Montilla conmemora hoy el nacimiento de uno de sus vecinos más ilustres, Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido por todos como El Gran Capitán, nacía tal día como hoy, pero de hace 570 años, en el mismo lugar en el que desde el siglo XVIII se yerguen los graneros ducales, un inmenso monumento de sillería que se alza sobre las demás construcciones de la ciudad.
El insigne montillano, uno de los más grandes estrategas militares de la historia, veía la luz en un tiempo de pasiones desbordadas; de espadas y corazones resplandecientes; de hazañas imposibles y lealtades inquebrantables. El siglo XV, con sus sombras y sus luces, marcó un compás vertiginoso en la historia de España y, en su escenario, un hombre emergió con una determinación que lo elevaría a la categoría de leyenda.
El polvo de los siglos apenas ha conseguido apagar el fulgor de sus proezas, y hoy, en la conmemoración del 570.º aniversario de su nacimiento, muchos vecinos de Montilla se sumergen en las profundidades del pasado para entender cómo su egregio paisano, de sangre ardiente y visión vanguardista, forjó un legado imborrable que resplandece, aún hoy, como el acero en el crepúsculo.
Las raíces de El Gran Capitán se hundían en una tierra rica y convulsa, la Andalucía del siglo XV, donde las luchas por el poder y la reconquista se entrelazaban con el fragor de las batallas. En Montilla, su ciudad natal, Gonzalo Fernández de Córdoba creció empapándose de la grandeza del pasado y de la urgencia del presente. Los ecos de las gestas de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, quizás resonaron en su mente como una llamada a la gloria.
Desde joven, su destreza en el arte de la guerra se hizo evidente. A las justas y torneos se unieron campañas militares que moldearon su carácter y su entendimiento de las tácticas bélicas. Pero más allá de la fortaleza y agilidad de sus brazos, fue la agudeza de su mente la que lo distinguió. Porque El Gran Capitán no solo combatía: también pensaba y planificaba, trazando estrategias que desafiaban las convenciones de su tiempo.
Fue en las campañas italianas donde Gonzalo Fernández de Córdoba, que llegó a ser virrey de Nápoles, comenzó a forjar su leyenda. La Italia renacentista, cuna del arte y la cultura, también fue el campo de batalla en el que este hijo predilecto de Montilla demostró que la astucia y la disciplina podían superar el poderío numérico y la fuerza bruta. Sus tácticas innovadoras, como la infantería ligera y la disposición en tercios, dejaron perplejos a sus enemigos y aseguraron victorias que resonarían en la historia.
No obstante, el legado de El Gran Capitán trasciende las tácticas militares. Su ética y humanidad en la victoria y la derrota contrastaban con la brutalidad de su época. Trató a prisioneros con respeto, promovió el intercambio cultural entre las tropas y los territorios conquistados, y defendió los derechos de los soldados frente a la codicia de los poderosos. Su ejemplo, un pilar de honor y responsabilidad, destiló un resplandor que no se marcharía con el tiempo.
Tras décadas de luchas y victorias en tierras ajenas, El Gran Capitán regresó a España con el corazón henchido de orgullo y la esperanza de encontrar el reconocimiento que merecía. Sin embargo, la rueda del destino es caprichosa, y la gratitud que se le debía se convirtió en olvido y desconfianza. Las intrigas cortesanas y las envidias empañaron su legado, pero él, con la serenidad de quien había enfrentado la muerte en el campo de batalla, soportó la adversidad con la misma entereza que abrazó la victoria.
Hoy, casi seis siglos después de su nacimiento, el legado de El Gran Capitán sigue vibrando en las páginas de los libros y en las historias de las gentes. Su figura inspiró a héroes y líderes, y su influencia se extendió mucho más allá de los campos de batalla. Las semillas que sembró germinaron en la formación de ejércitos modernos y en la evolución de las estrategias militares, cuyos ecos aún resuenan en las academias militares contemporáneas.
El nuevo museo se ha ubicado en la primera planta del alhorí del castillo, que se levanta sobre los cimientos de la antigua fortaleza que perteneció a los señores de Aguilar y que fue mandada demoler en 1508 por orden de Fernando el Católico, como castigo a la rebelde conducta del primer marqués de Priego.
Las hazañas de El Gran Capitán trascendieron su tiempo y dejaron un legado imborrable en la historia de España. Su influencia no solo marcó las páginas de los libros de historia, sino que también inspiró a generaciones de líderes militares y estrategas.
La dedicación a su patria, su compromiso con la excelencia táctica y su capacidad para adaptarse a las circunstancias lo convierten en una figura imperecedera. Y, en la España de hoy, la figura de Gonzalo Fernández de Córdoba sigue resonando con un eco poderoso, pues su legado recuerda que, en los momentos de mayor adversidad, el coraje, la sabiduría y la perseverancia son los mejores aliados.
El insigne montillano, uno de los más grandes estrategas militares de la historia, veía la luz en un tiempo de pasiones desbordadas; de espadas y corazones resplandecientes; de hazañas imposibles y lealtades inquebrantables. El siglo XV, con sus sombras y sus luces, marcó un compás vertiginoso en la historia de España y, en su escenario, un hombre emergió con una determinación que lo elevaría a la categoría de leyenda.
El polvo de los siglos apenas ha conseguido apagar el fulgor de sus proezas, y hoy, en la conmemoración del 570.º aniversario de su nacimiento, muchos vecinos de Montilla se sumergen en las profundidades del pasado para entender cómo su egregio paisano, de sangre ardiente y visión vanguardista, forjó un legado imborrable que resplandece, aún hoy, como el acero en el crepúsculo.
Las raíces de El Gran Capitán se hundían en una tierra rica y convulsa, la Andalucía del siglo XV, donde las luchas por el poder y la reconquista se entrelazaban con el fragor de las batallas. En Montilla, su ciudad natal, Gonzalo Fernández de Córdoba creció empapándose de la grandeza del pasado y de la urgencia del presente. Los ecos de las gestas de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, quizás resonaron en su mente como una llamada a la gloria.
Desde joven, su destreza en el arte de la guerra se hizo evidente. A las justas y torneos se unieron campañas militares que moldearon su carácter y su entendimiento de las tácticas bélicas. Pero más allá de la fortaleza y agilidad de sus brazos, fue la agudeza de su mente la que lo distinguió. Porque El Gran Capitán no solo combatía: también pensaba y planificaba, trazando estrategias que desafiaban las convenciones de su tiempo.
Fue en las campañas italianas donde Gonzalo Fernández de Córdoba, que llegó a ser virrey de Nápoles, comenzó a forjar su leyenda. La Italia renacentista, cuna del arte y la cultura, también fue el campo de batalla en el que este hijo predilecto de Montilla demostró que la astucia y la disciplina podían superar el poderío numérico y la fuerza bruta. Sus tácticas innovadoras, como la infantería ligera y la disposición en tercios, dejaron perplejos a sus enemigos y aseguraron victorias que resonarían en la historia.
No obstante, el legado de El Gran Capitán trasciende las tácticas militares. Su ética y humanidad en la victoria y la derrota contrastaban con la brutalidad de su época. Trató a prisioneros con respeto, promovió el intercambio cultural entre las tropas y los territorios conquistados, y defendió los derechos de los soldados frente a la codicia de los poderosos. Su ejemplo, un pilar de honor y responsabilidad, destiló un resplandor que no se marcharía con el tiempo.
Tras décadas de luchas y victorias en tierras ajenas, El Gran Capitán regresó a España con el corazón henchido de orgullo y la esperanza de encontrar el reconocimiento que merecía. Sin embargo, la rueda del destino es caprichosa, y la gratitud que se le debía se convirtió en olvido y desconfianza. Las intrigas cortesanas y las envidias empañaron su legado, pero él, con la serenidad de quien había enfrentado la muerte en el campo de batalla, soportó la adversidad con la misma entereza que abrazó la victoria.
Hoy, casi seis siglos después de su nacimiento, el legado de El Gran Capitán sigue vibrando en las páginas de los libros y en las historias de las gentes. Su figura inspiró a héroes y líderes, y su influencia se extendió mucho más allá de los campos de batalla. Las semillas que sembró germinaron en la formación de ejércitos modernos y en la evolución de las estrategias militares, cuyos ecos aún resuenan en las academias militares contemporáneas.
Un espacio para la memoria
El Ayuntamiento de Montilla ultima la nueva sala expositiva que dedicará a su legado. El nuevo espacio museístico, que está prácticamente concluido, ofrecerá un amplio recorrido por la "figura poliédrica" del insigne militar montillano: desde su presencia en la literatura a su participación en la toma de Granada, sin olvidar su papel como virrey de Nápoles.El nuevo museo se ha ubicado en la primera planta del alhorí del castillo, que se levanta sobre los cimientos de la antigua fortaleza que perteneció a los señores de Aguilar y que fue mandada demoler en 1508 por orden de Fernando el Católico, como castigo a la rebelde conducta del primer marqués de Priego.
Las hazañas de El Gran Capitán trascendieron su tiempo y dejaron un legado imborrable en la historia de España. Su influencia no solo marcó las páginas de los libros de historia, sino que también inspiró a generaciones de líderes militares y estrategas.
La dedicación a su patria, su compromiso con la excelencia táctica y su capacidad para adaptarse a las circunstancias lo convierten en una figura imperecedera. Y, en la España de hoy, la figura de Gonzalo Fernández de Córdoba sigue resonando con un eco poderoso, pues su legado recuerda que, en los momentos de mayor adversidad, el coraje, la sabiduría y la perseverancia son los mejores aliados.
J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍAS: J.P. BELLIDO / JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍAS: J.P. BELLIDO / JOSÉ ANTONIO AGUILAR