Como continuación de la entrega anterior, selecciono ahora algunos párrafos de los comentarios que realizaron los alumnos y alumnas sobre cómo ellos entendían la relación entre los abuelos y los nietos. Tal como indiqué la semana pasada, quienes hacían alusión de manera concreta a los recuerdos que conservaban de ellos cuando eran pequeños lo hacían con una enorme carga de gratitud, emoción y cariño por la entrega que desplegaron en los momentos en que más lo necesitaban.
Quizás, los abuelos y las abuelas no se hayan detenido nunca a pensar en que ellos son claves para el desarrollo afectivo y de la autoestima de esas criaturas que empiezan a asomar a un mundo muy complejo y que lo hacen con los asombrados ojos de quienes contemplan la realidad como si fuera la primera vez que es descubierta.
No obstante, saben que ahora les toca desplegar más ternura, paciencia y tolerancia que la que tuvieron que ejercer con quienes fueron sus hijos, ya que han comprendido que la vida y las relaciones humanas tienen matices, que no están pintadas en blanco o negro. Además, son conscientes de que los cambios en la formación de la personalidad no se producen de modo inmediato, de que los aprendizajes son muy lentos, especialmente, cuando se trata de construir o consolidar hábitos en los comportamientos cotidianos de los más pequeños.
Bien es cierto que hay casos en los ya no tienen la energía suficiente para seguir la dinámica que marcan sus nietos, por lo que el tiempo que algunos pasan con ellos es limitado y lo utilizan en el sentido más lúdico, con el fin de disfrutar de sus compañías.
Volviendo a lo que manifiestan los alumnos, quisiera apuntar que, en líneas generales, va en sentido contrario de la idea, años atrás tan extendida, de que habíamos llegado a una generación en la que los mayores se convertían en “abuelos-esclavos”, puesto que al acceder la mujer de modo mayoritario al trabajo asalariado daba lugar a que los padres no disponían del mismo tiempo de dedicación que cuando la madre tenía total entrega a los hijos y al hogar. A fin de cuentas, era un modo de cargar la responsabilidad en los padres (y, especialmente, en las madres) en vez de hacer una crítica a la habitual falta de conciliación familiar que, mayoritariamente, no promueven las empresas o los centros de trabajo.
Tras estas reflexiones previas, pasemos a leer la selección de párrafos que he realizado para que veamos cómo la actual generación de jóvenes estudiantes que han accedido a la Universidad recuerda las relaciones que mantuvieron (o mantienen) con sus abuelos.
Los abuelos deberían ser eternos. Quien haya tenido la suerte de pasar algunos años de su vida compartiéndola con alguno de sus abuelos me entiende. Y creo que los niños que los han dibujado y han aparecido en el artículo de nuestro profesor lo harían. (D. C.)
Son muchas las veces que he escuchado la frase: “Los abuelos deberían ser eternos”. Y es una realidad. Los abuelos son confidentes, amigos, compañeros de juego e, incluso, de muchas mentiras piadosas. (N. D.)
Me llama mucho la atención la frase de estas dos alumnas, ya que yo nunca la había escuchado. Quizás, en el segundo comentario, se encuentra la explicación a esa imposible ‘eternidad’ que niños y niñas desean, pero que responde muy bien al valor de los abuelos. Puede ser, como se expresa en el párrafo siguiente, que quienes llegar conocer a sus nietos, han aprendido de los conflictos y errores por los que pasaron, no deseando que vuelvan a repetirse.
Es curioso cómo cambian sus roles de ser padres a ser abuelos, y, cuando se convierten en esto último, parece que corrigen los “errores” que cometieron en la crianza de sus hijos. (A. L.)
Los recuerdos de las abuelas y de los abuelos suele ser imborrable, tal como se manifiesta en los cuatro comentarios siguientes. Sea por la entrega en los cuidados, por los imaginativos relatos que despliegan con sus nietos (“narradores de historias del pasado”) o por lo que han podido aprender de sus enseñanzas, lo cierto es que los recuerdos que se mantienen de ellos son imborrables.
Meses antes de que yo naciera, mi abuelo falleció de cáncer. Por este motivo, mi madre decidió irse a vivir con mi abuela para apoyarla en el momento más duro de su vida. Mi abuela ha sido mi segunda madre, me ha cuidado mientras mis padres trabajaban, debido a que yo no fui a la guardería, incluso era ella la que se levantaba de madrugada cuando lloraba para ver qué pasaba o darme el biberón. (A. H.)
De mi abuelo Manolo, siempre me ha sorprendido la inteligencia que tiene. Él, junto a mi abuela, siempre nos han recogido del colegio a mi hermano y a mí. Cada día, aunque estuviera cansado, cogía la mochila y me ponía el brazo por encima de mi hombro camino de casa. Ese camino era increíble, ya no solo por las chuches que me compraba, sino porque cada día tenía una historia distinta que contarme. (L. B.)
Nunca se me va a olvidar la ilusión con la que me levantaba los sábados por la mañana para ver si mi abuelo me estaba esperando en el salón con churros para desayunar todos juntos. También queda en mi recuerdo aquellos fines de semana ya que me encantaba dormir con ellos… Mis abuelos son como guardianes de historias, los narradores de un pasado que, a menudo, se desvanece con los años. (B. M.)
Junto a mis abuelos pasábamos un montón de tardes juntos, y una de nuestras cosas favoritas era cuidar del huerto. Siempre estaban ahí, atentos a cada planta, cada tomate o calabacín. Recuerdo en esas tardes de sol el olor a tierra y a la brisa suave mientras nos dedicábamos a sembrar y arreglar el huerto. Mis abuelos eras unos maestros en eso: siempre me enseñaban sobre las plantas y, aunque yo fuera un poco torpe al principio, siempre me apoyaban y celebraban cada logro, por más pequeñito que fuese. Eran súper pacientes y cariñosos y nunca se cansaban de responder a todas mis preguntas. (A. R.)
Quisiera cerrar indicando que también hay que considerar el genuino amor que despliegan los nietos a quienes son, han sido, sus abuelos, ya que para estos esas espontáneas manifestaciones de afecto es el mejor regalo que pueden recibir en los años que cierran el ciclo de la vida.
Cuando era niña, siempre visitaba a mis abuelos. Cada visita que hacía era como si me sumergiese en un mundo de historias mágicas y risas interminables…. A medida que he ido creciendo, las enseñanzas que nos daban se iban convirtiendo en partes importantes de mi vida. Sus valores, su paciencia y sus afectos resonaban en cada decisión que tomaba. Aunque el tiempo ha pasado y sus roles han evolucionado, el amor que siento por ellos solo ha crecido. (L. R.)
Quizás, los abuelos y las abuelas no se hayan detenido nunca a pensar en que ellos son claves para el desarrollo afectivo y de la autoestima de esas criaturas que empiezan a asomar a un mundo muy complejo y que lo hacen con los asombrados ojos de quienes contemplan la realidad como si fuera la primera vez que es descubierta.
No obstante, saben que ahora les toca desplegar más ternura, paciencia y tolerancia que la que tuvieron que ejercer con quienes fueron sus hijos, ya que han comprendido que la vida y las relaciones humanas tienen matices, que no están pintadas en blanco o negro. Además, son conscientes de que los cambios en la formación de la personalidad no se producen de modo inmediato, de que los aprendizajes son muy lentos, especialmente, cuando se trata de construir o consolidar hábitos en los comportamientos cotidianos de los más pequeños.
Bien es cierto que hay casos en los ya no tienen la energía suficiente para seguir la dinámica que marcan sus nietos, por lo que el tiempo que algunos pasan con ellos es limitado y lo utilizan en el sentido más lúdico, con el fin de disfrutar de sus compañías.
Volviendo a lo que manifiestan los alumnos, quisiera apuntar que, en líneas generales, va en sentido contrario de la idea, años atrás tan extendida, de que habíamos llegado a una generación en la que los mayores se convertían en “abuelos-esclavos”, puesto que al acceder la mujer de modo mayoritario al trabajo asalariado daba lugar a que los padres no disponían del mismo tiempo de dedicación que cuando la madre tenía total entrega a los hijos y al hogar. A fin de cuentas, era un modo de cargar la responsabilidad en los padres (y, especialmente, en las madres) en vez de hacer una crítica a la habitual falta de conciliación familiar que, mayoritariamente, no promueven las empresas o los centros de trabajo.
Tras estas reflexiones previas, pasemos a leer la selección de párrafos que he realizado para que veamos cómo la actual generación de jóvenes estudiantes que han accedido a la Universidad recuerda las relaciones que mantuvieron (o mantienen) con sus abuelos.
Los abuelos deberían ser eternos. Quien haya tenido la suerte de pasar algunos años de su vida compartiéndola con alguno de sus abuelos me entiende. Y creo que los niños que los han dibujado y han aparecido en el artículo de nuestro profesor lo harían. (D. C.)
Son muchas las veces que he escuchado la frase: “Los abuelos deberían ser eternos”. Y es una realidad. Los abuelos son confidentes, amigos, compañeros de juego e, incluso, de muchas mentiras piadosas. (N. D.)
Me llama mucho la atención la frase de estas dos alumnas, ya que yo nunca la había escuchado. Quizás, en el segundo comentario, se encuentra la explicación a esa imposible ‘eternidad’ que niños y niñas desean, pero que responde muy bien al valor de los abuelos. Puede ser, como se expresa en el párrafo siguiente, que quienes llegar conocer a sus nietos, han aprendido de los conflictos y errores por los que pasaron, no deseando que vuelvan a repetirse.
Es curioso cómo cambian sus roles de ser padres a ser abuelos, y, cuando se convierten en esto último, parece que corrigen los “errores” que cometieron en la crianza de sus hijos. (A. L.)
Los recuerdos de las abuelas y de los abuelos suele ser imborrable, tal como se manifiesta en los cuatro comentarios siguientes. Sea por la entrega en los cuidados, por los imaginativos relatos que despliegan con sus nietos (“narradores de historias del pasado”) o por lo que han podido aprender de sus enseñanzas, lo cierto es que los recuerdos que se mantienen de ellos son imborrables.
Meses antes de que yo naciera, mi abuelo falleció de cáncer. Por este motivo, mi madre decidió irse a vivir con mi abuela para apoyarla en el momento más duro de su vida. Mi abuela ha sido mi segunda madre, me ha cuidado mientras mis padres trabajaban, debido a que yo no fui a la guardería, incluso era ella la que se levantaba de madrugada cuando lloraba para ver qué pasaba o darme el biberón. (A. H.)
De mi abuelo Manolo, siempre me ha sorprendido la inteligencia que tiene. Él, junto a mi abuela, siempre nos han recogido del colegio a mi hermano y a mí. Cada día, aunque estuviera cansado, cogía la mochila y me ponía el brazo por encima de mi hombro camino de casa. Ese camino era increíble, ya no solo por las chuches que me compraba, sino porque cada día tenía una historia distinta que contarme. (L. B.)
Nunca se me va a olvidar la ilusión con la que me levantaba los sábados por la mañana para ver si mi abuelo me estaba esperando en el salón con churros para desayunar todos juntos. También queda en mi recuerdo aquellos fines de semana ya que me encantaba dormir con ellos… Mis abuelos son como guardianes de historias, los narradores de un pasado que, a menudo, se desvanece con los años. (B. M.)
Junto a mis abuelos pasábamos un montón de tardes juntos, y una de nuestras cosas favoritas era cuidar del huerto. Siempre estaban ahí, atentos a cada planta, cada tomate o calabacín. Recuerdo en esas tardes de sol el olor a tierra y a la brisa suave mientras nos dedicábamos a sembrar y arreglar el huerto. Mis abuelos eras unos maestros en eso: siempre me enseñaban sobre las plantas y, aunque yo fuera un poco torpe al principio, siempre me apoyaban y celebraban cada logro, por más pequeñito que fuese. Eran súper pacientes y cariñosos y nunca se cansaban de responder a todas mis preguntas. (A. R.)
Quisiera cerrar indicando que también hay que considerar el genuino amor que despliegan los nietos a quienes son, han sido, sus abuelos, ya que para estos esas espontáneas manifestaciones de afecto es el mejor regalo que pueden recibir en los años que cierran el ciclo de la vida.
Cuando era niña, siempre visitaba a mis abuelos. Cada visita que hacía era como si me sumergiese en un mundo de historias mágicas y risas interminables…. A medida que he ido creciendo, las enseñanzas que nos daban se iban convirtiendo en partes importantes de mi vida. Sus valores, su paciencia y sus afectos resonaban en cada decisión que tomaba. Aunque el tiempo ha pasado y sus roles han evolucionado, el amor que siento por ellos solo ha crecido. (L. R.)
AURELIANO SÁINZ