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Daniel Guerrero | Lo que está en juego en las elecciones (y III)

Nos jugamos mucho en todas las elecciones y lo hacemos, a veces, sin saber muy bien qué es lo que está en juego y sin valorar siquiera qué votamos exactamente, entre otros motivos, porque nos distraen y confunden intencionadamente con medias verdades, bulos, tergiversaciones, exageraciones y francas mentiras, generados de forma masiva y constante desde antes, durante y hasta después de cada campaña, de tal manera que somos incapaces de asimilar y contrastar tantísima información y distinguir la verdaderamente relevante.


Gracias a esa estrategia de "saturación desinformativa" es como nos predisponen a elegir, sin que rumiemos las consecuencias, entre "yo y el caos" o, como frente a las próximas del 23 de julio, entre "Sánchez y España", que es tanto como decir Sánchez y Feijóo (el orden de los factores no altera la... manipulación).

Tan sencilla nos plantean la cuestión que, sin necesidad de pensarlo, resulta fácil la elección. Es como si nos enfrentaran a la disyuntiva de civilización o la selva, patria o caos, progreso o barbarie y avanzar o retroceder. ¿Quién albergaría dudas ente semejante dilema?

Sin embargo, no se trata de seleccionar simplemente entre una cosa o la otra, como si fuese entre lo bueno y lo malo, sino de algo mucho más complejo y difícil: hemos de escoger entre lo que nos conviene o nos perjudica, valorando lo que en realidad nos jugamos con una u otra opción, sin caer en la trampa de una polarización afectiva.

Porque cuando nos interpelan con este tipo de alternativas, lo que se pretende es suscitar una respuesta emocional que estimule el sentimiento de pertenencia a un grupo y, por ende, el rechazo de otro, sin que nos detengamos a reflexionar sobre lo bueno o malo que podrían ofrecernos cada uno de ellos.

De este modo nos fuerzan a percibir la realidad desde unas identidades partidistas que desvirtúan o nublan la atención de lo que debiera, en verdad, interesarnos o convenirnos. Esa obnubilación gregaria hace que, incluso, lleguemos a despreciar lo que verdaderamente está en juego en unas elecciones.

Es evidente que con la estrategia de la polarización afectiva se refuerza la defensa del grupo y se anula u obstaculiza la capacidad de construir nuestro propio criterio, basado en razones y argumentos fundados. Nos hace participar de un rechazo visceral que excede toda base racional.

Y ello es, justamente, lo que persigue ese dilema que circunscribe la cuestión a elegir entre "Sánchez y España" o "derogar al sanchismo", induciéndonos asumir, sin más –y lo que es peor, sin pensar–, que Sánchez es la antítesis de la Patria, quien la destruye o rompe, y que Feijóo representa la España real, quien la rescata o la salva.

Frente a tales planteamientos "polarizantes" (alteran la realidad), que trascienden lo ideológico para incentivar lo emocional, la mejor vacuna es dotarse de un criterio racional que nos ayude a distinguir lo que realmente nos conviene como ciudadanos, pero también como país.

Y que nos permita, además, ser conscientes de lo que está en juego en unas elecciones que, despeñándose por una deriva peligrosa, se van a caracterizar por su extrema polarización política. Desde hace meses, ya se encargan los responsables de esta polarización de hurtarnos, valiéndose de una total falta de transparencia, los datos, las razones y los argumentos con los que podríamos elaborar un juicio racional que nos ayude a elegir con criterio y esquivar, en lo posible, la manipulación afectiva.

Ejemplo de esa estrategia polarizante y huérfana de datos fiables es la promesa del candidato del PP de revisar todas las leyes en las que el voto de Bildu ha sido determinante. ¿Debemos suponer, por tanto, que lo apoyado por Bildu no es legítimo ni válido? ¿Dejará, entonces, el candidato cuando sea presidente de indexar la subida anual de las pensiones al IPC?

¿Anulará los decretos anticrisis por la pandemia, la guerra de Ucrania, la tormenta Filomena o la erupción del volcán de La Palma? ¿Derogará la mayoría de las leyes sanitarias promovidas por el Gobierno, incluida la de la Eutanasia? ¿Revisará una por una las leyes de Presupuestos de los últimos años?

No hay que olvidar que, para poder aprobar las más de cien leyes en la legislatura que ahora acaba, el Ejecutivo ha tenido que negociar no sólo con Podemos, sino también con los partidos nacionalistas e independentistas catalanes y vascos que le han prestado apoyo en los últimos cuatro años, incluido el propio PP.

Son acuerdos parlamentarios conformes a las normas y procedimientos de un sistema democrático. ¿O acaso se pretende, en última instancia, que se haga tabla rasa de lo conseguido gracias, entre otros, al voto de Bildu (obsesión instrumental del PP), aunque sean leyes que benefician a la mayoría de la población, para que únicamente nos fijemos, con las gafas de la polarización, en la supuesta iniquidad de un Gobierno que ha recurrido al apoyo de comunistas, separatistas y filoterroristas en su acción legislativa?

Sólo desde una ingenua e irreflexiva actitud emocional se podría interpretar que si uno es digno, el otro es indigno. Y ello sería así porque nos habrían obligado a percibir y valorar la realidad sólo en blanco y negro. ¿Con qué actitud votaríamos? ¿Sabríamos, de verdad, lo que nos convendría como ciudadanos de a pie? ¿Qué nos estaríamos jugando con una visión tan pobre?

Realmente, lo que nos jugamos no es poco. Podríamos tirar por la borda, si no reflexionamos con detenimiento, un modelo de sociedad plural y tolerante que nos brinde la oportunidad de convivir en paz, armonía y progreso, sin que nadie ponga en cuestión o marque límites a los derechos y libertades conquistados hasta la fecha.

Y en la que se defienda el Estado de bienestar y no se desmantele lo público, permaneciendo en alerta ante cualquier retroceso de todos los progresos conseguidos. Una sociedad, en suma, libre de tutelas y dogmatismos, en la que el que desee abortar, por ejemplo, pueda hacerlo sin presiones, pero quien sea contrario a ese derecho también tenga libertad de no ejercerlo, con exquisito respeto y tolerancia hacia ambas libertades.

Eso es la libertad: que nadie imponga a otros sus creencias como las únicas posibles o verdaderas. Y eso es la tolerancia: que todos vivan su vida como decidan, sin más límite que la libertad de los demás, a quienes mi libertad no restringirá las suyas.

Esto es lo que no entienden los sectarios del pensamiento conservador más radical y trasnochado, pero sumamente astuto. De ahí que intenten manipularnos –en las últimas, las próximas y en todas las elecciones– con la estrategia de la polarización y la confrontación, a fin de que no tengamos en cuenta lo mucho que podríamos perder en función de la papeleta que echemos en la urna.

Y lo intentan actualizando el viejo consejo de Maquiavelo: "No hay que intentar ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira". Ya sabía entonces el amoral padre de la Ciencia Política que frente a la mentira somos increíblemente vulnerables y maleables, pues apenas podemos combatirla, como explicó también, posteriormente, Hannah Arendt en su ensayo La mentira en política.

Es mucho, por tanto, lo que nos jugamos en unas elecciones. Aparte del modelo social, están en juego iniciativas que nos ha ayudado a sortear dificultades, lo que no es poco, puesto que han contribuido a que nuestra calidad de vida sea algo mejor, como el aumento del Salario Mínimo, la protección de la clase trabajadora con los erte durante la pandemia, una Reforma Laboral que ha permitido el incremento del contrato indefinido y la estabilidad laboral, igualdad de derechos a las empleadas del hogar, el tope al gas, la subvención de veinte céntimos por litro a los carburantes, los bonos al transporte de Cercanías y medias distancias, el aumento significativo de las becas, las rebajas del IVA a los alimentos básicos afectados por la inflación y un largo etcétera de medidas progresistas que, a quienes prefieren un neoliberalismo económico, les parecen un despilfarro, un derroche y un gasto innecesario. ¿Vamos a ignorar todo ello a causa de una polarización envenenada?

Está en juego, en fin, el esfuerzo empleado en luchar contra la desigualdad y la injusticia, contra la precariedad y los abusos, contra el desmantelamiento de los servicios públicos para favorecer la iniciativa privada, contra la violencia machista y los techos de cristal, contra la misoginia, el racismo y la xenofobia, contra los negacionistas del cambio climático y de las vacunas, contra la industria esquilmadora de tierras y acuíferos, contra todo aquello que nos hace vulnerables y nos convierte en víctimas de cualquier poderoso o privilegiado en razón de su riqueza, religión, cultura, idioma o raza, contra la instrumentalización y deshumanización de las personas, degradándolas a meros objetos en tanto trabajadores o ciudadanos. Es mucho lo que está en juego en unas elecciones y que deberíamos tener en cuenta cuando vayamos a escoger una papeleta y depositarla en la urna. Piénselo, al menos, un momento. Es mucho lo que nos jugamos.

DANIEL GUERRERO
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