Me encantaría editar un manual para chicas jóvenes –y no tanto– que se titulase Cómo detectar a un impresentable o a un gilipollas. Y es que la experiencia es un grado y el hecho de haber conocido a mucha gente hace que vayas aprendiendo, que es para lo que hemos venido a esta vida, a aprender. Aunque, como dice el refrán, "nadie aprende en cabeza ajena". Pero sería bonito poder ayudar a alguien a abrir los ojos.
Hace poco me he cruzado con un gilipillas –por suerte, hacía tiempo que no me ocurría– y, después de analizar su modus operandi, he podido corroborar que es el mismo que el de otros personajes que se han intentado atravesar en mi camino. Sería algo así:
Primer paso: te llaman o te escriben para, como se dice vulgarmente, "comerte la oreja". Porque utilizar aquí el sustantivo "seducción" sería cometer un pecado mortal.
Segundo paso: a medida que los vas rechazando, ellos se crecen y empiezan a verte como un reto, como una montaña a la que tienen que subir sea como sea.
Tercer paso: el aguilucho está constantemente al acecho, esperando alguna debilidad por tu parte. ¿Y quién no tiene horas bajas? Ya sea por el frenesí vital o porque las hormonas te hagan desear que alguien te cuide.
Cuarto paso: se rompe la camisa y aparece debajo el disfraz de Superman, que es azul como el traje de los príncipes esos que nos contaron que un día aparecerían en nuestra vida. Él te va a salvar, te va cuidar, te va incluso a rescatar de ti misma, porque su vista puede penetrar en tu mente y ha descubierto que tú tienes que ser salvada.
Quinto paso: su insistencia y vehemencia son como una bola de hierro gigante, de esas que utilizaban en la Edad Media para atacar a los castillos. El ataque ha empezado y no sabes ya dónde esconderte.
Sexto paso: un día tonto te levantas y hay una vocecita tierna que te dice: "¿Por qué no? Vamos a probar". Esta voz viene acompañada de imágenes en 3D, de viajes juntos y paseos a la luz de la Luna en los que, además de escucharse el sonido del mar, cuentan con efectos especiales de suspiros. Una realidad virtual que consigue una inmersión total. Ríete tú de las gafas esas que venden con los móviles...
Séptimo paso: empiezas a mostrar interés, decides quedar con él, te sientes segura porque él tiene sus sentimientos súper claros. Fin.
Podría poner un paso más, pero el desenlace es mostrar interés y todo se resuelve en media hora. En el momento en que tú ya sí quieres intentar lo que sea, él toma –como decía mi abuela– las de Villadiego. Es decir, desaparece.
El juego era conseguir algo, no implicarse. Esta desaparición puede ir precedida de algún contacto carnal –siempre infructuoso– y, normalmente, va acompañada de alguna frase lapidaria, que es lapidaria porque con ella pretende hundirte, hacer que te sientas mal. Él es un cobarde, pero la culpa es tuya.
Menos mal que yo en mi camino he conocido a hombres de verdad, a algunos de ellos he de darles las gracias por haberme enseñado cómo te trata un hombre y cómo te cuida cuando te quiere. Pero eso, querido diario, te lo contaré otro día. Ahora tengo sueño.
Hace poco me he cruzado con un gilipillas –por suerte, hacía tiempo que no me ocurría– y, después de analizar su modus operandi, he podido corroborar que es el mismo que el de otros personajes que se han intentado atravesar en mi camino. Sería algo así:
Primer paso: te llaman o te escriben para, como se dice vulgarmente, "comerte la oreja". Porque utilizar aquí el sustantivo "seducción" sería cometer un pecado mortal.
Segundo paso: a medida que los vas rechazando, ellos se crecen y empiezan a verte como un reto, como una montaña a la que tienen que subir sea como sea.
Tercer paso: el aguilucho está constantemente al acecho, esperando alguna debilidad por tu parte. ¿Y quién no tiene horas bajas? Ya sea por el frenesí vital o porque las hormonas te hagan desear que alguien te cuide.
Cuarto paso: se rompe la camisa y aparece debajo el disfraz de Superman, que es azul como el traje de los príncipes esos que nos contaron que un día aparecerían en nuestra vida. Él te va a salvar, te va cuidar, te va incluso a rescatar de ti misma, porque su vista puede penetrar en tu mente y ha descubierto que tú tienes que ser salvada.
Quinto paso: su insistencia y vehemencia son como una bola de hierro gigante, de esas que utilizaban en la Edad Media para atacar a los castillos. El ataque ha empezado y no sabes ya dónde esconderte.
Sexto paso: un día tonto te levantas y hay una vocecita tierna que te dice: "¿Por qué no? Vamos a probar". Esta voz viene acompañada de imágenes en 3D, de viajes juntos y paseos a la luz de la Luna en los que, además de escucharse el sonido del mar, cuentan con efectos especiales de suspiros. Una realidad virtual que consigue una inmersión total. Ríete tú de las gafas esas que venden con los móviles...
Séptimo paso: empiezas a mostrar interés, decides quedar con él, te sientes segura porque él tiene sus sentimientos súper claros. Fin.
Podría poner un paso más, pero el desenlace es mostrar interés y todo se resuelve en media hora. En el momento en que tú ya sí quieres intentar lo que sea, él toma –como decía mi abuela– las de Villadiego. Es decir, desaparece.
El juego era conseguir algo, no implicarse. Esta desaparición puede ir precedida de algún contacto carnal –siempre infructuoso– y, normalmente, va acompañada de alguna frase lapidaria, que es lapidaria porque con ella pretende hundirte, hacer que te sientas mal. Él es un cobarde, pero la culpa es tuya.
Menos mal que yo en mi camino he conocido a hombres de verdad, a algunos de ellos he de darles las gracias por haberme enseñado cómo te trata un hombre y cómo te cuida cuando te quiere. Pero eso, querido diario, te lo contaré otro día. Ahora tengo sueño.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ