Esta reflexión nada tiene que ver con nuestra actual situación política, económica y social, pero me atrevo a proponerla porque a mí sí me está sirviendo para efectuar un saludable ejercicio de autocrítica. Me refiero a los "sabihondos sabelotodo"; a los que emplean tonos categóricos y dogmáticos; a los que hablan o escriben para mostrar y demostrar la amplia ciencia que, según ellos mismos, atesoran; a los que emplean palabras extrañas y construcciones complicadas.
Este asunto me lo ha sugerido la obra de Dietrich Bonhoeffer titulada Resistencia y sumisión (Cartas y apuntes desde el cautiverio). El autor fue un pensador alemán que, por participar en el movimiento de resistencia contra el nazismo, fue encarcelado durante algo más de diez años.
Durante ese periodo tuvo la oportunidad de reflexionar, en primer lugar, sobre el “tiempo”, el bien más valioso de los seres humanos porque, como él afirma, “el tiempo que perdemos lo perdemos para siempre”. Explica que eso nos ocurre cuando no lo vivimos realmente porque no nos proporciona experiencias, enseñanzas, alegrías, satisfacciones o, incluso, sufrimientos.
Se lamenta de esa “gran mascarada del mal” que, a veces, trastorna todos los conceptos éticos, y constata el patente fracaso de los hombres que se creen “sensatos” pero que, con las mejores intenciones, con un ingenuo desconocimiento de ellos mismos y de la realidad, están convencidos de que son capaces de resolver todos los problemas.
Confieso que lo que más me ha llamado la atención ha sido la claridad y la fuerza con la que afirma que mucho peor que la maldad es la necedad. No se refiere a los ignorantes sino a quienes están convencidos de que lo saben todo y que, por lo tanto, todo lo que afirman o niegan lo hacen de una manera categórica y con un tono inapelable.
¿Por qué son tan peligrosos? Porque no son capaces de escuchar a los demás, no se atreven a dudar ni, mucho menos, a reconocer los daños que producen sus categóricas afirmaciones. Me ha llamado mucho la atención la claridad con la que afirma que “frente a la necedad carecemos de toda defensa”. ¿Por qué? Porque ni las razones, ni los argumentos ni los hechos, por muy claros sean, en vez de hacerlos reflexionar y cambiar, estimularán su irritación y lo harán más agresivos, más sordos y más peligrosos.
Este asunto me lo ha sugerido la obra de Dietrich Bonhoeffer titulada Resistencia y sumisión (Cartas y apuntes desde el cautiverio). El autor fue un pensador alemán que, por participar en el movimiento de resistencia contra el nazismo, fue encarcelado durante algo más de diez años.
Durante ese periodo tuvo la oportunidad de reflexionar, en primer lugar, sobre el “tiempo”, el bien más valioso de los seres humanos porque, como él afirma, “el tiempo que perdemos lo perdemos para siempre”. Explica que eso nos ocurre cuando no lo vivimos realmente porque no nos proporciona experiencias, enseñanzas, alegrías, satisfacciones o, incluso, sufrimientos.
Se lamenta de esa “gran mascarada del mal” que, a veces, trastorna todos los conceptos éticos, y constata el patente fracaso de los hombres que se creen “sensatos” pero que, con las mejores intenciones, con un ingenuo desconocimiento de ellos mismos y de la realidad, están convencidos de que son capaces de resolver todos los problemas.
Confieso que lo que más me ha llamado la atención ha sido la claridad y la fuerza con la que afirma que mucho peor que la maldad es la necedad. No se refiere a los ignorantes sino a quienes están convencidos de que lo saben todo y que, por lo tanto, todo lo que afirman o niegan lo hacen de una manera categórica y con un tono inapelable.
¿Por qué son tan peligrosos? Porque no son capaces de escuchar a los demás, no se atreven a dudar ni, mucho menos, a reconocer los daños que producen sus categóricas afirmaciones. Me ha llamado mucho la atención la claridad con la que afirma que “frente a la necedad carecemos de toda defensa”. ¿Por qué? Porque ni las razones, ni los argumentos ni los hechos, por muy claros sean, en vez de hacerlos reflexionar y cambiar, estimularán su irritación y lo harán más agresivos, más sordos y más peligrosos.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO