Mi primer artículo en este medio, El valor de lo autóctono, vio la luz virtual hace ya algún tiempo. En él evocaba las costumbres y tradiciones de nuestra cultura frente a la gradual invasión de fiestas y usos ajenos. Reflexionar sobre nuestro pequeño mundo no viene mal. Y concienciar sobre el consumismo, tampoco. ¡Al abordaje!
Algunas de nuestras fiestas y costumbres están decayendo o desapareciendo lentamente. Festividades que, a poco que nos descuidemos, serán sustituidas por otras importadas del mundo anglosajón. No quiero ser malicioso y pensar que solo se trate de sumar fiestas y tener excusas para más eventos consumistas aunque la realidad parece darme la razón.
Vayamos por partes. Sin darnos cuenta nos invadió la comida basura, rica en calorías pero pobre en nutrientes. Refrescantes bebidas, aperitivos, suculentas hamburguesas, bollería industrial, etc., cuyo principal valor reside en ser ricos en azucares, grasas o sal. Panacea alimentaria que nos ha convertido en una sociedad de orondos. Comida rápida y barata que sacia y engorda hasta el punto que la obesidad se está manifestando como un signo de pobreza según los entendidos en el tema.
La colonización alimentaria ha sido lenta pero tenaz. Se trata de productos que llegan al mercado de la mano de grandes firmas con sugerentes campañas de promoción. Sus productos son, en general, más baratos y accesibles que las saludables comidas del país. ¿Son de calidad? Rapidez, bajo precio, comodidad… pueden ser algunos méritos.
Sigamos, que el camino da para más. Nuestra popular fiesta de primeros de noviembre está tocada de “muerte”, nunca mejor dicho. La noche de Halloween, de difuntos o de las brujas ha cautivado a chicos y mayores. Es una fiesta importada que ha colonizado y sustituido nuestra tradicional fiesta de Todos los Santos y Difuntos. Disfraces terroríficos de fantasmas, zombis, vampiros inundan las calles con sus mascaradas de terror. Cómo no…, también se ha convertido en noche de orgía y desenfreno para los más jóvenes.
Qué lejos van quedando aquellos tiempos en los que con decorados melones, a los que habíamos introducido un “cabo” de vela, recorríamos la accidentada piel del pueblo, sin asustar al personal con disfraces esperpénticos. Para disfrazarnos ya contamos con esa maravillosa y bacanal fiesta de Carnaval para con ella satirizar sobre cuestiones varias y alegrarnos de que ya pasó el invierno.
Este Llanete de la Cruz, anclado en el recuerdo y desde el que escribo, otrora también era escenario de regocijo y fiesta cuando los chiquillos, en la noche previa al día de difuntos, paseábamos nuestros farolillos hechos de melones cucos o sandias que no maduraron. La Noche de Leyenda y Tradición –bonito nombre– retoma en Montilla dicha costumbre reuniendo a mayores y pequeños en un recorrido por el pueblo.
Prosigamos con más eventos invasivos. El último viernes de noviembre y al más puro estilo americano se inicia, también entre nosotros, el llamado “viernes negro” (black friday). Lo de “viernes negro” no tiene tintes macabros. Es la forma de decir que los comercios hacen su agosto saliendo de los números rojos. A veces, el desmadre es tal y el deseo de poseer tan fuerte que se pierden los papeles.
No me molesto en parafrasear. “En el vídeo se ve cómo una mujer arrebata de las manos un producto a una niña, ante lo que la madre de la pequeña reacciona violentamente tratando de golpear a la mujer”. “Agarrones, peleas, robos a niños… Los videos más salvajes del Black Friday”.
Al lunes siguiente el frenesí salta al comercio online con el llamado “ciberlunes” (cyber monday) con gangas supuestamente apetitosas. En España se han sumado muchas webs a este maratón con ofertas de viajes, moda y sobre todo, componentes electrónicos. Aquí al menos no hay peleas ni empujones. Otro cantar será el sobrecoste o el posible engaño metiéndonos gato por liebre. “Cyber monday” que anticipa la Navidad con una serie de ofertas ganga como incitación adelantada a la precampaña navideña.
El Economista ofrece toda una lista de empresas que se sumaron a estos eventos. Algunos otros diarios han ofrecido precios comparativos de antes y después de estas prerebajas. La OCU ha alertado de posibles chanchullos con los precios ofertados que parece ser han subido antes para luego poder engatusar bajándolos al precio establecido.
Alguna marca concreta se defiende alegando fluctuación del producto en el mercado. Determinados artículos perecederos, por ejemplo, sí que fluctúan pero no creo que los tecnológicos estén en ese lote. Lo dejo al criterio e información de cada cual.
Doy las últimas puntadas. Para completar el panorama mercantil-festolero e incitar a consumir, en algunas grandes ciudades se ha puesto de moda la “noche de compras” (shopening night). Valencia celebró este jueves la octava edición. Fiesta de música, compras y moda centrada en los años 70. Este año la han edulcorado con cierto matiz humanitario. Se hará una donación especial para que tres niños con patologías raras “cumplan sus sueños de navidad”. Enternecedor y astutos recurriendo a sentimientos y a la caridad (perdón, solidaridad).
Barcelona, como es más cultural, celebra su sexta edición con el dilema de “comprar o no comprar”, adaptación mercantil del “ser o no ser” de Shakespeare. La pela es la pela, sobre todo cuando es ajena. Eventos que revolucionan el centro de la ciudad, parece ser que sí, por los datos que ofrecen. Últimamente se recurre con demasiada desfachatez a los sentimientos del consumidor para engancharnos a gastar.
¿Verdad que suena más chic “black friday”, “cyber monday”, “shopening night” que el inculto, pobretón y pueblerino de rebajas? De algunos países se dice que son chovinistas (chauvinisme) por la exaltación que hacen de lo suyo frente a lo de fuera. Francia vale de prototipo. Otros son papanatistas por el desprecio que se hace de lo propio. España vale de ejemplo.
Toda una serie de comercios se van sumando a esta costumbre-incitación a las rebajas. La cuestión es vender, crear necesidad de comprar “barato” (¿!?). Consumismo puro y duro que crea un deseo insaciable. Se trata de incitar al comprador creando necesidad de algo, vendiéndole, de paso que así ahorrará. El “Gran Hermano” vela por nosotros.
Qué duda cabe que el comercio ha hecho su agosto. Y la pregunta cae por su propio peso. ¿Compramos cuándo, cómo y lo que nosotros queremos o compramos al albur de lo que le interesa al comercio? Indudablemente quiero pensar que somos libres y que es nuestra libertad de elección la que nos incita a consumir. ¿O tal vez no?
Ultima puntá. Estamos en prenavidad y aun quedan en el carro de la compra “papás noeles”, “Nochebuena”, “Reyes”, “amigos invisibles”... Y el comercio, que no es tonto, ellos están para vender, nos ofrece regalos traídos en trineo arrastrado por ágiles renos. Pero lo importante es que los comercios han conseguido vendernos: y más que vendernos, han conseguido crearnos la necesidad de comprar.
Toda la publicidad está orientada a potenciar nuestra emotividad para que no pensemos por nosotros mismos. Se trata de cortocircuitar la racionalidad y, con ella, el pensamiento crítico, a cambio de inocularnos grandes dosis de motivación que despertarán deseos o provocando miedos que nos orientarán a un determinado tipo de comportamiento. Todo ello conlleva mantener altas cotas de ignorancia para manejarnos mejor. Otra de las ventajas de controlarnos reside en aumentar, lo más posible, la brecha abierta entre las élites y la masa. Pueblo ignorante, pueblo controlado por aquello de que la información es poder.
Algunas de nuestras fiestas y costumbres están decayendo o desapareciendo lentamente. Festividades que, a poco que nos descuidemos, serán sustituidas por otras importadas del mundo anglosajón. No quiero ser malicioso y pensar que solo se trate de sumar fiestas y tener excusas para más eventos consumistas aunque la realidad parece darme la razón.
Vayamos por partes. Sin darnos cuenta nos invadió la comida basura, rica en calorías pero pobre en nutrientes. Refrescantes bebidas, aperitivos, suculentas hamburguesas, bollería industrial, etc., cuyo principal valor reside en ser ricos en azucares, grasas o sal. Panacea alimentaria que nos ha convertido en una sociedad de orondos. Comida rápida y barata que sacia y engorda hasta el punto que la obesidad se está manifestando como un signo de pobreza según los entendidos en el tema.
La colonización alimentaria ha sido lenta pero tenaz. Se trata de productos que llegan al mercado de la mano de grandes firmas con sugerentes campañas de promoción. Sus productos son, en general, más baratos y accesibles que las saludables comidas del país. ¿Son de calidad? Rapidez, bajo precio, comodidad… pueden ser algunos méritos.
Sigamos, que el camino da para más. Nuestra popular fiesta de primeros de noviembre está tocada de “muerte”, nunca mejor dicho. La noche de Halloween, de difuntos o de las brujas ha cautivado a chicos y mayores. Es una fiesta importada que ha colonizado y sustituido nuestra tradicional fiesta de Todos los Santos y Difuntos. Disfraces terroríficos de fantasmas, zombis, vampiros inundan las calles con sus mascaradas de terror. Cómo no…, también se ha convertido en noche de orgía y desenfreno para los más jóvenes.
Qué lejos van quedando aquellos tiempos en los que con decorados melones, a los que habíamos introducido un “cabo” de vela, recorríamos la accidentada piel del pueblo, sin asustar al personal con disfraces esperpénticos. Para disfrazarnos ya contamos con esa maravillosa y bacanal fiesta de Carnaval para con ella satirizar sobre cuestiones varias y alegrarnos de que ya pasó el invierno.
Este Llanete de la Cruz, anclado en el recuerdo y desde el que escribo, otrora también era escenario de regocijo y fiesta cuando los chiquillos, en la noche previa al día de difuntos, paseábamos nuestros farolillos hechos de melones cucos o sandias que no maduraron. La Noche de Leyenda y Tradición –bonito nombre– retoma en Montilla dicha costumbre reuniendo a mayores y pequeños en un recorrido por el pueblo.
Prosigamos con más eventos invasivos. El último viernes de noviembre y al más puro estilo americano se inicia, también entre nosotros, el llamado “viernes negro” (black friday). Lo de “viernes negro” no tiene tintes macabros. Es la forma de decir que los comercios hacen su agosto saliendo de los números rojos. A veces, el desmadre es tal y el deseo de poseer tan fuerte que se pierden los papeles.
No me molesto en parafrasear. “En el vídeo se ve cómo una mujer arrebata de las manos un producto a una niña, ante lo que la madre de la pequeña reacciona violentamente tratando de golpear a la mujer”. “Agarrones, peleas, robos a niños… Los videos más salvajes del Black Friday”.
Al lunes siguiente el frenesí salta al comercio online con el llamado “ciberlunes” (cyber monday) con gangas supuestamente apetitosas. En España se han sumado muchas webs a este maratón con ofertas de viajes, moda y sobre todo, componentes electrónicos. Aquí al menos no hay peleas ni empujones. Otro cantar será el sobrecoste o el posible engaño metiéndonos gato por liebre. “Cyber monday” que anticipa la Navidad con una serie de ofertas ganga como incitación adelantada a la precampaña navideña.
El Economista ofrece toda una lista de empresas que se sumaron a estos eventos. Algunos otros diarios han ofrecido precios comparativos de antes y después de estas prerebajas. La OCU ha alertado de posibles chanchullos con los precios ofertados que parece ser han subido antes para luego poder engatusar bajándolos al precio establecido.
Alguna marca concreta se defiende alegando fluctuación del producto en el mercado. Determinados artículos perecederos, por ejemplo, sí que fluctúan pero no creo que los tecnológicos estén en ese lote. Lo dejo al criterio e información de cada cual.
Doy las últimas puntadas. Para completar el panorama mercantil-festolero e incitar a consumir, en algunas grandes ciudades se ha puesto de moda la “noche de compras” (shopening night). Valencia celebró este jueves la octava edición. Fiesta de música, compras y moda centrada en los años 70. Este año la han edulcorado con cierto matiz humanitario. Se hará una donación especial para que tres niños con patologías raras “cumplan sus sueños de navidad”. Enternecedor y astutos recurriendo a sentimientos y a la caridad (perdón, solidaridad).
Barcelona, como es más cultural, celebra su sexta edición con el dilema de “comprar o no comprar”, adaptación mercantil del “ser o no ser” de Shakespeare. La pela es la pela, sobre todo cuando es ajena. Eventos que revolucionan el centro de la ciudad, parece ser que sí, por los datos que ofrecen. Últimamente se recurre con demasiada desfachatez a los sentimientos del consumidor para engancharnos a gastar.
¿Verdad que suena más chic “black friday”, “cyber monday”, “shopening night” que el inculto, pobretón y pueblerino de rebajas? De algunos países se dice que son chovinistas (chauvinisme) por la exaltación que hacen de lo suyo frente a lo de fuera. Francia vale de prototipo. Otros son papanatistas por el desprecio que se hace de lo propio. España vale de ejemplo.
Toda una serie de comercios se van sumando a esta costumbre-incitación a las rebajas. La cuestión es vender, crear necesidad de comprar “barato” (¿!?). Consumismo puro y duro que crea un deseo insaciable. Se trata de incitar al comprador creando necesidad de algo, vendiéndole, de paso que así ahorrará. El “Gran Hermano” vela por nosotros.
Qué duda cabe que el comercio ha hecho su agosto. Y la pregunta cae por su propio peso. ¿Compramos cuándo, cómo y lo que nosotros queremos o compramos al albur de lo que le interesa al comercio? Indudablemente quiero pensar que somos libres y que es nuestra libertad de elección la que nos incita a consumir. ¿O tal vez no?
Ultima puntá. Estamos en prenavidad y aun quedan en el carro de la compra “papás noeles”, “Nochebuena”, “Reyes”, “amigos invisibles”... Y el comercio, que no es tonto, ellos están para vender, nos ofrece regalos traídos en trineo arrastrado por ágiles renos. Pero lo importante es que los comercios han conseguido vendernos: y más que vendernos, han conseguido crearnos la necesidad de comprar.
Toda la publicidad está orientada a potenciar nuestra emotividad para que no pensemos por nosotros mismos. Se trata de cortocircuitar la racionalidad y, con ella, el pensamiento crítico, a cambio de inocularnos grandes dosis de motivación que despertarán deseos o provocando miedos que nos orientarán a un determinado tipo de comportamiento. Todo ello conlleva mantener altas cotas de ignorancia para manejarnos mejor. Otra de las ventajas de controlarnos reside en aumentar, lo más posible, la brecha abierta entre las élites y la masa. Pueblo ignorante, pueblo controlado por aquello de que la información es poder.
PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO