La Pontificia Hermandad del Santo Entierro, Soledad y Angustias de la Madre de Dios está de aniversario. Y es que justo hoy se cumplen 350 años de la donación, a cargo de un grupo de montillanos, de la imagen del Señor Yacente y de la urna que, cada Viernes Santo, cierra los desfiles pasionistas en la localidad al ritmo del singular Tambor de Viruta.
La efeméride ha sido conocida gracias al historiador montillano Antonio Luis Jiménez Barranco, que ha localizado la escritura notarial otorgada entre los devotos donantes del grupo escultórico y el hermano mayor de la cofradía, que tal día como hoy, pero de 1674, se reunieron en la capilla de la Soledad de la iglesia de San Agustín para certificar, ante escribano público, esta importante donación.
"La antigua cofradía de la Soledad y Angustias de Nuestra Señora se había fundado en el convento de San Agustín en 1588", recuerda Antonio Luis Jiménez, quien resalta que fue la segunda corporación pasionista en crearse en Montilla, después de la Vera Cruz, y "pronto arraigó en la piedad popular del vecindario de barrio del Sotollón y la Silera".
Al año siguiente de su fundación obtuvo la autorización de los agustinos para construir una capilla propia y, en aquellos primeros años, fue adquiriendo las imágenes, insignias y enseres necesarios para realizar sus cultos y la estación penitencial del Viernes Santo por la tarde.
"A mitad del siglo XVII, la cofradía había experimentado un amplio crecimiento en número de hermanos y bienes y, en este contexto expansivo, surgió la necesidad de dividir en dos la estación de penitencia, a fin de reajustar el dilatado ceremonial que la cofradía debía cumplir cada año la tarde-noche del Viernes Santo", detalla el autor de Perfiles montillanos.
Además de practicar la disciplina y celebrar el Sermón del Paso, la hermandad escenificaba el Descendimiento de la Cruz y, por último, la estación de penitencia que, por aquellos años, ya integraba en su cortejo los pasos de la Cruz de las Toallas (o Guiona), el Cristo amarrado a la Columna, la Virgen de las Angustias, el Cristo Yacente en el Santo Sepulcro y la imagen de Nuestra Señora de la Soledad.
"Tras la Semana Santa de 1660 se instituyeron dos estaciones de penitencia, una con las imágenes del Cristo Amarrado a la Columna y la Virgen de las Angustias por la tarde –en la que se continuaría practicando la disciplina en la llamada Procesión de Sangre– y otra con las imágenes de Cristo Yacente y la primitiva Virgen de la Soledad", explica Antonio Luis Jiménez, quien aclara que "para una mejor organización, en abril de 1666 los cofrades deciden establecer una curiosa bicefalia, con el nombramiento de un hermano mayor para cada estación de penitencia".
Sin embargo, pronto debieron surgir diferencias internas entre las hermandades, de modo que, en 1667, el escribano Pedro Franco de Toro, hermano mayor de la procesión del Santo Entierro y responsable de la hermandad de la Soledad, decide costear una nueva imagen de la Virgen dolorosa y elevar tal hermandad a la condición legal de cofradía.
Por tanto, "ese año queda oficialmente constituida la cofradía del Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad" que, a partir de entonces, se desvincula por completo de la antigua corporación pasionista de las Angustias, que "continuará rigiéndose por las Reglas primitivas y mantendrá los usos y prerrogativas fundacionales", tal y como relata Jiménez Barranco.
Tras ello, un grupo formado por 122 hermanos decidió costear la hechura de un nuevo Cristo Yacente, con su correspondiente urna, para poder hacer una donación a la joven cofradía de la Soledad, acto que se formalizó en la capilla de la cofradía el 19 de marzo de 1674 donde, como detalla el investigador montillano, "se dieron cita 53 de los donantes, encabezados por Cristóbal Ramírez de Aguilar", mientras que en nombre de la cofradía asistió su hermano mayor, Pedro José Guerrero.
"Como se puede comprobar en el acta notarial, desde un punto vista jurídico la donación quedó registrada con todo tipo de detalle", subraya Antonio Luis Jiménez, quien hace hincapié en que "los mecenas expusieron sus intenciones sobre el bien donado e incluyeron las disposiciones y prerrogativas que consideraron pertinentes para el presente y futuro del bien, además de reservarse el derecho de revocación en caso de extinción de la cofradía".
Para el investigador montillano, "resulta de gran interés la pormenorizada descripción de la imagen de Cristo Yacente", que en la escritura se describe de "estatura del natural, encarnada y acabada en perfección". Al igual que la urna que le acompaña, de nobles materiales adquiridos y utilizados ex profeso para el sepulcro, “palo santo de la india de Portugal”, un tipo de madera muy cotizada, importada de la actual República de Brasil.
"De los elementos que decoran la urna llama la atención la veintena de ángeles que en origen tuvo, diez en el exterior acabados a la imitación del bronce y con las insignias de la Pasión en las manos, así como otros diez ángeles con sus alas de madera en el interior", añade.
Para Antonio Luis Jiménez, un componente "determinante" para identificar la urna de la escritura y poder compararla con la que puede contemplarse a día de hoy en la tarde-noche del Viernes Santo son los 28 cristales que describe, el mismo número que se pueden admirar en la actualidad. Aún así, el historiador montillano reconoce que con el paso de los siglos y con la llegada de nuevos movimientos artísticos, "la urna ha modificado su aspecto original". Y aunque se han perdido algunos de los elementos originales citados en la escritura, se han añadido otros, como las cartelas y aplicaciones en plata labrada, que el orfebre local Manuel Fernández Urbano incorporó en 1734.
El historiador montillano reconoce que aún quedan "muchas aristas abiertas a la investigación", como puede ser la autoría y el lugar de adquisición de las piezas donadas, que no se mencionan en la escritura, aunque subraya el interés de este hallazgo documental, ya que ha permitido fijar la datación de la imagen del Cristo Yacente y de su urna, "una iconografía que forma parte de la identidad cofrade de Montilla desde hace justo 350 años".
La efeméride ha sido conocida gracias al historiador montillano Antonio Luis Jiménez Barranco, que ha localizado la escritura notarial otorgada entre los devotos donantes del grupo escultórico y el hermano mayor de la cofradía, que tal día como hoy, pero de 1674, se reunieron en la capilla de la Soledad de la iglesia de San Agustín para certificar, ante escribano público, esta importante donación.
"La antigua cofradía de la Soledad y Angustias de Nuestra Señora se había fundado en el convento de San Agustín en 1588", recuerda Antonio Luis Jiménez, quien resalta que fue la segunda corporación pasionista en crearse en Montilla, después de la Vera Cruz, y "pronto arraigó en la piedad popular del vecindario de barrio del Sotollón y la Silera".
Al año siguiente de su fundación obtuvo la autorización de los agustinos para construir una capilla propia y, en aquellos primeros años, fue adquiriendo las imágenes, insignias y enseres necesarios para realizar sus cultos y la estación penitencial del Viernes Santo por la tarde.
"A mitad del siglo XVII, la cofradía había experimentado un amplio crecimiento en número de hermanos y bienes y, en este contexto expansivo, surgió la necesidad de dividir en dos la estación de penitencia, a fin de reajustar el dilatado ceremonial que la cofradía debía cumplir cada año la tarde-noche del Viernes Santo", detalla el autor de Perfiles montillanos.
Además de practicar la disciplina y celebrar el Sermón del Paso, la hermandad escenificaba el Descendimiento de la Cruz y, por último, la estación de penitencia que, por aquellos años, ya integraba en su cortejo los pasos de la Cruz de las Toallas (o Guiona), el Cristo amarrado a la Columna, la Virgen de las Angustias, el Cristo Yacente en el Santo Sepulcro y la imagen de Nuestra Señora de la Soledad.
"Tras la Semana Santa de 1660 se instituyeron dos estaciones de penitencia, una con las imágenes del Cristo Amarrado a la Columna y la Virgen de las Angustias por la tarde –en la que se continuaría practicando la disciplina en la llamada Procesión de Sangre– y otra con las imágenes de Cristo Yacente y la primitiva Virgen de la Soledad", explica Antonio Luis Jiménez, quien aclara que "para una mejor organización, en abril de 1666 los cofrades deciden establecer una curiosa bicefalia, con el nombramiento de un hermano mayor para cada estación de penitencia".
Sin embargo, pronto debieron surgir diferencias internas entre las hermandades, de modo que, en 1667, el escribano Pedro Franco de Toro, hermano mayor de la procesión del Santo Entierro y responsable de la hermandad de la Soledad, decide costear una nueva imagen de la Virgen dolorosa y elevar tal hermandad a la condición legal de cofradía.
Por tanto, "ese año queda oficialmente constituida la cofradía del Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad" que, a partir de entonces, se desvincula por completo de la antigua corporación pasionista de las Angustias, que "continuará rigiéndose por las Reglas primitivas y mantendrá los usos y prerrogativas fundacionales", tal y como relata Jiménez Barranco.
Tras ello, un grupo formado por 122 hermanos decidió costear la hechura de un nuevo Cristo Yacente, con su correspondiente urna, para poder hacer una donación a la joven cofradía de la Soledad, acto que se formalizó en la capilla de la cofradía el 19 de marzo de 1674 donde, como detalla el investigador montillano, "se dieron cita 53 de los donantes, encabezados por Cristóbal Ramírez de Aguilar", mientras que en nombre de la cofradía asistió su hermano mayor, Pedro José Guerrero.
"Como se puede comprobar en el acta notarial, desde un punto vista jurídico la donación quedó registrada con todo tipo de detalle", subraya Antonio Luis Jiménez, quien hace hincapié en que "los mecenas expusieron sus intenciones sobre el bien donado e incluyeron las disposiciones y prerrogativas que consideraron pertinentes para el presente y futuro del bien, además de reservarse el derecho de revocación en caso de extinción de la cofradía".
Para el investigador montillano, "resulta de gran interés la pormenorizada descripción de la imagen de Cristo Yacente", que en la escritura se describe de "estatura del natural, encarnada y acabada en perfección". Al igual que la urna que le acompaña, de nobles materiales adquiridos y utilizados ex profeso para el sepulcro, “palo santo de la india de Portugal”, un tipo de madera muy cotizada, importada de la actual República de Brasil.
"De los elementos que decoran la urna llama la atención la veintena de ángeles que en origen tuvo, diez en el exterior acabados a la imitación del bronce y con las insignias de la Pasión en las manos, así como otros diez ángeles con sus alas de madera en el interior", añade.
Para Antonio Luis Jiménez, un componente "determinante" para identificar la urna de la escritura y poder compararla con la que puede contemplarse a día de hoy en la tarde-noche del Viernes Santo son los 28 cristales que describe, el mismo número que se pueden admirar en la actualidad. Aún así, el historiador montillano reconoce que con el paso de los siglos y con la llegada de nuevos movimientos artísticos, "la urna ha modificado su aspecto original". Y aunque se han perdido algunos de los elementos originales citados en la escritura, se han añadido otros, como las cartelas y aplicaciones en plata labrada, que el orfebre local Manuel Fernández Urbano incorporó en 1734.
El historiador montillano reconoce que aún quedan "muchas aristas abiertas a la investigación", como puede ser la autoría y el lugar de adquisición de las piezas donadas, que no se mencionan en la escritura, aunque subraya el interés de este hallazgo documental, ya que ha permitido fijar la datación de la imagen del Cristo Yacente y de su urna, "una iconografía que forma parte de la identidad cofrade de Montilla desde hace justo 350 años".
J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍAS: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍAS: JOSÉ ANTONIO AGUILAR