La violencia contra la mujer, especialmente la referida a su cuerpo, tiene un largo recorrido a lo largo de la historia, por lo que en la actualidad no se puede camuflar con cambios de términos o palabras con el fin de ocultar una dura realidad que pervive y que, lamentablemente, hoy se acentúa en algunos sectores, caso de adolescentes.
Así, con pasmosa frecuencia escuchamos noticias en los medios de comunicación sobre abusos que se cometen contra las mujeres, de forma que casi nos hemos familiarizado con estos atropellos como si configuraran una especie de pandemia que es imposible de erradicar. Y lo peor de todo es que comprobamos cómo se va reduciendo la edad de aquellos que se creen que pueden acosarlas o agredirlas porque han interiorizado la idea de superioridad masculina y que el cuerpo de la mujer está al servicio del hombre.
Ni que decir tiene que la presencia de una educación afectiva-sexual en las aulas se hace totalmente necesaria en nuestros días, pues únicamente con los instrumentos legales sancionadores, como vemos, no se acaba con esta idea tan anclada en el imaginario colectivo de propiedad y superioridad que se tiene sobre la mujer.
No es de extrañar, pues, que el cuerpo de la mujer como objeto del incontrolable deseo masculino haya sido plasmado en muchos de los lienzos que cuelgan de los más importantes museos del mundo. En algunos casos, esos cuadros tienen como base los relatos mitológicos de la Grecia y la Roma clásicas. Otros pertenecen al Antiguo Testamento, aunque, en este segundo caso, forma parte de la narrativa del pueblo judío, por lo que tiene una función ejemplarizante según la concepción patriarcal hebrea.
Para ilustrar esto que apunto, quisiera acercarme a uno de los relatos bíblicos que durante el Barroco fue plasmado por diversos pintores. Me refiero al que en los cuadros pintados lleva por título el de Susana y los viejos, cuyo origen se encuentra en el Libro de Daniel, perteneciente al Antiguo Testamento, y que tiene como base la supuesta historia de la bella Susana y del acoso que sufrió por parte de dos viejos y libidinosos jueces.
Para que veamos algunos de los cuadros más famosos en los que se plasma esta leyenda, me remitiré a cuatro de ellos que mostraré a continuación, al tiempo que voy explicando la historia de Susana. Así pues, los tres primeros pertenecen a Tintoretto, El Veronés y Rubens, mientras que el cuarto lo realizó la pintora italiana Artemisia Gentileschi, con una perspectiva distinta a la de los anteriores.
Acabamos de ver el cuadro del italiano Tintoretto (1518-1594) que se encuentra colgado en el Museo del Louvre. En el lienzo, aparece Susana, hermosa mujer casada con Joaquín, un rico judío, y que era deseada por dos jueces ya viejos que se ponen de acuerdo para sorprenderla desnuda. Tintoretto nos la muestra junto al río, acompañada por dos doncellas que la atienden, al tiempo que es observada desde lejos por ambos jueces.
En el lienzo de El Veronés (1528-1588), que podemos verlo en el Museo del Prado, el relato tiene un enfoque pictórico distinto. Susana se encuentra sola, desnuda, cubriéndose parcialmente con unas bellas telas. Los dos jueces parecen intentar convencerla de sus pretensiones eróticas. Ella los mira pero en su rostro no aparece ningún signo de desaprobación de los requerimientos de los dos envejecidos jueces.
La versión de Peter Paul Rubens (1577-1640), perteneciente a la escuela flamenca, tiene un planteamiento diferente a los anteriores, dado que Susana está sola, en un entorno palaciego y al lado de una fuente. Se la presenta fuertemente asustada, puesto que los dos jueces aparecen saltando la balaustrada con la intención directa de abusar de ella, por lo que se les ve quitándole el tejido blanco con el que se está cubriendo.
Finalmente, la cuarta interpretación pertenece a Artemisia Gentileschi (1593-1653), que había sufrido una violación por parte de quien había sido su maestro de pintura. En la escena se ve a Susana sentada sobre la bancada de mármol, desnuda, cubriéndose parcialmente y horrorizada ante las pretensiones que los dos personajes que, encontrándose por encima de ella, le están haciendo.
El relato bíblico, que da sentido a estos cuadros, continúa de modo que, ante la rotunda negativa de Susana a las pretensiones deshonestas, los dos jueces la denuncian acusándola de adulterio, manifestando que la han visto junto con un atractivo joven en los jardines de su esposo.
Tal como sucede en muchas culturas, la palabra de la mujer apenas sirve como defensa ante las acusaciones de los hombres, y menos aún si son dos jueces quienes las hacen. Así pues, Susana es condenada a muerte por lapidación, crueldad que aún pervive en algunos países de Oriente Próximo.
Al ser un relato bíblico, el anónimo narrador busca el modo de que se haga justicia a partir de una intervención divina. Surge, pues, la figura del profeta Daniel siendo aún un niño. Inteligentemente, plantea al juez que se les debe interrogar por separado, para que se conozca la verdad. Con esta estrategia, que en la actualidad se utiliza, logra hacer ver las contradicciones en las que caen los acusadores, por lo que, finalmente, son ellos los condenados a morir.
Volviendo al comienzo de este escrito, y ante la obstinada negativa de algunos de reconocer la violencia específica contra las mujeres, el mejor modo de entenderla es invirtiendo los papeles del relato.
De este modo, cabe preguntarse: ¿Alguien imagina a un hombre cercano a un río, desnudo, presto a bañarse, que pudiera ser acosado por dos mujeres que lo observan con intenciones de acoso sexual? Ni siquiera en la más desbordante fantasía de las mitologías clásicas se encuentra descrita tal situación, porque se entiende que sería totalmente absurda, y aunque sus dioses y semidioses eran de lo más arbitrario que podemos imaginar, a tanto no llegaban.
Así, con pasmosa frecuencia escuchamos noticias en los medios de comunicación sobre abusos que se cometen contra las mujeres, de forma que casi nos hemos familiarizado con estos atropellos como si configuraran una especie de pandemia que es imposible de erradicar. Y lo peor de todo es que comprobamos cómo se va reduciendo la edad de aquellos que se creen que pueden acosarlas o agredirlas porque han interiorizado la idea de superioridad masculina y que el cuerpo de la mujer está al servicio del hombre.
Ni que decir tiene que la presencia de una educación afectiva-sexual en las aulas se hace totalmente necesaria en nuestros días, pues únicamente con los instrumentos legales sancionadores, como vemos, no se acaba con esta idea tan anclada en el imaginario colectivo de propiedad y superioridad que se tiene sobre la mujer.
No es de extrañar, pues, que el cuerpo de la mujer como objeto del incontrolable deseo masculino haya sido plasmado en muchos de los lienzos que cuelgan de los más importantes museos del mundo. En algunos casos, esos cuadros tienen como base los relatos mitológicos de la Grecia y la Roma clásicas. Otros pertenecen al Antiguo Testamento, aunque, en este segundo caso, forma parte de la narrativa del pueblo judío, por lo que tiene una función ejemplarizante según la concepción patriarcal hebrea.
Para ilustrar esto que apunto, quisiera acercarme a uno de los relatos bíblicos que durante el Barroco fue plasmado por diversos pintores. Me refiero al que en los cuadros pintados lleva por título el de Susana y los viejos, cuyo origen se encuentra en el Libro de Daniel, perteneciente al Antiguo Testamento, y que tiene como base la supuesta historia de la bella Susana y del acoso que sufrió por parte de dos viejos y libidinosos jueces.
Para que veamos algunos de los cuadros más famosos en los que se plasma esta leyenda, me remitiré a cuatro de ellos que mostraré a continuación, al tiempo que voy explicando la historia de Susana. Así pues, los tres primeros pertenecen a Tintoretto, El Veronés y Rubens, mientras que el cuarto lo realizó la pintora italiana Artemisia Gentileschi, con una perspectiva distinta a la de los anteriores.
Acabamos de ver el cuadro del italiano Tintoretto (1518-1594) que se encuentra colgado en el Museo del Louvre. En el lienzo, aparece Susana, hermosa mujer casada con Joaquín, un rico judío, y que era deseada por dos jueces ya viejos que se ponen de acuerdo para sorprenderla desnuda. Tintoretto nos la muestra junto al río, acompañada por dos doncellas que la atienden, al tiempo que es observada desde lejos por ambos jueces.
En el lienzo de El Veronés (1528-1588), que podemos verlo en el Museo del Prado, el relato tiene un enfoque pictórico distinto. Susana se encuentra sola, desnuda, cubriéndose parcialmente con unas bellas telas. Los dos jueces parecen intentar convencerla de sus pretensiones eróticas. Ella los mira pero en su rostro no aparece ningún signo de desaprobación de los requerimientos de los dos envejecidos jueces.
La versión de Peter Paul Rubens (1577-1640), perteneciente a la escuela flamenca, tiene un planteamiento diferente a los anteriores, dado que Susana está sola, en un entorno palaciego y al lado de una fuente. Se la presenta fuertemente asustada, puesto que los dos jueces aparecen saltando la balaustrada con la intención directa de abusar de ella, por lo que se les ve quitándole el tejido blanco con el que se está cubriendo.
Finalmente, la cuarta interpretación pertenece a Artemisia Gentileschi (1593-1653), que había sufrido una violación por parte de quien había sido su maestro de pintura. En la escena se ve a Susana sentada sobre la bancada de mármol, desnuda, cubriéndose parcialmente y horrorizada ante las pretensiones que los dos personajes que, encontrándose por encima de ella, le están haciendo.
El relato bíblico, que da sentido a estos cuadros, continúa de modo que, ante la rotunda negativa de Susana a las pretensiones deshonestas, los dos jueces la denuncian acusándola de adulterio, manifestando que la han visto junto con un atractivo joven en los jardines de su esposo.
Tal como sucede en muchas culturas, la palabra de la mujer apenas sirve como defensa ante las acusaciones de los hombres, y menos aún si son dos jueces quienes las hacen. Así pues, Susana es condenada a muerte por lapidación, crueldad que aún pervive en algunos países de Oriente Próximo.
Al ser un relato bíblico, el anónimo narrador busca el modo de que se haga justicia a partir de una intervención divina. Surge, pues, la figura del profeta Daniel siendo aún un niño. Inteligentemente, plantea al juez que se les debe interrogar por separado, para que se conozca la verdad. Con esta estrategia, que en la actualidad se utiliza, logra hacer ver las contradicciones en las que caen los acusadores, por lo que, finalmente, son ellos los condenados a morir.
Volviendo al comienzo de este escrito, y ante la obstinada negativa de algunos de reconocer la violencia específica contra las mujeres, el mejor modo de entenderla es invirtiendo los papeles del relato.
De este modo, cabe preguntarse: ¿Alguien imagina a un hombre cercano a un río, desnudo, presto a bañarse, que pudiera ser acosado por dos mujeres que lo observan con intenciones de acoso sexual? Ni siquiera en la más desbordante fantasía de las mitologías clásicas se encuentra descrita tal situación, porque se entiende que sería totalmente absurda, y aunque sus dioses y semidioses eran de lo más arbitrario que podemos imaginar, a tanto no llegaban.
AURELIANO SÁINZ