La emblemática calle Corredera ya no es aquel referente de la actividad comercial que antaño fuera. Hace casi dos décadas empezaron a evidenciarse los síntomas de un modelo de comercio local en crisis que, con el paso de los años, se han ido agudizando y agravando. Quizá ésta sea la realidad que habría que asumir para hacer un análisis desapasionado de las causas que han provocado la situación a la que se ha llegado y, entonces, tomar decisiones. No es fácil.
A estas alturas, los comerciantes de la calle Corredera no solo están preocupados por el presente y el futuro de sus negocios, sino también angustiados ante unas perspectivas no deseadas que se presentan como una poderosa amenaza.
Como reacción, un número importante de titulares de establecimientos comerciales de la zona ha decidido organizarse al margen de las dos asociaciones de empresarios del comercio constituidas y actuar en nombre propio, cada empresario en defensa de sus intereses empresariales particulares, para exigir al Ayuntamiento que adopte medidas urbanísticas, de ordenación del tráfico y de gasto público orientado principalmente a asumir los costes que genera la gestión de los aparcamientos públicos de la zona.
La decisión de este grupo de empresarios al constituirse en “plataforma” y plantear al Ayuntamiento las peticiones indicadas es significativa, pues en ello se constata, por un lado, la falta de representatividad y eficacia de las asociaciones de empresarios del comercio que, hasta ahora, actuaban como interlocutores y en nombre del interés general del sector. Y, por otro lado, los miembros participantes de la referida plataforma de comerciantes fían íntegramente la solución al problema de sus negocios a la actuación de una entidad ajena a ellos, como es el Ayuntamiento.
Ojalá la crisis del comercio en la calle Corredera dependiera de aumentar el número de plazas de aparcamiento en la zona hasta el máximo posible, de abrir la calle a la circulación de vehículos eliminando la peatonalización de la misma, de no instalar bolardos para facilitar a los automóviles estacionar en la acera más cercana al establecimiento comercial, de que los comercios puedan ofrecer a sus clientes aparcamiento a coste cero y sufragado con dinero público… Ojalá.
¿Pero hay garantías de que estas medidas resolverán el problema? ¿No sería momento de reflexionar sobre el grado de influencia que cada negocio tiene respecto a la situación económica en la que se encuentra? ¿No sería oportuno cuestionar el modelo de comercio local que se viene manteniendo en la calle Corredera desde hace 50 años?
¿No sería conveniente virar hacia una cultura emprendedora centrada en la innovación, las nuevas formas empresariales y el uso comercial de las Tecnologías de la Información y la Comunicación? ¿Será que el entorno de la calle Corredera necesita un nuevo modelo de comercio, adaptado a las actuales demandas del mercado y atractivo para el consumidor? ¿Qué oportunidades de negocio brinda esta zona de Montilla?
En cierto manual de mercadotecnia se recoge que “el cliente va al lugar donde se encuentra aquello que busca y desea adquirir. Si el producto se halla en multitud de lugares, no cabe duda de que el consumidor acudirá a aquel que encuentre más cercano y sea más accesible. Pero si lo que busca sólo se encuentra en un lugar concreto, no cabe duda de que llegará hasta allí a pesar de la distancia y de las dificultades de accesibilidad”. Puede que sea cierto eso de que el cliente siempre tiene razón. Quizá ahí esté parte de la respuesta a algunas de las preguntas planteadas.
A estas alturas, los comerciantes de la calle Corredera no solo están preocupados por el presente y el futuro de sus negocios, sino también angustiados ante unas perspectivas no deseadas que se presentan como una poderosa amenaza.
Como reacción, un número importante de titulares de establecimientos comerciales de la zona ha decidido organizarse al margen de las dos asociaciones de empresarios del comercio constituidas y actuar en nombre propio, cada empresario en defensa de sus intereses empresariales particulares, para exigir al Ayuntamiento que adopte medidas urbanísticas, de ordenación del tráfico y de gasto público orientado principalmente a asumir los costes que genera la gestión de los aparcamientos públicos de la zona.
La decisión de este grupo de empresarios al constituirse en “plataforma” y plantear al Ayuntamiento las peticiones indicadas es significativa, pues en ello se constata, por un lado, la falta de representatividad y eficacia de las asociaciones de empresarios del comercio que, hasta ahora, actuaban como interlocutores y en nombre del interés general del sector. Y, por otro lado, los miembros participantes de la referida plataforma de comerciantes fían íntegramente la solución al problema de sus negocios a la actuación de una entidad ajena a ellos, como es el Ayuntamiento.
Ojalá la crisis del comercio en la calle Corredera dependiera de aumentar el número de plazas de aparcamiento en la zona hasta el máximo posible, de abrir la calle a la circulación de vehículos eliminando la peatonalización de la misma, de no instalar bolardos para facilitar a los automóviles estacionar en la acera más cercana al establecimiento comercial, de que los comercios puedan ofrecer a sus clientes aparcamiento a coste cero y sufragado con dinero público… Ojalá.
¿Pero hay garantías de que estas medidas resolverán el problema? ¿No sería momento de reflexionar sobre el grado de influencia que cada negocio tiene respecto a la situación económica en la que se encuentra? ¿No sería oportuno cuestionar el modelo de comercio local que se viene manteniendo en la calle Corredera desde hace 50 años?
¿No sería conveniente virar hacia una cultura emprendedora centrada en la innovación, las nuevas formas empresariales y el uso comercial de las Tecnologías de la Información y la Comunicación? ¿Será que el entorno de la calle Corredera necesita un nuevo modelo de comercio, adaptado a las actuales demandas del mercado y atractivo para el consumidor? ¿Qué oportunidades de negocio brinda esta zona de Montilla?
En cierto manual de mercadotecnia se recoge que “el cliente va al lugar donde se encuentra aquello que busca y desea adquirir. Si el producto se halla en multitud de lugares, no cabe duda de que el consumidor acudirá a aquel que encuentre más cercano y sea más accesible. Pero si lo que busca sólo se encuentra en un lugar concreto, no cabe duda de que llegará hasta allí a pesar de la distancia y de las dificultades de accesibilidad”. Puede que sea cierto eso de que el cliente siempre tiene razón. Quizá ahí esté parte de la respuesta a algunas de las preguntas planteadas.
ANTONIO SALAS