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Ángel Fernández Millán | Una segunda piel para el territorio

Han saltado todas las alarmas por el calentamiento global del planeta, pero los avisos y las advertencias parecen caer en saco roto. En España, la ultraderecha se atreve a llamar "fanáticos climáticos" a los que se oponen a que continúe la destrucción de los ecosistemas, a los que exigen el cumplimiento de la Agenda 2030 y a los que piden otras muchas medidas sensatas.


El abandono de los combustibles fósiles –petróleo, gas y carbón– implica acelerar la implantación de las energías renovables: solar fotovoltaica y eólica. Pero, el desarrollo de estas últimas se hace con los mismos esquemas del pasado, con grandes centrales solares que quitan terreno a la agricultura o parques eólicos en zonas montañosas que afectan al paisaje.

Las compañías eléctricas que están detrás de las grandes inversiones en energías limpias no quieren perder su inercia monopolística y apuestan por concentrar la producción en grandes instalaciones, aunque luego haya mucha pérdida en el transporte.

Los gobiernos y las Administraciones públicas se cuidan mucho de buscarle las cosquillas a las eléctricas como se ve en la actual coyuntura inflacionista en la que los estados se ven impotentes para frenar los precios de la electricidad.

Sin embargo, hay soluciones para democratizar la producción de energías renovables a través del autoconsumo doméstico e industrial y de la cobertura con paneles solares fotovoltaicos de todas las infraestructuras públicas: autovías, carreteras, líneas de ferrocarril, canales de riego, puentes y viaductos y todos los edificios públicos. El complemento ideal para esta transición energética es la instalación de miniturbinas eólicas para mantener la producción en las horas nocturnas.

La inmensa mayoría de estas infraestructuras están ya más que amortizadas y su aprovechamiento reduce la factura energética del sector público, baja los costes de mantenimiento de carreteras y vías férreas y rebaja el uso de aire acondicionado en trenes y vehículos. Las centrales solares flotantes en la superficie de los embalses y la cobertura con paneles fotovoltaicos de los canales de riego reducen la evaporación de nuestras reservas de agua.

Como en el caso de las macrogranjas, los macroparques eólicos o solares tienen más inconvenientes que ventajas. Hay que apostar por una segunda piel para el territorio ya urbanizado, cubriéndolo con paneles solares y decretar una moratoria en la autorización de nuevas centrales fotovoltaicas en suelo agrícola.

ÁNGEL FERNÁNDEZ MILLÁN
FOTOGRAFÍA: ARCHDAILY
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