No es la religión mi obsesión predilecta, pero ella se empeña en estar de actualidad día sí y el otro también. Cuando no son musulmanes que intentan rezar en la Mezquita (¿dónde si no?), son cristianos condenados por hacer viñetas de Mahoma. Lo cierto es que todas las religiones muestran la misma intolerancia que dicen combatir y predican el amor del que carecen.
Se aposentan en un concepto del poder, terrenal por supuesto, que es incapaz de aceptar al discrepante, y reproducen en sus estructuras orgánicas los mismos estereotipos sociales que afirman haber superado. Mantienen castas jerarquizadas entre príncipes, ulemas y demás cúspides dirigentes diferenciadas del resto de la grey, y condenan a la mujer, como en la Edad Media, a una función subordinada de servidumbre al varón, quien podrá aspirar por su condición masculina a estamentos más elevados y no tendrá que exteriorizar su sometimiento con signos evidentes en el vestir, como pañuelos, velos y burkas que tanta discusión generan.
Afortunadamente, ya no existen lapidaciones y Cruzadas contra el infiel, pero no por falta de ganas. Viendo cómo se comportan en sus relaciones cotidianas, con prohibiciones de todo tipo, advertencias de excomunión por leyes civiles que no son de su agrado y otras formas de presión sutiles o groseras, las religiones –todas– exteriorizan cuando pueden su voluntad de ejercer un control férreo y absoluto sobre el hombre.
No terminan por asumir que su ámbito debe reducirse al íntimo de las creencias y que su Reino, como se lee en sus propias Escrituras, es el Cielo trascendente que prometen a sus fieles. Les cuesta trabajo aceptar que la Tierra pertenece a la razón y la inteligencia con las que el Dios de todas ellas insufló a la más amada de sus criaturas. ¿O es que no se creen su propio discurso?
Se aposentan en un concepto del poder, terrenal por supuesto, que es incapaz de aceptar al discrepante, y reproducen en sus estructuras orgánicas los mismos estereotipos sociales que afirman haber superado. Mantienen castas jerarquizadas entre príncipes, ulemas y demás cúspides dirigentes diferenciadas del resto de la grey, y condenan a la mujer, como en la Edad Media, a una función subordinada de servidumbre al varón, quien podrá aspirar por su condición masculina a estamentos más elevados y no tendrá que exteriorizar su sometimiento con signos evidentes en el vestir, como pañuelos, velos y burkas que tanta discusión generan.
Afortunadamente, ya no existen lapidaciones y Cruzadas contra el infiel, pero no por falta de ganas. Viendo cómo se comportan en sus relaciones cotidianas, con prohibiciones de todo tipo, advertencias de excomunión por leyes civiles que no son de su agrado y otras formas de presión sutiles o groseras, las religiones –todas– exteriorizan cuando pueden su voluntad de ejercer un control férreo y absoluto sobre el hombre.
No terminan por asumir que su ámbito debe reducirse al íntimo de las creencias y que su Reino, como se lee en sus propias Escrituras, es el Cielo trascendente que prometen a sus fieles. Les cuesta trabajo aceptar que la Tierra pertenece a la razón y la inteligencia con las que el Dios de todas ellas insufló a la más amada de sus criaturas. ¿O es que no se creen su propio discurso?
DANIEL GUERRERO