. Cuando despliegas los términos que se le asocian, aparece 17 veces “tourist trap” y en once ocasiones “Scam”. Y compruebo que a cada cliente le han timado de una forma diferente.

Mirad, por curiosidad, en los restaurantes del Puente Gálata de Estambul: en todos ocurre lo mismo. Cuando organizas por fecha ves que han estafado, al menos, a ocho personas en las últimas semanas. Las puntuaciones son o de cinco estrellas –por “guías locales”– o de una estrella –por parte de los estafados–.

Los más listos son los estafados que los puntúan con 5 estrellas pero los ponen a parir, porque así llegan mejor a otros posibles pardillos. Los dueños siempre responden a las criticas negativas diciendo que “nunca has visitado mi restaurante”. A lo que la gente responde subiendo una foto de la cuenta… Pero estos piratas se las saben todas y en el ticket no aparece el nombre de su restaurante, así que pueden seguir negando que han sido ellos.

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Son curiosos los relatos de los estafados: cada uno cuenta una forma diferente, una estafa mutante, que se adapta al cliente y a los tiempos. Me cuenta mi amigo que antes era peor, que al menos ahora el Gobierno obliga a tener la lista de precios en la puerta, pero ya me dirás para qué sirve.

Lo de las hojas de reclamaciones en el local ni está ni se le espera, dice que eso es en Europa, y yo le digo que yo pensaba que Estambul era Europa. Y, por lo visto, por un módico precio, el señor Google va eliminando comentarios negativos con el tiempo. Mejor mirar Tripadvisor. Fíate de internet.

Un país que tiene uno de los mejores aeropuertos del mundo, enormes tesoros y belleza sin igual, pero con una inflación galopante de casi el 60 por ciento solo hasta el mes de agosto de este año, donde solo los turistas deben comprar liras porque la moneda está en caída libre, no sé cómo puede permitir esas zonas para despellejar turistas al gusto. A partir del timo, cada vez que veía un restaurante se me ponía una cara descreída e inexpresiva, como la de los iconos bizantinos ocultos tras tela blanca sobre los techos de la maravillosa mezquita de Santa Sofía.

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Informé a la Embajada de Turquía en España sobre la estafa y sobre el contenido de esta carta abierta que he enviado a Montilla Digital. De forma rápida y diligente me informan que van a abrir una investigación y que debo ir personalmente, yo o algún amigo mío, a una dirección de un ministerio en Estambul. Agradezco la información pero, como se pueden imaginar, a Estambul desgraciadamente no pienso volver. Y esos restaurantes llevan muchos años haciendo lo mismo, así que deben estar protegidos por alguien.

Me olvidaba, el nombre del restaurante es el Galata Marmara Balik pero, lo dicho, mi queja se puede aplicar a todos los restaurantes bajo el Puente Gálata. De hecho, la palabra "scam" (estafa) se repite muchas veces en las reseñas de todos ellos, desde hace muchos años. Y nadie hace nada.

FRANCISCO J. JIMÉNEZ ESPEJO
FOTOGRAFÍAS: DEPOSITPHOTOS.COM

NOTA: Los comentarios publicados en el Buzón del Lector no representan la opinión de Andalucía Digital. En ese sentido, este periódico no hace necesariamente suyas las denuncias, quejas o sugerencias recogidas en este espacio y que han sido enviadas por sus lectores.

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