Carme Riera vuelve a la novela negra con Vengaré tu muerte. Aunque confesó que, después de haber publicado Naturaleza casi muerta, abandonaría el género, traiciona sus propias palabras para volver con un título más bien gris oscuro. En 2010, la exdetective privada Elena Martínez recibe el encargo de investigar la muerte del empresario catalán Robert Solivellas. Sin embargo, sus investigaciones la llevan a condenar a personas inocentes. Una historia brocheada con notas de humor y donde la protagonista solo comparte con la autora el barrio donde vive y su amor a los perros.
Catedrática de Literatura Española en la Universidad Autónoma de Barcelona, Carme Riera se dio a conocer en 1975 con Te deix, amor, la mar com a penyora (Te dejo, amor, en prenda el mar). Es una mujer afable, que luce con discreción una educación intachable y un humor moderado.
Echa de menos la voz crítica y certera de Manuel Vázquez Montalbán en estos tiempos inciertos de confusión. Le horroriza la pederastia. Y le extraña que tan pocas novelas se hayan metido en ese lodazal. Piensa que es un tópico la tacañería atribuida a los catalanes y le gustaría que el procés dejara los menos damnificados posibles.
Ocupa la silla ‘ñ’ minúscula de la RAE y lamenta que tan pocas mujeres sean académicas. Pero sobre todo le hiere que “el referente nacional ya no sea la literatura: “Ahora es el fútbol”. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, italiano, portugués, ruso, griego, holandés, rumano, hebreo, turco, croata y eslovaco. En 2001 recibió el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat de Catalunya, y en 2015, el Premio Nacional de las Letras.
—Después de 'Naturaleza casi muerta' aseguró que no volvería a la novela negra. Pero lo ha hecho. Aunque con matices. Dice que esta es un poco más gris.
—Sí. Lo que te voy a contar además es que esta es anterior. Naturaleza casi muerta es anterior. La comencé antes. 2006-2017. Es decir, yo tenía esta novela empezada pero apareció el Erasmus desaparecido de la Autónoma y la dejé. De manera que no miento demasiado cuando digo que no la volveré a hacer, porque simplemente la terminé. Y después, lo que tú dices muy bien, no es negra, es gris oscura.
—En 2010, Elena Martínez recibe el encargo de investigar la muerte del empresario catalán Robert Solivellas. Sin destripar el argumento, sus investigaciones la llevan a condenar a personas inocentes.
—Exactamente así. Es decir, la investigación de Elena Martínez Castiñeira, una detective gallega, se equivoca y entonces lo que hace es condenar a unas personas inocentes, y escribe para crear el estado de opinión suficiente para que estas personas sean liberadas de la cárcel.
—La novela negra es hoy también novela social. También ocurre con 'Vengaré tu muerte'. El libro es una crítica a todo lo que está mal en la sociedad, un retrato de la España de entonces y de hoy: corrupción, fraudes, evasión de dinero, mafias, franquismo, okupas, machismo, pedofilia. No podemos escapar del mundo que nos rodea ni cuando escribimos.
—No. Claro que no. Y menos cuando escribimos un tipo de novela que es negra o gris oscuro, a la que precisamente se trata de poner el dedo en la llaga y de mostrar la realidad. Otro tipo de novela no trataría del ambiente. En este caso, sí. Lo que antes se llamaba novela social es ahora la novela negra.
—Pese a este mundo sórdido que describe, sabe intercalar notas de humor para hacer la lectura más llevadera.
—Bueno, porque sin humor estaríamos muertos. Al menos yo. Es decir, yo creo que el humor es importantísimo a medida que te hace mayor. Incluso cuando eras joven. Mi detective es joven y utiliza mucho el sentido del humor. Eso además aligera el poso terrible de la historia que al principio parece que no, pero después veremos que sí es un poso terrible. Y, por tanto, yo creo que en ese sentido ayuda a que se lea bien.
—El libro también es un alegato contra la supuesta tacañería de los catalanes.
—Sí, claro. Es que a veces nos movemos con estereotipos. Es decir, los andaluces son perezosos. Mentira. Yo conozco andaluces que trabajan muchísimo. Los catalanes son tacaños. No. No es cierto. Hay catalanes tacaños y otros que no lo son. Son estereotipos. Y como se hablaba de los catalanes, un estereotipo, la detective quería demostrar que no es así, precisamente que esos catalanes son espléndidos. Algunos, otros no.
—Su protagonista, la exdetective privada Elena Martínez, de unos 35 años, habla más castellano que catalán, vive sola con un perro, es de ascendencia gallega, se acuesta con quien quiere, lleva el mundo por montera, es feminista y no muy culta. ¿Es un retrato de la mujer de hoy o el perfil a que aspira cualquier mujer?
—No creo que la mujer aspire a ese retrato. La mujer aspira a ser persona, a que la respeten, a querer a quien ella quiera, a que no le impongan normas, a tener el mismo trabajo, igual salario y a que pueda salir de noche sola.
—¿Qué hay de usted en este personaje de ficción, aparte de que vive en el barrio de Sarrià?
—Pues nada más. Tenemos orígenes muy distintos pero compartimos el barrio. Y eso es compartir mucho. El amor a los perros, quizás. Y poco más.
—La novela, como es lógico, hace sus guiños a Manuel Vázquez Montalbán. ¿Cómo lo recuerda?
—Como una persona realmente estupenda que me gustaría mucho que ahora estuviera viva y pudiera opinar sobre las cosas que pasan en este país y, sobre todo, como un estupendo autor de novela negra con detective que ha hecho historia, que es Carvalho.
—El mundo sórdido que describe lo justifica en esta frase: “El deber de la gente que escribimos es ser críticos y mostrar las carencias de la sociedad”.
—Sí. Claro. No te puedo decir más. La novela de ese tipo de género lo que hace es mostrar todas esas corruptelas, corrupciones, porquerías sociales, porque las ambienta, porque el telón de fondo es justamente eso.
—Hablábamos de pederastia. Es un tema que a usted le horroriza, le parece espantoso. Pero al mismo un tema poco tratado en los libros. ¿De ahí su interés por desenterrarlo de este olvido?
—Porque hay pocas novelas que traten de ese asunto. Creo que es espantoso, que es una lacra y que es más abundante de lo que en principio podríamos pensar. Sobre todo, porque las redes hacen que muchas personas que se dedican a eso permanezcan inmunes y secretas. Cosa que antes era más difícil.
—Desde un punto de vista literario, el libro se distancia de los anteriores en frases más breves, en esa primera persona que anda a sus anchas por estas páginas. ¿Buscaba otra estética o la propia historia fue cobrando viuda propia, como ocurre a veces?
—Las dos cosas. Lo has visto muy bien. En primer lugar, claro, una persona de treinta y pico años, que es detective privado, que va a cursos del Ateneo para aprender a escribir, tiene muy poco ver conmigo, que estoy muy literaturizada, dado que doy clase por la mañana y por la tarde escribo. Pero sí es verdad también que yo le tenía que dar la voz, no era la mía y, en ese sentido, la manera de escribir, la manera de contar es diferente. No hay aquí, entre comillas, literatura. Cosa que me parece bien.
—Su novela no es tan negra, pero al ‘procés’ catalán sí le ve un futuro oscuro. ¿Son estas heridas que cicatrizan o hay una solución a medio plazo que no deje demasiados damnificados?
—Yo quisiera que hubiera una solución que no dejara damnificados, porque estamos en un momento terrible. Es decir, no es nada agradable tener a un señor que se cargó el estatuto, además de cargarse la Constitución, como posible presidente telemático, o como se le llame. Es decir, yo veo muchos problemas. Necesitamos evidentemente un Gobierno de una vez. Y que no nos tomen más el pelo.
—Desde 2012 es usted académica de la RAE en la silla ‘ñ’ minúscula. Solo ocho mujeres sentadas en los 44 sillones. El resto son hombres. Con esa desproporción, ¿les vale solo el idioma para entenderse?
—Faltan más mujeres. Yo creo que sí. Sin duda. Y hay mujeres muy valiosas que, evidentemente, merecerían estar en la Academia. Y yo creo que, en el momento en que lleguen a ocupar puestos importantes en la sociedad, de la misma manera ocuparán puestos en los sillones de la Academia. No tengo la menor duda.
—También ha dicho que ese proceso es lento.
—Es lento porque, primero, nos tenemos que morir algunos para que entren las mujeres. Y, bueno, no creo que de momento ninguno de nosotros esté dispuesto a morir (ríe), para que entren más. Un suicidio colectivo podría estar muy bien.
—En todo caso, la Academia catalana tiene menos mujeres todavía.
—Sí, sí. No sé. Pero de la Academia catalana no sé nada. No pertenezco a ella. Y no tengo ni idea. Creo que tiene muy pocas. Es que muchas academias tienen pocas mujeres. Por ejemplo. Nosotros y Farmacia somos las que tenemos más. Y San Fernando tiene apenas cuatro, si no tengo mal entendido. La cosa no está muy acertada en muchos aspectos.
—Se dice que los jóvenes no leen.
—Lo corroboro.
—Todos los años el 'Informe Pisa' nos alerta del bajo nivel de comprensión lectora de los estudiantes.
—Ciertamente.
—¿Qué estamos haciendo mal?
—Pues están pasando muchas cosas. Yo creo que hay dos grandes problemas que en la transición no se visionaron. Aparte de la cuestión de Cataluña. La cuestión jurídica y la cuestión de la enseñanza. Un país que no tiene un pacto de Estado por la enseñanza, yo no puedo creer que exista. Y es el nuestro. El hecho de que las humanidades no estén bien contempladas en el Bachillerato es un drama. Y que no exista Literatura, también.
Francia, que es un país mucho más culto que nosotros, tiene Literatura, y en el examen de acceso a la Universidad tiene una prueba de Literatura. Nosotros la hemos quitado. ¿Qué pasa? Que la gente en tercero de carrera, y yo enseño en la Universidad Autónoma, no entiende, no tiene comprensión lectora. El otro día me decía un abogado de un importante bufete que, a los becarios que entran, les pasan un texto y no lo entienden. No entienden lo que quiere decir.
—Dice usted: “El referente nacional ya no es la literatura, ahora es el fútbol”.
—Sí. Claro.
—¿La solución podría estar en imprimir libros esféricos?
—Pues quizás. No estaría mal. Pero luego tendrían que darle un puntapié (ríe).
—Dice usted: “El español no es patrimonio de España y es estupendo que no lo sea”. ¿Nos hemos enterado ya que los hispanoparlantes suman más voces en América Latina que en la Península Ibérica?
—Claro. Es que la cosa es esta. El español no solo es nuestro. Es de todos los hispanohablantes, que son muchísimos. Por tanto, es un tesoro compartido. Por tanto, no sé cómo alguien puede decir que está en la marca España. Está equivocado. Es decir, los argentinos, los mejicanos, que son tantos. Tantos países de la América Latina tienen el español como lengua y eso es una maravilla. Eso es un gran tesoro que compartimos.
—¿Español o castellano?
—Idioma universal. Así se titulaba un libro famoso que yo leí. Bueno, yo creo que español.
—Cuando se ponga a escribir de nuevo, ¿sabe ya qué color elegirá?
—Seguramente, un verde, pero no un solo verde, sino todos los tonos del verde, que son muchos. Desde el algarrobo maravilloso, al olivo, pasando por la higuera, pasando por el ciprés. Todos estos.
Catedrática de Literatura Española en la Universidad Autónoma de Barcelona, Carme Riera se dio a conocer en 1975 con Te deix, amor, la mar com a penyora (Te dejo, amor, en prenda el mar). Es una mujer afable, que luce con discreción una educación intachable y un humor moderado.
Echa de menos la voz crítica y certera de Manuel Vázquez Montalbán en estos tiempos inciertos de confusión. Le horroriza la pederastia. Y le extraña que tan pocas novelas se hayan metido en ese lodazal. Piensa que es un tópico la tacañería atribuida a los catalanes y le gustaría que el procés dejara los menos damnificados posibles.
Ocupa la silla ‘ñ’ minúscula de la RAE y lamenta que tan pocas mujeres sean académicas. Pero sobre todo le hiere que “el referente nacional ya no sea la literatura: “Ahora es el fútbol”. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, italiano, portugués, ruso, griego, holandés, rumano, hebreo, turco, croata y eslovaco. En 2001 recibió el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat de Catalunya, y en 2015, el Premio Nacional de las Letras.
—Después de 'Naturaleza casi muerta' aseguró que no volvería a la novela negra. Pero lo ha hecho. Aunque con matices. Dice que esta es un poco más gris.
—Sí. Lo que te voy a contar además es que esta es anterior. Naturaleza casi muerta es anterior. La comencé antes. 2006-2017. Es decir, yo tenía esta novela empezada pero apareció el Erasmus desaparecido de la Autónoma y la dejé. De manera que no miento demasiado cuando digo que no la volveré a hacer, porque simplemente la terminé. Y después, lo que tú dices muy bien, no es negra, es gris oscura.
—En 2010, Elena Martínez recibe el encargo de investigar la muerte del empresario catalán Robert Solivellas. Sin destripar el argumento, sus investigaciones la llevan a condenar a personas inocentes.
—Exactamente así. Es decir, la investigación de Elena Martínez Castiñeira, una detective gallega, se equivoca y entonces lo que hace es condenar a unas personas inocentes, y escribe para crear el estado de opinión suficiente para que estas personas sean liberadas de la cárcel.
—La novela negra es hoy también novela social. También ocurre con 'Vengaré tu muerte'. El libro es una crítica a todo lo que está mal en la sociedad, un retrato de la España de entonces y de hoy: corrupción, fraudes, evasión de dinero, mafias, franquismo, okupas, machismo, pedofilia. No podemos escapar del mundo que nos rodea ni cuando escribimos.
—No. Claro que no. Y menos cuando escribimos un tipo de novela que es negra o gris oscuro, a la que precisamente se trata de poner el dedo en la llaga y de mostrar la realidad. Otro tipo de novela no trataría del ambiente. En este caso, sí. Lo que antes se llamaba novela social es ahora la novela negra.
—Pese a este mundo sórdido que describe, sabe intercalar notas de humor para hacer la lectura más llevadera.
—Bueno, porque sin humor estaríamos muertos. Al menos yo. Es decir, yo creo que el humor es importantísimo a medida que te hace mayor. Incluso cuando eras joven. Mi detective es joven y utiliza mucho el sentido del humor. Eso además aligera el poso terrible de la historia que al principio parece que no, pero después veremos que sí es un poso terrible. Y, por tanto, yo creo que en ese sentido ayuda a que se lea bien.
—El libro también es un alegato contra la supuesta tacañería de los catalanes.
—Sí, claro. Es que a veces nos movemos con estereotipos. Es decir, los andaluces son perezosos. Mentira. Yo conozco andaluces que trabajan muchísimo. Los catalanes son tacaños. No. No es cierto. Hay catalanes tacaños y otros que no lo son. Son estereotipos. Y como se hablaba de los catalanes, un estereotipo, la detective quería demostrar que no es así, precisamente que esos catalanes son espléndidos. Algunos, otros no.
—Su protagonista, la exdetective privada Elena Martínez, de unos 35 años, habla más castellano que catalán, vive sola con un perro, es de ascendencia gallega, se acuesta con quien quiere, lleva el mundo por montera, es feminista y no muy culta. ¿Es un retrato de la mujer de hoy o el perfil a que aspira cualquier mujer?
—No creo que la mujer aspire a ese retrato. La mujer aspira a ser persona, a que la respeten, a querer a quien ella quiera, a que no le impongan normas, a tener el mismo trabajo, igual salario y a que pueda salir de noche sola.
—¿Qué hay de usted en este personaje de ficción, aparte de que vive en el barrio de Sarrià?
—Pues nada más. Tenemos orígenes muy distintos pero compartimos el barrio. Y eso es compartir mucho. El amor a los perros, quizás. Y poco más.
—La novela, como es lógico, hace sus guiños a Manuel Vázquez Montalbán. ¿Cómo lo recuerda?
—Como una persona realmente estupenda que me gustaría mucho que ahora estuviera viva y pudiera opinar sobre las cosas que pasan en este país y, sobre todo, como un estupendo autor de novela negra con detective que ha hecho historia, que es Carvalho.
—El mundo sórdido que describe lo justifica en esta frase: “El deber de la gente que escribimos es ser críticos y mostrar las carencias de la sociedad”.
—Sí. Claro. No te puedo decir más. La novela de ese tipo de género lo que hace es mostrar todas esas corruptelas, corrupciones, porquerías sociales, porque las ambienta, porque el telón de fondo es justamente eso.
—Hablábamos de pederastia. Es un tema que a usted le horroriza, le parece espantoso. Pero al mismo un tema poco tratado en los libros. ¿De ahí su interés por desenterrarlo de este olvido?
—Porque hay pocas novelas que traten de ese asunto. Creo que es espantoso, que es una lacra y que es más abundante de lo que en principio podríamos pensar. Sobre todo, porque las redes hacen que muchas personas que se dedican a eso permanezcan inmunes y secretas. Cosa que antes era más difícil.
—Desde un punto de vista literario, el libro se distancia de los anteriores en frases más breves, en esa primera persona que anda a sus anchas por estas páginas. ¿Buscaba otra estética o la propia historia fue cobrando viuda propia, como ocurre a veces?
—Las dos cosas. Lo has visto muy bien. En primer lugar, claro, una persona de treinta y pico años, que es detective privado, que va a cursos del Ateneo para aprender a escribir, tiene muy poco ver conmigo, que estoy muy literaturizada, dado que doy clase por la mañana y por la tarde escribo. Pero sí es verdad también que yo le tenía que dar la voz, no era la mía y, en ese sentido, la manera de escribir, la manera de contar es diferente. No hay aquí, entre comillas, literatura. Cosa que me parece bien.
—Su novela no es tan negra, pero al ‘procés’ catalán sí le ve un futuro oscuro. ¿Son estas heridas que cicatrizan o hay una solución a medio plazo que no deje demasiados damnificados?
—Yo quisiera que hubiera una solución que no dejara damnificados, porque estamos en un momento terrible. Es decir, no es nada agradable tener a un señor que se cargó el estatuto, además de cargarse la Constitución, como posible presidente telemático, o como se le llame. Es decir, yo veo muchos problemas. Necesitamos evidentemente un Gobierno de una vez. Y que no nos tomen más el pelo.
—Desde 2012 es usted académica de la RAE en la silla ‘ñ’ minúscula. Solo ocho mujeres sentadas en los 44 sillones. El resto son hombres. Con esa desproporción, ¿les vale solo el idioma para entenderse?
—Faltan más mujeres. Yo creo que sí. Sin duda. Y hay mujeres muy valiosas que, evidentemente, merecerían estar en la Academia. Y yo creo que, en el momento en que lleguen a ocupar puestos importantes en la sociedad, de la misma manera ocuparán puestos en los sillones de la Academia. No tengo la menor duda.
—También ha dicho que ese proceso es lento.
—Es lento porque, primero, nos tenemos que morir algunos para que entren las mujeres. Y, bueno, no creo que de momento ninguno de nosotros esté dispuesto a morir (ríe), para que entren más. Un suicidio colectivo podría estar muy bien.
—En todo caso, la Academia catalana tiene menos mujeres todavía.
—Sí, sí. No sé. Pero de la Academia catalana no sé nada. No pertenezco a ella. Y no tengo ni idea. Creo que tiene muy pocas. Es que muchas academias tienen pocas mujeres. Por ejemplo. Nosotros y Farmacia somos las que tenemos más. Y San Fernando tiene apenas cuatro, si no tengo mal entendido. La cosa no está muy acertada en muchos aspectos.
—Se dice que los jóvenes no leen.
—Lo corroboro.
—Todos los años el 'Informe Pisa' nos alerta del bajo nivel de comprensión lectora de los estudiantes.
—Ciertamente.
—¿Qué estamos haciendo mal?
—Pues están pasando muchas cosas. Yo creo que hay dos grandes problemas que en la transición no se visionaron. Aparte de la cuestión de Cataluña. La cuestión jurídica y la cuestión de la enseñanza. Un país que no tiene un pacto de Estado por la enseñanza, yo no puedo creer que exista. Y es el nuestro. El hecho de que las humanidades no estén bien contempladas en el Bachillerato es un drama. Y que no exista Literatura, también.
Francia, que es un país mucho más culto que nosotros, tiene Literatura, y en el examen de acceso a la Universidad tiene una prueba de Literatura. Nosotros la hemos quitado. ¿Qué pasa? Que la gente en tercero de carrera, y yo enseño en la Universidad Autónoma, no entiende, no tiene comprensión lectora. El otro día me decía un abogado de un importante bufete que, a los becarios que entran, les pasan un texto y no lo entienden. No entienden lo que quiere decir.
—Dice usted: “El referente nacional ya no es la literatura, ahora es el fútbol”.
—Sí. Claro.
—¿La solución podría estar en imprimir libros esféricos?
—Pues quizás. No estaría mal. Pero luego tendrían que darle un puntapié (ríe).
—Dice usted: “El español no es patrimonio de España y es estupendo que no lo sea”. ¿Nos hemos enterado ya que los hispanoparlantes suman más voces en América Latina que en la Península Ibérica?
—Claro. Es que la cosa es esta. El español no solo es nuestro. Es de todos los hispanohablantes, que son muchísimos. Por tanto, es un tesoro compartido. Por tanto, no sé cómo alguien puede decir que está en la marca España. Está equivocado. Es decir, los argentinos, los mejicanos, que son tantos. Tantos países de la América Latina tienen el español como lengua y eso es una maravilla. Eso es un gran tesoro que compartimos.
—¿Español o castellano?
—Idioma universal. Así se titulaba un libro famoso que yo leí. Bueno, yo creo que español.
—Cuando se ponga a escribir de nuevo, ¿sabe ya qué color elegirá?
—Seguramente, un verde, pero no un solo verde, sino todos los tonos del verde, que son muchos. Desde el algarrobo maravilloso, al olivo, pasando por la higuera, pasando por el ciprés. Todos estos.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: CARME RIERA (PÁGINA OFICIAL)
FOTOGRAFÍA: CARME RIERA (PÁGINA OFICIAL)