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Moi Palmero | La oportunidad de Will Smith

La semana que las intensas lluvias hacían desaparecer escenarios míticos del Spaghetti Western en Almería, Will Smith me ha hecho recordar la famosa Trilogía del Dólar de Sergio Leone. Su renuncia a la Academia del Cine lo ha convertido en el hombre al que le robaron el nombre y que comienza a vagar por un desierto del que no sabemos si podrá salir, porque estos hipócritas americanos, que van de puritanos y se erigen en garantes del decoro, el honor y la no violencia, son muy vengativos, rencorosos y no perdonan la traición.


Lo que más les ha indignado es que haya sido en prime time y no tuviesen tiempo de esconderlo, como durante varias décadas taparon el caso de abusos sexuales del productor Harvey Weinstein, al que solo echaron cuando la presión social y mediática fue inaguantable.

Da igual si el racismo, la xenofobia, la homofobia, la discriminación de sexos, la brecha salarial, el abuso de poder, las envidias, la evasión de capitales o los intereses políticos son las células de la cultura americana –y, por tanto, de su industria cinematográfica– porque, mientras no se convierta en un escándalo que salpique su buena imagen, no hay problema.

Will Smith habrá renunciado para intentar salvar su carrera y la de sus hijos, porque sabe cómo se las gastan allí. Pertenecer al selecto club de la Academia del Cine tiene sus ventajas, sus prebendas, pero también sus inconvenientes, sus estrictas reglas, las consecuencias si te saltas el guion. Cuando haces un pacto con el diablo, debes ceñirte al contrato que firmaste al venderle tu alma, tu libertad, a cambio de Un puñado de dólares, de fama y reconocimiento.

Nada más sentarse, cuando se negó a marcharse de la platea, se dio cuenta de que ni su productiva y exitosa carrera, ni su imagen de hombre de familia, ni la simpatía y el cariño que le profesa el público, le iban a evitar ser vetado, repudiado, juzgado con esa doble moral con la que nos movemos por el mundo.

Como Gary Cooper, se quedó Solo ante el peligro y, lo peor, como ocurría en el libro El secreto de sus ojos, de Eduardo Alfredo Sacher, no es que te encierren: es que tu carcelero te retire la palabra y te sumerja en un mundo de oscuridad y silencio, donde la muerte sea la mayor de tus bendiciones.

No sé cuánto tardaremos en ver una película sobre lo sucedido, pero estoy seguro de que los productores de Hollywood ya están haciendo números e intentando conseguir los derechos. El show debe continuar y la historia, repetida una y otra vez, tiene todo lo que les gusta a los americanos, lo que les compramos y aplaudimos.

Un hombre caído en desgracia, por defender el honor de una mujer, justo cuando iba a recibir su mayor reconocimiento. Un malo malísimo que, con una ofensa inesperada y escondida entre sonrisas, consigue que el héroe pierda la razón, sucumba a sus emociones y sea castigado y señalado por los mismos que lo endiosaron.

Un hombre que terminará recuperando su posición para demostrarnos la importancia del afán de superación, de creer en uno mismo, de no rendirse ante las injusticias, y con el que aprenderemos a justificar la violencia, al que recordaremos batiéndose en duelo y derrotando al infame que lo empujó hasta los infiernos. Porque, no tengan ninguna duda: Will Smith volverá a ser encumbrado, cuando las empresas de marketing consideren que ya se ha flagelado y humillado bastante.

No crean que justifico el acto violento, pero entiendo que pudiese pasar. Pedirle a alguien que lleva semanas bajo presión, defendiendo y buscando apoyos a su nominación –porque no vale con hacer una buena película para ganar un Oscar– que se mantenga frío, insensible, ante un chiste de mal gusto, sobre algo que está haciendo sufrir a toda la familia, es demasiado fácil. Tampoco creo que Chris Rock fuese culpable de nada, salvo de improvisar una gracia que no estaba en el guion.

La vida insiste, una y otra vez, en demostrarnos que la realidad supera a la ficción; que por muchas normas sociales y leyes, el mundo lo mueven los instintos; que no hay buenos y malos; que todos cometemos errores; que debemos asumir sus consecuencias y que éstas, a veces, son desproporcionadas.

Ante las críticas de machista por salir a defender a su esposa, su compañera, a la mujer a la que ama, me gustaría añadir, como homenaje a Alberto Mielgo, la frase de Limpiaparabrisas, con el que ha ganado el Oscar al mejor corto de animación: El amor es una sociedad secreta.

Como dicen que en tiempo de crisis hay grandes oportunidades, le recomendaría, ya que tiene un buen guion, que comprase el poblado del oeste que está en venta en Tabernas. Solo le faltaría un Ennio Morricone para recuperar el prestigio perdido.

MOI PALMERO
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