La amistad –una grata necesidad que todos experimentamos– es una fuente de salud y un vivero de bienestar que nos exigen el cultivo de destrezas relacionadas con la imaginación, con la reflexión, con la paciencia y que, en la mayoría de los casos, requiere habilidades y esfuerzos permanentes.
Tener amigos es un anhelo reconocido en las fuentes de nuestras raíces culturales: la Iliada nos cuenta la profundidad de la amistad que une a Aquiles con Patroclo; Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, afirma que la amistad es necesaria, bella y honrosa. Y, en la tradición cristiana, la amistad es la manera de establecer relaciones con Jesús de Nazaret: “a vosotros os llamo amigos” (Juan, 15, 13-15).
Casi todos pensamos que, para ganar y para conservar a los amigos, son suficientes las experiencias y, por eso, no solemos tener en cuenta las teorías que explican los psicólogos, los sociólogos, los antropólogos y los médicos, esas lecciones extraídas de sus estudios científicos y de sus experiencias clínicas. En mi opinión, la teoría y la práctica son dos vías convergentes de aprendizaje porque nos proporcionan enseñanzas complementarias.
En Amigos (Barcelona, Oaidós, 2023), ensayo del profesor de Psicología Evolutiva de la Universidad de Oxford, Robin Dunbar, se reúnen las conclusiones a las que ha llegado su autor tras detallados análisis sobre su importancia y sobre la necesidad de desarrollar algunas destrezas que nos ayudan a defenderla, a mantenerla y a mejorarla.
En este libro, que surgió al estudiar el comportamiento de los animales salvajes, nos explica las estrategias para reforzar los vínculos de amistad como, por ejemplo, la risa, las canciones, los bailes, las fiestas o, en general, las celebraciones comunitarias.
También extrae enseñanzas prácticas sobre los lenguajes de la amistad y descubre las relaciones entre la amistad y la confianza, ese sentimiento que “se va consolidando con el tiempo a medida en que tenemos más experiencias positivas con una persona”. Nos estimula para que nos preguntemos por qué terminan las amistades y por qué la amistad sigue siendo especialmente importante durante la vejez.
Tras sus análisis del comportamiento del cerebro social, de los diferentes tipos de amistades y de los mecanismos psicológicos, explica el supuesto elemental de que la amistad y la soledad son las dos caras de la misma moneda social, y de que nosotros estamos toda la vida pasando de una a otra.
Constata cómo lo que más ha sorprendido a los investigadores durante la última década es que el hecho de tener amigos influye de manera espectacular no solo en la felicidad de las personas, sino también en la salud, en el bienestar e, incluso, en la longevidad.
Permítanme que les confiese mi convicción de que los amigos salvan vidas porque, efectivamente, pensar que no son necesarios es asumir una condena. Estoy convencido de que los lectores que reflexionen sobre sus propias experiencias estarán de acuerdo en que la felicidad está ligada a la calidad de las relaciones personales y que ni el éxito social ni el dinero proporcionan tanto bienestar como los buenos amigos y los buenos amores.
Tener amigos es un anhelo reconocido en las fuentes de nuestras raíces culturales: la Iliada nos cuenta la profundidad de la amistad que une a Aquiles con Patroclo; Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, afirma que la amistad es necesaria, bella y honrosa. Y, en la tradición cristiana, la amistad es la manera de establecer relaciones con Jesús de Nazaret: “a vosotros os llamo amigos” (Juan, 15, 13-15).
Casi todos pensamos que, para ganar y para conservar a los amigos, son suficientes las experiencias y, por eso, no solemos tener en cuenta las teorías que explican los psicólogos, los sociólogos, los antropólogos y los médicos, esas lecciones extraídas de sus estudios científicos y de sus experiencias clínicas. En mi opinión, la teoría y la práctica son dos vías convergentes de aprendizaje porque nos proporcionan enseñanzas complementarias.
En Amigos (Barcelona, Oaidós, 2023), ensayo del profesor de Psicología Evolutiva de la Universidad de Oxford, Robin Dunbar, se reúnen las conclusiones a las que ha llegado su autor tras detallados análisis sobre su importancia y sobre la necesidad de desarrollar algunas destrezas que nos ayudan a defenderla, a mantenerla y a mejorarla.
En este libro, que surgió al estudiar el comportamiento de los animales salvajes, nos explica las estrategias para reforzar los vínculos de amistad como, por ejemplo, la risa, las canciones, los bailes, las fiestas o, en general, las celebraciones comunitarias.
También extrae enseñanzas prácticas sobre los lenguajes de la amistad y descubre las relaciones entre la amistad y la confianza, ese sentimiento que “se va consolidando con el tiempo a medida en que tenemos más experiencias positivas con una persona”. Nos estimula para que nos preguntemos por qué terminan las amistades y por qué la amistad sigue siendo especialmente importante durante la vejez.
Tras sus análisis del comportamiento del cerebro social, de los diferentes tipos de amistades y de los mecanismos psicológicos, explica el supuesto elemental de que la amistad y la soledad son las dos caras de la misma moneda social, y de que nosotros estamos toda la vida pasando de una a otra.
Constata cómo lo que más ha sorprendido a los investigadores durante la última década es que el hecho de tener amigos influye de manera espectacular no solo en la felicidad de las personas, sino también en la salud, en el bienestar e, incluso, en la longevidad.
Permítanme que les confiese mi convicción de que los amigos salvan vidas porque, efectivamente, pensar que no son necesarios es asumir una condena. Estoy convencido de que los lectores que reflexionen sobre sus propias experiencias estarán de acuerdo en que la felicidad está ligada a la calidad de las relaciones personales y que ni el éxito social ni el dinero proporcionan tanto bienestar como los buenos amigos y los buenos amores.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO