La abundancia de novelas sobre la Guerra Civil Española pone de manifiesto que estos relatos siguen interesando a lectores, deseosos de descubrir visiones inéditas desde diferentes perspectivas ideológicas. En mi opinión, la particularidad de Hijos de Pandora (Madrid, Europa Ediciones, 2023) reside en el empleo de un recurso literario que, en la actualidad, goza de una especial fuerza narrativa. Me refiero al trenzado de varias “tramas” narradas desde diversas ópticas visuales, económicas, sociales y, por supuesto, ideológicas.
Mediante este procedimiento, Manuel Bellido –gracias a su habilidad de análisis psicológicos y sociológicos– logra que la ficción sea una variedad de espejos en los que los diferentes lectores nos sentimos reflejados y descubrimos nuestras peculiares maneras de pensar, de sentir y, por lo tanto, de vivir. Como decía Flaubert, nunca experimentamos en nuestra limitada realidad los sentimientos tan puros y tan absolutos como en la ficción.
En Hijos de Pandora encontramos esas emociones buenas o malas, generosas o egoístas, luminosas u oscuras que laten en ciudadanos que, situados en bandos opuestos, ponen de manifiesto el trapicheo mercantil, político y hasta religioso de unos personajes poliédricos porque, como le ocurre a Manuel –a mi juicio el personaje clave– “la bondad como la maldad, gusta de camuflarse en el parapeto de las ideas”.
Esta narración de sus conductas confirma la vigencia actual de un género que, como a lo largo de toda nuestra tradición literaria, en la actualidad sigue gozando de un notable vigor y de una aceptación generalizada. Con un lenguaje directo y claro, dotado de un singular poder expresivo gracias al uso de imágenes originales, Manuel Bellido nos pinta las desgarradoras batallas que se libraron dentro y fuera de España, en el seno de algunas familias y en el interior de algunas conciencias. Es la explicación de ese rescoldo que, en actualidad, sigue alimentando y envenenando ideas, sensaciones y emociones encontradas.
En mi opinión, este relato fruto de la imaginación de Manuel Bellido, aunque efectivamente dibuja aquel ambiente tenso y oscuro rodeado de intrigas, se refiere a unos hechos protagonizados por algunas personas reales que él ha sabido recrear en una serie de personajes poliédricos que muestran diferentes rostros representados en sus distintas situaciones personales, sociales y económicas.
En contra de los juicios más generalizados entre los teóricos y críticos de Literatura, me permito opinar que la “ficción” –el relato novelado– no se opone a la realidad, sino que la amplía y la completa, de la misma manera que la teoría no es lo contrario de la práctica, sino un procedimiento de análisis que muestra y explica las entrañas, las médulas y las semillas de los comportamientos humanos.
Esta obra pone de manifiesto la atenta sensibilidad de Manuel Bellido que, concentrada sobre todo en su mirada, analiza la realidad con atención, con interés y con respeto. Advertimos cómo su escritura está impulsada y orientada por su permanente voluntad de descubrir la sustancia de los objetos y por su capacidad de traspasar los límites sensibles de los sucesos, desnudar de disfraces y de caretas a las personas y trascender las apariencias engañosas de los gestos.
Mediante este procedimiento, Manuel Bellido –gracias a su habilidad de análisis psicológicos y sociológicos– logra que la ficción sea una variedad de espejos en los que los diferentes lectores nos sentimos reflejados y descubrimos nuestras peculiares maneras de pensar, de sentir y, por lo tanto, de vivir. Como decía Flaubert, nunca experimentamos en nuestra limitada realidad los sentimientos tan puros y tan absolutos como en la ficción.
En Hijos de Pandora encontramos esas emociones buenas o malas, generosas o egoístas, luminosas u oscuras que laten en ciudadanos que, situados en bandos opuestos, ponen de manifiesto el trapicheo mercantil, político y hasta religioso de unos personajes poliédricos porque, como le ocurre a Manuel –a mi juicio el personaje clave– “la bondad como la maldad, gusta de camuflarse en el parapeto de las ideas”.
Esta narración de sus conductas confirma la vigencia actual de un género que, como a lo largo de toda nuestra tradición literaria, en la actualidad sigue gozando de un notable vigor y de una aceptación generalizada. Con un lenguaje directo y claro, dotado de un singular poder expresivo gracias al uso de imágenes originales, Manuel Bellido nos pinta las desgarradoras batallas que se libraron dentro y fuera de España, en el seno de algunas familias y en el interior de algunas conciencias. Es la explicación de ese rescoldo que, en actualidad, sigue alimentando y envenenando ideas, sensaciones y emociones encontradas.
En mi opinión, este relato fruto de la imaginación de Manuel Bellido, aunque efectivamente dibuja aquel ambiente tenso y oscuro rodeado de intrigas, se refiere a unos hechos protagonizados por algunas personas reales que él ha sabido recrear en una serie de personajes poliédricos que muestran diferentes rostros representados en sus distintas situaciones personales, sociales y económicas.
En contra de los juicios más generalizados entre los teóricos y críticos de Literatura, me permito opinar que la “ficción” –el relato novelado– no se opone a la realidad, sino que la amplía y la completa, de la misma manera que la teoría no es lo contrario de la práctica, sino un procedimiento de análisis que muestra y explica las entrañas, las médulas y las semillas de los comportamientos humanos.
Esta obra pone de manifiesto la atenta sensibilidad de Manuel Bellido que, concentrada sobre todo en su mirada, analiza la realidad con atención, con interés y con respeto. Advertimos cómo su escritura está impulsada y orientada por su permanente voluntad de descubrir la sustancia de los objetos y por su capacidad de traspasar los límites sensibles de los sucesos, desnudar de disfraces y de caretas a las personas y trascender las apariencias engañosas de los gestos.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO