En el artículo anterior nos preguntábamos por qué son tan eficaces las recompensas variables que rigen el modelo de crecimiento de las redes sociales. Y apuntábamos, a modo de tráiler peliculero, a la dopamina, una sustancia que segrega el cerebro y que es la que nos hace sentir bien cuando recibimos una recompensa. Pero, además, esta molécula que se produce en nuestro organismo de manera natural y que está presente en diferentes áreas del cerebro, también es la que hace que nos sintamos bien con la mera expectativa de lo que puede ocurrir, es decir, simplemente imaginando lo que puede pasar.
Aunque la historia de la dopamina es confusa y, aún hoy, su funcionamiento no está del todo claro, hay cierto consenso a la hora de afirmar que si las recompensas que podemos llegar a obtener fueran siempre igual, nos acostumbraríamos a saber lo que va a ocurrir y, por tanto, no generaríamos la misma cantidad de dopamina que si no sabemos si habrá recompensa o no, ya que el cerebro no es capaz de acostumbrarse a ese estímulo y, por ende, la dopamina de la imaginación previa se seguiría liberando.
En 1958, los químicos suecos Arvid Carlsson y Nils-Ake Hillarp demostraron que la dopamina es un importante neurotransmisor, es decir, una molécula que transmite información desde una neurona a otra. Estudios posteriores la relacionan con diferentes funciones críticas del cerebro como pensar, moverse, dormir, estar atentos o estar motivados.
A partir de los años setenta del siglo XX, la comunidad científica empieza a obsesionarse con este neurotransmisor y este interés llega al público general que, debido a que los estudios de la época estaban muy orientados a su efecto en las adicciones a las drogas, la llama popularmente “la molécula de la adicción” o la “molécula del placer”.
Pero la realidad es mucho más compleja. Hoy día sabemos que la dopamina no es la causante principal del placer, es decir, que la cantidad de placer que experimenta una persona no es igual a la cantidad de dopamina que segrega. Lo que sí sabemos es que es muy importante en los sistemas de recompensa. ¿Pero cuál es su rol exactamente?
Aquí es donde aparecen los estudios de Robert Sapolsky, profesor de Biología y Neurología de la Universidad de Standford, que investiga los efectos de la dopamina en el cerebro mediante experimentos similares a los de Skinner, aunque él utiliza un mono entrenado para que, al emitirse una señal, pulse diez veces un botón para obtener una recompensa en forma de comida. Mientras esto sucede, el profesor está monitorizando los niveles de dopamina que segrega el cerebro del simio.
Sapolsky observa que, sorprendentemente, y al contrario de lo que muchos pensaban, la dopamina se libera en el momento en el que el mono observa la señal, no cuando recibe la recompensa. Se demuestra así que la dopamina actúa sobre la anticipación de la recompensa: es lo que lleva al mono a pulsar el botón hasta que llega la comida.
De manera similar ocurre en la naturaleza cuando un león huele una presa, cuando un mono observa fruta en lo alto de un árbol o un elefante sediento escucha el sonido de un río. La explicación biológica es que nuestro cuerpo libera energía y nos hace sentir bien para afrontar un esfuerzo porque cree que la recompensa está cerca.
De este modo, Robert Sapolsky demostró que, en un escenario de recompensa fija, el mono descubría que iba a conseguir la recompensa con seguridad, por lo que su organismo generaba menos dopamina, ya que sabía que, en el momento en el que lo necesitara, obtendría comida.
Sin embargo, en un escenario de recompensa variable, la incertidumbre empujaba al mono a repetir una y otra vez la tarea, porque creía que, en algún momento, la comida podía llegar a terminarse. De algún modo, en este contexto, el mono se encontraba ante su máquina tragaperras particular y la dopamina lo mantenía enganchado a ella.
Gracias a Sapolsky sabemos que la clave para aumentar la dopamina e incentivar un comportamiento determinado es la incertidumbre: cuanto más impredecible es la obtención de la recompensa, más dopamina se generará y más tiempo pasará el mono pulsando el botón. Así, los estudios de Sapolsky permitieron ofrecer una explicación biológica a las observaciones que hizo Skinner sobre los sistemas de recompensa variable y que, mal que nos pese, han inspirado el modo de funcionar de las redes sociales.
Aunque la historia de la dopamina es confusa y, aún hoy, su funcionamiento no está del todo claro, hay cierto consenso a la hora de afirmar que si las recompensas que podemos llegar a obtener fueran siempre igual, nos acostumbraríamos a saber lo que va a ocurrir y, por tanto, no generaríamos la misma cantidad de dopamina que si no sabemos si habrá recompensa o no, ya que el cerebro no es capaz de acostumbrarse a ese estímulo y, por ende, la dopamina de la imaginación previa se seguiría liberando.
En 1958, los químicos suecos Arvid Carlsson y Nils-Ake Hillarp demostraron que la dopamina es un importante neurotransmisor, es decir, una molécula que transmite información desde una neurona a otra. Estudios posteriores la relacionan con diferentes funciones críticas del cerebro como pensar, moverse, dormir, estar atentos o estar motivados.
A partir de los años setenta del siglo XX, la comunidad científica empieza a obsesionarse con este neurotransmisor y este interés llega al público general que, debido a que los estudios de la época estaban muy orientados a su efecto en las adicciones a las drogas, la llama popularmente “la molécula de la adicción” o la “molécula del placer”.
Pero la realidad es mucho más compleja. Hoy día sabemos que la dopamina no es la causante principal del placer, es decir, que la cantidad de placer que experimenta una persona no es igual a la cantidad de dopamina que segrega. Lo que sí sabemos es que es muy importante en los sistemas de recompensa. ¿Pero cuál es su rol exactamente?
Aquí es donde aparecen los estudios de Robert Sapolsky, profesor de Biología y Neurología de la Universidad de Standford, que investiga los efectos de la dopamina en el cerebro mediante experimentos similares a los de Skinner, aunque él utiliza un mono entrenado para que, al emitirse una señal, pulse diez veces un botón para obtener una recompensa en forma de comida. Mientras esto sucede, el profesor está monitorizando los niveles de dopamina que segrega el cerebro del simio.
Sapolsky observa que, sorprendentemente, y al contrario de lo que muchos pensaban, la dopamina se libera en el momento en el que el mono observa la señal, no cuando recibe la recompensa. Se demuestra así que la dopamina actúa sobre la anticipación de la recompensa: es lo que lleva al mono a pulsar el botón hasta que llega la comida.
De manera similar ocurre en la naturaleza cuando un león huele una presa, cuando un mono observa fruta en lo alto de un árbol o un elefante sediento escucha el sonido de un río. La explicación biológica es que nuestro cuerpo libera energía y nos hace sentir bien para afrontar un esfuerzo porque cree que la recompensa está cerca.
De este modo, Robert Sapolsky demostró que, en un escenario de recompensa fija, el mono descubría que iba a conseguir la recompensa con seguridad, por lo que su organismo generaba menos dopamina, ya que sabía que, en el momento en el que lo necesitara, obtendría comida.
Sin embargo, en un escenario de recompensa variable, la incertidumbre empujaba al mono a repetir una y otra vez la tarea, porque creía que, en algún momento, la comida podía llegar a terminarse. De algún modo, en este contexto, el mono se encontraba ante su máquina tragaperras particular y la dopamina lo mantenía enganchado a ella.
Gracias a Sapolsky sabemos que la clave para aumentar la dopamina e incentivar un comportamiento determinado es la incertidumbre: cuanto más impredecible es la obtención de la recompensa, más dopamina se generará y más tiempo pasará el mono pulsando el botón. Así, los estudios de Sapolsky permitieron ofrecer una explicación biológica a las observaciones que hizo Skinner sobre los sistemas de recompensa variable y que, mal que nos pese, han inspirado el modo de funcionar de las redes sociales.
JUAN PABLO BELLIDO