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Un viaje al pasado de Montilla

Pocos lugares de Montilla han experimentado un devenir tan intrincado como la estación de tren, cuyo fulgor de tiempos pasados se desvaneció hace una década para convertirse, a día de hoy, en un símbolo de nostalgia que narra con la voz del pasado el devenir de una ciudad que ahora entreteje su presente y proyecta con decisión su futuro.


Desde su inauguración el 15 de agosto de 1865, y a lo largo de 148 años, la estación de Montilla respiró vida entre pitidos de tren, nubarrones efímeros de vapor y viajeros que subían o bajaban de unos vagones cargados de ilusiones, anhelos y esperanzas. Pero desde el 23 de junio de 2013, fecha en la que partió el último tren de viajeros desde sus raíles, el imponente edificio de dos plantas situado en la confluencia de las avenidas de Italia y del Marqués de la Vega de Armijo se erige casi como un relicario de tiempos pretéritos.

La estación de Montilla nació al abrigo de la Compañía del Ferrocarril de Córdoba a Málaga, una sociedad fundada por el ingeniero Jorge Loring y Oyarzábal que se alzó como artífice de esta conexión trascendental para muchos municipios del interior andaluz; una obra de ingenio que buscaba unir destinos y desplegar oportunidades.

Las vías que partían y llegaban a Montilla no solo transportaban pasajeros y mercancías, sino que también traían consigo la promesa de un futuro próspero. La economía local florecía gracias a la accesibilidad que el ferrocarril propiciaba a bodegas y lagares, que encontraron en el tren un aliado esencial para exportar su néctar dorado a otros rincones de España. La estación se convirtió, pues, en un crisol de actividad comercial, un puente entre la producción y el consumo de vino de la zona Montilla-Moriles.

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"El ferrocarril supuso uno de los hitos más importantes en la modernidad del urbanismo montillano", reconoce Víctor Barranco, técnico de Cultura del Ayuntamiento y coordinador provincial de la Asociación de Profesionales de la Gestión Cultural.

Sin duda, uno de los grandes artífices de este medio de locomoción fue el abogado madrileño Antonio Aguilar y Correa, presidente del Consejo de Ministros entre 1906 y 1907 y octavo marqués de la Vega de Armijo que, como diputado por Montilla y ministro de Fomento, hizo posible que la línea Córdoba-Málaga contase con una parada en la localidad. Precisamente, en reconocimiento a este logro, Montilla rotularía en su honor la avenida que discurre paralela a la vía férrea.

Tal y como detalla Víctor Barranco en su blog Historia de Montilla, la creación en 1865 de la estación de tren "supuso un revulsivo económico, al acoger a viajeros y mercancías de los pueblos vecinos, que se desplazaban a la estación de Montilla a utilizar un medio de transporte que, durante varios años, tuvo un elevado número de usuarios".


La construcción de esta infraestructura provocó, poco después, la urbanización de la actual Avenida del Marqués de la Vega de Armijo, "como una carretera necesaria para conectar la estación con Espejo, Castro del Río y Baena y con las salidas hacia Aguilar de la Frontera, La Rambla o Écija", rememora el divulgador montillano.

Sin embargo, el devenir del tiempo y el desarrollo de nuevas formas de transporte provocaron algunos altibajos en la historia ferroviaria de Montilla. A su vez, las sombras económicas llevaron a la Compañía del Ferrocarril de Córdoba a Málaga a ceder su dominio en 1877 a la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, que se constituyó oficialmente el 30 de mayo de ese mismo año.

Por si fuera poco, el convulso panorama que desencadenó la Guerra Civil dejó también su huella en los raíles de Montilla y, solo cinco años después del golpe de Estado que lideró el general Francisco Franco, la nacionalización de la red ferroviaria española entregó las riendas de la estación a la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles (RENFE), lo que supuso un paso más hacia la consolidación de un sistema ferroviario unificado.

Una arteria vital para Montilla

El ferrocarril no solo fue un medio de transporte, sino un hilo de conexión tejido entre Montilla y el vasto mundo. El ajetreo de la estación, con su sala de espera llena de emociones y despedidas, la taquilla expidiendo billetes a destinos lejanos y el susurro de las conversaciones componían una sinfonía de vida en movimiento. Un lugar donde las historias se encontraban y se despedían, donde los sueños se trazaban sobre un mapa de vías.

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Sin embargo, el vaivén del tiempo y las transformaciones en las infraestructuras ferroviarias trajeron consigo cambios significativos. La estación, que una vez resonó con la vitalidad de pasajeros y mercancías, se fue desvaneciendo lentamente y, desde junio de 2013, el servicio de pasajeros se despidió de Montilla, dejando atrás una estación que aún lleva en sus muros las huellas de los viajeros que una vez la llenaron con sus esperanzas y anhelos.

Hoy en día, la estación de Montilla se alza como un monumento agridulce en la encrucijada del tiempo. El edificio se mantiene erguido, con su arquitectura sencilla y funcional, pero las vías ya no resultan con el clamor de los trenes de pasajeros. En un mundo de Alta Velocidad y avances tecnológicos, la estación parece detenida en el tiempo: una pausa melancólica en la narrativa del progreso.

No obstante, la estación no está destinada a ser olvidada por completo. Los esfuerzos para revitalizar el ferrocarril como una forma sostenible de transporte están en marcha en muchas partes del mundo, y Montilla no es una excepción. Las vías que una vez trazaron el camino hacia el desarrollo económico y urbano podrían, en un futuro no muy lejano, recuperar su lugar en la historia y en la vida de la comunidad.


La estación de Montilla es más que un edificio de ladrillos y acero; es un testigo mudo de la fuerza transformadora del ferrocarril en la historia de un pueblo. Su silueta al final de la Avenida de Italia sigue siendo un recordatorio tangible de los días en que los trenes cruzaban sus vías, llevando consigo las aspiraciones y las ambiciones de quienes se aventuraban a explorar nuevos horizontes.

La historia de la estación de Montilla habla de conexiones entre ciudades, entre pasajeros y sus destinos, entre el pasado y el presente. Puede que sus raíles ya no transporten pasajeros, pero su legado perdura en la memoria colectiva de una ciudad que reconoce la importancia fundamental que el ferrocarril desempeñó en su evolución. Y es que, aunque los trenes ya no lleguen, las historias que una vez transportaron siguen siendo una parte indeleble de la identidad de este pueblo.

J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO
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