Montilla Digital se hace eco en su Buzón del Lector de una carta abierta de Francisco Alcaide, colaborador de este periódico, para animar a todas las personas que luchan contra el cáncer. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico a la Redacción del periódico exponiendo su queja, comentario, sugerencia o relato. Si quiere, puede acompañar su mensaje de alguna fotografía.
El tramo más corto que existe entre la ceguera y la virtud de vislumbrar lo que está premeditado que ocurra es la intencionalidad de atrapar o dejar escapar una idea y moldear su cuerpo. La crueldad de lo cotidiano estriñe las sonrisas en pobres muecas carcomidas de arrugas envejecidas por tristes miradas pero también sana nuestro ego y cura las heridas del tiempo, ese que inmarcesible dueño de los sueños recibe latencias y calma los miedos.
Amanecemos sentados y dormimos despiertos esperando que el encuentro con nuestra cobardía sea solo un asunto de viejos, una mera partida de mus acostumbrada a quedar a medias, un aire del norte que pone abrigo a lo evidente.
El tramo más corto que existe entre la ceguera y la virtud de vislumbrar lo que está premeditado que ocurra es la intencionalidad de atrapar o dejar escapar una idea y moldear su cuerpo. La crueldad de lo cotidiano estriñe las sonrisas en pobres muecas carcomidas de arrugas envejecidas por tristes miradas pero también sana nuestro ego y cura las heridas del tiempo, ese que inmarcesible dueño de los sueños recibe latencias y calma los miedos.
Amanecemos sentados y dormimos despiertos esperando que el encuentro con nuestra cobardía sea solo un asunto de viejos, una mera partida de mus acostumbrada a quedar a medias, un aire del norte que pone abrigo a lo evidente.
Echamos la siesta del aburrimiento sin antes haber ingerido los alimentos del olvido, importante menú proteico-mental apto solo para dietas recurrentes. Y por eso recurrimos, solas o acompañadas, a los buenos momentos descartando los malos, los profundos, los pestilentes. Pero llegan... y a veces enseñan los dientes.
Lacerar el mar tiene el inconveniente de omitir sus tempestades y sufrir las envestidas de un naufragio. A la deriva entre vientos abrigados de injusticias surfeamos las inclemencias y sus avatares, empapamos de desorden nuestro cuerpo y sucumbimos, ante tanto desconcierto, varados en la playa que el destino nos encomienda.
Lacerar el mar tiene el inconveniente de omitir sus tempestades y sufrir las envestidas de un naufragio. A la deriva entre vientos abrigados de injusticias surfeamos las inclemencias y sus avatares, empapamos de desorden nuestro cuerpo y sucumbimos, ante tanto desconcierto, varados en la playa que el destino nos encomienda.
Tendidas, armadas de valor pero indefensas de miedo, reímos la nostalgia del ayer llorando la tenacidad del hoy. Descuidadas pero en alerta, nos damos cuenta que el sol sale todos los días, rompiendo sin consuelo el surco que dejan las lágrimas que derraman desorden cerca de nuestro corazón.
Anochece. Siempre nos ponemos el pijama con la misma pregunta acomodada entre las sábanas: ¿Por qué? ¿Por qué a mi?
El teatro de los sueños está lleno de inconformismo pero nadie responde en la platea. Unos, los más atrevidos, aplauden mi valentía. Otros, los que conforman el acomodo, miran para abajo como intentando buscar las soluciones donde los zapatos esconden sus miserias y los últimos, entre dientes, suspiran aliviados que las balas tomaran la dirección hacia otra guerra.
Esperando estoy que llegue el sueño ataviado con el traje de gala. La fiesta está cerca de las nubes y quiero volar para olvidar. Solo me apetece deshojar los pétalos de mi quebranto y volar.... como antes hacía cerca del mar, sentada a la orilla con la arena abrazando piel y agua, sal y horizonte, un cuadro que pinta retazos de vida y que ahora, en esta noche nublada de ideas, confundo abrazada al miedo.
Anochece. Siempre nos ponemos el pijama con la misma pregunta acomodada entre las sábanas: ¿Por qué? ¿Por qué a mi?
El teatro de los sueños está lleno de inconformismo pero nadie responde en la platea. Unos, los más atrevidos, aplauden mi valentía. Otros, los que conforman el acomodo, miran para abajo como intentando buscar las soluciones donde los zapatos esconden sus miserias y los últimos, entre dientes, suspiran aliviados que las balas tomaran la dirección hacia otra guerra.
Esperando estoy que llegue el sueño ataviado con el traje de gala. La fiesta está cerca de las nubes y quiero volar para olvidar. Solo me apetece deshojar los pétalos de mi quebranto y volar.... como antes hacía cerca del mar, sentada a la orilla con la arena abrazando piel y agua, sal y horizonte, un cuadro que pinta retazos de vida y que ahora, en esta noche nublada de ideas, confundo abrazada al miedo.
Es otoño en mi jardín y las flores, mustias y desnudas, perdieron su brillo esperando una nueva primavera. Siempre se vuelve a nacer en el jardín de mis sueños pero... cuando despierte... ¿Oleré de nuevo la fragancia de mis rosas?
Sí, claro que sí, decía mi conciencia aunque el espejo, ese maltrecho y traidor juez que adorna la puerta de mi armario, mostraba mis debilidades cuando me dejaba sorprender desnuda ante su mirada. Y era yo quien me retrataba ante su juicio, eran mis manos arrugadas las que pedían respuestas, mis ojos llorosos los perdidos en el laberinto, mi corazón cansado buscando el aire que me aliente.
Sí, claro que sí, decía mi conciencia aunque el espejo, ese maltrecho y traidor juez que adorna la puerta de mi armario, mostraba mis debilidades cuando me dejaba sorprender desnuda ante su mirada. Y era yo quien me retrataba ante su juicio, eran mis manos arrugadas las que pedían respuestas, mis ojos llorosos los perdidos en el laberinto, mi corazón cansado buscando el aire que me aliente.
Una valiente luchadora subida al ring del abatimiento y perdida en los rincones que dictan sentencia. ¿Serán dos, tres o siete los asaltos que conformen mi vida?
Nunca es tarde para pensar en demasía pero si el reloj retrasa las horas, si cabe, podría dejar atados los cabos que sueltos quedaron una noche loca de verano. Decir te quiero mil veces a mi compañero, besar su sonrisa forzada y apagar su cara de tristeza, acompañar las ilusiones de mis hijos y guiar sus inquietudes, limar asperezas con el mundo dando portazos al odio, beberme el vino viejo a grandes sorbos de esperanza sin pensar que la resaca me dejará huella. No sé, tantas cosas por hacer que incapaz soy de valorar el orden en el tiempo.
Y aquí sigo. Sondeando esta maldita máquina que destruye mi tiempo y acelera mi vejez. Miro a los ojos de mis compañeros y no veo nada. Y seguro que el de la esquina será un ilustrísimo juez, o aquel de enfrente, abogado de prestigio experto en moldear leyes. Este, el del pelo blanco y piel morena ha sido dotado de trabajos de alto rendimiento, colocando ladrillos de sol a sol franqueando las alturas que deja una obra de ocho plantas. Nada, no somos nada frente a esto, solo marionetas enjauladas en nuestro propio destino... El tiempo.
Y cuando llegas a casa, de nuevo, encerrada en tu desorden, siguen las dudas que nadie te quiere aclarar. Las visitas vienen, te saludan, se interesan y se van. Los dolores llegan, te invaden , te destruyen y mañana , de nuevo volverán. Y vuelven a rimar las palabras que hablan de dolor, un poema creado en el tormento de comprobar cómo día a día tus huesos abandonan su fortaleza, tu respiración exhala cansancio y tu cabeza, antes poblada de un negro azabache, ahora tirita desnuda como la fragilidad que muestra un recién nacido.
Tic, tac, tic, tac.
Camina despacio el tiempo, como mis reflexiones, que siguen auspiciadas por la penumbra de estas cuatro paredes.
Nunca es tarde para pensar en demasía pero si el reloj retrasa las horas, si cabe, podría dejar atados los cabos que sueltos quedaron una noche loca de verano. Decir te quiero mil veces a mi compañero, besar su sonrisa forzada y apagar su cara de tristeza, acompañar las ilusiones de mis hijos y guiar sus inquietudes, limar asperezas con el mundo dando portazos al odio, beberme el vino viejo a grandes sorbos de esperanza sin pensar que la resaca me dejará huella. No sé, tantas cosas por hacer que incapaz soy de valorar el orden en el tiempo.
Y aquí sigo. Sondeando esta maldita máquina que destruye mi tiempo y acelera mi vejez. Miro a los ojos de mis compañeros y no veo nada. Y seguro que el de la esquina será un ilustrísimo juez, o aquel de enfrente, abogado de prestigio experto en moldear leyes. Este, el del pelo blanco y piel morena ha sido dotado de trabajos de alto rendimiento, colocando ladrillos de sol a sol franqueando las alturas que deja una obra de ocho plantas. Nada, no somos nada frente a esto, solo marionetas enjauladas en nuestro propio destino... El tiempo.
Y cuando llegas a casa, de nuevo, encerrada en tu desorden, siguen las dudas que nadie te quiere aclarar. Las visitas vienen, te saludan, se interesan y se van. Los dolores llegan, te invaden , te destruyen y mañana , de nuevo volverán. Y vuelven a rimar las palabras que hablan de dolor, un poema creado en el tormento de comprobar cómo día a día tus huesos abandonan su fortaleza, tu respiración exhala cansancio y tu cabeza, antes poblada de un negro azabache, ahora tirita desnuda como la fragilidad que muestra un recién nacido.
Tic, tac, tic, tac.
Camina despacio el tiempo, como mis reflexiones, que siguen auspiciadas por la penumbra de estas cuatro paredes.
FRANCISCO ALCAIDE
NOTA: Los comentarios publicados en el Buzón del Lector no representan la opinión de Montilla Digital. En ese sentido, este periódico no hace necesariamente suyas las denuncias, quejas o sugerencias recogidas en este espacio y que han sido enviadas por sus lectores.