Que las mutaciones sociales existen creo que nadie lo pone en duda y, más aún, cuando en la actualidad nos movemos en el mundo digital que tantos cambios ha provocado. Uno de esos cambios viene referido a la función del libro, que tanto prestigio tuvo tiempo atrás y que, ahora, según creo, ha pasado a un segundo plano, por lo que las lecturas actuales son más aceleradas y centradas en las diversas pantallas que están a nuestro alcance.
Ante las incertidumbres, lo mejor que se puede hacer para aclarar las ideas suele ser charlar con aquellas personas que tienen una sólida formación en el tema que se trata. Es lo que ahora hago en este encuentro con dos amigos, José Morillo-Velarde y Antonio Blanco, con muchos años a sus espaldas trabajando en el mundo del libro en el contexto de las bibliotecas universitarias y, de modo concreto, en la de la Facultad de Ciencias de la Educación y Psicología de la Universidad de Córdoba.
Puesto que la charla entre tres apasionados de la lectura se extendió un poco, no me parece razonable cortar lo mucho y muy interesante que se dijo, por lo que me ha parecido oportuno dividirla en dos partes, de forma que ahora veremos la primera de ellas.
—Me gustaría que me indicaseis un par de libros que, para vosotros, hayan sido significativos y, en ese caso, las razones de esa relevancia.
—(José Morillo-Velarde): En mi caso, cito en primer lugar El nombre de la rosa, de Umberto Eco, por esa combinación de signos, símbolos y realidades que se esconden detrás de una novela policiaca con personajes perfectamente definidos, lo que me hizo disfrutar y “engancharme” a la historia desde las primeras líneas.
También, la obra de Miguel Hernández, aunque lo cierto es que, en estos momentos, no leo mucha poesía, pero sí la leí durante muchos años. Ahora, más bien, releo a Machado, Hernández, Vallejo, Neruda, Ángel González o Kavafis y todos ellos me producen emociones que, en muchos casos, superan a las que sentí al leerlos por primera vez, y esto me ocurre de forma especial con el autor de La boca o Canción del esposo soldado.
—(Antonio Blanco): Quisiera comenzar diciendo el título que has propuesto para la entrevista me sugiere hablar, en primer lugar, de alguno de los libros que mis padres me regalaron en sus “tiempos difíciles”, libros que les suponían un gasto extra, un verdadero esfuerzo económico que no se podían permitir. Fueron muchos y citaré uno en concreto, un tebeo, un cómic que se dice ahora: El Príncipe Valiente, de Harold Foster. Esta serie, recopilada en tomos, suponía, para un niño, la emoción del cruce de fronteras que abría la imaginación con la que superar la barrera del tiempo. Formaron, con otros, los libros de mi niñez.
Por citar ahora alguno de este tiempo de adultez, el último leído es Otra vida por vivir, de Theodor Kallifatides, escritor sueco de origen griego que medita sobre el bloqueo mental que le impidió en un momento dado escribir, sobre el peligro de los prejuicios contra la inmigración, sobre el desarraigo, sobre los “tiempos difíciles” y sobre la manera de sobrellevarlos, todo ello en un breve y delicioso libro que prescinde del retoricismo tan de moda actualmente.
—Como profesor, me preocupa el alejamiento de las nuevas generaciones de estudiantes universitarios del libro, puesto que pierden capacidad de atención y concentración, al tiempo que se encuentran pendientes de lo que les llega al móvil. Esta es la razón por la que quisiera que me indicaseis si habéis sido lectores desde pequeños o la lectura adquirió importancia para vosotros cuando teníais más edad.
—(José Morillo-Velarde): Desde pequeño era mi gran afición y leía todo lo que caía en mis manos. En realidad, creo que leo ahora menos que entonces.
—(Antonio Blanco): Yo he sido lector desde pequeño, desde muy pequeño. Mis padres a la edad de 5 años me pusieron a leer un verano para que no estuviese “sin oficio” todas las vacaciones. Era un afán personal, pues ellos no habían podido aprender cuando fueron niños: el trabajo era lo primero, y su ilusión era ver leer a su hijo, que aprendiese lo que ellos no pudieron. A partir de ahí, la lectura se convirtió en un hábito, en una costumbre. Los libros y un balón eran mi ajuar particular.
—La aparición del libro impreso, en 1450, a partir de la imprenta de Gutenberg supuso la primera gran revolución cultural. Siglos más tarde, nos encontramos inmersos en una segunda revolución: la digital, en la que la imagen ha adquirido un gran protagonismo. ¿Esto ha supuesto una relegación de la lectura y del libro?
—(José Morillo-Velarde): Por mi parte, creo que ahora se lee más, lo que varía es que se lee menos literatura convencional. Sin duda, la del canon solo se lee como trabajo de clase; sin embargo, las novedades, los libros de éxito sí se leen masivamente y tienen grandes cifras de ventas y descargas, lo que, es de suponer, que también de lecturas, como no se habían visto nunca. Podríamos discutir sobre la calidad de esas lecturas, pero sería otra historia.
Cierto que gana terreno la cultura de la imagen y la inmediatez y eso juega en contra de la lectura reposada. Para muchos es difícil dedicar más de unos minutos a una misma actividad, incluso se ven vídeos y se escuchan mensajes a más velocidad de la normal, aprovechando funcionalidades de los ordenadores o los teléfonos inteligentes, ¡cómo esperar a que termine el capítulo de una novela si eso puede suceder al cabo de unas horas!
—(Antonio Blanco): El canon de la lectura clásica, en el libro físico, con su aura mágica de vehículo de cultura, fue establecido por las bibliotecas anglosajonas: espalda recta, brazos apoyados en la mesa, máxima concentración y máximo silencio. Hoy, en el siglo XXI, se lee de manera diferente, ya no se lee en un solo soporte, el tiempo que se dedica a la lectura se parcela a lo largo del día... El conocimiento, el aprendizaje no es exclusivo de los libros sino complementario del uso de las herramientas y tecnologías digitales.
—Pasemos a un terreno bastante complicado. Si tuvierais que explicar las ventajas que ofrece la lectura del libro a un adolescente, ¿qué le diríais?
—(José Morillo-Velarde): Una pregunta difícil. Creo que se empieza a leer por imitación y no por consejo, y dudo de que algún adolescente comenzase a leer por un consejo mío; pero si, disciplinadamente, contesto a tu pregunta, le hablaría sobre los mundos, las épocas, los personajes tan distintos que podría conocer. Sus diferentes respuestas a los desafíos que la vida plantea, la posibilidad de identificarse con esas respuestas o con las contrarias. La abstracción de lo que le rodea, la posibilidad de elaborar respuestas personales y únicas a cuestiones que se le han planteado o que se le plantearán con la lectura. En definitiva, la construcción de una personalidad única y singular sobre los cimientos de lo que ha leído… ¿Hay algo más característico de un adolescente que la voluntad de ser único?
—(Antonio Blanco): Por mi parte, la lectura supone un recorrido exterior ficticio o real, pero principalmente es un viaje interior constante, una manera de alcanzar una cierta estabilidad emocional, tal como apuntaba Daniel Pennac en Como una novela. Ese viaje, la emoción del adentrarse, requiere un aprendizaje. Es la ventaja esencial de la lectura que he encontrado, es la que siempre trato de transmitir a mi interlocutor independientemente de su edad.
—Relacionado con lo que antes indicabais, parece una paradoja que se editen tantos libros en nuestro país. Creo que son alrededor de 80.000 títulos anuales, al tiempo que el número de lectores no sea excesivamente alto. ¿Qué os parecen estas cifras?
—(José Morillo-Velarde): No dudo del primer dato que indicas; aunque sí del segundo. No sé si somos pocos o muchos. Me parece que hay un porcentaje de lectores no demasiado grande que lee mucho. Algo así como la regla del 20/80. Hay un 20 por ciento de la población que lee el 80 por ciento de los libros y un 80 por ciento de población que lee el 20 por ciento, pero es una mera impresión subjetiva.
Pero hablo de población lectora, aquellos que han leído algo el último año, o algo así. Luego hay otro porcentaje que no lee literatura, pero es posible que sí oigan podcast o vean películas o series con criterios de calidad. Obviamente, sus criterios de calidad.
En todo caso, el sector editorial sigue criterios literarios (o académicos) pero también comerciales que, probablemente, justificarían las razones de esa enorme cantidad de títulos publicados que nos resultan incomprensibles y ajenos a lo que los profanos entenderíamos como política comercial. Lo que es evidente es que al sector editorial no le va nada mal y que da por bien empleada la inversión en libros que después parece que no se venden.
—(Antonio Blanco): Yo me voy a referir a los datos del Ministerio de Cultura y Deporte. Según los datos recabados en 2022, nos dice que el 68,4 por ciento de los españoles leen libros por ocio o por trabajo, que un 52 por ciento es considerado como lector frecuente (lee una vez por semana) y que el 35,2 por ciento no lee nunca. El número de lectores entre 15 y 18 años registró un incremento de 11,8 puntos en los últimos 10 años.
Desde mi punto de vista, estos datos nos hacen ser moderadamente optimistas con respecto a la lectura, aunque la saturación de títulos que inundan nuestro mercado editorial pone de actualidad el ensayo de Gabriel Zaid, que ya en 1972 escribió Los demasiados libros, y que ha sido reeditado por Debate en este 2023. Allí remarcaba que el ritmo del mercado editorial sobrepasaba la capacidad del más avezado lector, argumentaciones ya señaladas por Ortega y Gasset en su obra Misión del bibliotecario, nada menos que de 1935.
Ante las incertidumbres, lo mejor que se puede hacer para aclarar las ideas suele ser charlar con aquellas personas que tienen una sólida formación en el tema que se trata. Es lo que ahora hago en este encuentro con dos amigos, José Morillo-Velarde y Antonio Blanco, con muchos años a sus espaldas trabajando en el mundo del libro en el contexto de las bibliotecas universitarias y, de modo concreto, en la de la Facultad de Ciencias de la Educación y Psicología de la Universidad de Córdoba.
Puesto que la charla entre tres apasionados de la lectura se extendió un poco, no me parece razonable cortar lo mucho y muy interesante que se dijo, por lo que me ha parecido oportuno dividirla en dos partes, de forma que ahora veremos la primera de ellas.
—Me gustaría que me indicaseis un par de libros que, para vosotros, hayan sido significativos y, en ese caso, las razones de esa relevancia.
—(José Morillo-Velarde): En mi caso, cito en primer lugar El nombre de la rosa, de Umberto Eco, por esa combinación de signos, símbolos y realidades que se esconden detrás de una novela policiaca con personajes perfectamente definidos, lo que me hizo disfrutar y “engancharme” a la historia desde las primeras líneas.
También, la obra de Miguel Hernández, aunque lo cierto es que, en estos momentos, no leo mucha poesía, pero sí la leí durante muchos años. Ahora, más bien, releo a Machado, Hernández, Vallejo, Neruda, Ángel González o Kavafis y todos ellos me producen emociones que, en muchos casos, superan a las que sentí al leerlos por primera vez, y esto me ocurre de forma especial con el autor de La boca o Canción del esposo soldado.
—(Antonio Blanco): Quisiera comenzar diciendo el título que has propuesto para la entrevista me sugiere hablar, en primer lugar, de alguno de los libros que mis padres me regalaron en sus “tiempos difíciles”, libros que les suponían un gasto extra, un verdadero esfuerzo económico que no se podían permitir. Fueron muchos y citaré uno en concreto, un tebeo, un cómic que se dice ahora: El Príncipe Valiente, de Harold Foster. Esta serie, recopilada en tomos, suponía, para un niño, la emoción del cruce de fronteras que abría la imaginación con la que superar la barrera del tiempo. Formaron, con otros, los libros de mi niñez.
Por citar ahora alguno de este tiempo de adultez, el último leído es Otra vida por vivir, de Theodor Kallifatides, escritor sueco de origen griego que medita sobre el bloqueo mental que le impidió en un momento dado escribir, sobre el peligro de los prejuicios contra la inmigración, sobre el desarraigo, sobre los “tiempos difíciles” y sobre la manera de sobrellevarlos, todo ello en un breve y delicioso libro que prescinde del retoricismo tan de moda actualmente.
—Como profesor, me preocupa el alejamiento de las nuevas generaciones de estudiantes universitarios del libro, puesto que pierden capacidad de atención y concentración, al tiempo que se encuentran pendientes de lo que les llega al móvil. Esta es la razón por la que quisiera que me indicaseis si habéis sido lectores desde pequeños o la lectura adquirió importancia para vosotros cuando teníais más edad.
—(José Morillo-Velarde): Desde pequeño era mi gran afición y leía todo lo que caía en mis manos. En realidad, creo que leo ahora menos que entonces.
—(Antonio Blanco): Yo he sido lector desde pequeño, desde muy pequeño. Mis padres a la edad de 5 años me pusieron a leer un verano para que no estuviese “sin oficio” todas las vacaciones. Era un afán personal, pues ellos no habían podido aprender cuando fueron niños: el trabajo era lo primero, y su ilusión era ver leer a su hijo, que aprendiese lo que ellos no pudieron. A partir de ahí, la lectura se convirtió en un hábito, en una costumbre. Los libros y un balón eran mi ajuar particular.
—La aparición del libro impreso, en 1450, a partir de la imprenta de Gutenberg supuso la primera gran revolución cultural. Siglos más tarde, nos encontramos inmersos en una segunda revolución: la digital, en la que la imagen ha adquirido un gran protagonismo. ¿Esto ha supuesto una relegación de la lectura y del libro?
—(José Morillo-Velarde): Por mi parte, creo que ahora se lee más, lo que varía es que se lee menos literatura convencional. Sin duda, la del canon solo se lee como trabajo de clase; sin embargo, las novedades, los libros de éxito sí se leen masivamente y tienen grandes cifras de ventas y descargas, lo que, es de suponer, que también de lecturas, como no se habían visto nunca. Podríamos discutir sobre la calidad de esas lecturas, pero sería otra historia.
Cierto que gana terreno la cultura de la imagen y la inmediatez y eso juega en contra de la lectura reposada. Para muchos es difícil dedicar más de unos minutos a una misma actividad, incluso se ven vídeos y se escuchan mensajes a más velocidad de la normal, aprovechando funcionalidades de los ordenadores o los teléfonos inteligentes, ¡cómo esperar a que termine el capítulo de una novela si eso puede suceder al cabo de unas horas!
—(Antonio Blanco): El canon de la lectura clásica, en el libro físico, con su aura mágica de vehículo de cultura, fue establecido por las bibliotecas anglosajonas: espalda recta, brazos apoyados en la mesa, máxima concentración y máximo silencio. Hoy, en el siglo XXI, se lee de manera diferente, ya no se lee en un solo soporte, el tiempo que se dedica a la lectura se parcela a lo largo del día... El conocimiento, el aprendizaje no es exclusivo de los libros sino complementario del uso de las herramientas y tecnologías digitales.
—Pasemos a un terreno bastante complicado. Si tuvierais que explicar las ventajas que ofrece la lectura del libro a un adolescente, ¿qué le diríais?
—(José Morillo-Velarde): Una pregunta difícil. Creo que se empieza a leer por imitación y no por consejo, y dudo de que algún adolescente comenzase a leer por un consejo mío; pero si, disciplinadamente, contesto a tu pregunta, le hablaría sobre los mundos, las épocas, los personajes tan distintos que podría conocer. Sus diferentes respuestas a los desafíos que la vida plantea, la posibilidad de identificarse con esas respuestas o con las contrarias. La abstracción de lo que le rodea, la posibilidad de elaborar respuestas personales y únicas a cuestiones que se le han planteado o que se le plantearán con la lectura. En definitiva, la construcción de una personalidad única y singular sobre los cimientos de lo que ha leído… ¿Hay algo más característico de un adolescente que la voluntad de ser único?
—(Antonio Blanco): Por mi parte, la lectura supone un recorrido exterior ficticio o real, pero principalmente es un viaje interior constante, una manera de alcanzar una cierta estabilidad emocional, tal como apuntaba Daniel Pennac en Como una novela. Ese viaje, la emoción del adentrarse, requiere un aprendizaje. Es la ventaja esencial de la lectura que he encontrado, es la que siempre trato de transmitir a mi interlocutor independientemente de su edad.
—Relacionado con lo que antes indicabais, parece una paradoja que se editen tantos libros en nuestro país. Creo que son alrededor de 80.000 títulos anuales, al tiempo que el número de lectores no sea excesivamente alto. ¿Qué os parecen estas cifras?
—(José Morillo-Velarde): No dudo del primer dato que indicas; aunque sí del segundo. No sé si somos pocos o muchos. Me parece que hay un porcentaje de lectores no demasiado grande que lee mucho. Algo así como la regla del 20/80. Hay un 20 por ciento de la población que lee el 80 por ciento de los libros y un 80 por ciento de población que lee el 20 por ciento, pero es una mera impresión subjetiva.
Pero hablo de población lectora, aquellos que han leído algo el último año, o algo así. Luego hay otro porcentaje que no lee literatura, pero es posible que sí oigan podcast o vean películas o series con criterios de calidad. Obviamente, sus criterios de calidad.
En todo caso, el sector editorial sigue criterios literarios (o académicos) pero también comerciales que, probablemente, justificarían las razones de esa enorme cantidad de títulos publicados que nos resultan incomprensibles y ajenos a lo que los profanos entenderíamos como política comercial. Lo que es evidente es que al sector editorial no le va nada mal y que da por bien empleada la inversión en libros que después parece que no se venden.
—(Antonio Blanco): Yo me voy a referir a los datos del Ministerio de Cultura y Deporte. Según los datos recabados en 2022, nos dice que el 68,4 por ciento de los españoles leen libros por ocio o por trabajo, que un 52 por ciento es considerado como lector frecuente (lee una vez por semana) y que el 35,2 por ciento no lee nunca. El número de lectores entre 15 y 18 años registró un incremento de 11,8 puntos en los últimos 10 años.
Desde mi punto de vista, estos datos nos hacen ser moderadamente optimistas con respecto a la lectura, aunque la saturación de títulos que inundan nuestro mercado editorial pone de actualidad el ensayo de Gabriel Zaid, que ya en 1972 escribió Los demasiados libros, y que ha sido reeditado por Debate en este 2023. Allí remarcaba que el ritmo del mercado editorial sobrepasaba la capacidad del más avezado lector, argumentaciones ya señaladas por Ortega y Gasset en su obra Misión del bibliotecario, nada menos que de 1935.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: MANUEL PONFERRADA
FOTOGRAFÍA: MANUEL PONFERRADA