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Pepe Cantillo | Dilema comunicativo

Dilema comunicativo: ¿un teléfono “tonto” o un superinteligente smartphone? El llamado teléfono “tonto” (Light Phone) aparece en 2015 con la intención de ayudar a escapar de las redes sociales a quienes se sientan atrapados en ellas. La misión de dicho teléfono es buscar salidas para desintoxicar al personal.



“El Light Phone 2 solo puede realizar y recibir llamadas, intercambiar mensajes de texto, configurar alarmas y poco más. Nada de juegos ni redes sociales”. El precio de salida al mercado fue de 100 euros frente a los superaparatos smartphones, que cuestan un riñón. ¿Por qué llamarle “tonto”? Porque su uso es limitadísimo.

La adicción a las nuevas tecnologías, sobre todo a los llamados smartphones, crece y engancha al personal a velocidad de vértigo. Según datos del Google Consumer Barometer Report, en la actualidad, el 81 por ciento de españoles utiliza un smartphone. ¡Ojo al dato!

El enganche a la locomotora móvil parece ser que se inicia a edad muy temprana. Por ahora dicen que a partir de los 10 años. No es de extrañar, puesto que es alucinante ver la facilidad con la que manejan dicho aparato hasta personajillos de 2 o 3 años y que aun no levantan un palmo del suelo. Y, además, nos hace gracia. No estoy exagerando.

La mayoría del personal, en este caso habría que señalar a la tropa formada por los más jóvenes según los entendidos en el tema, está experimentando una “zombificación” alarmante. Dicen las estadísticas que el uso del móvil suele acaparar nuestra atención más de cinco horas diarias. ¿Tan importante y necesaria es esta simulada actividad?

Desglosemos un poco este uso. Suena el pajarito y nos ponemos manos a la obra. Es desesperante ver cómo se pierde el tiempo con improductivos desplazamientos por la pantalla para ver unas viñetas. Digamos que unas son curiosas, otras simplonas; las más de ellas, ajenas a nuestros intereses.

Siempre que el trino del pajarito guasapero avisa de la recepción de algo (ni bueno, ni malo, ni útil; a lo más, innecesario) el fisgoneo explota y hay que ver qué tripa se ha roto con ese trino. ¿Realmente estamos comunicados? Creo que no, puesto que este tipo de viñetas dicen poco. Como mucho, algunas son curiosas. La realidad es que sigo sin saber nada de ti salvo que haga una llamada de voz.

Los bulos corren a sus anchas por las redes y para que no te desenganches ni te aburras, te invitan a que pases los datos a “X” contactos y así contribuirás con tal o cual causa. Como curiosidad, desde este enero que agoniza, WhatsApp ha limitado el número de reenvíos masivos del mismo mensaje de 20 a solo cinco usuarios. El grave final del niño caído al pozo ha dado comida basura para todos los gustos.

Hace tiempo que vengo dando alguna información sobre el uso de Internet y, más en concreto, sobre la dependencia-esclavitud del móvil. En su momento escribí algunas cuartillas. Cito dos artículos que rondan bastante el tema de hoy.

Síndromes de nuestros tiempos. Entresaco una frase de dicho artículo “Cada vez nos pica más la agobiante necesidad de revisar el móvil. Tal adicción es un problema que va adquiriendo proporciones alarmantes según alertan varias fuentes de investigación”.

La vibración fantasma del móvil consiste en sentir que el aparato vibra, incluso que ha sonado, añado yo, aunque tales circunstancias sean falsas. La reacción inmediata es comprobar si dicha función se ha puesto en marcha o solo es una sensación fantasma en el cerebro de quien la percibe.

La dependencia ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Va a ser que no. Ya está en el aire el aviso de tan nefasta dependencia. Los especialistas (psicólogos) hablan de síndromes varios relacionados con los teléfonos móviles. La nomofobia, la vibración fantasma, el síndrome del chequeo constante y algunos más.

Hoy pretendo, de la mano de Marc Masip, reflexionar sobre el tema y abrir puertas por si queremos volver a ser comunicantes independientes. En el libro Desconecta, cuya lectura vuelvo a recomendar, el psicólogo Marc Masip, experto en adicciones, deja claro que “el móvil es la heroína de nuestra época” y para rematar más el tema apunta que “España es el país europeo con más adicción adolescente a la Red”.

¿Soluciones? Propone una “dieta digital” para desengancharse. Parafraseo parte de su información. Tomando como punto de partida casos reales de su consulta, nos invita a indagar en qué nivel de dependencia estamos. Ello supone proponerse determinadas pruebas para confirmar la adicción, saber si el uso que hacemos del móvil es adecuado o nos tiene enganchados a más no poder y buscar salidas a la situación.

Quede claro que dejar de usar el smartphone por arte de birlibirloque sería un milagro. Caso de no poder desengancharse solos, aconseja pedir ayuda. Su propuesta de “dieta digital” queda reflejada en los consejos que ofrece al final de cada capítulo.

El libro trata de que el lector sea capaz de identificarse en las diversas maneras que tiene de usar el móvil. Mejorar la relación personal con la tecnología para disfrutar de tiempo libre, para optimizar la relación con la familia y el entorno. Ser más autónomo.

Afirma que “si siento nerviosismo por estar sin móvil, tengo un problema”. Sobre la adicción al móvil dice que “si no es una enfermedad médica, es una enfermedad social”. Por ello propone un teléfono “tonto” frente a un superteléfono. Recomiendo la entrevista que le realizó Jordi Évole en Salvados.

El móvil va con nosotros a todas partes: es más, se ha convertido en un elemento más de nuestro atuendo. Está a mano, como el Avecrem, mientras comemos, lo paseamos solos y/o acompañados. Si no debe sonar, vibra insistente llamándonos la atención. Puede que en más de una ocasión aborte un gesto cariñoso para con nuestra pareja. Puede que nos haga cortar un seductor morreo. Exclamar “¡un momento!” porque suena el móvil debe ser “capante” para él o para ella.

Cuando se está muy enganchado nos acompaña al cuarto de baño, solemos dormir con él y hay quien se despierta por la noche para mirarlo. Lo miramos minuto sí, minuto no estando con alguien. Todo lo anterior se reduce a lo que los entendidos llaman Síndrome del Chequeo o que padecemos “tecnoestrés”.

Vamos, que habría que someterse a una dieta de desenganche para soltar algunos kilos de dependencia. ¿Y eso cómo se consigue? No queda más remedio que hacer dieta. ¿Desconexión total, uso razonable pero limitado…? Indudablemente, desconectarse va ligado a circunstancias personales muy concretas.

Una dieta de móvil puede llevarse a término con ganas y algunas sugerencias que sean de utilidad para el cometido propuesto. Por ejemplo, poner el móvil en silencio y por mucha hambre que tengamos solo consultarlo pasado el tiempo que hemos marcado.

Organizarnos el sonido entrante con un tono concreto para llamadas importantes, bien de la familia o de trabajo es importante. El resto de otros posibles tonos se desprecia hasta haber cumplido el tiempo de abstinencia. Si la voluntad aun no está machacada (falta de voluntad), ignorar la llamada suele ser conflictivo pero se puede conseguir.

Podría entrar en juego el darse un premio al final del bloqueo. Lo más eficaz y efectivo para evitar el uso compulsivo sería dejarlo en casa pero dicha opción es fuerte si somos muy dependientes. Lo más drástico es apagarlo durante un tiempo determinado pero esta alternativa puede ser difícil de llevar a término.

El pajarito guasapero incita, presiona para que miremos la curiosidad de turno que acaba de entrar. La solución repito, sería desactivarlo y ponerse un tiempo concreto para activarlo de nuevo. Esto es como pasar por la pastelería y se te salen los ojos de órbita ante ese pastel que te encanta. Decir "paso" es toda una proeza.

Lo ideal sería hacer ayuno digital durante algún tiempo (horas, medio día, día entero) de todos los elementos. Pero repito que dicha adicción no es algo pasajero ni fácil de controlar. ¿Nos hemos cuestionado por la cantidad de chorradas que circulan por la red?

La información que antecede está comparada con un dieta alimentaria o, si quieren, con el hábito de fumar o de beber más de la cuenta. En cualquiera de dichas circunstancias será la voluntad la que mande. Siempre he defendido que este tipo de actividades solo se dejan de verdad por motivos sexuales (¿¡?). Traducido a un lenguaje vulgar: los machos, por cojones; y las hembras, por ovarios. Querer es poder…

PEPE CANTILLO
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