India acaba de conseguir un indiscutible éxito astronáutico, al lograr que una sonda automática se pose suavemente cerca del polo sur de la Luna. Pero ni es el único país que fija como objetivo la exploración de nuestro satélite ni su nave tampoco ha sido la primera que pasa a formar parte de los restos de artefactos terrestres que se acumulan sobre la superficie lunar.
De hecho, son tantos los residuos dejados en la Luna y muchos los países que persiguen poner sus ojos y su bandera sobre un trozo del satélite que, de continuar la competición entre agencias espaciales de diversas naciones del mundo, la Luna acabará convirtiéndose en una auténtica chatarrería.
Lo que sigue es un recuento no exhaustivo de lo que hemos ido dejando en la Luna como chatarra. Y es que nuestro satélite siempre ha atraído el interés de las potencias capaces de explorar el espacio, una carrera que iniciaron la antigua Unión Soviética y EE UU, en la década de los cincuenta del siglo pasado.
Fruto de esa competición, sería la Unión Soviética la primera en enviar una nave a la Luna, en 1959, que acabó estrellándose contra la superficie del satélite. Se trataba de la sonda Luna-2, la que inició el programa soviético de exploración lunar.
Es curioso que el último cacharro que, también en este mes de agosto, se ha estrellado contra la superficie de la Luna sea, casualmente, Luna-25, la última sonda con la que Rusia retomaba su programa de exploración lunar. Entre ambas misiones, han sido más los vehículos que se estrellaron contra el satélite que los que alunizaron.
En total, cinco misiones del programa Luna de la agencia espacial soviética consiguieron alunizar con éxito (9, 13, 17, 21 y 23) y otras seis acabaron impactando sin control contra el suelo de la Luna (2, 5, 7, 8. 15 y 25). Y los restos de todas ellas han quedado esparcidos sobre la superficie polvorienta de nuestro satélite, como huellas de la obsesión humana por descubrir y colonizar lo que todavía permanece lejos del alcance de su mano.
Lo malo es que Rusia no es el único país que mantiene esa ambición de explorar y conquistar la Luna, sin importar el precio de dejarla llena de desechos metálicos. Antes del programa Apolo, con el que EE UU consiguió que el ser humano hollara la Luna por primera vez en la historia, en julio de 1969, otros proyectos habían sido emprendidos por la NASA, la agencia espacial norteamericana, hasta culminar en aquella hazaña que significó un “pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”.
Los comienzos de la aventura lunar de la NASA se materializan con el programa Pioneer, cuyas primeras sondas bien fallaron en el despegue o bien se perdieron en el espacio. Le sucedería el programa Ranger, del que todas las naves se estrellaron contra la Luna, a lo largo de 1964 y 1965. El mayor triunfo de ese programa lo consiguió la Ranger-4, que se estrelló en la cara oculta del satélite, siendo la primera nave de EE UU en impactar contra la Luna, en 1962. Allí reposan los restos de todas ellas.
Más suerte hubo con el programa Surveyor, de cuyas siete sondas, lanzadas entre 1966 y 1968, dos cayeron violentamente contra la superficie lunar y cinco lograron alunizar como estaba previsto. Pero después de su vida útil, los restos de esas sondas automáticas, cubiertos de polvo, configuran el mapa de vertederos de naves espaciales que el hombre está dejando en la Luna. ¿Llevan la suma?
A los anteriores habría que añadir los alunizajes del proyecto Apolo, desde que Neil Armstrong desembarcara en la Luna gracias a la misión del Apolo 11, en 1969. Le seguirían otras cinco misiones (12, 14, 15, 16 y 17) que, tras alunizar, contribuyeron a incrementar el volumen de chatarra en nuestra luminosa y plateada Luna, pues, aparte de los módulos de descenso, allí dejaron abandonados desde banderas hasta vehículos todoterreno para desplazarse y otros utensilios e instrumentos de apoyo a cada misión.
Lo triste es que la situación de la Luna, como vertedero de nuestra obsesión espacial, no ha ido a mejor, sino a peor. Porque ya no son solo EE UU y Rusia los países que dominan la tecnología astronáutica y aumentan con sus misiones de chatarra la Luna. Ahora, además, hay otros actores decididos a incrementar aquel vertedero lunar.
Japón ha sido el tercer país en participar de la exploración del satélite natural de la Tierra, enviando varias sondas a su encuentro. La nave Selene fue programada para impactar contra la Luna en el 2009, como le sucediera, sin estar programada para ello, a la Hakuto-R en 2022.
Por su parte, la Agencia Espacial Europea también hizo estrellar sobre la superficie selenita la nave Smart-1, en 2006. Y la India, la misma que acaba de lograr el último alunizaje con éxito en la Luna, ya había enviado varias naves con anterioridad al satélite, como la Chandrayaan-1, que transportó una sonda lunar que impactó contra el suelo lunar, y la Chandrayaan-2, que se estrelló con su módulo de alunizaje y el rover que transportaba, en 2009.
Incluso Israel, con la nave no tripulada bautizada como Beresheet-1, que se estrelló en 2019, también ha querido contribuir a enriquecer de chatarra la Luna. Pero quien más ha ayudado a ello, siguiendo los pasos de los pioneros de la cerrera espacial, ha sido China.
China, tercera potencia en la actualidad en la disputa por el espacio, ya en 2009 había sido capaz de lanzar un orbitador robotizado, denominado Chang'e-1, que, por desgracia, acabó chocando contra el satélite. El mismo destino correría la C-2. Sin embargo, la C-3 lograría alunizar sin problemas, en 2013. Y la C-4 hizo lo propio en la cara oculta de la Luna, en 2019, donde alunizó y depositó un rover para recoger datos sobre la superficie lunar. Allí siguen.
No sé si habrán contabilizado el número de misiones que tienen por objetivo la Luna. Son más de cincuenta, y la mayoría de ellas ha dejado su cuota de residuos sobre un satélite que sólo acumulaba polvo, regolitos y cráteres. Ahora también chatarra. Pero el futuro no es más prometedor. Nuevas misiones están en marcha este mismo año o se planifican para volver a llenar de escombros metálicos nuestro romántico disco luminoso del cielo nocturno.
La NASA continúa con su Proyecto Artemis, cuyo objetivo es volver a llevar un ser humano a la Luna, con todo lo que eso representa de desperdicios sobre el satélite. Aparte de ello, también tiene en marcha diversas misiones, como la Nova-C IM-1, para explorar la explotación de recursos de la Luna, y la Peregrine Mission, para alunizar y estudiar el hidrógeno del regolito lunar. Ambas colaborarán en el envío de material a la Luna bajo el programa Artemis.
Japón, por su parte, más cautelosa y con mala suerte, no abandona sus proyectos de enviar sondas a la Luna, como su proyecto SLIM, un módulo de alunizaje. Ni tampoco China, con su programa Chang'e. Ni Rusia, precisamente por resarcirse del fracaso de la misión de Luna-25. Ni, por supuesto, las agencias espaciales de India y de la Unión Europea.
Como vemos, pues, el porvenir ineludible de la Luna es convertirse en una auténtica chatarrería cósmica, con lo que dejaría de ser una fuente de inspiración para poetas y gatos. Los selenitas, si existieran, andarían contentos con sus vecinos terrícolas, que todo lo ensucian cuando no lo destruyen.
De hecho, son tantos los residuos dejados en la Luna y muchos los países que persiguen poner sus ojos y su bandera sobre un trozo del satélite que, de continuar la competición entre agencias espaciales de diversas naciones del mundo, la Luna acabará convirtiéndose en una auténtica chatarrería.
Lo que sigue es un recuento no exhaustivo de lo que hemos ido dejando en la Luna como chatarra. Y es que nuestro satélite siempre ha atraído el interés de las potencias capaces de explorar el espacio, una carrera que iniciaron la antigua Unión Soviética y EE UU, en la década de los cincuenta del siglo pasado.
Fruto de esa competición, sería la Unión Soviética la primera en enviar una nave a la Luna, en 1959, que acabó estrellándose contra la superficie del satélite. Se trataba de la sonda Luna-2, la que inició el programa soviético de exploración lunar.
Es curioso que el último cacharro que, también en este mes de agosto, se ha estrellado contra la superficie de la Luna sea, casualmente, Luna-25, la última sonda con la que Rusia retomaba su programa de exploración lunar. Entre ambas misiones, han sido más los vehículos que se estrellaron contra el satélite que los que alunizaron.
En total, cinco misiones del programa Luna de la agencia espacial soviética consiguieron alunizar con éxito (9, 13, 17, 21 y 23) y otras seis acabaron impactando sin control contra el suelo de la Luna (2, 5, 7, 8. 15 y 25). Y los restos de todas ellas han quedado esparcidos sobre la superficie polvorienta de nuestro satélite, como huellas de la obsesión humana por descubrir y colonizar lo que todavía permanece lejos del alcance de su mano.
Lo malo es que Rusia no es el único país que mantiene esa ambición de explorar y conquistar la Luna, sin importar el precio de dejarla llena de desechos metálicos. Antes del programa Apolo, con el que EE UU consiguió que el ser humano hollara la Luna por primera vez en la historia, en julio de 1969, otros proyectos habían sido emprendidos por la NASA, la agencia espacial norteamericana, hasta culminar en aquella hazaña que significó un “pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”.
Los comienzos de la aventura lunar de la NASA se materializan con el programa Pioneer, cuyas primeras sondas bien fallaron en el despegue o bien se perdieron en el espacio. Le sucedería el programa Ranger, del que todas las naves se estrellaron contra la Luna, a lo largo de 1964 y 1965. El mayor triunfo de ese programa lo consiguió la Ranger-4, que se estrelló en la cara oculta del satélite, siendo la primera nave de EE UU en impactar contra la Luna, en 1962. Allí reposan los restos de todas ellas.
Más suerte hubo con el programa Surveyor, de cuyas siete sondas, lanzadas entre 1966 y 1968, dos cayeron violentamente contra la superficie lunar y cinco lograron alunizar como estaba previsto. Pero después de su vida útil, los restos de esas sondas automáticas, cubiertos de polvo, configuran el mapa de vertederos de naves espaciales que el hombre está dejando en la Luna. ¿Llevan la suma?
A los anteriores habría que añadir los alunizajes del proyecto Apolo, desde que Neil Armstrong desembarcara en la Luna gracias a la misión del Apolo 11, en 1969. Le seguirían otras cinco misiones (12, 14, 15, 16 y 17) que, tras alunizar, contribuyeron a incrementar el volumen de chatarra en nuestra luminosa y plateada Luna, pues, aparte de los módulos de descenso, allí dejaron abandonados desde banderas hasta vehículos todoterreno para desplazarse y otros utensilios e instrumentos de apoyo a cada misión.
Lo triste es que la situación de la Luna, como vertedero de nuestra obsesión espacial, no ha ido a mejor, sino a peor. Porque ya no son solo EE UU y Rusia los países que dominan la tecnología astronáutica y aumentan con sus misiones de chatarra la Luna. Ahora, además, hay otros actores decididos a incrementar aquel vertedero lunar.
Japón ha sido el tercer país en participar de la exploración del satélite natural de la Tierra, enviando varias sondas a su encuentro. La nave Selene fue programada para impactar contra la Luna en el 2009, como le sucediera, sin estar programada para ello, a la Hakuto-R en 2022.
Por su parte, la Agencia Espacial Europea también hizo estrellar sobre la superficie selenita la nave Smart-1, en 2006. Y la India, la misma que acaba de lograr el último alunizaje con éxito en la Luna, ya había enviado varias naves con anterioridad al satélite, como la Chandrayaan-1, que transportó una sonda lunar que impactó contra el suelo lunar, y la Chandrayaan-2, que se estrelló con su módulo de alunizaje y el rover que transportaba, en 2009.
Incluso Israel, con la nave no tripulada bautizada como Beresheet-1, que se estrelló en 2019, también ha querido contribuir a enriquecer de chatarra la Luna. Pero quien más ha ayudado a ello, siguiendo los pasos de los pioneros de la cerrera espacial, ha sido China.
China, tercera potencia en la actualidad en la disputa por el espacio, ya en 2009 había sido capaz de lanzar un orbitador robotizado, denominado Chang'e-1, que, por desgracia, acabó chocando contra el satélite. El mismo destino correría la C-2. Sin embargo, la C-3 lograría alunizar sin problemas, en 2013. Y la C-4 hizo lo propio en la cara oculta de la Luna, en 2019, donde alunizó y depositó un rover para recoger datos sobre la superficie lunar. Allí siguen.
No sé si habrán contabilizado el número de misiones que tienen por objetivo la Luna. Son más de cincuenta, y la mayoría de ellas ha dejado su cuota de residuos sobre un satélite que sólo acumulaba polvo, regolitos y cráteres. Ahora también chatarra. Pero el futuro no es más prometedor. Nuevas misiones están en marcha este mismo año o se planifican para volver a llenar de escombros metálicos nuestro romántico disco luminoso del cielo nocturno.
La NASA continúa con su Proyecto Artemis, cuyo objetivo es volver a llevar un ser humano a la Luna, con todo lo que eso representa de desperdicios sobre el satélite. Aparte de ello, también tiene en marcha diversas misiones, como la Nova-C IM-1, para explorar la explotación de recursos de la Luna, y la Peregrine Mission, para alunizar y estudiar el hidrógeno del regolito lunar. Ambas colaborarán en el envío de material a la Luna bajo el programa Artemis.
Japón, por su parte, más cautelosa y con mala suerte, no abandona sus proyectos de enviar sondas a la Luna, como su proyecto SLIM, un módulo de alunizaje. Ni tampoco China, con su programa Chang'e. Ni Rusia, precisamente por resarcirse del fracaso de la misión de Luna-25. Ni, por supuesto, las agencias espaciales de India y de la Unión Europea.
Como vemos, pues, el porvenir ineludible de la Luna es convertirse en una auténtica chatarrería cósmica, con lo que dejaría de ser una fuente de inspiración para poetas y gatos. Los selenitas, si existieran, andarían contentos con sus vecinos terrícolas, que todo lo ensucian cuando no lo destruyen.
DANIEL GUERRERO