El periodista Manuel Bellido Mora, miembro del Consejo Editorial de Montilla Digital, finaliza esta semana la entrevista en profundidad a Miguel Mora Hidalgo (Montilla, 1943), vocal asesor de la Dirección General del Tesoro y Política Financiera del Ministerio de Hacienda y promotor de la cooperativa agrícola La Unión (la primera parte puede leerse en este enlace y la segunda, aquí).
—Dentro de la política local montillana, ¿qué cuota te atribuyes en el rotundo éxito electoral de las primeras municipales después del franquismo? ¿De qué forma participaste en la gestación de aquella candidatura encabezada por Pepe Luque que consiguió una amplia mayoría absoluta en 1979?
—Hombre, una parte apreciable. Ten en cuenta que no hemos mencionado hasta ahora la cooperativa de La Unión, mi obra, que esto es lo único verdaderamente importante en términos políticos que me salió. Y me salió hasta la perfección, se puede decir. Incluso soy presidente de honor.
—Ya. Esto es un logro indudable. ¿Pero no había un cierto riesgo al poner a Pepe Luque como cabeza de lista, teniendo en cuenta que ya había sido concejal durante la dictadura?
—Cuando la gente es firme, como es el caso de Pepe, si él te dice –y ya lo venía diciendo, no fue cosa de un día sino que ya se había pasado al partido o estaba en relaciones– entonces eso no era que le diera un aire momentáneo o algo por el estilo. Bueno, el caso es que aquello funcionó, y por eso es por lo que he citado a la cooperativa, porque estaba relacionado.
Desde el verano de 1976, ya muerto Franco, yo me relacionaba con los del partido en Montilla. El principal entonces era Gaspar Navarro y Galindo. Gaspar era el más fuerte y el otro, igual. Era una figura: era mecánico, tenía un taller de coches en la Avenida y él era el que dirigía el partido en Montilla y tenía las relaciones con los de Córdoba, Sevilla y todo eso. Y yo ya empezaba a relacionarme con ellos.
Fue cuando ocurrieron los hechos, ya teníamos un revulsivo allí. Estábamos haciendo una labor de fermento y llegamos a organizar una manifestación, no legalizada, para obtener mejores precios de la uva por parte de los bodegueros. Hubo una manifestación por el centro de Montilla, que se llenó aquello de gente cuando no esperaban nada. Se hizo una manifestación que fue tremenda. Ahí fue donde arrancó todo lo que vino después. Ocurrió que me cogió la Guardia Civil y me metieron preso.
—¿Cuánto tiempo?
—Cinco horas, no se atrevieron a más. Me llevaron al cuartel con otros dos compañeros y allí me tuvieron en un corral. Ya tuve problemas en el corral porque uno de los agentes no dejaba de apuntar con el mosquetón. A mí entonces ya me conocían como un abogado más o menos ilustre de Madrid y tal y cual. Tenía un puesto en el Ministerio de Hacienda, es decir, que era todo un follón.
Le dije al guardia: “retire usted el mosquetón que ya está mal que me traigan aquí, pero que usted me tenga encañonado no me parece bien, y me estoy quejando en firme”. El tío se lo tomó en serio y retiró el arma. Al cabo de un rato, los míos, a los que yo les dije cuando me cogieron que se fueran a la iglesia de El Santo y que allí se mantuvieran agrupados a ver cómo esto se desenlazaba, así lo hicieron.
Cuando pasaron varias horas de estar allí metidos, ya empezaron a moverse y estaban avanzando hacia el cuartel. Eso sí que era peligroso. Y cuando me echaron a la calle, me pusieron en libertad. Se nota que el capitán estaba informado, se dio cuenta, no sería yo un criminal porque, si no, hubieran empezado a pegar tiros. No era la primera vez.
No, aquel fulano lo que hizo fue dar orden de que me liberaran. Yo ya fui recogido por los míos, fui a la iglesia con ellos. Allí les conté cómo estaban las cosas y les dije que mi idea es que se formara una comisión de negociación sobre el precio de la uva y que eso es lo que yo iba a intentar. Ahí está todo lo que vino después.
—¿Y cómo terminó aquello?
—Yo llamé al alcalde, ya ves tú, Rafael Córdoba, que era un gran amigo mío y de mi familia. Era ya alcalde: lo había puesto otro pariente nuestro, Rafael Cabello de Alba. Mi amigo Rafael Córdoba, el alcalde, no era fascista ni mucho menos. Es que le gustó que lo hicieran alcalde y aceptó serlo, aunque no debería haberlo aceptado. Bueno, a mí me vino bien.
Lo llamo y le digo: “ya sabrás el follón que hay...”. “Sí, ya sé que no dejas de meterte en líos”. Así, como un padre. Él era mi predicador, mi protector. Era un poco mayor que yo, en el Colegio de los Salesianos en Córdoba, donde estaba interno como yo. Lo llamé y le dije lo que había: “Muévete, si quieres, para formar una comisión de negociación de inmediato. Y así creo yo que la gente mía se aviene, porque yo les tengo dicho que si se forma una comisión para negociar y algunas mejoras, podemos tirar para adelante”.
—Por esta gran movilización fue por lo que no te sorprendió el rotundo éxito electoral posterior...
—No, porque estaba cantado. Desde que se hizo la manifestación, me cogieron, se hizo la negociación y salió bien. Todo estaba encauzado.
—¿Se llegó a plantear, en vista de todo esto, que fueras tú el que lideraras la candidatura?
—Yo no tenía interés ninguno.
—¿Nunca te ha interesado optar a la Alcaldía de tu pueblo?
—Ni siquiera se llegó a hablar de esto. Conocían mi posición y también sabían que estaría siempre con ellos, como así lo he hecho. Pero no, no tenía interés. Lo que yo quería es ser diputado, que era donde yo creía que podía desarrollarme y donde, con mi carácter y mi preparación, yo podría rendir más. Así lo pensaba y así lo pienso. Porque yo fui más que diputado cuando en los tiempos buenos, cuando todavía me entendía con los míos del partido, yo era el asesor principal. Y les estaba influyendo continuamente. Creo que no hubiera sido un mal diputado: habría hecho un buen papel. Digno.
—Por eso es extraño.
—Ya, pero después no quisieron ponerme. Yo quería ser diputado por Córdoba. Un empeño personal. Y no me faltaba razón. Hasta el propio Anguita me lo decía: “Es que tú tienes razón”. “Claro que la tengo, pero después no os movéis”.
—Total, tú protagonizas todo esto que forjó el posterior triunfo electoral, el Partido Comunista entra a gobernar el Ayuntamiento y, entre sus primeras medidas, se decide un amplio cambio en el callejero municipal del que se suprimen los nombres relacionados con la dictadura, entre ellos el de Rafael Cabello de Alba, que es pariente tuyo a través de tu esposa Amparo. ¿Te llamó alguna vez Cabello de Alba para preguntar o decir algo sobre la cuestión de la calle?
—No. Nunca intervino ni se dirigió a mí. Él no habló de ese asunto en público ni tampoco lo trató conmigo. Nunca jamás. Después tuvimos ocasión de hablar un día por casualidad y preguntó algunas cosas, pero nada relativo a esto. No tuvimos enfrentamientos de ninguna clase.
—¿Vuestra relación fue buena? ¿Afectuosa?
—Sí. Nada del otro mundo porque no se fomentaba.
—¿Y cómo valoras su trayectoria política?
—Era un franquista, reaccionario profundo. Se plegó a todo lo que quería Franco hasta intervenir como miembro del Gobierno en las sentencias de muerte en la última etapa de Franco. Se lo tragó todo. No tuvo ninguna valentía. También hay que decir que era una persona educada, amable y saludaba a la gente. Y está bien eso. Pero él era franquista. Fascista.
—¿Le reconoces alguna cualidad en las cosas que hizo a favor de su pueblo?
—No, de importancia no. Nunca habló en contra de mí en público. Nunca, nunca. Y, después, lo que yo he sabido es que a todos les pareció muy bien que la cooperativa funcionara.
—La cooperativa La Unión surge en un momento de dificultades, incluso de ruina y quiebra en el sector del vino. Una crisis que provocaría la caída de Cobos, Cruz Conde, Montialbero y Montulia. En esas circunstancias se impulsa la creación de la cooperativa, de la que se ha dicho que fuiste ideólogo y valedor. ¿Te reconoces como tal?
—Sí, sí. Así es. Cuando ya ocurrieron los hechos de los que antes he hecho mención, inmediatamente pensé, con los que tenía más cercanos, que había que sacar un provecho político. Que las cosas no se podían quedar en que habíamos tenido una buena acogida, sino que había que sacarle un rendimiento. Para mí el rendimiento estaba claro que era crear una cooperativa, para lo que, antes de todo esto, ya me venía yo moviendo.
—¿Cómo se gestaron los inicios?
—El primer movimiento fuerte que hice fue hablar con el que estaba entonces al frente de la cooperativa La Aurora para pedirle que los míos ingresaran y se formara allí una agrupación, que entráramos en La Aurora y se hicieran algunos cambios. Me engañó aquel señor que era un beato, no me acuerdo de su nombre. Primero me dijo que sí, se ve que se lo comunicó a los suyos y estos le dijeron que ni hablar, que con los comunistas a ningún sitio.
Como aquello se vino abajo, yo le dije a los míos que ya no volvíamos a pedir nada a nadie, sino que nosotros íbamos a fundar nuestra cooperativa. ¿Y qué hicimos? Pues alquilar un lagar y hacer vendimia ese mismo verano. Mi gran amigo de siempre, ayudante y gran protector era Rafael Espejo, al que pusimos de primer presidente, aunque era ya mayor. Ese había sido fundador de La Aurora, pero se salió con otros porque allí no lo trataron bien. Entonces nos juntamos y le dije yo a Rafael: “Nosotros alquilamos un lagar y empezamos este mismo verano a hacer vendimia”. Él, que era técnico en vendimia, dice: “Eso lo voy a hacer yo, pero tú te tienes que volcar en buscar el local”.
Me moví y me informaron de que un constructor montillano que había progresado como empresario, Manuel Ruiz, podía tener la solución. Fui a verlo y me dice: “Hombre, cuánto me alegra de volver a verte...”. Nos conocíamos de los tiempos del Colegio Salesiano porque, de chiquillos, habíamos coincidido allí.
Me dice: “Ahora ¿qué es lo que quieres?”. “Ahora vengo a pedirte”. “Bueno, pues que María Auxiliadora te ampare”. Le digo: “Tú me vas a amparar, tú. Para el pueblo montillano”. Fue en el bar de la Chiva, frente a la calle Ancha. “Tú eres el que tienes que cederme aquello”. “¿Cómo? Pero si vosotros no tenéis un duro”. “No, pero ya se verá. Tú lo que puedes estar seguro es de que te pagaremos. Y además me lo vas a ceder con derecho a compra”.
¡La que lió! Y cuanto más se removía, yo más le recordaba a María Auxiliadora. “Manolo, que eres muy malo –le decía– y te va a castigar el Señor”. Conmigo se reía mucho. Éramos buenos amiguetes. Me cedió aquello [el antiguo Molino de Álvarez], entramos en el lagar, lo blanqueamos y lo limpiamos. Limpiamos todo con un grupo que se formó allí de cuarenta o cincuenta personas en una semana y, muy poco después, ya estábamos haciendo vendimia. Así ocurrieron las cosas.
—¿Y cómo surgió el nombre?
—El nombre de la cooperativa se le puso porque teníamos un sindicato, el sindicato de la Unión de Agricultores y Ganaderos, que es también el origen de muchas cosas que se consiguieron entonces porque nos metimos en muchos sitios.
—Sé que tienes un afecto especial por una serie de amigos de los que también quiero que me hables. ¿Qué significa para ti Pepe Luque?
—Amigos hasta la muerte. Una de las mejores personas que he conocido en mi vida. Ya venía la amistad por mi padre y por mi hermano, que eran muy amigos. El padre de Pepe era muy amigo del mío. Es decir, que ahí ya había una cosa familiar. Pepe es mayor que yo, varios años más. Cuando empecé a conocerlo más a fondo me di cuenta de su categoría y, cuando ya lo hicimos alcalde de Montilla, que a mí me decían: “Pero uno que ha estado con la derecha y tú lo pones ahí de alcalde ¿esto qué historia es?”. “¿Qué dices tú? Éste es más de izquierdas que tú, petardo”.
Gaspar me entendía y me decía: “Tú no hagas caso de nada, los tontos no saben de nada. Pepe es el mejor que tenemos”. Él no era un militante agresivo del requeté, ni leches, además eso son tonterías. Incluso cuando estuvo en la Corporación con Antonio Baena, él no se mezcló en nada sucio, al contrario. Pepe, desde que dijo “yo me comprometo”, no ha incumplido nunca nada, que eso ya es difícil poderlo afirmar de alguien que haya estado metido en política varios años.
—Pero, en tu opinión, ¿por qué decide irse y renunciar a la Alcaldía?
—Porque ya el partido se estaba dividiendo y a él no le gustaba lo que estaba ocurriendo. Fue cuando ocurrieron todos los hechos: las disputas internas contra Carrillo. Pero yo no animé a Pepe a que se fuera, al contrario, lo que hicimos fue cometer un error. No se acertó con el sustituto. Era discípulo nuestro, le apoyamos y cuando Pepe decide retirarse, el que iba a ocupar su puesto era una persona de nuestra confianza. Y lo era, pero empezó a mostrar desavenencias. Nosotros estábamos en una línea de disidencia firme contra Carrillo, pero él optó por otro camino y, a los pocos días, se hizo cargo del partido en Montilla. Defraudó nuestras expectativas y ya después todo eran engaños.
—Otra referencia notable para ti es Antonio Carpio.
—Antonio siempre estuvo muy cercano. Fuimos buenos amigos desde siempre y ya, cuando la cosa se serenó, vimos que era la persona que podría unificar el partido. Lo que vimos que se podía hacer se hizo. Él se portó como se tenía que portar, con gran categoría en tres mandatos seguidos. Él se fue al cabo del tercer mandato no porque hubiera debilidad, sino porque el partido estaba prácticamente acabado, y él no quería estar ya en esas condiciones, por lo que se vio conveniente dar un giro, y el giro era darle paso a otros.
—¿Cómo era Antonio Carpio?
—Carpio destacaba en todo: en la inteligencia y en la prudencia. Y cuando tenía algún problemón venía a hablarlo. Lo mismo iba yo a Montilla que él se acercaba a Madrid, o por teléfono. Siempre estábamos conversando y me hacía caso en muchas cosas. Y yo a él también. Tuvimos un entendimiento sensacional durante todo el tiempo. Y se acabó porque esa historia estaba llamada a consumirse y se consumió de esa manera. Y lo nuestro, pues pasó a la historia.
—¿Tienes que hacerle algún reproche a tu propio partido en Montilla en su actuación como partido de gobierno en el Ayuntamiento?
—No.
—¿Ni siquiera por los incidentes producidos durante el nombramiento de Prudencio Ostos como alcalde en 1983?
—Eso no me gustó pero, en fin, eso lo critiqué y luego se portaron con normalidad. Y tengo que decir que los que han venido después, tanto Conchi Espejo como Francis Lucena, son de la misma estirpe: personas de mucha categoría que han hecho su trabajo y lo siguen haciendo. Si pasa tu época histórica, eso ya no hay quién lo solucione. Pero es por fallos cometidos. Fallos los tiene cualquiera, pero es también el peso de la historia y el cansancio, el agotamiento... Y, en nuestro caso, el descrédito de la propia organización.
—¿Y cómo pudo llegarse a esa situación?
—El culpable principal se llama Santiago Carrillo, que está en el infierno… ¿Qué tú no sabías que Santiago Carrillo está en el infierno? Dónde va a estar si no. Cómo se vino abajo este hombre... Yo lo conocí muy bien. ¿Cómo es posible que una persona de tan altísima inteligencia pueda venirse abajo y no pudiera rodearse de los mejores?
—Quiero cerrar esta entrevista preguntándote por tu mujer, por Amparo Cabello de Alba.
—Siempre me apoyó.
—¿Cuándo la conociste?
—La conocí siendo muy jovencillo, en una Feria de El Santo, en la caseta del Casino Montillano. Tenía una pandilla donde, entre otras muchachas, iba ella. Y allí nos conocimos y, desde entonces, aquello fue progresando… Siempre ha estado a mi lado y apoyándome, siempre. Nos casamos en 1970 y tenemos dos niñas.
—¿Te sientes reconocido en tu pueblo?
—Sí, en general sí. Sobre todo en la cooperativa: somos dos mil y empezamos quince o veinte.
—En los primeros años del gobierno comunista municipal ya te preguntabas si había razones para el desencanto en un artículo publicado en el Boletín de Información del Ayuntamiento. Tanto tiempo después ¿crees que se han defraudado las ilusiones y las esperanzas que llegaron con la democracia?
—Se han conseguido cosas, pero una gran parte de las ilusiones se han incumplido. No porque no haya llegado a gobernar el Partido Comunista, que eso solo lo podía esperar el que no tuviera sentido histórico. No teníamos fuerza para convertirnos en partido de gobierno. En el mundo que hemos vivido nosotros era impensable que las cosas hubieran ido mejor, salvo en lo personal, que es que nuestra gente debió ser mejor.
A Anguita lo liquidaron, y eso ni él mismo lo ha dicho. Lo liquidaron porque estaban cansados de que siempre estuviera diciendo “y esto hay que hacerlo, esto hay que hacerlo”. Francisco Frutos, que se murió a finales de julio, era de los primeros que estaba siempre atacándolo. Pero hay que mantener la idea de que es posible mejorar el mundo, tiene que serlo y lo será.
—¿Algún logro destacable?
—Algunas cosas se han conseguido. Hay muchas diferencias entre la España de antes de la Constitución y la de ahora: hay una diferencia notable. Lo que pasa es que si vamos buscando lo que es importante –el reparto de los bienes, la capacidad para mejorar en la vida, el respeto, la integridad de las personas...–, si vamos a eso, los ejemplos son malos en muchos sitios. Y eso no ha salido bien. Pero ya saldrá mejor.
—Dentro de la política local montillana, ¿qué cuota te atribuyes en el rotundo éxito electoral de las primeras municipales después del franquismo? ¿De qué forma participaste en la gestación de aquella candidatura encabezada por Pepe Luque que consiguió una amplia mayoría absoluta en 1979?
—Hombre, una parte apreciable. Ten en cuenta que no hemos mencionado hasta ahora la cooperativa de La Unión, mi obra, que esto es lo único verdaderamente importante en términos políticos que me salió. Y me salió hasta la perfección, se puede decir. Incluso soy presidente de honor.
—Ya. Esto es un logro indudable. ¿Pero no había un cierto riesgo al poner a Pepe Luque como cabeza de lista, teniendo en cuenta que ya había sido concejal durante la dictadura?
—Cuando la gente es firme, como es el caso de Pepe, si él te dice –y ya lo venía diciendo, no fue cosa de un día sino que ya se había pasado al partido o estaba en relaciones– entonces eso no era que le diera un aire momentáneo o algo por el estilo. Bueno, el caso es que aquello funcionó, y por eso es por lo que he citado a la cooperativa, porque estaba relacionado.
Desde el verano de 1976, ya muerto Franco, yo me relacionaba con los del partido en Montilla. El principal entonces era Gaspar Navarro y Galindo. Gaspar era el más fuerte y el otro, igual. Era una figura: era mecánico, tenía un taller de coches en la Avenida y él era el que dirigía el partido en Montilla y tenía las relaciones con los de Córdoba, Sevilla y todo eso. Y yo ya empezaba a relacionarme con ellos.
Fue cuando ocurrieron los hechos, ya teníamos un revulsivo allí. Estábamos haciendo una labor de fermento y llegamos a organizar una manifestación, no legalizada, para obtener mejores precios de la uva por parte de los bodegueros. Hubo una manifestación por el centro de Montilla, que se llenó aquello de gente cuando no esperaban nada. Se hizo una manifestación que fue tremenda. Ahí fue donde arrancó todo lo que vino después. Ocurrió que me cogió la Guardia Civil y me metieron preso.
—¿Cuánto tiempo?
—Cinco horas, no se atrevieron a más. Me llevaron al cuartel con otros dos compañeros y allí me tuvieron en un corral. Ya tuve problemas en el corral porque uno de los agentes no dejaba de apuntar con el mosquetón. A mí entonces ya me conocían como un abogado más o menos ilustre de Madrid y tal y cual. Tenía un puesto en el Ministerio de Hacienda, es decir, que era todo un follón.
Le dije al guardia: “retire usted el mosquetón que ya está mal que me traigan aquí, pero que usted me tenga encañonado no me parece bien, y me estoy quejando en firme”. El tío se lo tomó en serio y retiró el arma. Al cabo de un rato, los míos, a los que yo les dije cuando me cogieron que se fueran a la iglesia de El Santo y que allí se mantuvieran agrupados a ver cómo esto se desenlazaba, así lo hicieron.
Cuando pasaron varias horas de estar allí metidos, ya empezaron a moverse y estaban avanzando hacia el cuartel. Eso sí que era peligroso. Y cuando me echaron a la calle, me pusieron en libertad. Se nota que el capitán estaba informado, se dio cuenta, no sería yo un criminal porque, si no, hubieran empezado a pegar tiros. No era la primera vez.
No, aquel fulano lo que hizo fue dar orden de que me liberaran. Yo ya fui recogido por los míos, fui a la iglesia con ellos. Allí les conté cómo estaban las cosas y les dije que mi idea es que se formara una comisión de negociación sobre el precio de la uva y que eso es lo que yo iba a intentar. Ahí está todo lo que vino después.
—¿Y cómo terminó aquello?
—Yo llamé al alcalde, ya ves tú, Rafael Córdoba, que era un gran amigo mío y de mi familia. Era ya alcalde: lo había puesto otro pariente nuestro, Rafael Cabello de Alba. Mi amigo Rafael Córdoba, el alcalde, no era fascista ni mucho menos. Es que le gustó que lo hicieran alcalde y aceptó serlo, aunque no debería haberlo aceptado. Bueno, a mí me vino bien.
Lo llamo y le digo: “ya sabrás el follón que hay...”. “Sí, ya sé que no dejas de meterte en líos”. Así, como un padre. Él era mi predicador, mi protector. Era un poco mayor que yo, en el Colegio de los Salesianos en Córdoba, donde estaba interno como yo. Lo llamé y le dije lo que había: “Muévete, si quieres, para formar una comisión de negociación de inmediato. Y así creo yo que la gente mía se aviene, porque yo les tengo dicho que si se forma una comisión para negociar y algunas mejoras, podemos tirar para adelante”.
—Por esta gran movilización fue por lo que no te sorprendió el rotundo éxito electoral posterior...
—No, porque estaba cantado. Desde que se hizo la manifestación, me cogieron, se hizo la negociación y salió bien. Todo estaba encauzado.
—¿Se llegó a plantear, en vista de todo esto, que fueras tú el que lideraras la candidatura?
—Yo no tenía interés ninguno.
—¿Nunca te ha interesado optar a la Alcaldía de tu pueblo?
—Ni siquiera se llegó a hablar de esto. Conocían mi posición y también sabían que estaría siempre con ellos, como así lo he hecho. Pero no, no tenía interés. Lo que yo quería es ser diputado, que era donde yo creía que podía desarrollarme y donde, con mi carácter y mi preparación, yo podría rendir más. Así lo pensaba y así lo pienso. Porque yo fui más que diputado cuando en los tiempos buenos, cuando todavía me entendía con los míos del partido, yo era el asesor principal. Y les estaba influyendo continuamente. Creo que no hubiera sido un mal diputado: habría hecho un buen papel. Digno.
—Por eso es extraño.
—Ya, pero después no quisieron ponerme. Yo quería ser diputado por Córdoba. Un empeño personal. Y no me faltaba razón. Hasta el propio Anguita me lo decía: “Es que tú tienes razón”. “Claro que la tengo, pero después no os movéis”.
—Total, tú protagonizas todo esto que forjó el posterior triunfo electoral, el Partido Comunista entra a gobernar el Ayuntamiento y, entre sus primeras medidas, se decide un amplio cambio en el callejero municipal del que se suprimen los nombres relacionados con la dictadura, entre ellos el de Rafael Cabello de Alba, que es pariente tuyo a través de tu esposa Amparo. ¿Te llamó alguna vez Cabello de Alba para preguntar o decir algo sobre la cuestión de la calle?
—No. Nunca intervino ni se dirigió a mí. Él no habló de ese asunto en público ni tampoco lo trató conmigo. Nunca jamás. Después tuvimos ocasión de hablar un día por casualidad y preguntó algunas cosas, pero nada relativo a esto. No tuvimos enfrentamientos de ninguna clase.
—¿Vuestra relación fue buena? ¿Afectuosa?
—Sí. Nada del otro mundo porque no se fomentaba.
—¿Y cómo valoras su trayectoria política?
—Era un franquista, reaccionario profundo. Se plegó a todo lo que quería Franco hasta intervenir como miembro del Gobierno en las sentencias de muerte en la última etapa de Franco. Se lo tragó todo. No tuvo ninguna valentía. También hay que decir que era una persona educada, amable y saludaba a la gente. Y está bien eso. Pero él era franquista. Fascista.
—¿Le reconoces alguna cualidad en las cosas que hizo a favor de su pueblo?
—No, de importancia no. Nunca habló en contra de mí en público. Nunca, nunca. Y, después, lo que yo he sabido es que a todos les pareció muy bien que la cooperativa funcionara.
—La cooperativa La Unión surge en un momento de dificultades, incluso de ruina y quiebra en el sector del vino. Una crisis que provocaría la caída de Cobos, Cruz Conde, Montialbero y Montulia. En esas circunstancias se impulsa la creación de la cooperativa, de la que se ha dicho que fuiste ideólogo y valedor. ¿Te reconoces como tal?
—Sí, sí. Así es. Cuando ya ocurrieron los hechos de los que antes he hecho mención, inmediatamente pensé, con los que tenía más cercanos, que había que sacar un provecho político. Que las cosas no se podían quedar en que habíamos tenido una buena acogida, sino que había que sacarle un rendimiento. Para mí el rendimiento estaba claro que era crear una cooperativa, para lo que, antes de todo esto, ya me venía yo moviendo.
—¿Cómo se gestaron los inicios?
—El primer movimiento fuerte que hice fue hablar con el que estaba entonces al frente de la cooperativa La Aurora para pedirle que los míos ingresaran y se formara allí una agrupación, que entráramos en La Aurora y se hicieran algunos cambios. Me engañó aquel señor que era un beato, no me acuerdo de su nombre. Primero me dijo que sí, se ve que se lo comunicó a los suyos y estos le dijeron que ni hablar, que con los comunistas a ningún sitio.
Como aquello se vino abajo, yo le dije a los míos que ya no volvíamos a pedir nada a nadie, sino que nosotros íbamos a fundar nuestra cooperativa. ¿Y qué hicimos? Pues alquilar un lagar y hacer vendimia ese mismo verano. Mi gran amigo de siempre, ayudante y gran protector era Rafael Espejo, al que pusimos de primer presidente, aunque era ya mayor. Ese había sido fundador de La Aurora, pero se salió con otros porque allí no lo trataron bien. Entonces nos juntamos y le dije yo a Rafael: “Nosotros alquilamos un lagar y empezamos este mismo verano a hacer vendimia”. Él, que era técnico en vendimia, dice: “Eso lo voy a hacer yo, pero tú te tienes que volcar en buscar el local”.
Me moví y me informaron de que un constructor montillano que había progresado como empresario, Manuel Ruiz, podía tener la solución. Fui a verlo y me dice: “Hombre, cuánto me alegra de volver a verte...”. Nos conocíamos de los tiempos del Colegio Salesiano porque, de chiquillos, habíamos coincidido allí.
Me dice: “Ahora ¿qué es lo que quieres?”. “Ahora vengo a pedirte”. “Bueno, pues que María Auxiliadora te ampare”. Le digo: “Tú me vas a amparar, tú. Para el pueblo montillano”. Fue en el bar de la Chiva, frente a la calle Ancha. “Tú eres el que tienes que cederme aquello”. “¿Cómo? Pero si vosotros no tenéis un duro”. “No, pero ya se verá. Tú lo que puedes estar seguro es de que te pagaremos. Y además me lo vas a ceder con derecho a compra”.
¡La que lió! Y cuanto más se removía, yo más le recordaba a María Auxiliadora. “Manolo, que eres muy malo –le decía– y te va a castigar el Señor”. Conmigo se reía mucho. Éramos buenos amiguetes. Me cedió aquello [el antiguo Molino de Álvarez], entramos en el lagar, lo blanqueamos y lo limpiamos. Limpiamos todo con un grupo que se formó allí de cuarenta o cincuenta personas en una semana y, muy poco después, ya estábamos haciendo vendimia. Así ocurrieron las cosas.
—¿Y cómo surgió el nombre?
—El nombre de la cooperativa se le puso porque teníamos un sindicato, el sindicato de la Unión de Agricultores y Ganaderos, que es también el origen de muchas cosas que se consiguieron entonces porque nos metimos en muchos sitios.
—Sé que tienes un afecto especial por una serie de amigos de los que también quiero que me hables. ¿Qué significa para ti Pepe Luque?
—Amigos hasta la muerte. Una de las mejores personas que he conocido en mi vida. Ya venía la amistad por mi padre y por mi hermano, que eran muy amigos. El padre de Pepe era muy amigo del mío. Es decir, que ahí ya había una cosa familiar. Pepe es mayor que yo, varios años más. Cuando empecé a conocerlo más a fondo me di cuenta de su categoría y, cuando ya lo hicimos alcalde de Montilla, que a mí me decían: “Pero uno que ha estado con la derecha y tú lo pones ahí de alcalde ¿esto qué historia es?”. “¿Qué dices tú? Éste es más de izquierdas que tú, petardo”.
Gaspar me entendía y me decía: “Tú no hagas caso de nada, los tontos no saben de nada. Pepe es el mejor que tenemos”. Él no era un militante agresivo del requeté, ni leches, además eso son tonterías. Incluso cuando estuvo en la Corporación con Antonio Baena, él no se mezcló en nada sucio, al contrario. Pepe, desde que dijo “yo me comprometo”, no ha incumplido nunca nada, que eso ya es difícil poderlo afirmar de alguien que haya estado metido en política varios años.
—Pero, en tu opinión, ¿por qué decide irse y renunciar a la Alcaldía?
—Porque ya el partido se estaba dividiendo y a él no le gustaba lo que estaba ocurriendo. Fue cuando ocurrieron todos los hechos: las disputas internas contra Carrillo. Pero yo no animé a Pepe a que se fuera, al contrario, lo que hicimos fue cometer un error. No se acertó con el sustituto. Era discípulo nuestro, le apoyamos y cuando Pepe decide retirarse, el que iba a ocupar su puesto era una persona de nuestra confianza. Y lo era, pero empezó a mostrar desavenencias. Nosotros estábamos en una línea de disidencia firme contra Carrillo, pero él optó por otro camino y, a los pocos días, se hizo cargo del partido en Montilla. Defraudó nuestras expectativas y ya después todo eran engaños.
—Otra referencia notable para ti es Antonio Carpio.
—Antonio siempre estuvo muy cercano. Fuimos buenos amigos desde siempre y ya, cuando la cosa se serenó, vimos que era la persona que podría unificar el partido. Lo que vimos que se podía hacer se hizo. Él se portó como se tenía que portar, con gran categoría en tres mandatos seguidos. Él se fue al cabo del tercer mandato no porque hubiera debilidad, sino porque el partido estaba prácticamente acabado, y él no quería estar ya en esas condiciones, por lo que se vio conveniente dar un giro, y el giro era darle paso a otros.
—¿Cómo era Antonio Carpio?
—Carpio destacaba en todo: en la inteligencia y en la prudencia. Y cuando tenía algún problemón venía a hablarlo. Lo mismo iba yo a Montilla que él se acercaba a Madrid, o por teléfono. Siempre estábamos conversando y me hacía caso en muchas cosas. Y yo a él también. Tuvimos un entendimiento sensacional durante todo el tiempo. Y se acabó porque esa historia estaba llamada a consumirse y se consumió de esa manera. Y lo nuestro, pues pasó a la historia.
—¿Tienes que hacerle algún reproche a tu propio partido en Montilla en su actuación como partido de gobierno en el Ayuntamiento?
—No.
—¿Ni siquiera por los incidentes producidos durante el nombramiento de Prudencio Ostos como alcalde en 1983?
—Eso no me gustó pero, en fin, eso lo critiqué y luego se portaron con normalidad. Y tengo que decir que los que han venido después, tanto Conchi Espejo como Francis Lucena, son de la misma estirpe: personas de mucha categoría que han hecho su trabajo y lo siguen haciendo. Si pasa tu época histórica, eso ya no hay quién lo solucione. Pero es por fallos cometidos. Fallos los tiene cualquiera, pero es también el peso de la historia y el cansancio, el agotamiento... Y, en nuestro caso, el descrédito de la propia organización.
—¿Y cómo pudo llegarse a esa situación?
—El culpable principal se llama Santiago Carrillo, que está en el infierno… ¿Qué tú no sabías que Santiago Carrillo está en el infierno? Dónde va a estar si no. Cómo se vino abajo este hombre... Yo lo conocí muy bien. ¿Cómo es posible que una persona de tan altísima inteligencia pueda venirse abajo y no pudiera rodearse de los mejores?
—Quiero cerrar esta entrevista preguntándote por tu mujer, por Amparo Cabello de Alba.
—Siempre me apoyó.
—¿Cuándo la conociste?
—La conocí siendo muy jovencillo, en una Feria de El Santo, en la caseta del Casino Montillano. Tenía una pandilla donde, entre otras muchachas, iba ella. Y allí nos conocimos y, desde entonces, aquello fue progresando… Siempre ha estado a mi lado y apoyándome, siempre. Nos casamos en 1970 y tenemos dos niñas.
—¿Te sientes reconocido en tu pueblo?
—Sí, en general sí. Sobre todo en la cooperativa: somos dos mil y empezamos quince o veinte.
—En los primeros años del gobierno comunista municipal ya te preguntabas si había razones para el desencanto en un artículo publicado en el Boletín de Información del Ayuntamiento. Tanto tiempo después ¿crees que se han defraudado las ilusiones y las esperanzas que llegaron con la democracia?
—Se han conseguido cosas, pero una gran parte de las ilusiones se han incumplido. No porque no haya llegado a gobernar el Partido Comunista, que eso solo lo podía esperar el que no tuviera sentido histórico. No teníamos fuerza para convertirnos en partido de gobierno. En el mundo que hemos vivido nosotros era impensable que las cosas hubieran ido mejor, salvo en lo personal, que es que nuestra gente debió ser mejor.
A Anguita lo liquidaron, y eso ni él mismo lo ha dicho. Lo liquidaron porque estaban cansados de que siempre estuviera diciendo “y esto hay que hacerlo, esto hay que hacerlo”. Francisco Frutos, que se murió a finales de julio, era de los primeros que estaba siempre atacándolo. Pero hay que mantener la idea de que es posible mejorar el mundo, tiene que serlo y lo será.
—¿Algún logro destacable?
—Algunas cosas se han conseguido. Hay muchas diferencias entre la España de antes de la Constitución y la de ahora: hay una diferencia notable. Lo que pasa es que si vamos buscando lo que es importante –el reparto de los bienes, la capacidad para mejorar en la vida, el respeto, la integridad de las personas...–, si vamos a eso, los ejemplos son malos en muchos sitios. Y eso no ha salido bien. Pero ya saldrá mejor.
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍAS: MANUEL BELLIDO / JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍAS: MANUEL BELLIDO / JOSÉ ANTONIO AGUILAR