En La mentira en política (Madrid, Alianza editorial, 2023), una breve, clara y profunda obra de la filósofa Hannah Arendt, se analizan las conclusiones de Los documentos del Pentágono sobre las decisiones adoptadas por los Estados Unidos en la Guerra del Vietnam, y nos proporciona importantes principios, criterios y pautas para que nosotros analicemos las estrategias “publicitarias” que aplican algunos (¿muchos?) políticos actuales.
Acertada e inevitable, sin duda alguna, es la introducción de la profesora Nuria Sánchez Madrid que, además de situar adecuadamente los mensajes fundamentales de Hannah Arendt, nos explica con rigor y con claridad su aplicación a la situación actual de nuestras democracias.
Tengo la impresión de que algunos líderes están convencidos de que "es conveniente engañar al pueblo pensando que la mayoría de nosotros no poseemos capacidad para comprender la complejidad de algunos asuntos". Arendt añade otra razón: los políticos piensan que las relaciones públicas son una variante de la publicidad y, por lo tanto, tienen su origen en la sociedad de consumo insaciable. No es extraño, por lo tanto, que una de las tareas de los gabinetes de asesores sea elaborar “falsedades saludables” para propagarlas instantáneamente a través de internet.
Por eso Arendt afirma que, aunque el engaño, la falsedad deliberada y la mentira descarada para lograr fines políticos siempre han existido desde el comienzo de la historia documentada y que la sinceridad no ha sido nunca una de las virtudes de los políticos, en la actualidad alcanza unos singulares niveles de gravedad.
Tiene muy en cuenta que los ciudadanos poseemos una “capacidad pasiva” de ser presas del error, de la ilusión, de la distorsión del recuerdo o de cualquier otra cosa de la que podamos culpar a un fallo de nuestros sentidos y de nuestras mentes.
Explica cómo nuestra frágil imaginación, a veces, hace posible que, incluso, neguemos deliberadamente la verdad de los hechos y asumamos las falsedades. Señala cómo las mentiras no están reñidas con la razón, porque, efectivamente, “las cosas pueden haber sido como el mentiroso mantiene que fueron” y porque, “a menudo las mentiras son más creíbles y más atractivas a la razón que la realidad”.
De manera clara, Arendt nos estimula para que exijamos a los políticos y a sus asesores que, además de rechazar el engaño y el autoengaño en la creación de imágenes propagandísticas que idealizan y niegan la realidad, hagan permanentes ejercicios de autocrítica para identificar qué hacen mal y cómo deben corregirlo. Desgraciadamente, las consecuencias son, afirma textualmente, que “el engañador autoengañado pierde todo contacto no sólo con la audiencia, sino también con el mundo real”.
En mi opinión, estos análisis psicológicos, sociológicos y políticos deberían hacernos pensar, por unos minutos al menos, en la gravedad de lo que está pasando y denunciarlo con fuerza y con rigor, exigir transparencia y censurar la persistencia de la mentira en los usos políticos. A pesar de las afirmaciones de Maquiavelo, la política no es –no debe ser– diferente a la ética.
Acertada e inevitable, sin duda alguna, es la introducción de la profesora Nuria Sánchez Madrid que, además de situar adecuadamente los mensajes fundamentales de Hannah Arendt, nos explica con rigor y con claridad su aplicación a la situación actual de nuestras democracias.
Tengo la impresión de que algunos líderes están convencidos de que "es conveniente engañar al pueblo pensando que la mayoría de nosotros no poseemos capacidad para comprender la complejidad de algunos asuntos". Arendt añade otra razón: los políticos piensan que las relaciones públicas son una variante de la publicidad y, por lo tanto, tienen su origen en la sociedad de consumo insaciable. No es extraño, por lo tanto, que una de las tareas de los gabinetes de asesores sea elaborar “falsedades saludables” para propagarlas instantáneamente a través de internet.
Por eso Arendt afirma que, aunque el engaño, la falsedad deliberada y la mentira descarada para lograr fines políticos siempre han existido desde el comienzo de la historia documentada y que la sinceridad no ha sido nunca una de las virtudes de los políticos, en la actualidad alcanza unos singulares niveles de gravedad.
Tiene muy en cuenta que los ciudadanos poseemos una “capacidad pasiva” de ser presas del error, de la ilusión, de la distorsión del recuerdo o de cualquier otra cosa de la que podamos culpar a un fallo de nuestros sentidos y de nuestras mentes.
Explica cómo nuestra frágil imaginación, a veces, hace posible que, incluso, neguemos deliberadamente la verdad de los hechos y asumamos las falsedades. Señala cómo las mentiras no están reñidas con la razón, porque, efectivamente, “las cosas pueden haber sido como el mentiroso mantiene que fueron” y porque, “a menudo las mentiras son más creíbles y más atractivas a la razón que la realidad”.
De manera clara, Arendt nos estimula para que exijamos a los políticos y a sus asesores que, además de rechazar el engaño y el autoengaño en la creación de imágenes propagandísticas que idealizan y niegan la realidad, hagan permanentes ejercicios de autocrítica para identificar qué hacen mal y cómo deben corregirlo. Desgraciadamente, las consecuencias son, afirma textualmente, que “el engañador autoengañado pierde todo contacto no sólo con la audiencia, sino también con el mundo real”.
En mi opinión, estos análisis psicológicos, sociológicos y políticos deberían hacernos pensar, por unos minutos al menos, en la gravedad de lo que está pasando y denunciarlo con fuerza y con rigor, exigir transparencia y censurar la persistencia de la mentira en los usos políticos. A pesar de las afirmaciones de Maquiavelo, la política no es –no debe ser– diferente a la ética.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO