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Juan Eladio Palmis | Ser un eunuco

Ser un eunuco era una garantía para el triunfo económico o tener la vida asegurada, como si fueras un funcionario en la España de las administraciones para administrarse. Aunque en muy raras ocasiones los eunucos alcanzaron más allá de eso: de tener puestos segundones que son en los palacios y cortes, como en la Administración española, los que en el día a día y en la realidad del cotarro, parten el bacalao del poder. Y en el supuesto caso raro que no puedan ejercitar su tremendo poder real, consiguen fastidiar (con jota) todo lo que pueden para darse importancia, en mayoría colegiada.



Después de los eunucos, vinieron los célibes pisándole los talones en temas de poder real tras las cortinas; los que, en teoría, se comprometen con el voto de castidad. Y, en ambos casos, dos posturas sociales económicas atrofiadas para el porvenir de la especie y de la vida, han triunfado y suelen triunfar en esta sociedad enferma, que valora lo que no suele valer, y sube al altar de la adoración y la consideración social asuntos que no merecen una cuarteta de ripio de un poeta que surja alabador.

Dejando de lado la crueldad del mando para producir, ajenos a su voluntad, eunucos para que les sean fieles, según moda todavía en vigor en ciertas costumbres que tienen más tinte de salvajadas que razones de efectividad, salvo en el hecho real y efectivo que un eunuco no puede penetrar ni dejar preñada a ninguna mujer en un harén, de los que todavía los hay y en cantidad de plaga, lo que si pueden recurrir en los harenes, según, son chapuzas sexuales sin necesidad de haber leído el cuento que falta en los de Las mil y una noches.

A la muerte de aquel emperador bizantino Justiniano, que se mantuvo en el poder más años que Franco, 38 años él solo, y 47 años en total si contamos los que gobernó teniendo a su tío como emperador de Constantinopla por encima, en relación a los eunucos, la crónica nos cuenta –la crónica oriental que sobrevivió a la quema occidental documental del clero trinitario vaticano– que al citado Justiniano le sobrevivió un eunuco de su hechura y manufacturación, un tal Narsés, que con 90 años de edad todavía estaba rigiendo el llamado imperio occidental con la capital o ciudad importante, políticamente hablando, Rávena, que en la Italia de aquellos años ensombrecía a Roma.

Y toda aquella conquista territorial y humana, fue llevada a cabo militarmente por tropas obedientes a la voz atiplada del eunuco Narsés, que remontó el escalafón de los suyos, y ha sido de los pocos eunucos que ha llegado al generalato sin presumir de tener un par.

Corriendo aquellos años muy del 500 para arriba de nuestro calendario, se puso de moda el hecho que en muchas familias pudientes, junto al hijo o hijos que destinaban para que militara en el celibato (oficialmente) y así ostentar cargos eclesiales, a un par de ellos, si había hijos en cantidad, que los solía haber, los solían castraban para asegurarles un porvenir en vez de mandarlos a la universidad a que estudiaran, porque el dicho eunuco Narsés, con 74 años de edad, dejó asombrados desde emperador para abajo por su habilidad para el mando; y, cosa rara, en su tremenda fidelidad al que estaba sentado en sillón imperial.

El notición de que el eunuco Narsés, como jefe militar enfrentado a los italianos o romanos del mundo llamado imperio occidental los había vencido, resultó ser de un notición de asombro de telediario, en el supuesto caso de hubieran existido en aquellos años los telediarios para embrutecer aquella refinadas gentes, ya que las tácticas militares de aquel tiempo (por cierto las mismas que siguen en vigor ahora: enemigo muerto es el mejor enemigo que puedes tener), puede que fuera el motivo básico por el cual la castración dejó de ser un asunto solo de pobres y pasó a las clases pudientes, lo que no ha sido nada tajante para evitar su proliferación.

El sexo, por tanto, ha tenido y tiene mucho que ver con el proceso evolutivo social de nuestra especie, y lo único que teníamos que corregir son el abuso que se hace de ciertas frases hechas en las cuales suelen salir a relucir atributos que, históricamente, a la hora de producir dividendos sociales y económicos, no valen para nada salvo para pavoneos en lugares colectivos.

Aquel cuerpo expedicionario bizantino, multiétnico y variopinto que se enseñoreó por Italia y el sur de España, territorios en los cuales, ni mucho menos, triunfaron muchos generales, lo que menos podían esperar las gentes germánicas que dominaban el cotarro social y territorial, es que iban a ser derrotados y perder toda su preponderancia por el ingenio guerrero de un general eunuco, un yayoflauta que se diría ahora, que les metió, sin un par, los pavos a la sombra.

Y es que la crónica muchas veces es una chivata que nos deja en ridículo con nuestro cúmulo de frases acuñadas, hechas.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS
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