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Aureliano Sáinz | Don Álvaro de Luna y las mujeres

Se encuentra en imprenta, y a punto de salir, el libro que he escrito con el título de Vida y muerte de don Álvaro de Luna. La historia del castillo de Alburquerque y la lucha por conservarlo. La razón de ello se debe a que Álvaro de Luna fue el personaje quizás más poderoso, tras el rey castellano Juan II, en la primera mitad del siglo XV.


Aunque el motivo de fondo se encuentra en el hecho de que el castillo de Alburquerque fue una de las fortalezas que le pertenecieron, por lo que en el pueblo en que nací se le da el nombre de Castillo de Luna.

También porque la lucha que llevamos en la Asociación para la Defensa del Patrimonio (Adepa) en contra del proyecto auspiciado por la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento de la localidad para transformar la fortaleza en una horrenda hospedería se puede calificar, aunque parezca un exageración, de casi titánica, pues lograr que una pequeña asociación, tras las numerosas movilizaciones, echara definitivamente para atrás en los tribunales ese proyecto resulta ser bastante inaudito en nuestro país.

Cuando el libro esté en la calle escribiré de forma más detallada sobre esta publicación, pues la historia de don Álvaro de Luna fue verdaderamente apasionante, ya que siendo hijo ‘ilegítimo’ de María Fernández la Cañeta llegó a escalar los más altos cargos del reino y acumular una inmensa fortuna. También sabemos que, finalmente, acabó cruelmente decapitado en la Plaza Mayor de Valladolid el 2 de junio de 1453, siendo su cabeza expuesta al gentío colgada de un garfio o garabato, como escarnio público del antiguo valido del monarca.

De su imagen solo conservamos una tabla que fue encargada, en 1488, por su hija María a Sancho de Zamora, es decir, treinta y cinco años después de su ejecución. Se encuentra en la capilla de la catedral de Toledo, donde está enterrado junto con Juana Pimentel, su segunda esposa (muestro abajo un fragmento de este retrato suyo).


Sin embargo, en esta ocasión, quiero abordar algo poco conocido de este personaje. Resulta que Álvaro de Luna fue el autor de una obra titulada Libro de las virtuosas e claras mugeres, texto relevante de la primera mitad del siglo XV y del que solo teníamos conocimiento de manera parcial hasta hace pocos años que se editó de manera completa con los minuciosos análisis de dos excelentes investigadores: Lola Pons Rodríguez, cuyo trabajo vio la luz en 2008, y de Julio Vélez-Sainz, que lo publicó un año después.

No deja de ser sorprendente que el de la casa de Luna se preocupara y ensalzara la vida de mujeres en una época en la que ellas apenas tenían significación fuera del trabajo doméstico y la de traer hijos al mundo (también como medio de enlaces matrimoniales y de acumulación de las grandes fortunas o de los territorios).

Con toda lógica, el Libro de las virtuosas e claras mugeres aparece ahora editado tal cual fue escrito en el castellano de la baja Edad Media; no obstante, su lectura atenta da lugar a que entendamos, de manera general, el significado de lo que en él se dice, aunque haya algunas palabras algo difíciles de comprender.

El texto se encuentra dividido en tres partes o tablas. La primera parte está destinada a exponer las virtudes de nombres femeninos del Antiguo y Nuevo Testamento; la segunda, a las de las mujeres del mundo clásico y, la tercera, a las de féminas cristianas que tuvieron rangos de reinas o pertenecientes a la nobleza.

El primer folio de la obra (Incipit) se encuentra dedicado a la presentación del autor y a explicar el contenido de los tres libros o partes principales. En el párrafo inicial, cargado de loas hacia Álvaro de Luna, podemos leer:

Comiença el libro de las virtuosas e claras mugeres, así santas como otras que ovieron spíritu de prophecía, e reinas, e otras muy enseñadas. El qual fizo e compuso el muy noble e ínclito, e muy esforçado cavallero e muy virtuoso señor varón siempre vencedor e de muy claro ingenio don Álvaro de Luna, maestre de la horden de la caballería del apóstol Santiago del espada, condestable de Castilla, conde de Santestevan e señor del Infantadgo, so el señorío e imperio muy alto e muy excelente soberano príncipe e muy poderoso rey e señor don Juan Rey de Castilla e de León, e rey segundo de los reyes que en los sus reynos ovieron este nombre”.

Una vez que ya entramos en la obra, comprobamos que en total son 88 nombres de mujeres de las que nos habla, considerándolas a todas modelos de virtud cristiana, aunque las del segundo libro, curiosamente, pertenecieran al mundo clásico. La razón de que escriba sobre ellas se debe a “porque inhumana cosa nos paresçió de sofrir que tantas obras de virtud e enxemplos de bondad fallados en el linaje de las mugeres fuesen callados en las oscuras tiniebras de oluidança”.

Loable objetivo del condestable de Castilla el de rescatar de “las oscuras tinieblas del olvido” nombres de mujeres, ensalzando sus virtudes y cualidades, tal como se tenían en consideración en una época con valores bastante distintos a los actualmente predominantes. Y no me extiendo más, dado que el estudio realizado por los dos investigadores citados es exhaustivo, de lo que se deduce la importancia que tiene este libro que ya está al alcance de todos.

Imagino, finalmente, que don Álvaro de Luna buscaría esas cualidades que describe en su obra en las dos mujeres que compartieron sus vidas con él. La primera esposa, Elvira Portocarrero, que falleció tempranamente sin que tengamos datos precisos de la fecha de la defunción, y, la segunda, Juana Pimentel, apodada La triste condesa, que sobrevivió 35 años a la ejecución de su marido, ya que ella falleció en Guadalajara en 1488.

Para Pepa Polonio, excelente historiadora e investigadora montillana.

AURELIANO SÁINZ
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