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Juan Eladio Palmis | La gente de segundo orden

Cuando tengo la suerte de saborear un paseo por los pueblos andaluces que tanto me motivan en evocaciones de otros tiempos, me tropiezo con visiones imaginadas que nunca, claro está, he llegado a ver, pero donde un cúmulo de gentes con turbante, de mujeres vistiendo trajes de finas sedas, de hermosos y planetarios ojos, las veo caminando por esas calles que hemos tenido la hermosa suerte de que muchas de ellas se conserven.



La crónica, siempre raquítica, avara y muy clasista, cuando se pone a hablar de las personas pasadas, nada más que menciona a las que ella llama, con nuestro aplauso, los "personajes", los "líderes". Pero, en mi caso, personalmente me encanta bucear, cuando encuentro un hilo, respecto a aquellos otros que llamamos de segundo orden, pero que en realidad tuvieron que ver y mucho en el desarrollo de los avatares que forjaron nuestro tiempo pasado.

En esa línea de gente que consideramos de segunda fila, apenas sabemos poco o casi nada del testimonio de dignidad de vida que dio la joven mestiza indiana, que tuvo que ser guapísima, que se llamó en vida María Díaz de Betanzos Yupanqui, hija habida del matrimonio entre el español gallego Juan Diez de Betanzos –un conquistador de los corretearon por Las Indias no al uso habitual porque sabía leer y escribir y traducía a la perfección el Runasimi, la lengua oficial que se hablaba y se utilizaba en el Imperio Incairo– y la guapa hija del Inca Huaina Capac –la ñusta Cusimiray Ocllo (habla bonito), bautizada a la fuerza con el nombre de Angelina, esposa principal que fue antes de que llegaran los bárbaros barbudos, del Inca Atahualpa, y posterior y antes de casarse con el gallego Betanzos, esposa del correoso Francisco Pizarro, con el que tuvo dos hijos varones–.

La hermosa princesa Inca, a la que sin respeto alguno la bautizaron con el nombre dicho de Angelina, era prima segunda de la madre del inca andaluz Garcilaso de La Vega, la también ñusta forzada a bautizarse Isabel Chimpu Ocllo. Por tanto, con motivo del casamiento del gallego Betanzos con Angelina, Garcilaso de la Vega y el conquistador traductor y conocedor de la lengua Quechua fueron primos segundos políticos.

Pero el conquistador Betanzos no ha entrado en estos renglones por causa de su parentesco con el Inca Mestizo Austral Garcilaso, sino porque Juan Díez de Betanzos es uno de aquellos hombres con mérito suficiente propio, que tiene una página de gloria ganada en la crónica indiana, quizá mucho más que otros que han sido más glosados y mencionados.

Pero en la relación padre e hija, en la actitud de la guapa mestiza María Díaz de Betanzos Yupanqui ante el comportamiento barbudo de su padre, se pone al descubierto una problemática doméstica que siempre se trató de ocultar por el tremendo filtro o embudo que fue la censura, que a la hora de dar publicación tan solo publicitó una serie de mentiras por el interés económico de la llegada, que más que encuentro fue un dramático tropezón para los que vivían plácidamente a la orilla del poniente de la mar océana.

La guapa hija de la guapísima doña Angelina que fue esposa de tres hombres famosos en la crónica Atahualpa, Pizarro y Betanzos, en semejanza a su familiar Garcilaso de la Vega, fue una joven rebelde a su manera y circunstancia, y no aceptó que su padre, el gallego Betanzos, abandonase el mundo incario y se incorporara en el salvaje mundo de los barbudos, porque la guapa indiana estaba plenamente incorporada en el grupo humano al que hace referencia en su carta testamento al rey Felipe II, fechado en el Cuzco de 1585, el que se autodenominó a sí mismo como el "último conquistador", el capitán Mancio Serra de Leguizamón, que escribió lo siguiente:

“Yo he sido mucha parte en el descubrimiento y conquista y población de estos reinos, cuando los quitamos a los que eran incas que los poseían y regían como suyos, y los pusimos debajo de su real corona, que entienda su Majestad católica que hallamos estos reinos de tal manera que en todos ellos no había un ladrón, ni hombre vicioso, ni holgazán, ni había mujeres adúlteras ni malas, ni se permitía entre ellos, ni gente mala vivía en lo moral y que los hombres tenían sus ocupaciones honestas y provechosas. Y que las tierras y montes y minas y pastos y caza y maderas y todo genero de aprovechamiento estaba gobernado y repartido de suerte que cada uno conocía y tenía su hacienda, sin que otro ninguno se la ocupase ni tomase, ni sobre ello había pleitos…”.

Todo lo anterior escrito por un hombre antes de su muerte tiene más valor documental y credibilidad que toda la crónica abundante del más afamado cronista. Y está donde fe de que tan pronto llegan los “buenos”, los que por años y años han derramado sobre “su historia” la crónica de que las gentes que habían allí viviendo en el Cuzco o en otros lugares indianos, estaban ansiosos de que llegaran los clérigos cristianos junto a los tata-tatarabuelos de los peperos y los sociatas españoles, a enseñarles modales de vida, calidad de vida, equidad de vida a los de las tierras del poniente de la mar, es lógico que después de tanto engaño interesado, cuando uno afirma que lo peor que le pudo pasar a las gentes de Las Indias fue que se toparan con los españoles y el cristianismo vaticano, le digan a uno inculto y desconocedor de los hechos verdaderos y piadosos de los cristianos en Indias.

Pero, por lo que ya no podemos pasar es por tanta estupidez de aguardo indiano a viracochas cristianos, y premoniciones de chamanes avisando de la llegada de barbudos, que por años ha infectado de mentiras la crónica.

Y la triste realidad es que, aún hoy, solo se puede llegar a la verdad de lo que acaeció por entonces, por la vía de los llamados segundones. Y el hecho que la mestiza María Díaz de Betanzos Yupanqui procuró amargar a su papi todo lo que pudo cuando éste se casó, a la muerte de su madre, con la española Catalina Velasco, fue porque aquella boda no dejó de ser sino un escándalo social para los incas, que tenían mucha mayor moralidad y dignidad, que los palurdos y bárbaros barbudos, que asustados y acomplejados, arribaron y destruyeron y lo envilecieron todo.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS
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