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José Antonio Hernández | Contar con números y contar con palabras

Si siempre me sorprendió la habilidad para armonizar asuntos, lenguajes, procedimientos, estilos y ritmos en la amplia y diversa obra literaria de Carlos Murciano, en esta ocasión me llama la atención su audacia inventiva para mantener su fidelidad a su vocación original clasicista y, al mismo tiempo, su innegociable libertad para crear unos versos que, de manera transparente, nos explican el misterio de la permanente contradicción de la vida humana y, en consecuencia, la esencial función de la paradoja como recurso fundamental de la producción poética.


En este poemario, hace compatible su devoción por la métrica perfecta y su habilidad para componer versos libres dotados de una singular intensidad rítmica gracias a la armonización de los sonidos y de los significados simbólicos de las palabras.

A mi juicio, esta obra, ya desde su título, Tres, con su exquisita sobriedad, constituye la explicación de la inevitable compatibilidad de los números y de las letras o, todavía más claro, de la natural unidad de la materia y el espíritu, de la ciencia y la poesía.

En estos versos, además de sus siempre originales intuiciones, pone de manifiesto que es un rastreador de la sensibilidad a través de las obras clásicas, y nos proporciona unos dibujos que, con trazos firmes, marcan el trayecto que, con su pensamiento sutil, con su imaginación depurada y con su emoción contenida, logra proporcionarnos las esencias de sus experiencias cotidianas.

Carlos Murciano concibe y vive la poesía como una vía para descubrir la realidad íntima subyacente en los objetos y en los episodios a través de unos símbolos originales y de un lenguaje metafórico siempre nuevo.

En Tres nos da cuenta de ese viaje interior –reflexivo y silencioso– en el que toma conciencia de las raíces que alimentan sus experiencias más lúcidas, esas vivencias, simples o complejas, de las que él extrae las más íntimas esencias.

Sus versos son espacios vividos y momentos de eternidad que ponen de manifiesto, además de su tenaz tendencia al ensimismamiento, su necesidad de ser fiel a sí mismo pensando, imaginando y creando: cumple su obligación de seguir dotando de sentido a su vida con la destreza de siempre y con su capacidad inextinguible para inventar nuevos mundos poseedores de una sobria belleza.

Su talento sensorial creativo, como el de los autores clásicos, nace de una curiosidad que jamás se sacia descubriendo los misterios de la vida humana, y de unas expresiones sorprendentes por su original transparencia. Por eso el paisaje, el cielo, los planetas, la luna, el viento, la nube, el mar, el río, la nieve, la playa, o los animales, los pájaros, el gato, la tórtola, el jaguar, el lobo, el perro, o los árboles, el sauce, o las frutas como la granada, son juegos de imágenes cuya concisión constituyen, a mi juicio, los mayores logros de estos poemas. Su austeridad, pureza y precisión innovadoras son logros de su perene inspiración.

Como afirma María del Carmen García Tejera, “a estas alturas no puede extrañarnos que su sabiduría y su oficio poéticos consigan el milagro de la belleza en y con sus creaciones que durante toda su trayectoria ha florecido en metros y estrofas muy diversos, aunque debemos reconocer que nos tuvo siempre muy bien acostumbrados a sus sonetos, cuidadosamente estructurados y pulidos, aunque de vez en cuando, pirueteara con ellos…”.

En este poemario nos vuelve a mostrar sus diferentes habilidades para “con-jugar” la variedad de recursos artísticos que almacena de-mostrando sus habilidades para hacernos pensar, sentir y divertirnos, sabedor, como es él, de que la “di-versión” es una forma humana del bienestar posible.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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