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Aureliano Sáinz | Fouché. El genio tenebroso

Cuando en política –también en los ámbitos sociales y personales– hablamos de alguien que actúa con astucia, doblez o hipocresía solemos calificarle de "maquiavélico", como si fuera un fiel seguidor de Nicolás Maquiavelo, el diplomático, escritor y filósofo italiano del siglo XVI que nos legó su conocida obra El príncipe, donde defendía que las razones de Estado están por encima de cualquiera otra de carácter moral. A fin de cuentas, el objetivo último de Maquiavelo era la defensa de una república fuerte y bien organizada en una Italia que se encontraba abiertamente fragmentada entre las distintas familias nobles y aristócratas.


Pues bien, aceptando la idea de que “el fin justifica los medios” como la máxima expresión del maquiavelismo en el campo político (aunque el propio Maquiavelo nunca escribió esa frase), me atrevería a decir que si ha habido algún personaje que ha encarnado la ambición de poder utilizando todas las ardides es el francés Joseph Fouché (1759-1820), que ejerció con toda astucia su poder durante la Revolución francesa, el Imperio napoleónico y la Restauración borbónica en Francia.

Sobre este singular personaje, el escritor austríaco Stefan Zweig había escrito una magnífica biografía, que la tituló Fouché. El genio tenebroso y que vio la luz en 1929. Ya en la propia introducción de la obra, Zweig nos dice de este individuo, a partir de las declaraciones que habían realizado los historiadores franceses acerca de él, lo siguiente: “Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral”.

Como vemos, no se ahorraron calificativos para retratar a un ser tenebroso que acumuló un enorme poder en la Francia de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Pero si hay uno que en estos tiempos nos resulta un tanto familiar es el de tránsfuga (profesional), ya que en el panorama político español está a la orden del día desde hace algunas décadas. Pero los tránsfugas que nosotros conocemos no son apenas nada comparados con Joseph Fouché.


Es por lo por lo que me ha parecido pertinente traerlo a colación; más aún ahora que acaba de publicarse en nuestro país una novela gráfica que lleva precisamente el título de Fouché. El genio tenebroso, siendo su autor el dibujante de humor Kim, seudónimo del barcelonés Joaquim Aubert Puigarnau, colaborador habitual de la revista satírica El Jueves.

De esta forma, basándose en la biografía de Joseph Fouché que realizó Stefan Zweig, Kim ha construido un magnífico relato narrativo-visual, de modo que la parte superior de las viñetas la dedica a incluir el relato del escritor austríaco, como si los textos fueran la voz del narrador que nos cuenta la historia, y, en la parte inferior, con un dibujo altamente detallista, las escenas en las que se desarrollan a lo largo de la vida del protagonista. El respeto a la biografía escrita por Zweig es tan grande que, incluso, la novela gráfica está dividida según los capítulos y los títulos originales.


Para que nos hagamos una idea aproximada de su diseño, he seleccionado un par de viñetas con el fin de que comprobemos que Kim adopta el modelo clásico del cómic a partir de sus formas rectangulares, de modo que, como se puede apreciar, en la parte superior están las cartelas para que sigamos el texto de Zweig y, en las escenas, sus dibujos con los diálogos de los personajes dentro de los globos.


Creo que esta segunda viñeta es bastante explicativa de la trayectoria de Joseph Fouché. De sacerdote se pasa al campo político apoyando la línea más dura de la Revolución Francesa; sin embargo, abandona sus posiciones en el momento que Napoleón accede al cargo de emperador acabando con la república, de ahí que lo nombrara Duque de Otranto. Pero con esto no termina su recorrido: se hace fiel monárquico a partir de la derrota de las tropas francesas en Waterloo y la vuelta a la monarquía con el rey Luis XVIII.

En fin, todo un modelo de transfuguismo muy difícil de llevar adelante, si no se tiene la frialdad, la sagacidad y las ambiciones de quien había sido sacerdote de la orden de los oratonianos, pero que entiende que sus deseos más íntimos para nada tienen que ver con la defensa de los más pobres, ni con la búsqueda de una sociedad que acabe con las injusticias.

Para finalizar la presentación de esta magnífica novela gráfica, que la recomiendo encarecidamente a quienes quieran disfrutar del relato sobre la asombrosa vida de Fouché, me gustaría traer una de sus frases favoritas: “Todo hombre tiene un precio; solo hay que conocerlo”. Quizás sea la frase que ronda en la cabeza de los tránsfugas de todos los tiempos.

AURELIANO SÁINZ
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