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Moi Palmero | Hola, Tierra

En 1991, Celtas Cortos sacó su tercer disco, Cuéntame un cuento, que incluía 20 de abril, una de las canciones que en estos días hemos tarareado o hemos cantado en algún momento. Ellos no podían saber que se convertiría en la banda sonora de varias generaciones, y mucho menos, que alrededor de ese día se iban a conmemorar dos efemérides, que todavía ni se habían instaurado, y que para mí tienen mucho simbolismo, con las que juego, mezclo a mi antojo y entretengo mi existencia: el Día de la Tierra y el Día del Libro.


Quizás es que uno encuentra señales donde no las hay, o que llevamos décadas reivindicando lo mismo, hablando de las mismas cosas, o solo son casualidades. O, simplemente, que he reducido la realidad a muy poquitos temas y no haga nada más que mirarme el ombligo.

No lo sé, quizás sea todo y nada a la vez, pero el caso es que en ese disco, ya clásico y de grandes recuerdos de juventud, además de hablar de los cuentos, tenían una canción, Trágame tierra, que termina con una estrofa que bien podría servirnos de epitafio: Y es que el hombre de hoy crece a lo tonto. Necesitaba el aire, necesitaba el mar, necesitaba el bosque, y ahora todo ya da igual.

También es curioso, o una consecuencia, que mientras los Celtas Cortos, al menos Cifuentes, se divertían en la cabaña del Turmo, en el Pirineo aragonés, aquel viernes 20 de abril de 1990, se estaba preparando el vigésimo aniversario de la primera gran concentración, en defensa de la Madre Tierra, que se había celebrado en EE.UU el 22 de abril de 1970.

Promovida por el gobernador Gaylor Nelson que, por reivindicación popular, llevaba una década realizando campañas a favor del medio ambiente que no habían servido de nada en los mentideros políticos y económicos que dirigían el mundo. Aquel día se juntaron 20 millones de personas y todo comenzó a cambiar.

La presión social consiguió que se creara meses más tarde la Agencia de Protección Medioambiental de EE.UU y que en 1972 se celebrase la Cumbre de la Tierra de Estocolmo, la primera conferencia internacional para poner sobre la mesa los datos científicos que mostraban los problemas y amenazas a los que nos enfrentábamos, y que en la actualidad, por desgracia, han terminado demostrándose, aunque algunos aún los pongan en duda.

El aniversario de 1990 fue también muy especial para el movimiento ecologista, porque fue la primera gran concentración a nivel mundial por la protección y conservación del medio ambiente. Más de mil oenegés organizaron actos en 140 países, a los que, se estima, asistieron unos 200 millones de personas.

Estas reivindicaciones mundiales sirvieron para incluir por primera vez el término "medio ambiente" en nuestros órganos administrativos. El 13 de abril de 1972, unos días antes de ir a Estocolmo, se creó por decreto, y supongo que por vergüenza torera, la Comisión Delegada del Gobierno para el Medio Ambiente y la Comisión Interministerial del Medio Ambiente. Y en 1996, Aznar creó –manda huevos, como diría su amiguete Trillo– el primer Ministerio exclusivo de Medio Ambiente.

Estudios científicos, luchas y reivindicaciones sociales, acuerdos y leyes internacionales y ministerios nacionales que quedan ninguneadas, ofendidas, pisoteadas a diario, por políticos autonómicos y locales que defienden los intereses de unos pocos y no del bien común, de la conservación de la Tierra.

Porque no podemos olvidar que sin medio ambiente, sin naturaleza, no hay nada, por muchas máquinas e inteligencias artificiales que creemos; si no llueve, si no sopla el viento, si alteramos los ciclos naturales no habrá economía que mantener, ni comida que llevarnos a la boca, ni agua que calme nuestra sed, ni árboles que nos protejan de las altas temperaturas. Solo nos quedarán basuras y el recuerdo de las aves migratorias que volvían cada año a Doñana.

También en otro tema de este disco cantaban lo que pensamos más de uno: Ya está bien, parad de una vez, ¿nos tomáis el pelo?, ¡pero qué os creéis! Caminamos hacia la perdición, sin encontrar otra opción, de cabeza y sin perdón.

Es por todo este cúmulo de curiosidades, de circunstancias, con las emociones a flor de piel, mientras escuchaba a Celtas Cortos, añoraba el faro verde del puerto de Adra, los primeros besos con sabor a mar, a los Delirium Tremens, y ordenaba las fotos de las actividades de educación ambiental realizadas y preparaba las que vienen, me entró la melancolía y te tenía que hablar, pues estaba aquí solo, y me he puesto a recordar. Pero no te preocupes, no espero que me contestes, tienes mucho de lo que defenderte, solo deseo que mis palabras, desordenen sus conciencias.

MOI PALMERO
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