Desde la perspectiva personal que lo contemplo, el rasgo humano que más caracteriza a Ramón es su condición de poeta. La poesía es su tarea vital y constituye la definición globalizadora de su existencia. Es poeta porque hace versos, pero, sobre todo, porque contempla, siente, vive y cuenta la vida como un poeta.
Con su palabra precisa, clara y estimulante nos muestra una senda para que aprendamos a vivir, o sea, a soportar con paciencia y con sabiduría el calor y el frío, la lluvia y el viento; para que nos decidamos a construir con sabiduría el difícil y esquivo bienestar, a luchar sin tregua y a esperar, siempre y confiadamente, mejores tiempos.
Sus poemas nos orientan y nos alientan para que leamos los episodios de la vida cotidiana y para que extraigamos sus sustanciosos jugos, para que disfrutemos de esos momentos de la vida diaria que nos proporcionan la felicidad efímera y necesaria: “para que vivamos y revivamos a través de la palabra”.
Sus textos nos animan para que nos prohibamos el desaliento y peleemos para seguir vivos. Ramón ejerce la escritura para aproximarse y salvar el instante, conocer el mundo, “bucear”, penetrar en su interior, expresar sus vivencias y, sobre todo, comunicarse con nosotros, sus lectores.
Con su mirada incisiva y con su humor agudo nos provoca una sonrisa cómplice y una reflexión autocrítica. Nos descubre los significados de episodios sólo aparentemente anecdóticos. En su poesía, que alterna las formas cultas con las populares y mezcla el tono irónico y con el gesto desenfadado, pone de manifiesto cómo la melancolía por el paso del tiempo y la nostalgia de su infancia entrañan una constate interrogación sobre las claves del bienestar y del malestar del ser humano.
Por eso denuncia los impulsos consumistas que -en una conjunción ridícula de vanidad y de codicia- nos sojuzgan y nos someten y nos convierten en esclavos. Por eso se lamenta de la escasez de tiempo y del alarmante síntoma de un consumo excesivo que reduce la calidad de nuestras vidas y amenaza con ahogarnos en el vacío.
¿Cuál es su receta? Cultivar el espíritu, ampliamos el capital de nuestro tiempo “libre” para invertirlo en cultura, en el enriquecimiento de nuestra vida interior. Sus versos iluminan las sombras de nuestros días invernales y caldean las atmósferas nuestros fríos hogares.
Sus poemas, transparentes, auténticos e ingenuos, nos hacen vibrar despertando las vivencias infantiles que han configurado nuestra manera de disfrutar de la vida. Otras veces nos descubren que somos seres especialmente sociales y, al mismo tiempo, singularmente solitarios.
Sus palabras, pronunciadas sotto voce, nos invitan para que penetremos en las fibras íntimas de nuestras entrañas y para que, allí, alejados de los ruidos, consintamos con los ecos polivalentes de sus hondas meditaciones.
Con su palabra precisa, clara y estimulante nos muestra una senda para que aprendamos a vivir, o sea, a soportar con paciencia y con sabiduría el calor y el frío, la lluvia y el viento; para que nos decidamos a construir con sabiduría el difícil y esquivo bienestar, a luchar sin tregua y a esperar, siempre y confiadamente, mejores tiempos.
Sus poemas nos orientan y nos alientan para que leamos los episodios de la vida cotidiana y para que extraigamos sus sustanciosos jugos, para que disfrutemos de esos momentos de la vida diaria que nos proporcionan la felicidad efímera y necesaria: “para que vivamos y revivamos a través de la palabra”.
Sus textos nos animan para que nos prohibamos el desaliento y peleemos para seguir vivos. Ramón ejerce la escritura para aproximarse y salvar el instante, conocer el mundo, “bucear”, penetrar en su interior, expresar sus vivencias y, sobre todo, comunicarse con nosotros, sus lectores.
Con su mirada incisiva y con su humor agudo nos provoca una sonrisa cómplice y una reflexión autocrítica. Nos descubre los significados de episodios sólo aparentemente anecdóticos. En su poesía, que alterna las formas cultas con las populares y mezcla el tono irónico y con el gesto desenfadado, pone de manifiesto cómo la melancolía por el paso del tiempo y la nostalgia de su infancia entrañan una constate interrogación sobre las claves del bienestar y del malestar del ser humano.
Por eso denuncia los impulsos consumistas que -en una conjunción ridícula de vanidad y de codicia- nos sojuzgan y nos someten y nos convierten en esclavos. Por eso se lamenta de la escasez de tiempo y del alarmante síntoma de un consumo excesivo que reduce la calidad de nuestras vidas y amenaza con ahogarnos en el vacío.
¿Cuál es su receta? Cultivar el espíritu, ampliamos el capital de nuestro tiempo “libre” para invertirlo en cultura, en el enriquecimiento de nuestra vida interior. Sus versos iluminan las sombras de nuestros días invernales y caldean las atmósferas nuestros fríos hogares.
Sus poemas, transparentes, auténticos e ingenuos, nos hacen vibrar despertando las vivencias infantiles que han configurado nuestra manera de disfrutar de la vida. Otras veces nos descubren que somos seres especialmente sociales y, al mismo tiempo, singularmente solitarios.
Sus palabras, pronunciadas sotto voce, nos invitan para que penetremos en las fibras íntimas de nuestras entrañas y para que, allí, alejados de los ruidos, consintamos con los ecos polivalentes de sus hondas meditaciones.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO