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Pepe Cantillo | Adiós 2020

Estas líneas de hoy, 31 de diciembre de 2020, no pretendo ni deseo que sean agoreras y, menos, que nos amarguen el día, aunque soy consciente de la tristeza que nos envuelve. Razones para una cierta angustia no nos faltan.


Una nota para la curiosidad. Los villancicos surgen a partir del siglo XV en España y Portugal y pronto se popularizaron llegando hasta allende los mares. Son canciones de origen popular cuyo tema es la Navidad. Digamos adiós al 2020 con un villancico

Quisiera impregnar mis palabras, en la medida de lo posible, de esperanza, sazonarlas de confianza y coraje para seguir adelante. Todo ello requiere esfuerzo, ánimo, ilusión y optimismo frente al pesimismo, el abatimiento, la angustia y la tristeza que nos están dejando estas abruptas y raras circunstancias.

Sabíamos de antemano que las tradicionales fiestas de Navidad y Año Nuevo serían atípicas en este año que ya tarda en marcharse; que limitarían el júbilo de momentos ya pasados. Es posible que de boca para fuera deseáramos disfrutarlas como siempre pero la situación sigue siendo adversa.

Al año 2020 le quedan pocas horas para arrancar la última hoja del calendario y, a la par, abrirnos las puertas de un nuevo año que, tal como se vislumbra, no será muy diferente del que vamos a enterrar, aunque por “desgracias mil” no lo olvidemos.

El 2020 pasará a la Historia como el año de la pandemia y, también, como el año de las mentiras, de las verdades a medias, del chanchullo político; será el año de los bulos, de las chapucerías y enfrentamientos sectarios, de la falta de unidad entre las autoridades sanitarias, políticas, autonómicas y el Gobierno. Un mal año…

Mientras tanto, el pueblo sufre los zarpazos bien por motivos sanitarios, laborales y hasta el hambre invade al personal. En algunos momentos, parece que el Gobierno central no está ni se le espera. Pactos por acá y acullá, con el solo interés de permanecer en la palestra, priman sobre otros frentes más importantes y primordiales. ¿Es el año de los embrollos y embustes, es decir de “mentiras disfrazadas con artificio”? Es posible.

Entraremos en el nuevo año con cierto temor, dado que los rebrotes pueden aumentar y, por tanto, el peligro se cierne sobre nuestras cabezas. Para colmo, el virus, como si tuviera envidia, ha parido algunos nuevos hijitos que se añaden veloces para seguir aumentando el peligro.

Siempre hemos brindado para que la entrada del nuevo año nos deparase doce meses cargados de instantes felices. En estos momentos finales de 2020 solo suspiramos para que el año entrante sea algo mejor del que dejamos atrás.

El sentir general nos dice que “la esperanza es lo último que se pierde”. Indudablemente, dicha esperanza, si nos atenemos a la primera explicación del diccionario, puede que nos quedemos algo suspendidos en el aire de lo difusa que es, dadas las circunstancias poco jubilosas en las que despedimos el año.

La esperanza se puede entender como el “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. A la esperanza la llamaremos “la vacuna” que parece (dicen) estar ya disponible para ampararnos ante el virus. Esa es la fe que nos mueve hacia adelante. Pero hasta el tema vacuna ha sido presentado como confuso y difuso.

Se hizo una presentación a bombo y platillo para vacunar a Araceli y Mónica. Prensa y policía aguardaban la llegada de las vacunas. A dicho momento había que darle máxima publicidad. Pegatinas llamativas pretendían captar la atención popular. “El cargamento que debía entregarse el lunes sufre un retraso”. ¡Qué mala pata…! Por cierto, la vacuna ha sido gestionada por la Comisión Europea y no por nuestro país.

En las circunstancias en las que nos movemos, alimentarse de esperanzas supondría “esperar, con poco fundamento, que se conseguirá lo deseado o prometido”. Y eso es lo que nos ocurre cuando ponemos nuestros deseos e ilusiones en juego.

Quisiera tener un recuerdo especial y sincero para todas esas personas que, a lo largo del año, cayeron en el hoyo de la dependencia y comparten su sufrida situación con algún familiar (hombre o mujer) que se ocupa de ellas. En este tipo de casos, la esperanza se ciñe al día a día y mañana… ya se verá por dónde poder ir.

Tampoco olvidemos a esa cantidad de gente mayor que, o bien estando en “residencias” o viviendo con algún familiar o, cómo no, viviendo solitarios, sufre desamparo. Están prisioneros de la peor soledad que se pueda tener al final del camino: la ausencia de seres queridos. La pandemia los ha masacrado y ha aumentado su soledad.

La residencia suena muy bien frente al primitivo asilo “establecimiento benéfico en que se recogían menesterosos, o se dispensaba algún tipo de asistencia”. El asilo como consecuencia de la pobreza no se pagaba y en las residencias, con frecuencia, la cantidad que hay que pagar es elevada.

Un deseo imperioso para el año que está a punto de nacer podríamos apiñarlo en salud, esperanza, solidaridad, fraternidad, compromiso y, sobre todo, responsabilidad, tanto política como social, para autoprotegernos y proteger a los demás. No olvidemos la generosidad que han demostrado ciertas asociaciones de caridad, vecinales y particulares. En el fondo, somos un pueblo bondadoso.

Caso contrario, el virus y sus hijitos podrían entrar en nuestras vidas como un elefante en una cacharrería. La posibilidad está a la vuelta de la esquina. No hay que ser muy listos y mucho menos muy inteligentes para saber que el peligro nos rodea, que pasadas las fiestas aumentarán los contagiados, que estamos en guerra permanente con el virus. Como botón de muestra, los virus recién llegados ya están engordando.

Por doquier llegan mensajes cargados de tranquilidad. El mantra es “meditar, pensar, reflexionar, relajarnos y tener máximo bienestar en cada coyuntura”. Y ¿todo eso donde se encuentra? Por otro lado nos dicen que “la vida, cuanto más vacía está, más pesa”. ¡Fabuloso! Pero en unas circunstancias tan peligrosas, ¿cómo la llevaremos a cabo?

Recordemos que lo único que tenemos es el momento presente. El pasado poco a poco se desdibuja en el olvido y el futuro es una esperanza sin fundamento, una entelequia, un viaje al más allá, a lo desconocido, o tal vez ¿a la nada? Dicha nada será un edén, un nirvana o un cielo para los creyentes que justifican los pesares del mundo perdido. Lo anterior encierra un recuerdo especial a los que nos dejaron por culpa del virus.

La felicidad es el significado y el propósito de la vida, la meta general y el final de la existencia humana. Asumamos una felicidad compartida en primera instancia con los seres queridos para poder saltar hasta el resto de los humanos.

Bajo esa dulzona capa de merengue se esconde la dura y amarga masa de contrariedades y problemas que configuran el pastelón de la realidad con un amplio sector de parados, cierre de empresas y largas colas de hambre, amén de unos cuantos virus dispuestos a “hacernos la Pascua”. No hablamos de mendigos y sí de necesitados a los que el azar dejó sin trabajo.

Para terminar, una reflexión y un deseo. El año entra siempre cargado de lo que pueda agarrar porque nunca es selectivo o, más bien, nosotros no lo podemos hacer selectivo. Cada año nuevo es un libro por escribir en el que se irán anotando contextos personales junto con los del mundo circundante dentro del escenario general.

Momentos felices se sumarán a circunstancias no tan gozosas. Nacimientos de hijos, despedidas definitivas de seres queridos, amigos, conocidos… La llamada Noche Vieja nos da paso al Nuevo Año. Abramos el libro deseando suerte…, mientras engullimos las doce uvas. Que Papá Noel o la bruja Befana o los Reyes Magos traigan algo de sosiego (“quietud, tranquilidad, serenidad”) para 2021, que parece no pintar muy claro por culpa del virus.

PEPE CANTILLO
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