Quiero compartir y comentar una reflexión que el escritor y periodista Rafael Chirbes (1949-2015) dejó en sus Diarios y que, aparte de resultarme interesante por cuestiones personales, puede facilitar una reflexión sobre la actualidad.
La entrada del diario se corresponde al cinco de agosto de 1995. En un momento de lucidez, reflexiona sobre el mensaje de la trilogía de la Orestíada de Esquilo. Su aplicación a la actualidad me parece debatible, pero interesante.
Como saben, Orestes vuelve a su tierra y se entera de que su madre Clitemnestra y su amante han asesinado a Agamenón, su padre, tras volver de la campaña troyana. Por consejo de Apolo, cuyas profecías inspira el mismo Zeus –no olvidemos este detalle–, Orestes comete un matricidio y, ante tal barbaridad, de acuerdo con las leyes antiguas, es perseguido por las Erinias. El protagonista busca protección en el templo de Apolo y es entonces cuando se produce el momento crucial de la trilogía.
Ante la imposibilidad de invadir el templo, comienza un juicio para dirimir la cuestión. Atenea se convierte en jueza, las Erinias en las acusadoras y Apolo ejerce de abogado defensor. Por último, se escoge un jurado entre los habitantes de Atenas.
Al final, se produce un empate en el jurado y Atenea, en todo un ejercicio de sumisión patriarcal, da su voto de gracia a Orestes, apoyándose en que Apolo fue inspirado por su padre Zeus: “Mi privilegio es votar la postrera. Y yo voy a votar en pro de Orestes. No me parió una madre, y siempre, en todo, salvo en tomar esposo, me he encontrado del lado del varón. Soy, sin reserva, del bando de mi padre”.
Cuando leí esta trilogía con diecisiete años, entendí que era un relato mitológico sobre el paso del clásico ajuste de cuentas al juicio imparcial. Dicho de otra manera, la institucionalización de la venganza. Asimismo, era una legitimación del patriarcado, poniéndose por encima el respeto al lecho conyugal y la supremacía del padre de familia sobre el de la mujer desobediente.
Ahora bien, Chirbes ofrece una interpretación interesante: “Apolo es joven y reclama el olvido. Las Euménides [Erinias] son viejas y exigen memoria y, por tanto, castigo […] La historia como olvido, injusticia sin la que se supone que no se puede vivir”. ¿Para vivir hay que olvidar? ¿Hay que hacer borrón y cuenta nueva?
Chirbes no ignora las consecuencias políticas de este pensamiento: “Este modelo de juicio se repite periódicamente en las leyes de punto final chilenas, argentinas o españolas”. Bonita reflexión en el quincuagésimo aniversario del Golpe de Estado de Chile. En el ámbito español somos más selectivos. ETA es el pasado, hay que olvidarlo, pero a Franco parece que nos lo encontramos ayer en el supermercado.
Desde mi punto de vista, Chirbes ofrece una reflexión interesante, aunque no comparto su conclusión. Como ya he señalado, Esquilo pretendía elogiar al sistema judicial atenienses y promover la supremacía del varón sobre la mujer. Es cierto que existe la prescripción de los delitos, pero es un concepto contemporáneo.
Con respecto a la necesidad del olvido, estoy de acuerdo con Chirbes en que es una injusticia. Como historiador de la comunicación, entre otras cosas, toda mi labor se fundamenta en el recuerdo de los hechos del pasado para su utilidad en el presente. Otra cuestión diferente es el juicio de los mismos.
En el caso chileno, todavía pervive la Constitución que aprobara Augusto Pinochet en 1980, aunque con importantes reformas. Sus hechos son todavía recientes y no pocos represores del régimen siguen con vida. Y, de hecho, la sociedad chilena permanece dividida.
El caso del franquismo es opuesto. En trece años se producirá el centenario de la Guerra Civil, hace cuarenta y ocho años que murió el dictador, llevamos dos leyes de Memoria Histórica… ¡Incluso se le ha sacado de su tumba con toda la atención mediática posible! Y, sin embargo, todavía hay víctimas esperando a ser desenterradas y el fantasma del gallego sigue apareciendo en los discursos del Congreso de los Diputados como un arma arrojadiza.
Chirbes equivoca el análisis: no son los jóvenes los que hablan de olvido. Quizá, no se encontraba en un buen contexto para entenderlo. El asunto estaba aparcado, a la espera de que otros jóvenes, con las heridas menos frescas, lo retomaran. Una pausa necesaria para la convivencia. Un descanso que ya no tenía sentido en la España de los 2000. Quizá, la pregunta sea si todavía lo es en Chile. No tengo la respuesta.
En todo caso, no creo en el olvido, ni puedo estar de acuerdo en que sea imprescindible para vivir. Que lo hagan otros. Yo sigo con mis lecturas y mi memoria que, aunque me falla a menudo, todavía no es selectiva.
Haereticuss dixit
La entrada del diario se corresponde al cinco de agosto de 1995. En un momento de lucidez, reflexiona sobre el mensaje de la trilogía de la Orestíada de Esquilo. Su aplicación a la actualidad me parece debatible, pero interesante.
Como saben, Orestes vuelve a su tierra y se entera de que su madre Clitemnestra y su amante han asesinado a Agamenón, su padre, tras volver de la campaña troyana. Por consejo de Apolo, cuyas profecías inspira el mismo Zeus –no olvidemos este detalle–, Orestes comete un matricidio y, ante tal barbaridad, de acuerdo con las leyes antiguas, es perseguido por las Erinias. El protagonista busca protección en el templo de Apolo y es entonces cuando se produce el momento crucial de la trilogía.
Ante la imposibilidad de invadir el templo, comienza un juicio para dirimir la cuestión. Atenea se convierte en jueza, las Erinias en las acusadoras y Apolo ejerce de abogado defensor. Por último, se escoge un jurado entre los habitantes de Atenas.
Al final, se produce un empate en el jurado y Atenea, en todo un ejercicio de sumisión patriarcal, da su voto de gracia a Orestes, apoyándose en que Apolo fue inspirado por su padre Zeus: “Mi privilegio es votar la postrera. Y yo voy a votar en pro de Orestes. No me parió una madre, y siempre, en todo, salvo en tomar esposo, me he encontrado del lado del varón. Soy, sin reserva, del bando de mi padre”.
Cuando leí esta trilogía con diecisiete años, entendí que era un relato mitológico sobre el paso del clásico ajuste de cuentas al juicio imparcial. Dicho de otra manera, la institucionalización de la venganza. Asimismo, era una legitimación del patriarcado, poniéndose por encima el respeto al lecho conyugal y la supremacía del padre de familia sobre el de la mujer desobediente.
Ahora bien, Chirbes ofrece una interpretación interesante: “Apolo es joven y reclama el olvido. Las Euménides [Erinias] son viejas y exigen memoria y, por tanto, castigo […] La historia como olvido, injusticia sin la que se supone que no se puede vivir”. ¿Para vivir hay que olvidar? ¿Hay que hacer borrón y cuenta nueva?
Chirbes no ignora las consecuencias políticas de este pensamiento: “Este modelo de juicio se repite periódicamente en las leyes de punto final chilenas, argentinas o españolas”. Bonita reflexión en el quincuagésimo aniversario del Golpe de Estado de Chile. En el ámbito español somos más selectivos. ETA es el pasado, hay que olvidarlo, pero a Franco parece que nos lo encontramos ayer en el supermercado.
Desde mi punto de vista, Chirbes ofrece una reflexión interesante, aunque no comparto su conclusión. Como ya he señalado, Esquilo pretendía elogiar al sistema judicial atenienses y promover la supremacía del varón sobre la mujer. Es cierto que existe la prescripción de los delitos, pero es un concepto contemporáneo.
Con respecto a la necesidad del olvido, estoy de acuerdo con Chirbes en que es una injusticia. Como historiador de la comunicación, entre otras cosas, toda mi labor se fundamenta en el recuerdo de los hechos del pasado para su utilidad en el presente. Otra cuestión diferente es el juicio de los mismos.
En el caso chileno, todavía pervive la Constitución que aprobara Augusto Pinochet en 1980, aunque con importantes reformas. Sus hechos son todavía recientes y no pocos represores del régimen siguen con vida. Y, de hecho, la sociedad chilena permanece dividida.
El caso del franquismo es opuesto. En trece años se producirá el centenario de la Guerra Civil, hace cuarenta y ocho años que murió el dictador, llevamos dos leyes de Memoria Histórica… ¡Incluso se le ha sacado de su tumba con toda la atención mediática posible! Y, sin embargo, todavía hay víctimas esperando a ser desenterradas y el fantasma del gallego sigue apareciendo en los discursos del Congreso de los Diputados como un arma arrojadiza.
Chirbes equivoca el análisis: no son los jóvenes los que hablan de olvido. Quizá, no se encontraba en un buen contexto para entenderlo. El asunto estaba aparcado, a la espera de que otros jóvenes, con las heridas menos frescas, lo retomaran. Una pausa necesaria para la convivencia. Un descanso que ya no tenía sentido en la España de los 2000. Quizá, la pregunta sea si todavía lo es en Chile. No tengo la respuesta.
En todo caso, no creo en el olvido, ni puedo estar de acuerdo en que sea imprescindible para vivir. Que lo hagan otros. Yo sigo con mis lecturas y mi memoria que, aunque me falla a menudo, todavía no es selectiva.
Haereticuss dixit
RAFAEL SOTO