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Raúl Solís | Criminales

Todas las tramas de corrupción españolas pasaban por Valencia y no precisamente a comer paella. Las primeras cifras que conocimos de la operación policial que saltó a los medios la semana pasada, y que es sólo uno de los varios, sonados y multimillonarios casos de corrupción que el PP tiene en la Comunidad Valenciana, deja cifras de banda mafiosa organizada para el crimen: 24 personas investigadas y embargados 150 coches de alta gama, 252 cuentas bancarias y 148 propiedades de implicados.



Entre los investigados, nada más y nada menos que la alcaldesa de Valencia y el presidente de la Diputación, además de asesores, alcaldes y jefes de gabinete de ambas instituciones. Una madeja de hilo que, a medida que se desenreda, señala con más claridad el saqueo institucionalizado del PP en la Comunidad Valenciana.

Y hoy que la corrupción y la poca vergüenza no se pueden tapar con inauguraciones megalómanas, que las televisiones apuntan con su objetivo el tamaño de la barbaridad democrática y del sabotaje a nuestras instituciones, me acuerdo de tantos héroes y heroínas que llevan años luchando contra la corrupción de quienes, ya se puede decir, son una banda mafiosa y que, en su momento, a quienes les denunciaban les valía para ser tratados más o menos como criminales.

“Su actitud va contra el decoro de la Cámara”, le decía a Mónica Oltra el expresidente de las Cortes Valencianas, Juan Cotino, que ahora mismo duerme en la cárcel de Picassent por comprar pisos de lujo y coches de alta gama con el dinero que debió llegar y nunca llegó a Nicaragua para paliar el hambre infantil y luchar contra el VIH y otras enfermedades que siguen costando la vida si has nacido en una cuna muy empobrecida.

Me acuerdo del día en el que Mónica Oltra (Compromís) y Marga Sanz (IU) fueron arrastradas por la fuerza bruta policial en el Barrio del Cabanyal; de las grabaciones de los mafiosos en las que decían que había que violar a Mireia Mollá, denunciante del caso Cooperación por el que Rafael Blasco duerme en la cárcel en soledad, a la espera de que llegue su mujer, también imputada en el caso de corrupción del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM).

Me acuerdo de las veces que les cortaron el micrófono a los diputados de IU y Compromís en las Cortes Valencianas; de diputados socialistas como Andrés Perelló que gritaban en el desierto de los años en los que la pedrea de la corrupción no nos dejaba ver el tamaño de su monstruosidad; de las veces que expulsaron a Mónica Oltra hasta dejarla suspendida un mes de su condición de diputada; de los insultos de la bancada del PP hacia los diputados de IU que denunciaban su corrupción.

Hoy me acuerdo de aquellos años en los que denunciar la corrupción no daba votos y te convertía en antipático, poco moderno, contrario a la creación de empleo… Porque sí, porque la corrupción ha dejado mucha pedrea durante muchos años.

Hoy quiero recordar –que etimológicamente significa volver a pasar por el corazón– a quienes se jugaron el tipo y no sumaban más del 7 por ciento de votos en las urnas en los años en los que atábamos los perros con longanizas. Aquel tiempo de desamparo ya pasó, pero como demócratas debemos acordarnos y honrar a todos esos héroes y heroínas que llevan muchos años jugándose el tipo en la Comunidad Valenciana, no uno, ni dos, ni tres. En algunos casos, toda una vida: entre un atronador silencio cómplice que señalaba como criminal a quien denunciaba.

RAÚL SOLÍS

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