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Aureliano Sáinz | Encuentro con Manuel Bellido (y II)

Es normal que cuando dos amigos se encuentren después de largo tiempo sin verse, vayan recorriendo todos los escenarios conocidos por ambos: desde la familia, el trabajo que cada uno desarrolla, los proyectos pendientes o el convulso panorama actual de nuestro país, hasta los lejanos recuerdos compartidos que nos retrotraen a tiempos que archivamos en nuestras memorias,


Y uno de esos gratos recuerdos que comparto con el periodista Manolo Bellido son las visitas que con frecuencia hacíamos a los rastrillos de Fuengirola y Torremolinos para ir mirando, caja por caja, los elepés (en su caso) y los cedés (en el mío).

Sobre nuestras aficiones musicales, tengo que apuntar que yo cerré la compra de vinilos hace años, a pesar de que ha habido una sorprendente recuperación de este formato; en su caso, siente una verdadera devoción por esos discos de gran tamaño cuyas fundas suelen ser pequeñas joyas del diseño gráfico.

Estas visitas estaban precedidas por mis idas a Torremolinos en fines de semana. Yo solía subir, solo o con Manolo, al altillo de la casa, lugar en el que acumula cientos y cientos de vinilos, tantos que yo me preguntaba si un día no se hundiría el forjado ante el enorme peso que estaba soportando. Pero esto era una mera especulación, pues como arquitecto sé que se construye con materiales que aguantan mucho más de lo que la gente suele imaginar.

Estos recuerdos, inevitablemente, asomaron en la charla que iniciamos la semana pasada y a la que ahora doy continuidad en esta segunda entrega.

* * *

—Recuerda, Manolo, que habíamos cerrado nuestra plática en los libros que habías publicado. Quedaba pendiente por comentar ese magnífico trabajo cuyo título inicialmente desconcierta, puesto que para los que no están inmersos en el mundo del vino pueden creer que has cometido una falta de ortografía en el título al poner ‘vinario’ en vez de ‘binario’.

—Tienes razón, ha llegado el momento de hablar de Arte vinario y otros majuelos. Por hechuras y por contenido, considero que este sí es, con todas las letras, mi primer libro. De entrada, tengo que agradecer al Ayuntamiento de Montilla que lo haya publicado y a Antonio Gázquez por haberlo cuidado. Tampoco habría sido posible sin las fotografías de Rafa Jiménez, que le dan una impronta netamente vinícola de principio a fin. Además, ha sido esencial la ayuda de Isabel Bellido y de Luis Clemente.

Mi hija, que sabe mucho de libros, ha obrado el milagro de que el texto, y su disposición, no parezca lo que es, el trabajo de un principiante, porque, insisto, este sí se puede decir, con todas las de la ley, que es mi primer libro, pues lleva hasta su correspondiente registro de ISBN. E, incluso, ya figura en la memoria de la Biblioteca Nacional y de la Real Academia de Córdoba, de lo que se ha ocupado José Antonio Ponferrada.

—¿Cómo has estructurado el libro? ¿Tenías claro hacia dónde te conduciría este trabajo?

Arte vinario y otros majuelos es mucho más de lo que yo esperaba cuando me puse a escribirlo, sin saber muy bien hasta dónde me llevaría. Está estructurado en cuatro capítulos, a modo de majuelos, esas porciones de viñas. Y es el vino lo que le da cohesión.

A lo largo de sus páginas, con profusión de datos, se habla de vides y de vidas. A ratos, es un texto confesional, en el que yo mismo, como periodista, estoy metido. Es un juego literario que invita a adentrarse en un laberinto interconectado por puentes, vínculos y pasadizos insospechados.

También, como una ramificación más, ofrece la posibilidad de descubrir quince anuncios de bodegas de Montilla-Moriles, pertenecientes a la llamada "Edad de oro de la publicidad en televisión", la del periodo del blanco y negro hasta la irrupción del color, algo que, curiosamente, coincide con el óbito del dictador Franco.

Esos spots, algunos rescatados de estanterías olvidadas, constituyen un tesoro audiovisual, al que se puede acceder por medio de un código QR, otro vericueto más de un libro que, por encima de todo, tiene espíritu periodístico.


—Antes de que pases a hablarme de tu profesión como periodista, te agradezco que me hayas proporcionado las dos fotografías que aparecen en esta entrega: en la de la portada se te ve en los estudios charlando con el actor y director de cine Jaime Ordóñez y en la segunda te encuentras con la actriz Fiorella Faltoyano. Y, ahora, siendo concisos, me gustaría que me explicaras cómo ves el periodismo en el mundo digital en el que nos encontramos inmersos y si no sientes que hay una especie de ritmo vertiginoso que acaba desbordándonos.

—Creo que lo que vive el periodismo desde hace años ya no es una mutación, es un centrifugado. Da la sensación de que el soporte tradicional, el papel impreso, está expirando. Lentamente, pero agoniza. A pasos agigantados se ignora el periódico como lo hemos conocido hasta ahora. Incluso, en las propias facultades de Comunicación no es bien recibido. He visto ejemplares apilados, de distribución gratuita (ni siquiera hay que pagar por cogerlos). Por la tarde está el mismo montón que había por la mañana. Nadie le presta atención. Ni los periodistas del futuro, ni tampoco los que les enseñan el camino. Su sitio, cada vez mayor, lo ocupan los medios digitales.

Medios independientes o no, francotiradores, panfletos… aumenta el ruido en las redes sociales. El exabrupto tiene arrinconada a la reflexión. Se prioriza la bronca, la chulería, el desprecio… No es una visión negativa: es lo que hay. La Red es infinita y en ella, cómo no, cabe el periodismo que se sustenta en un trabajo riguroso. La cosa es abrirse paso en la refriega.

Un terminal tiene una capacidad ilimitada de recibir y emitir información; lo importante es marginar las noticias tóxicas, no dejarse arrastrar por ellas. Pero el espacio digital es incontrolable, campean en él las opiniones desmesuradas, no la información contrastada.

La única vacuna contra este pernicioso ‘virus’, más violento de lo que se pueda creer, es tener una sólida formación, un criterio robusto que te permita identificar y rechazar los mensajes, muy abundantes, orientados a la manipulación, tan peligrosos… En este aspecto, claro, hay un verdadero peligro.

No es exagerado argumentar que ese ritmo vertiginoso al que te refieres acabe por desbordarnos, como ya está sucediendo. Pero, fíjate, también aquí, ahora que el periodismo tradicional parece abocado a su final, es un oficio que tiene que seguir desempeñando su papel, el de informar si no con la verdad por delante, sí al menos con los datos precisos para llegar a ella.

—Puesto que nos toca ir cerrando, no quisiera dejar de lado una de las aficiones que siempre hemos compartido como es la relacionada con el mundo musical. ¿Sigues con la ‘adicción’ del coleccionismo de vinilos? ¿Acudes a los rastros y a las ferias de los discos antiguos imaginando que encontrarás algún ‘tesoro’ en forma de vinilo?

—Hablando de tesoros… Los discos, mejor si son de vinilo, son objetos especiales. En ellos no solo hay excelente música (no siempre, claro); son piezas en las que se aúnan varias disciplinas artísticas, entre ellas, la imprenta. Contienen canciones, también instrumentales y grandes arreglos orquestales, que muchas veces nos llegan envueltos en maravillosos diseños gráficos. Fotógrafos eminentes, dibujantes, pintores… qué sé yo, nos han dejado fabulosas cubiertas.

El gozo se multiplica si la carpeta del disco es desplegable, lo que aumenta la capacidad de lucimiento del autor. Hay ediciones troqueladas, con imaginativas soluciones que, más allá de la calidad o no de la música, atrapan y magnetizan. De hecho, hay grabaciones que se identifican antes por el concepto gráfico que por el propio título de la obra en cuestión.

Me encantan los vinilos, su tamaño, la textura, el cromatismo e incluso la utilización audaz de la caligrafía, la disposición de las letras, con composiciones que parecen darle movimiento y vida propia a la portada, combinando colores y tipografía. Hay auténticas preciosidades.

A veces, he comprado discos simplemente por poseer un diseño atractivo. En muchas ocasiones, una buena carátula ya avisa de lo que vamos a encontrar dentro, entre esas apretadas estrías negras. El coleccionismo de vinilos es inagotable. Y sí, por supuesto, acudo a rastros y ferias de coleccionismo (más lo primero que lo segundo), buscando sorpresas, este o aquel descubrimiento. Y sucede, claro que sucede. Hay competencia, buscadores profesionales que exploran mercadillos incesantemente.

Con el tiempo, llega un momento en que, digamos, tienes más que cubierta una discoteca básica. Eso está bien. Pero es ahí, justamente, donde empieza la aventura. El acicate es localizar grabaciones raras, ediciones muy limitadas, y sobre todo artistas que están más allá de lo consabido, esto es lo verdaderamente excitante.

En los rastros de la Costa del Sol se aprende sobre la marcha. Es una cátedra ambulante en la que pululan grandes doctores, especialistas, sabios consumados de saber enciclopédico: de ellos aprendo mucho más de lo que se pueda imaginar.

—Ahora sí que cerramos con unas preguntas algo personales. Ya has superado los sesenta años, por lo que pienso que la jubilación se te va acercando, que te toca en el hombro como diciéndote que no te olvides de que tu tiempo activo se acaba... ¿Tienes miedo de entrar en el “club” de los jubilados? ¿Qué perspectivas y cómo piensas organizarte lejos de los medios de comunicación con los que has vivido siempre?

—Bueno, podría recurrir a aquello tan cinematográfico de Escarlata O´Hara: “Ya lo pensaré mañana”. Pero, tienes razón, como dices los plazos van venciendo. Objetivamente estoy en el tramo de salida, cuando ya se empieza a vislumbrar la jubilación. Lo importante, para mí, es llegar pletórico a ese momento. Y así está siendo hasta ahora.

Canal Sur Televisión (no hay que olvidar que es el medio de comunicación más implantado y poderoso en nuestra comunidad) me ha dado la oportunidad de vivir a tope todas las posibilidades de esta vocación. Nunca me he aburrido, ni me he sentido desmotivado. He sido reportero, he ejercido la información deportiva, he cubierto, intensamente, casos de corrupción, tragedias, ajustes de cuentas, elecciones, cambios políticos, macrojuicios, asesinatos… Es difícil sucumbir a la desidia y al desánimo en esta profesión tan agitada, y más en Málaga, una provincia que lidera la economía y la cultura en Andalucía.

De otra parte, siempre me he sentido atraído por todo lo referido al mundo del espectáculo y de las letras, donde Málaga también es muy profusa e incluso asombrosa. Mi forma de ser me empuja a no quedarme quieto, ni física ni mentalmente. Bullen ideas que, alguna vez, quizá se puedan concretar, sobre todo cuando disponga de más tiempo, una vez liberado de horarios laborales.

Sin embargo, nunca me ha parecido que haberse ajustado a unas estrictas jornadas de trabajo haya supuesto, para mí, un sometimiento, ni nada por el estilo. He entendido el trabajo reglado, el pertenecer a una redacción, como una aventura diaria, llena de posibilidades y variantes como lo es, en sí misma, la misma vida. He estado en múltiples foros, he viajado por el mundo y he conocido y tratado a gente que admiro.

Y todo esto solo puede atribuirse a un ejercicio que nos pone permanentemente en contacto con la realidad. He pisado alfombras y el barro me ha llegado a las rodillas en las inundaciones. Primero había que poner a salvo la noticia y luego, una vez hecha la información, también llegaba el momento de salir de allí, sin que el agua desmadrada nos ahogara. Vivo con entusiasmo y energía cada instante, y así será igualmente cuando suene la hora de la despedida de Canal Sur.

Entonces, es inútil oponerse a esto, habrá terminado esa larga etapa… pero empezará otra. Y, la verdad, tengo bastantes cosas proyectadas, unas en Montilla, otras en Málaga, los dos puntos en los que se viene apoyando mi vida. Ya veremos…

AURELIANO SÁINZ
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