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Rafael Soto | Demasiado espectáculo… y del malo

En el contexto de un debate en el Congreso de los Diputados, Ione Belarra atacó a ciertos periodistas y presentadores. Aparte de insultarlos, pidió que se les atara «en corto» con medidas legislativas. No la culpamos por el exabrupto: era la única manera de que hablaran de ella. Porque la política española se ha reducido a eso, un espectáculo.


En esta línea, resulta curioso que Argentina esté ocupando el lugar de Venezuela en el imaginario colectivo español. En el culmen de la popularidad de Podemos, llegamos a conocer mejor la realidad de Venezuela que la de nuestro país. Ahora toca ser expertos en los asuntos de la patria de Borges.

Sin embargo, el enfrentamiento a distancia entre Milei y Sánchez fue artificial y melifluo –como son ellos mismos–. El «león» y el «progresista» jamás estarán a la altura del «¿Por qué no te callas?» que le espetó Juan Carlos I a Hugo Chávez: no están a la altura, sin más. Un acto en el que, por cierto, Zapatero demostró una generosidad hacia sus adversarios políticos que resultaría inimaginable en Su Sanchidad.

La conversión de la política en un culebrón puede ser positivo para los radicales, que viven los avatares del Partido Socialista con la misma intensidad que una telenovela mexicana. Sin embargo, está consiguiendo aburrir a una buena parte de la ciudadanía, impotente por unos y por otros.

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De hecho, aunque a muchos se les olvide con tanta payasada, estamos a las puertas de unas elecciones muy relevantes. Es en Europa donde se toma la mayor parte de las decisiones, aunque no todas, que encendieron al campo hace no tanto. Aparte, es un laboratorio magnífico para votar a nuevos partidos. Todo ello, en un contexto geopolítico explosivo.

En cambio, entre Albertito el paradito, la Pasión según san Pedro, la derechita valiente y la pareja de la musa, el espectáculo ahoga toda reflexión, todo debate. El próximo número previsto en la agenda es el reconocimiento de Palestina como Estado soberano. ¿Y por qué no el Sáhara? Eso nos preguntamos los maliciosos. Y después, doble salto mortal: la amnistía, pagada con dinero de todos.

Sin embargo, lo peor no es la espectacularización de la política. Lo peor, sin duda, es que el entretenimiento es como una telenovela mala: artificial, forzada y sin fondo.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
FOTOGRAFÍA: ARCHIVO

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