Montilla Digital se hace eco en su Buzón del Lector de una carta abierta remitida por Álvaro Alarcón Ponferrada, en la que recuerda la figura de su abuelo, Manuel Ponferrada Gómez, fallecido el 1 de junio del pasado 2019 a la edad de 87 años. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico exponiendo su queja, comentario, sugerencia o relato. Si quiere, puede acompañar su mensaje de alguna fotografía.
Agarre firme y contundente, pero cálido, con ternura y sensibilidad. Su mano siempre me abrazaba para regalarme seguridad. Tenía la absoluta certeza de que no existía un rincón en la faz de la Tierra en el que pudiese correr peligro si al otro lado de mi mano estaba la tuya. Y siempre “a paso ligero”, me susurrabas.
Era lo más parecido a los héroes que inundan las salas de cine. Aunque él era más bien uno de los nuestros, ese caballero cruzado de raza que defendía a débiles y oprimidos. Nuestro Capitán Trueno. Noble y conquistador.
Un año después añoro ese tacto, esa mirada serena y desafiante, una expresión valiente y decidida que cuando tornaba sonrisa te deshacía como un azucarillo. Llegábamos a “casa de la abuela”, pero se respiraba el aire de esos lugares que sabes que te marcan a fuego.
Porque allí vivía mi abuelo, capaz de soltar un chascarrillo popular o ilustrarte con un pasaje de Quevedo. Destapaba el tarro de las esencias con maestría y calidad humana, con el conocimiento de un sabio hecho a sí mismo, pero con un talento único para tocarte la fibra. ¿Cómo es posible que alguien cultive la austeridad y rudeza de los grandes de la literatura rusa y derroche ternura recitando a Bécquer?
Ese era mi abuelo, una de esas personas extraordinarias que ocurre cada mucho tiempo. Y nosotros lo disfrutamos, egoístamente, yo más que la mayoría. Pregonero de múltiples celebraciones en Montilla, como la Fiesta de la Vendimia; precursor de publicaciones tales como Nuestro Ambiente; asiduo colaborador en la emisora de radio local… Fue y es un auténtico referente en la historia y cultura montillana. Y, cómo no, un enamorado de su pueblo.
No hay un solo día en el que no lo recuerde. Cuando le acompañaba a la Peña, a sus excursiones por los monumentos montillanos… o simplemente a comprar el pan. Sí, también era amo de casa cuando había que serlo. Lo que le hacía verdaderamente especial era eso: su sencillez, humilde como los grandes.
No te has ido, abuelo. Sigues aquí. Cada día me miro al espejo y te veo reflejado. Todos insisten en que somos dos gotas de agua, o casi. Ese es mi regalo, una parte imprescindible que dejaste en mí. Eso a lo que le llaman "legado". Y hay algo en mí que dice que te fuiste y me dejaste a Cata. A veces pienso que me diste muchísimo más de lo que yo podría darte en cien vidas.
Sólo puedo recordarte y enorgullecerme: sólo puedo hacer eso. Bueno, y escribir. Escribir, escribir y escribir. Aun cuando me siento indefenso, recuerdo tu mano. No imaginas cuánto me relaja. Ya no me resisto a pensar que te has ido. Porque no lo has hecho. Como dice la abuela, vives en mí. Y no hay más alegría para un nieto que esa.
Te quiero, periodista.
Agarre firme y contundente, pero cálido, con ternura y sensibilidad. Su mano siempre me abrazaba para regalarme seguridad. Tenía la absoluta certeza de que no existía un rincón en la faz de la Tierra en el que pudiese correr peligro si al otro lado de mi mano estaba la tuya. Y siempre “a paso ligero”, me susurrabas.
Era lo más parecido a los héroes que inundan las salas de cine. Aunque él era más bien uno de los nuestros, ese caballero cruzado de raza que defendía a débiles y oprimidos. Nuestro Capitán Trueno. Noble y conquistador.
Un año después añoro ese tacto, esa mirada serena y desafiante, una expresión valiente y decidida que cuando tornaba sonrisa te deshacía como un azucarillo. Llegábamos a “casa de la abuela”, pero se respiraba el aire de esos lugares que sabes que te marcan a fuego.
Porque allí vivía mi abuelo, capaz de soltar un chascarrillo popular o ilustrarte con un pasaje de Quevedo. Destapaba el tarro de las esencias con maestría y calidad humana, con el conocimiento de un sabio hecho a sí mismo, pero con un talento único para tocarte la fibra. ¿Cómo es posible que alguien cultive la austeridad y rudeza de los grandes de la literatura rusa y derroche ternura recitando a Bécquer?
Ese era mi abuelo, una de esas personas extraordinarias que ocurre cada mucho tiempo. Y nosotros lo disfrutamos, egoístamente, yo más que la mayoría. Pregonero de múltiples celebraciones en Montilla, como la Fiesta de la Vendimia; precursor de publicaciones tales como Nuestro Ambiente; asiduo colaborador en la emisora de radio local… Fue y es un auténtico referente en la historia y cultura montillana. Y, cómo no, un enamorado de su pueblo.
No hay un solo día en el que no lo recuerde. Cuando le acompañaba a la Peña, a sus excursiones por los monumentos montillanos… o simplemente a comprar el pan. Sí, también era amo de casa cuando había que serlo. Lo que le hacía verdaderamente especial era eso: su sencillez, humilde como los grandes.
No te has ido, abuelo. Sigues aquí. Cada día me miro al espejo y te veo reflejado. Todos insisten en que somos dos gotas de agua, o casi. Ese es mi regalo, una parte imprescindible que dejaste en mí. Eso a lo que le llaman "legado". Y hay algo en mí que dice que te fuiste y me dejaste a Cata. A veces pienso que me diste muchísimo más de lo que yo podría darte en cien vidas.
Sólo puedo recordarte y enorgullecerme: sólo puedo hacer eso. Bueno, y escribir. Escribir, escribir y escribir. Aun cuando me siento indefenso, recuerdo tu mano. No imaginas cuánto me relaja. Ya no me resisto a pensar que te has ido. Porque no lo has hecho. Como dice la abuela, vives en mí. Y no hay más alegría para un nieto que esa.
Te quiero, periodista.
ÁLVARO ALARCÓN PONFERRADA
NOTA: Los comentarios publicados en el Buzón del Lector no representan la opinión de Montilla Digital. En ese sentido, este periódico no hace necesariamente suyas las denuncias, quejas o sugerencias recogidas en este espacio y que han sido enviadas por sus lectores.