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Rafael Soto | Amátridas

Recordemos un matiz fundamental: se puede tener perspectiva de clase sin compartir una ideología de clase. Una persona puede creer en la existencia de clases sociales, defender los derechos de los trabajadores e interpretar la realidad desde esa perspectiva y, sin embargo, no ser anarquista, comunista, ni militar en ningún partido de clase –si es que eso existe ya–. Del mismo modo, se puede tener una perspectiva de género sin compartir una ideología de género.


El feminismo es la creencia en la igualdad entre la mujer y el hombre, entre el hombre y la mujer. A partir de ahí, todo es ideología, tal y como ya planteamos en la columna Herejía feminista. Lo mismo podemos aplicar a la locura de ciertos sectores del movimiento LGTBIQ –espero no equivocarme con la sigla, no sería a propósito–, que confunden la búsqueda de la igualdad y la integración, –derechos que aquí defiendo y defenderé siempre–, con la imposición de ciertas visiones de la sociedad.

Pretender imponer una visión excluyente del feminismo o de cualquier otro movimiento es tan antidemocrático como el franquismo más rancio. Por eso me preocupa el concepto de “matria”.

“Patria” es un término traicionero. El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua ofrece dos acepciones muy asépticas. La primera, como tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. La segunda, lugar, ciudad o país en que se ha nacido. Sin embargo, las connotaciones de este término son mucho más amplios y mucho menos inocentes.

Los padres de la Constitución lo sabían. Por eso, salvo error en la enumeración, la palabra “patria” solo aparece una vez en toda la Constitución Española. En concreto, en su artículo segundo: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”.

Esta excepción puede tener su lógica: se trata de un artículo polémico en su redacción, donde se reconocía el derecho a la autonomía. El uso de la palabra “patria común” es muy diferente al que le dio el franquismo y, a pesar de ello, debatible en su definición.

El franquismo hizo de la patria la representación abstracta de todos los españoles “de bien”. Comunistas, anarquistas, homosexuales o criminales varios, entre otros, no formaban parte de ese concepto. Más bien, eran considerados “enemigos de la patria”. Una concepción que es compartida, a la inversa, en regímenes totalitarios de polo opuesto, como Cuba o Venezuela –esta última tiene Constitución, pero se puede considerar como una auténtica narcodictadura–.

Admito que nunca me he sentido cómodo con la palabra “patria”. En especial, cuando se usa sin el adjetivo “común” o cuando lo pronuncian personas con gustos castrenses. Siempre me he sentido excluido de ese concepto.

Quizá, por este sentimiento de exclusión, me inquieta escuchar de Yolanda Díaz, negacionista de la dictadura cubana, el uso de la palabra “matria”. Si tuviera delante a la ministra, me gustaría preguntarle quién forma parte de ella. Convencido estoy de que contestaría que la matria lo forman aquellos que comparten los ‘valores democráticos’ –o sea, los suyos–, y los que combatan contra los que “quieren romper la convivencia”.

Sin lugar a dudas, el concepto de “matria” es tan excluyente como el de patria. Y de ambos me siento igual de lejano. Por un lado, por llevar el pecado original de tener un trozo de carne entre las piernas sin ser homosexual, inmigrante o partidario de las ideologías de género. Por el otro, por no estar por la labor de excluir a los que ahora están por la labor de excluirme a mí.

Puede sonar enrevesado, pero los hechos son preocupantes. En su ejercicio de la libertad de cátedra, Jesús Barrón, un profesor del IES Complutense en Alcalá de Henares con más de 25 años de experiencia docente, fue suspendido de empleo y sueldo por afirmar que, desde el punto de vista estrictamente biológico, los hombres nacen con cromosomas XY y las mujeres con cromosomas XX y, aunque se puedan transformar con operaciones, genéticamente siempre van a seguir teniendo los cromosomas XY o XX.

Tras el escándalo, la directora del centro ofreció una versión poco convincente de los hechos, en la que se evidenciaba que no solo lo habían suspendido por eso. Que más bien fue una excusa. Incluso en el caso de que fuera cierta una actitud homofóbica por parte del docente, siempre hay medidas disciplinarias previas antes que la suspensión de empleo y sueldo de un empleado público, funcionario de carrera. Fue una medida desproporcionada y, de hecho, al poco tiempo, se le ha levantado el castigo.

Lo interesante de este caso es que, siendo un caso particular, organizaciones conservadoras o, incluso, ultraconservadoras, como Abogados Cristianos, se posicionaron a favor del docente, atacando a la dirección del centro, mientras que el lobby opuesto machacó al profesional, sin contemplaciones, en redes sociales e, incluso, discursos públicos. Un auténtico caso de postcensura por ambas partes.

No es un caso aislado. Por señalar algún caso escandaloso, hemos de recordar que un profesor universitario fue boicoteado en la Pompeu Fabra en diciembre de 2019. Su crimen no fue negar la igualdad de género, ni atentar contra los derechos de nadie. El ataque se produjo por cuestionar algunas de las tesis mayoritarias del feminismo radical y de un sector del movimiento LGTBIQ. Pablo de Lora fue acosado y estigmatizado en un templo del conocimiento sin tener la oportunidad de expresarse en el acto.

Hoy son ellos. Mañana puede ser cualquiera. La ideologización de las aulas recuerda cada vez más al caso catalán e, incluso, a otros más oscuros. Cuando leí el caso del docente del IES Complutense y me interesé por su caso a través de conocidos suyos, no pude evitar el recuerdo de Juventud sin Dios de Ödön von Horváth: alumnos denunciando y acosando al profesor, presiones externas y amenazas… y todo por afirmar que todas las personas son iguales. Algo inaceptable en el primer estadio de la Alemania nazi.

Al protagonista de aquel libro le pusieron de mote ‘El negro’, y su final fue irse a dar clases a África. Cuando oigo la palabra ‘matria’ de boca de Yolanda Díaz, me da por pensar si se puede llegar a ser ‘amátrida’. Mi primer pensamiento es que es una tontería.

Después recuerdo que, hace cinco años, me hubiera parecido una tontería que apareciera un partido de extrema derecha, que un gobierno autonómico diera un golpe de estado, que se creara una comisión contra lo que quieran considerar noticias falsas sin garantías judiciales, ni la opinión de las asociaciones profesionales, que te subieran la luz un 40 por ciento sin protesta alguna en la calle o que una pandemia nos dejara encerrados en casa durante meses. Al final, me entra un escalofrío repentino que espero que quede solo en eso.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO
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