El clickbait es un fenómeno que envenena el periodismo actual y que, de no ser neutralizado con algún antídoto certero –algo que se nos antoja poco probable–, terminará empujando a los profesionales de la información –a todos– a transformarse en simples vendedores de humo que prostituyen, día sí, día también, uno de los elementos esenciales de la noticia: el titular.
Aunque el clickbait –que podría traducirse como “ciberanzuelo”– es un neologismo que se acuñó por vez primera en 1999 para describir la producción de contenidos sensacionalistas en Internet con el objetivo de generar visitas sus orígenes son bastante más añejos.
Facebook, el gigante tecnológico que en apenas dos décadas ha conseguido variar el rumbo de las empresas periodísticas a base de algoritmos y ecuaciones que parecen premiar el sensacionalismo y el amarillismo por encima del rigor y de la honestidad.
Twitter es la otra gran red social transformadora del Periodismo contemporáneo –y no necesariamente para bien–. Su transversalidad y su capacidad para viralizar titulares de 280 caracteres terminó tentando a muchos profesionales de la comunicación y a grandes empresas del sector que, al albur de los retuits y de los likes, se dejaron caer en brazos del amarillismo, sacrificando así la calidad periodística en pro del tráfico web y, por ende, de los ingresos publicitarios. Como diría Bill Clinton, “es la economía, estúpidos”.
Aunque el clickbait –que podría traducirse como “ciberanzuelo”– es un neologismo que se acuñó por vez primera en 1999 para describir la producción de contenidos sensacionalistas en Internet con el objetivo de generar visitas sus orígenes son bastante más añejos.
Facebook, el gigante tecnológico que en apenas dos décadas ha conseguido variar el rumbo de las empresas periodísticas a base de algoritmos y ecuaciones que parecen premiar el sensacionalismo y el amarillismo por encima del rigor y de la honestidad.
Twitter es la otra gran red social transformadora del Periodismo contemporáneo –y no necesariamente para bien–. Su transversalidad y su capacidad para viralizar titulares de 280 caracteres terminó tentando a muchos profesionales de la comunicación y a grandes empresas del sector que, al albur de los retuits y de los likes, se dejaron caer en brazos del amarillismo, sacrificando así la calidad periodística en pro del tráfico web y, por ende, de los ingresos publicitarios. Como diría Bill Clinton, “es la economía, estúpidos”.
JUAN PABLO BELLIDO