Con frecuencia leemos algo en tono serio o no tan serio que puede dejarnos, cuando menos, con la pregunta en los labios, pensando qué habrá querido decir el comunicador. En caso de que la información pise el terreno irónico, es frecuente quedarnos entre la duda y la desconfianza porque el “tonillo” empleado nos descoloca. ¿Ironía?
Por “ironía” se puede entender “tono burlón con que se expresa algo” o, también, viene a significar “burla fina y disimulada”. Para matizar algo más, dicho vocablo se explica como “expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada”.
Está claro que el campo de referencia es amplio, hasta el punto de que, con bastante frecuencia, es difícil captar el sentido que el hablante quiere darle a sus palabras. Palabras similares a “ironía” y con intencionalidad más fuerte podrían ser “sarcasmo”, “pulla”, “mordacidad”, “sorna”...
No es el caso de los tres valores que cito a continuación. Dicen que “alegría”, “amistad” e “integridad” son tres valores que, en estos momentos, cotizan al alza. Tengo gran duda ante dicha afirmación, máxime cuando las circunstancias sociopolíticas parecen ir por otros derroteros. El panorama social, en cuanto al comportamiento fuera de tiesto de parte de la población, está algo alejado de ese triángulo de valores y, de paso, se están derrocando algunos valores más.
El valor de la alegría lo entendemos como “un sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores”; también se entiende como “emoción grata que nos hace ver la vida positivamente”. Dicha emoción es expansiva y necesitamos compartirla con los demás. Frente a las circunstancias adversas que puedan mostrar otras personas, la alegría aparece como positiva y optimista, aún en los peores momentos.
La alegría es una emoción que produce placer y felicidad. Es un sentimiento grato que nos obliga a ver el lado risueño y gracioso de las cosas, es decir, la cara más positiva de la vida. La alegría se contagia si somos capaces de compartirla. Cuando nos referimos a “júbilo”, el contenido se percibe como “viva alegría y, especialmente, la que se manifiesta con signos exteriores”, puerta que se abre de par en par frente al otro.
Doy una breve explicación de “integridad”. Cuando nos referimos a una persona diciendo de ella que ante todo es “recta”, “proba” e “intachable” estamos calificándola de honrada al cien por cien. “Probidad” significa “honradez” y da paso, en general, para afirmar que algo o alguien está “intacto”, “entero”, “no tocado” o “no alcanzado” por un mal. Es decir, “íntegro”.
Estamos ante un valor y una actitud vital de quien tiene entereza moral, rectitud y honradez en el obrar para hacer lo que debe. El comportamiento democrático se fundamenta en dicha integridad moral que guía su recto proceder. ¿Está dicha integridad al alza como valor? Tengo grandes dudas. Basta con mirar el escenario público y dar un vistazo al panorama. Hay muchos rincones no limpios.
Sobre la amistad (en el sentido más profundo de dicho valor), tampoco creo que sea un valor en alza ¿Cómo que no? Bueno, me desdigo. En sentido basto, tosco y sin pulir, puede que sí. La amistad, en su significado más profundo, es un valor que nos hace crecer como personas y nos enriquece hasta límites insospechados. Tengo que asentir que dicha amistad interiorizada es uno de los valores más valiosos que tenemos. Pensemos que “quien tiene un amigo, tiene un tesoro”, según dice el refrán.
Quisiera pensar que estamos ante una ironía aunque, en este caso, creo que no. Alegría, amistad e integridad son los tres conceptos que, como valores, nos dicen que “cotizan al alza”. Además, de cada uno se desgajan otros valores. Desgloso un poco el tema.
Sí que podemos admitir la importancia de dicho trío de valores, porque nos ayudan a crecer como personas. Estamos en unos momentos vivenciales marcados por un fuerte deseo de divertimiento a costa de lo que sea y de quien sea. Importa poco la tranquilidad de los que nos rodean, sean personas que buscan sosiego a la par que huyen de posibles contagios. Sigue presente el miedo a encontronazos con el virus, el cual ha dejado secuelas en bastantes personas.
La llegada del verano era el “doblón de oro” para resarcirnos de las limitaciones impuestas por el virus y compensarnos de inconvenientes aportados por un modus vivendi especial para no caer contagiados. Durante eñ encierro y el aislamiento, conversar con algún colega o amigo era un deseo inalcanzable dadas las circunstancias. Mente y cuerpo reclamaban un espacio de diversión o entretenimiento para poder holgazanear tranquilos con los demás.
Hay que admitir que la mayoría del personal ha cumplido las normas establecidas por las barreras sanitarias. Bien es cierto que, por otro lado, parte de los ciudadanos más jóvenes no han podido (querido) aguantar más tiempo dicha estrechez de movimiento y se han liado la manta a la cabeza (que viene a significar “actuar decidida y precipitadamente, de modo irreflexivo sin tener en cuenta posibles peligros, ni la opinión ajena”). Es decir, tomamos una decisión sin pensar en las consecuencias que pueda acarrear tanto para los demás como para uno mismo.
Los botellones juntan “mogollón” de gente que coincide en sus ganas por intentar pasarlo bien, ayudados por la ingesta de alcohol que les hace actuar de una forma desinhibida y alocada que, a veces, termina con actos violentos contra las personas y mobiliario urbano. Además actúan sin respetar el orden cívico.
Quienes llenan plazas y estadios no son amigos: son “amigotes”, convocados a través de las redes sociales. Decir “amigo” es decir “lo mío es tuyo y lo tuyo, de los dos”. Decir “amigo” es decir que “estoy tanto para lo bueno como para lo malo”.
¿Valores? Los valores se olvidan: vale más salir a la calle, como si de un juego infantil se tratara, a gritar, quemar, destrozar, apedrear a las Fuerzas de Seguridad para que se quiten de en medio… Y, sobre todo, es un juego “superguay” romper mobiliario, vehículos, escaparates y, después, desvalijar negocios. “Protestamos” para pedir orden, seguridad, derecho a… ¿Pero con la protesta va incluido el sabotaje? Dura paradoja.
Lo que viene a continuación está escrito con cierto “retintín”. Cometido todo tipo de desafuero, ya se ha cumplido, valió el esfuerzo y ahora, amigotes, vamos a coger una pítima. Y si después te da un telele, pues que te lleven a urgencias, que para eso está la Sanidad.
Una anécdota. Los jóvenes se alegran de que les den 400 euros a partir de cumplir los 18 años. Ya era hora de que se hiciera algo por los jóvenes, es decir, por las futuras promesas. Cómo los gastarán es cuestión de ellos. Hablaremos de este asunto.
“Tenemos” derecho a estudiar –bueno, a ir al colegio, al instituto o a la universidad– porque la educación debe ser para todos. “Tenemos” derecho a pasar de libros y de las clases y, aunque suspenda, tengo derecho a pasar de curso –eso parece que se dice desde la puesta en marcha de la nueva Ley de Educación–. Repetir no vale para nada porque “voy a seguir sin dar golpe”. Felicidades.
¿Trabajar? Bueno, quien quiera puede buscar trabajo cuando le parezca oportuno. Y, si lo encuentra y es lo que buscaba, pues estupendo. Quede claro que estudiar, trabajar, sufrir presión por la familia o el poder es abusar de la libertad personal.
No, no, que no. Viva la libertad. Leía hace unos días que una persona bien preparada se abre camino rápido y pronto. Por lo general, eso era lo habitual. Comparto el mensaje. Pero ¿qué buscamos? ¿Sujetos educados en el sentido amplio de la palabra o sujetos en bruto?
Una más de Jaimito. Una idea magnífica emanada desde la cumbre del poder propone que para educar al personal se le obligará a realizar un curso formativo a quien quiera tener un perro para respetar el medio ambiente. Magnífica idea. Qué pena –pensarán, pensaremos, los egoístas– haber estudiado tanto cuando con tener “un máster de perrero” lo tendríamos todo solucionado. Caro precio por un voto…
Y por favor, que no se me altere nadie por la palabra “perrero”, que no es un insulto. Significa “persona aficionada a tener y criar perros”. Bastaba para poder vivir, porque no olvidemos que los animales son parte importante de los habitantes que hay en el mundo, y podríamos vivir cómodamente aperreados.
Por “ironía” se puede entender “tono burlón con que se expresa algo” o, también, viene a significar “burla fina y disimulada”. Para matizar algo más, dicho vocablo se explica como “expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada”.
Está claro que el campo de referencia es amplio, hasta el punto de que, con bastante frecuencia, es difícil captar el sentido que el hablante quiere darle a sus palabras. Palabras similares a “ironía” y con intencionalidad más fuerte podrían ser “sarcasmo”, “pulla”, “mordacidad”, “sorna”...
No es el caso de los tres valores que cito a continuación. Dicen que “alegría”, “amistad” e “integridad” son tres valores que, en estos momentos, cotizan al alza. Tengo gran duda ante dicha afirmación, máxime cuando las circunstancias sociopolíticas parecen ir por otros derroteros. El panorama social, en cuanto al comportamiento fuera de tiesto de parte de la población, está algo alejado de ese triángulo de valores y, de paso, se están derrocando algunos valores más.
El valor de la alegría lo entendemos como “un sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores”; también se entiende como “emoción grata que nos hace ver la vida positivamente”. Dicha emoción es expansiva y necesitamos compartirla con los demás. Frente a las circunstancias adversas que puedan mostrar otras personas, la alegría aparece como positiva y optimista, aún en los peores momentos.
La alegría es una emoción que produce placer y felicidad. Es un sentimiento grato que nos obliga a ver el lado risueño y gracioso de las cosas, es decir, la cara más positiva de la vida. La alegría se contagia si somos capaces de compartirla. Cuando nos referimos a “júbilo”, el contenido se percibe como “viva alegría y, especialmente, la que se manifiesta con signos exteriores”, puerta que se abre de par en par frente al otro.
Doy una breve explicación de “integridad”. Cuando nos referimos a una persona diciendo de ella que ante todo es “recta”, “proba” e “intachable” estamos calificándola de honrada al cien por cien. “Probidad” significa “honradez” y da paso, en general, para afirmar que algo o alguien está “intacto”, “entero”, “no tocado” o “no alcanzado” por un mal. Es decir, “íntegro”.
Estamos ante un valor y una actitud vital de quien tiene entereza moral, rectitud y honradez en el obrar para hacer lo que debe. El comportamiento democrático se fundamenta en dicha integridad moral que guía su recto proceder. ¿Está dicha integridad al alza como valor? Tengo grandes dudas. Basta con mirar el escenario público y dar un vistazo al panorama. Hay muchos rincones no limpios.
Sobre la amistad (en el sentido más profundo de dicho valor), tampoco creo que sea un valor en alza ¿Cómo que no? Bueno, me desdigo. En sentido basto, tosco y sin pulir, puede que sí. La amistad, en su significado más profundo, es un valor que nos hace crecer como personas y nos enriquece hasta límites insospechados. Tengo que asentir que dicha amistad interiorizada es uno de los valores más valiosos que tenemos. Pensemos que “quien tiene un amigo, tiene un tesoro”, según dice el refrán.
Quisiera pensar que estamos ante una ironía aunque, en este caso, creo que no. Alegría, amistad e integridad son los tres conceptos que, como valores, nos dicen que “cotizan al alza”. Además, de cada uno se desgajan otros valores. Desgloso un poco el tema.
Sí que podemos admitir la importancia de dicho trío de valores, porque nos ayudan a crecer como personas. Estamos en unos momentos vivenciales marcados por un fuerte deseo de divertimiento a costa de lo que sea y de quien sea. Importa poco la tranquilidad de los que nos rodean, sean personas que buscan sosiego a la par que huyen de posibles contagios. Sigue presente el miedo a encontronazos con el virus, el cual ha dejado secuelas en bastantes personas.
La llegada del verano era el “doblón de oro” para resarcirnos de las limitaciones impuestas por el virus y compensarnos de inconvenientes aportados por un modus vivendi especial para no caer contagiados. Durante eñ encierro y el aislamiento, conversar con algún colega o amigo era un deseo inalcanzable dadas las circunstancias. Mente y cuerpo reclamaban un espacio de diversión o entretenimiento para poder holgazanear tranquilos con los demás.
Hay que admitir que la mayoría del personal ha cumplido las normas establecidas por las barreras sanitarias. Bien es cierto que, por otro lado, parte de los ciudadanos más jóvenes no han podido (querido) aguantar más tiempo dicha estrechez de movimiento y se han liado la manta a la cabeza (que viene a significar “actuar decidida y precipitadamente, de modo irreflexivo sin tener en cuenta posibles peligros, ni la opinión ajena”). Es decir, tomamos una decisión sin pensar en las consecuencias que pueda acarrear tanto para los demás como para uno mismo.
Los botellones juntan “mogollón” de gente que coincide en sus ganas por intentar pasarlo bien, ayudados por la ingesta de alcohol que les hace actuar de una forma desinhibida y alocada que, a veces, termina con actos violentos contra las personas y mobiliario urbano. Además actúan sin respetar el orden cívico.
Quienes llenan plazas y estadios no son amigos: son “amigotes”, convocados a través de las redes sociales. Decir “amigo” es decir “lo mío es tuyo y lo tuyo, de los dos”. Decir “amigo” es decir que “estoy tanto para lo bueno como para lo malo”.
¿Valores? Los valores se olvidan: vale más salir a la calle, como si de un juego infantil se tratara, a gritar, quemar, destrozar, apedrear a las Fuerzas de Seguridad para que se quiten de en medio… Y, sobre todo, es un juego “superguay” romper mobiliario, vehículos, escaparates y, después, desvalijar negocios. “Protestamos” para pedir orden, seguridad, derecho a… ¿Pero con la protesta va incluido el sabotaje? Dura paradoja.
Lo que viene a continuación está escrito con cierto “retintín”. Cometido todo tipo de desafuero, ya se ha cumplido, valió el esfuerzo y ahora, amigotes, vamos a coger una pítima. Y si después te da un telele, pues que te lleven a urgencias, que para eso está la Sanidad.
Una anécdota. Los jóvenes se alegran de que les den 400 euros a partir de cumplir los 18 años. Ya era hora de que se hiciera algo por los jóvenes, es decir, por las futuras promesas. Cómo los gastarán es cuestión de ellos. Hablaremos de este asunto.
“Tenemos” derecho a estudiar –bueno, a ir al colegio, al instituto o a la universidad– porque la educación debe ser para todos. “Tenemos” derecho a pasar de libros y de las clases y, aunque suspenda, tengo derecho a pasar de curso –eso parece que se dice desde la puesta en marcha de la nueva Ley de Educación–. Repetir no vale para nada porque “voy a seguir sin dar golpe”. Felicidades.
¿Trabajar? Bueno, quien quiera puede buscar trabajo cuando le parezca oportuno. Y, si lo encuentra y es lo que buscaba, pues estupendo. Quede claro que estudiar, trabajar, sufrir presión por la familia o el poder es abusar de la libertad personal.
No, no, que no. Viva la libertad. Leía hace unos días que una persona bien preparada se abre camino rápido y pronto. Por lo general, eso era lo habitual. Comparto el mensaje. Pero ¿qué buscamos? ¿Sujetos educados en el sentido amplio de la palabra o sujetos en bruto?
Una más de Jaimito. Una idea magnífica emanada desde la cumbre del poder propone que para educar al personal se le obligará a realizar un curso formativo a quien quiera tener un perro para respetar el medio ambiente. Magnífica idea. Qué pena –pensarán, pensaremos, los egoístas– haber estudiado tanto cuando con tener “un máster de perrero” lo tendríamos todo solucionado. Caro precio por un voto…
Y por favor, que no se me altere nadie por la palabra “perrero”, que no es un insulto. Significa “persona aficionada a tener y criar perros”. Bastaba para poder vivir, porque no olvidemos que los animales son parte importante de los habitantes que hay en el mundo, y podríamos vivir cómodamente aperreados.
PEPE CANTILLO