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Aureliano Sáinz | Leer en tiempos difíciles (y 2)

La charla que mantuve con José Morillo-Velarde y Antonio Blanco, dos grandes lectores, en una hora temprana y a la sombra, en los inicios de un verano que se nos presume caluroso, no tenía un tiempo limitado, por lo que se extendió lo suficiente para que, finalmente, por mi parte considerara que convenía realizarla en dos entregas.


La primera fue algo más extensa y esta segunda pretende ser más breve, por lo que ahora despliego las preguntas que quedaron pendientes y evitar así una extensión que no conviene en los medios digitales. Cierro, pues, estas reflexiones con dos amigos, con los que fue un placer compartir sus opiniones sobre la “lectura en tiempos inciertos”.

Como profesor me preocupa mucho el descenso que ha tenido la lectura de libros entre los estudiantes, dado que han perdido capacidad de atención, concentración y reflexión. Están como nerviosos, impacientes, por ver lo que les llega a través del móvil, del que algunos no son capaces de desprenderse de ellos ni siquiera en clase.

—¿Pensáis que las redes sociales actúan en contra de la lectura?

—(José Morillo-Velarde): Por mi parte, no creo que tengan una influencia decisiva más allá de la cantidad de tiempo que invertimos en consultarlas y que, teóricamente, podríamos dedicar a leer cosas de mayor nivel. En redes sociales encuentran los autores la mejor forma de difusión de sus obras y no es casualidad que muchos de los autores más leídos tengan una presencia muy activa en redes sociales. Pongo por ejemplo a Juan Gómez Jurado, Lorenzo Silva, Arturo Pérez-Reverte o Laura Ferrero.

—(Antonio Blanco): Los usos de las redes sociales, a fin de cuentas, suponen un contacto diario con la escritura y la lectura. Los análisis que consideran estas nuevas formas ‘no clásicas’ están basados en estadísticas de venta de materiales clásicos impresos, sean libros, revistas o periódicos. Creo, pues, que la concienciación en el arte de la lectura evoluciona, requiere entrenamiento que sirva para tener un marco común de referencia cultural.

—Saltemos a otro tema que parece que ahora inquieta mucho. Me refiero a la Inteligencia Artificial (IA). Por las informaciones que nos llegan, y teniendo unos conocimientos todavía muy parciales de esta tecnología, os pregunto: ¿creéis que la IA ayudará a que tengamos una mayor capacidad crítica acerca del mundo que nos rodea o funcionará en sentido contrario?

—(José Morillo-Velarde): Imagino que dependerá del uso que se haga de ella y del espíritu crítico con el que se use. Me temo que, como en tantas otras cosas, una parte de la población hará un uso crítico y productivo y otra, más numerosa, será presa de la manipulación. En este caso, la herramienta es tan potente que la manipulación también puede serlo. ¡Cuánto me gustaría equivocarme!

—(Antonio Blanco): A partir de lo que sabemos, pienso que la Inteligencia Artificial, como penúltimo descubrimiento tecnológico en la era digital, abre un camino de oportunidades por explorar. El uso que hagamos de esta nueva tecnología digital en los diferentes ámbitos del conocimiento está por concretarse, por lo que la capacidad crítica está determinada por ese uso como herramienta, como apoyo a la reflexión, como generadora de conocimiento adicional. Pensemos que evaluar la información desde una óptica propia es una característica humana, una “capacidad de pensar moralmente”, como dice Chomsky. Por ahora, la IA, ChatGPT y los chatbots, son meros instrumentos estadísticos nada más, o, nada menos.

—Los dos habéis dedicado gran parte de vuestras vidas al trabajo de bibliotecarios, por lo que me imagino que ese trabajo sosegado y “lejos del mundanal ruido” parece que, paso a paso, se aleja cada vez más de la vorágine mediática que nos absorbe. ¿Qué futuro creéis, pues, que se les presenta a las bibliotecas?

—(José Morillo-Velarde): El futuro es difícil si no se repiensa su función, sus objetivos y sus medios. En este momento tienen colecciones, instalaciones y servicios fundados en presupuestos de una época que ya no existe. Para mí, la pandemia es a las bibliotecas lo que la Caída de Constantinopla, el descubrimiento de América o la Revolución francesa a las épocas de la historia universal: la fecha en que se evidenció el cambio.

No se trata solo de cambiar colecciones en papel por electrónicas, ni de que los servicios ya no tengan que ser presenciales; es algo más profundo. Necesitamos ser reactivos y plantearnos qué espera la sociedad de las bibliotecas, al tiempo que también tenemos que ser propositivos y ofrecernos para el desarrollo de ese espíritu crítico del que hablábamos antes. Además, por supuesto, de servir de memoria escrita de la humanidad. Todo esto requiere cambios profundos que, me temo, no se están realizando con la premura que exigen los cambios sociales.

—(Antonio Blanco): Desde mi experiencia, considero que las nuevas tecnologías aplicadas a la información, a la educación, al conocimiento en general tienen como consecuencia la profusión de información, de recursos y de lenguajes en los que los usuarios han de moverse. En esta nueva era, en mi opinión, la labor del bibliotecario ha de ser la clásica: facilitar el acceso al conocimiento, o como decía Ortega en Misión del bibliotecario: “dirigir al lector no especializado por la selva selvaggia de los libros”, con independencia de las adaptaciones tecnológicas que los espacios y, fundamentalmente, los profesionales requieran para esa labor.

—Si os parece, vamos a ir cerrando esta charla. Por mi parte, quiero agradeceros vuestra cordialidad, y si queréis añadir algo que aquí no hayamos tratado, podéis ahora hacerlo.

—(José Morillo-Velarde): Brevemente, quisiera comentar que cuando apareció la imprenta no cambió la forma de presentación de los libros, sino que siguieron imitando durante años a los libros manuscritos, que eran los que tenían prestigio, en eso que llamamos incunables. Pues bien, en nuestros días seguimos considerando más elevada la cultura libresca y tratamos de imitarla, aunque ya no haya papel ni sea necesario acudir a una biblioteca para consultar un dato, conocer una historia o sumergirse en un personaje.

En otro lugar, denominé este fenómeno el “Periodo incunable de la cultura digital” y en ese periodo seguimos los que nos dedicamos a la cultura por más que la sociedad ha cambiado y el prestigio ya no sea el de la cultura tradicional. Creo que hay que dejar de soñar en tiempos pasados y atrevernos a cambiar. ¡Ya estamos tardando!

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: MANUEL PONFERRADA
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