Recientemente, la asociación ‘Derecho a Morir Dignamente’ me encargó el cartel que anunciaría la mesa redonda en la que con el título de Muerte Digna se celebrará en Córdoba mañana, 16 de diciembre. En ella participan, entre otros, el profesor de Historia Gabriel Sánchez Bellón y el médico de familia Félix Igea. Puesto que también la convocan el Colectivo Prometeo y Europa Laica, de las que soy miembro, me ofrecí de manera desinteresada a realizar la publicidad del evento.
Puesto que siempre intento que la imagen del cartel que anuncia el acto sea lo suficientemente significativa, en esta ocasión elegí la imagen de Sócrates que aparece como tema central del lienzo realizado por el pintor del neoclasicismo francés Jacques-Louis David. Recordemos que Sócrates fue condenado a morir por un tribunal ateniense en base a que no reconocía a los dioses de la Grecia clásica, y que con ello corrompía a la juventud. Finalmente, el filósofo griego prefirió tomar la copa de cicuta antes que eludir la condena.
Sobre la eutanasia o muerte digna, creo que es un tema pendiente de debate en nuestro país, especialmente, tras la muerte de María José Carrasco que padecía esclerosis múltiple, y que tras 30 años de lucha fue ayudada por su marido Ángel Hernández a morir, dado que comprobaban que la aprobación de una ley que regulara la eutanasia tardaría en llegar.
El propio Ángel Hernández nos decía: “Fueron treinta años los que María José pasó atada a la enfermedad de la esclerosis múltiple. Yo me dediqué desde el primer día a cuidarla, ofreciendo mi apoyo para que su día a día le fuera lo más parecido a una vida normal”.
Hay que sentir mucho amor por una persona para dedicar toda una vida entera, nada menos que treinta años, a asistirla, a cuidarla, a escucharla, a acompañarla en el dolor, sabiendo que su enfermedad no tenía cura. Y también estar a su lado en la situación tan dura de acabar con ese continuo sufrimiento a pesar de que las leyes actuales te penalizarían por el acto.
Tengo que apuntar que ya son varios los países que han legalizado la eutanasia. En la actualidad, lo está en Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Colombia, al tiempo que en Suiza, Alemania, Japón, Canadá y Estados Unidos (en los estados de Oregón, Colorado, Washington D. C., Montana, Vermont y California) el suicidio médicamente asistido está reconocido. (Aunque la expresión ‘suicidio asistido’ suene muy fuerte, se diferencia de la eutanasia en que es el enfermo el que se toma el medicamento que se le ha prescrito.)
Con respecto a nuestro país, el último sondeo que realizó el CIS sobre de la opinión de los españoles acerca de la aprobación de una ley que regulase el derecho de las personas a morir dignamente se produjo en 2011. Por aquellas fechas el 77,5 por ciento se mostraba de modo favorable, al tiempo que solo el 9,8 por ciento respondió en contra.
En la actualidad, los datos proporcionados por la asociación Derecho a Morir Dignamente sitúan en el 87 por ciento de la población la que cree que un enfermo incurable tiene derecho a que los médicos le proporcionen algún producto para poner fin a su vida sin dolor. Dentro de ese porcentaje, se encuentra el 59 por ciento que se consideran católicos y que respaldan la legalización de la eutanasia.
Es de suponer que, tras conocerse el caso de María José Carrasco y de su marido Ángel Hernández, haya aumentado el número de españoles que se muestra favorable a regular la muerte digna, alcanzando un porcentaje abrumadoramente alto.
El primer aldabonazo de este tema (tan duro, pero tan humano) en la conciencia social, se produjo con el caso de Ramón Sampedro, el tetrapléjico gallego cuya historia se describe en un apasionado libro de carácter autobiográfico que tituló Cartas desde el infierno.
En el mismo nos decía que había nació el 5 de enero de 1943 en una pequeña aldea de la provincia de La Coruña. Cuando cumplió los 22 años se embarcó en un mercante noruego en el que trabajó como mecánico, recorriendo cuarenta y nueve puertos de todo el mundo. Esta experiencia, según nos contaba Sampedro, formó parte de sus mejores recuerdos. Sin embargo, esos gratos recuerdos se truncaron el 23 de agosto de 1968 cuando cayó al agua del mar desde una roca. Se dio la terrible circunstancia de que la marea había bajado, por lo que el choque de la cabeza contra la arena le produjo la fractura de la séptima vértebra cervical.
De modo similar a lo que posteriormente le ocurriría a María José Carrasco, Ramón Sampedro vivió su tetraplejía durante treinta años soñando con la libertad a través de la muerte. Su demanda jurídica llegó hasta el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sin que llegase a prosperar. De manera constante, en los medios de comunicación reivindicaba su derecho a una muerte digna. Finalmente, en enero de 1998, en secreto y asistido por una mano amiga, consiguió su propósito.
Recordemos que el caso de Ramón Sampedro fue llevado a la pantalla en la película Mar adentro de Alejandro Amenábar con la excelente interpretación de Javier Bardem. Allí veíamos a un hombre razonable, tranquilo, paciente, cargado de ternura, pero con una firmeza incontestable sobre el derecho de todos los seres humanos a decidir en último término sobre sus propias vidas. Y, lógicamente, era inflexible en este punto que le afectaba directamente.
Los casos de Ramón Sampedro y el de María José Carrasco, veinte años después, han sido los que mayor difusión han tenido en nuestro país; sin embargo, el derecho a una muerte digna es algo que recorre la historia de la humanidad desde la antigua Grecia hasta nuestros días.
Ha llegado, pues, el momento de afrontar el debate de su legalización, y nada mejor que acudir a las palabras de Isabel Alonso Dávila, presidenta de la asociación Derecho a Morir Dignamente de Cataluña, cuando nos dice: “Será una situación como pasó con el aborto, con el divorcio o con el matrimonio homosexual… Son leyes que establecerán nuevos derechos y que todos los países avanzados los vamos a tener. Lo único que nos preocupa es que la tardanza de esta ley conduce a que haya más personas que están padeciendo situaciones que no querrían sufrir”.
Puesto que siempre intento que la imagen del cartel que anuncia el acto sea lo suficientemente significativa, en esta ocasión elegí la imagen de Sócrates que aparece como tema central del lienzo realizado por el pintor del neoclasicismo francés Jacques-Louis David. Recordemos que Sócrates fue condenado a morir por un tribunal ateniense en base a que no reconocía a los dioses de la Grecia clásica, y que con ello corrompía a la juventud. Finalmente, el filósofo griego prefirió tomar la copa de cicuta antes que eludir la condena.
Sobre la eutanasia o muerte digna, creo que es un tema pendiente de debate en nuestro país, especialmente, tras la muerte de María José Carrasco que padecía esclerosis múltiple, y que tras 30 años de lucha fue ayudada por su marido Ángel Hernández a morir, dado que comprobaban que la aprobación de una ley que regulara la eutanasia tardaría en llegar.
El propio Ángel Hernández nos decía: “Fueron treinta años los que María José pasó atada a la enfermedad de la esclerosis múltiple. Yo me dediqué desde el primer día a cuidarla, ofreciendo mi apoyo para que su día a día le fuera lo más parecido a una vida normal”.
Hay que sentir mucho amor por una persona para dedicar toda una vida entera, nada menos que treinta años, a asistirla, a cuidarla, a escucharla, a acompañarla en el dolor, sabiendo que su enfermedad no tenía cura. Y también estar a su lado en la situación tan dura de acabar con ese continuo sufrimiento a pesar de que las leyes actuales te penalizarían por el acto.
Tengo que apuntar que ya son varios los países que han legalizado la eutanasia. En la actualidad, lo está en Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Colombia, al tiempo que en Suiza, Alemania, Japón, Canadá y Estados Unidos (en los estados de Oregón, Colorado, Washington D. C., Montana, Vermont y California) el suicidio médicamente asistido está reconocido. (Aunque la expresión ‘suicidio asistido’ suene muy fuerte, se diferencia de la eutanasia en que es el enfermo el que se toma el medicamento que se le ha prescrito.)
Con respecto a nuestro país, el último sondeo que realizó el CIS sobre de la opinión de los españoles acerca de la aprobación de una ley que regulase el derecho de las personas a morir dignamente se produjo en 2011. Por aquellas fechas el 77,5 por ciento se mostraba de modo favorable, al tiempo que solo el 9,8 por ciento respondió en contra.
En la actualidad, los datos proporcionados por la asociación Derecho a Morir Dignamente sitúan en el 87 por ciento de la población la que cree que un enfermo incurable tiene derecho a que los médicos le proporcionen algún producto para poner fin a su vida sin dolor. Dentro de ese porcentaje, se encuentra el 59 por ciento que se consideran católicos y que respaldan la legalización de la eutanasia.
Es de suponer que, tras conocerse el caso de María José Carrasco y de su marido Ángel Hernández, haya aumentado el número de españoles que se muestra favorable a regular la muerte digna, alcanzando un porcentaje abrumadoramente alto.
El primer aldabonazo de este tema (tan duro, pero tan humano) en la conciencia social, se produjo con el caso de Ramón Sampedro, el tetrapléjico gallego cuya historia se describe en un apasionado libro de carácter autobiográfico que tituló Cartas desde el infierno.
En el mismo nos decía que había nació el 5 de enero de 1943 en una pequeña aldea de la provincia de La Coruña. Cuando cumplió los 22 años se embarcó en un mercante noruego en el que trabajó como mecánico, recorriendo cuarenta y nueve puertos de todo el mundo. Esta experiencia, según nos contaba Sampedro, formó parte de sus mejores recuerdos. Sin embargo, esos gratos recuerdos se truncaron el 23 de agosto de 1968 cuando cayó al agua del mar desde una roca. Se dio la terrible circunstancia de que la marea había bajado, por lo que el choque de la cabeza contra la arena le produjo la fractura de la séptima vértebra cervical.
De modo similar a lo que posteriormente le ocurriría a María José Carrasco, Ramón Sampedro vivió su tetraplejía durante treinta años soñando con la libertad a través de la muerte. Su demanda jurídica llegó hasta el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sin que llegase a prosperar. De manera constante, en los medios de comunicación reivindicaba su derecho a una muerte digna. Finalmente, en enero de 1998, en secreto y asistido por una mano amiga, consiguió su propósito.
Recordemos que el caso de Ramón Sampedro fue llevado a la pantalla en la película Mar adentro de Alejandro Amenábar con la excelente interpretación de Javier Bardem. Allí veíamos a un hombre razonable, tranquilo, paciente, cargado de ternura, pero con una firmeza incontestable sobre el derecho de todos los seres humanos a decidir en último término sobre sus propias vidas. Y, lógicamente, era inflexible en este punto que le afectaba directamente.
Los casos de Ramón Sampedro y el de María José Carrasco, veinte años después, han sido los que mayor difusión han tenido en nuestro país; sin embargo, el derecho a una muerte digna es algo que recorre la historia de la humanidad desde la antigua Grecia hasta nuestros días.
Ha llegado, pues, el momento de afrontar el debate de su legalización, y nada mejor que acudir a las palabras de Isabel Alonso Dávila, presidenta de la asociación Derecho a Morir Dignamente de Cataluña, cuando nos dice: “Será una situación como pasó con el aborto, con el divorcio o con el matrimonio homosexual… Son leyes que establecerán nuevos derechos y que todos los países avanzados los vamos a tener. Lo único que nos preocupa es que la tardanza de esta ley conduce a que haya más personas que están padeciendo situaciones que no querrían sufrir”.
AURELIANO SÁINZ