Cuando parecía olvidado el llamado –en mis tiempos– “fenómeno ovni”, gracias a los avances científicos y astronómicos que se disponen en la actualidad, ahora resulta que es motivo de especial interés nada menos que por la NASA, la agencia norteamericana del espacio y de la tecnología astronáutica.
No es que la reputada institución astronáutica se alinee, como la mayoría de los ufólogos (estudiosos de los UFO, "ovni" en inglés), con los simpatizantes de la teoría extraterrestre de unos fenómenos que no parecen verse afectados por las leyes de la física, sino que pretende estudiarlos desde una perspectiva científica que posibilite hallar una explicación racional y demostrable a los mismos.
En teoría, el mismo objetivo que perseguían todos los estudiosos de los “platillos volantes”, antes de que algunos de ellos –como fue mi caso– abandonaran frustrados el empeño, en gran medida por la negativa de las autoridades, de todas ellas, de abordar el problema con un mínimo de rigor e interés y de compartir información e investigaciones. Así ha sido hasta hoy, en que la misma NASA, nada menos, ha decidido crear un equipo de expertos para estudiar lo que ahora se denomina "FANI".
Bajo este contexto, ha tenido enorme repercusión mediática, y especialmente entre los citados ufólogos, la publicación de un informe de un comité de la NASA sobre los Unidentified Anomalous Phenomena (UAP) o Fenómenos Anómalos No Identificados (FANI).
Y ha tenido esa enorme repercusión por proceder de la agencia que lo patrocina, la NASA, puesto que la creación de tal comité de expertos parece respaldar las sospechas de los infatigables estudiosos de los UFO: que existe “algo que flota en el mundo” y es uno de los mayores misterios del planeta. La mera existencia de dicho comité alimentará, sin duda, el decaído interés que despiertan hoy en día los ovnis.
Porque no es mala cosa que se tomen en serio estos fenómenos (UFO o FANI) que, de manera recurrente y confiemos en que no intencionada, emergen a la actualidad informativa y atraen la atención pública. Aunque la mayor parte de los hechos o casos que lo componen puedan explicarse como fenómenos naturales o frutos de una actividad humana (experimentos, artefactos, etc.) todavía secreta para el público, parece conveniente que el residuo que carece de explicación posible merezca la atención y la dedicación de los más reputados expertos científicos en las materias concernidas y no en manos de voluntariosos profanos carentes de medios, capacidad y apoyos.
En cualquier caso, curándose en salud, el informe de la NASA concluye que “la ausencia de observaciones consistentes, detalladas y contrastadas significa que actualmente no tenemos datos necesarios para llegar a conclusiones científicas definitivas sobre los FANI”.
Y que “en este momento, no hay motivos para concluir que los informes existentes sobre FANI tengan un origen extraterrestre”. Como si de una maldición se tratase, siempre se obtiene el mismo resultado. Esto es, que de la repercusión inicial se desemboca en la ineludible y reiterada frustración del “no sabemos”.
Y para ese viaje no se necesitaban las alforjas de la NASA. ¿Tantos expertos respaldados por la mayor agencia espacial del mundo para eso? Acabamos como siempre: no sabemos la causa de unos fenómenos cuya existencia es percibida por todo tipo de personas, pero que apenas es registrada por la miríada de sensores que controlan la atmósfera y vigilan desde el espacio.
Muchos avistamientos y testimonios de cabreros, automovilistas y algunos pilotos entre una larga lista de testigos de diversa y variada condición, pero ningún registro indiscutible de cuantos radares controlan el espacio aéreo del mundo, de las estaciones de vigilancia aérea civiles y militares que cubren el territorio de los países, de los telescopios astronómicos de observatorios oficiales o de aficionados, ni de las cámaras de los miles de satélites artificiales que continuamente mapean de distintas maneras la superficie de la Tierra y que detectan cualquier misil que acabe de emprender el vuelo en cualquier lugar del globo.
Si la poderosa agencia astronáutica, que se supone puede disponer de los recursos y acceder a todas esas fuentes de información y recogida sistemática de datos sobre estos “fenómenos anómalos no identificados”, solo es capaz de concluir que “no se tienen datos para llegar a conclusiones científicas sobre los FANI”, apaga y vámonos.
A esa conclusión llegó hace décadas ADIASA, una asociación ufológica de adolescentes sevillanos, y fue la razón de su disolución. Eso sí, el informe del comité de la NASA está bellamente editado. Se nota que cuentan con financiación suficiente. Algo es algo.
No es que la reputada institución astronáutica se alinee, como la mayoría de los ufólogos (estudiosos de los UFO, "ovni" en inglés), con los simpatizantes de la teoría extraterrestre de unos fenómenos que no parecen verse afectados por las leyes de la física, sino que pretende estudiarlos desde una perspectiva científica que posibilite hallar una explicación racional y demostrable a los mismos.
En teoría, el mismo objetivo que perseguían todos los estudiosos de los “platillos volantes”, antes de que algunos de ellos –como fue mi caso– abandonaran frustrados el empeño, en gran medida por la negativa de las autoridades, de todas ellas, de abordar el problema con un mínimo de rigor e interés y de compartir información e investigaciones. Así ha sido hasta hoy, en que la misma NASA, nada menos, ha decidido crear un equipo de expertos para estudiar lo que ahora se denomina "FANI".
Bajo este contexto, ha tenido enorme repercusión mediática, y especialmente entre los citados ufólogos, la publicación de un informe de un comité de la NASA sobre los Unidentified Anomalous Phenomena (UAP) o Fenómenos Anómalos No Identificados (FANI).
Y ha tenido esa enorme repercusión por proceder de la agencia que lo patrocina, la NASA, puesto que la creación de tal comité de expertos parece respaldar las sospechas de los infatigables estudiosos de los UFO: que existe “algo que flota en el mundo” y es uno de los mayores misterios del planeta. La mera existencia de dicho comité alimentará, sin duda, el decaído interés que despiertan hoy en día los ovnis.
Porque no es mala cosa que se tomen en serio estos fenómenos (UFO o FANI) que, de manera recurrente y confiemos en que no intencionada, emergen a la actualidad informativa y atraen la atención pública. Aunque la mayor parte de los hechos o casos que lo componen puedan explicarse como fenómenos naturales o frutos de una actividad humana (experimentos, artefactos, etc.) todavía secreta para el público, parece conveniente que el residuo que carece de explicación posible merezca la atención y la dedicación de los más reputados expertos científicos en las materias concernidas y no en manos de voluntariosos profanos carentes de medios, capacidad y apoyos.
En cualquier caso, curándose en salud, el informe de la NASA concluye que “la ausencia de observaciones consistentes, detalladas y contrastadas significa que actualmente no tenemos datos necesarios para llegar a conclusiones científicas definitivas sobre los FANI”.
Y que “en este momento, no hay motivos para concluir que los informes existentes sobre FANI tengan un origen extraterrestre”. Como si de una maldición se tratase, siempre se obtiene el mismo resultado. Esto es, que de la repercusión inicial se desemboca en la ineludible y reiterada frustración del “no sabemos”.
Y para ese viaje no se necesitaban las alforjas de la NASA. ¿Tantos expertos respaldados por la mayor agencia espacial del mundo para eso? Acabamos como siempre: no sabemos la causa de unos fenómenos cuya existencia es percibida por todo tipo de personas, pero que apenas es registrada por la miríada de sensores que controlan la atmósfera y vigilan desde el espacio.
Muchos avistamientos y testimonios de cabreros, automovilistas y algunos pilotos entre una larga lista de testigos de diversa y variada condición, pero ningún registro indiscutible de cuantos radares controlan el espacio aéreo del mundo, de las estaciones de vigilancia aérea civiles y militares que cubren el territorio de los países, de los telescopios astronómicos de observatorios oficiales o de aficionados, ni de las cámaras de los miles de satélites artificiales que continuamente mapean de distintas maneras la superficie de la Tierra y que detectan cualquier misil que acabe de emprender el vuelo en cualquier lugar del globo.
Si la poderosa agencia astronáutica, que se supone puede disponer de los recursos y acceder a todas esas fuentes de información y recogida sistemática de datos sobre estos “fenómenos anómalos no identificados”, solo es capaz de concluir que “no se tienen datos para llegar a conclusiones científicas sobre los FANI”, apaga y vámonos.
A esa conclusión llegó hace décadas ADIASA, una asociación ufológica de adolescentes sevillanos, y fue la razón de su disolución. Eso sí, el informe del comité de la NASA está bellamente editado. Se nota que cuentan con financiación suficiente. Algo es algo.
DANIEL GUERRERO