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Orgullo gay tardío

Muchas décadas de reivindicaciones, de lucha contra leyes injustas, de concienciación de la sociedad, han servido para que el Día del Orgullo Gay se convierta en España en una fiesta, una celebración sin más ánimo reinvindicativo que el social, es decir, el de seguir ahondando en la naturalidad con la que, por fin, se trata este tema en nuestro país. Sí, ya sé que también se aprovecha para que algunos lancen proclamas destinadas a “atizar” al Gobierno, o a aquellas instituciones más conservadoras que siguen sintiéndose como adalides de la ética y de la moralidad. Pero eso es secundario, porque la realidad es que actualmente no existe ninguna ley que discrimine al homosexual en España, y la sociedad, en general, va tratando este tema, cada día más, con la naturalidad que lo merece.



Obviamente, y más en un país democrático donde la libertad de expresión es un derecho, existirán personas o colectivos que consideren la homosexualidad como una desviación de lo “éticamente correcto” o, incluso, como una enfermedad que aleja al gay de las directrices de la naturaleza: la procreación y la perpetuación de las especies.

Pero cada día son menos y, por supuesto, en un marco de tolerancia en ambos sentidos, también debemos respetarlos, puesto que están en su derecho de opinar lo que les venga en gana, siempre y cuando sus manifestaciones no sean de carácter violento o discriminatorio (aunque la propia concepción de “enfermedad” o “incorrección” ya lo sean). No debemos olvidar que, como en todo ámbito de opinión, los demócratas debemos utilizar el argumento y no la descalificación o la burla para rebatir aquello que no compartamos.

Volviendo al secundario carácter reivindicativo que tiene ya esta fiesta, ojo, no quiero que se me malinterprete: sí que existe una reivindicación por parte de muchos homosexuales. Pero es precisamente la que se nos olvida: el propio deseo por parte de todos de que el Día del Orgullo Gay deje de ser necesario, es decir, que se consiga que el homosexual deje de ser el gracioso de las fiestas, quien deba dar muestras de tolerancia por estar en un grupo... que, en suma, deje de ser tomado como gay para empezar a ser considerado persona a todos los niveles, sin plantearse con quién se pudiera acostar. Entonces se habrá conseguido el objetivo máximo que se inició con aquella lejana lucha que comenzó hace tanto tiempo y, por tanto, será innecesaria y obsoleta la celebración de este día y estos discursos habrán pasado a la historia.

En cuanto a la homosexualidad en sí, no soy fisiólogo, ni psicólogo, ni especialista en comportamientos animales o humanos, por lo que no voy a sentenciar nada sobre la sexualidad en el Reino Animal vs. sexualidad del hombre. Según mi humilde opinión, la homosexualidad es una condición y/o una decisión de la persona, y en ambos casos es totalmente respetable.

Aquellos gais que lo han sido desde siempre lo son por propia condición sexual, no han podido elegir, al igual que ninguno de nosotros, la atracción por el sexo de igual o diferente género. La homosexualidad es parte de ellos y, por tanto, nadie tendría por qué condenar o menospreciar dicha condición. Sería como hacerlo sobre la altura, la belleza o el color de la piel.

También puede tratarse de una simple elección, es decir, una práctica sexual elegida tras comprobar qué actividades “íntimas” ofrecen más placer o son más atractivas. Igualmente respetable por el propio derecho a decidir libremente, aunque también valorable desde el punto de vista ético o psicológico, dentro de cuestiones como el abandono del amor por la búsqueda del placer o la conquista de aquel a través de éste. Ahí entraríamos en un campo tan amplio como tortuoso, y en el que, por ignorancia y, por qué no decirlo, aburrimiento, prefiero no entrar, al menos en el artículo de hoy.

Por mi parte, conozco muchos homosexuales con más “hombría” que muchos “becerros” que van mostrando cuán machos pretenden ser. Obviamente, la definición de “hombría” es la que muestra el DRAE y que procede de tiempos pretéritos de nuestra historia y literatura (“Hombría: cualidad buena y destacada de hombre, especialmente la entereza o el valor”), es decir, aquellas cualidades basadas en el honor, el valor, la madurez, la coherencia o la justicia. Obviamente, estas cualidades no son exclusivas de los hombres, por supuesto, pero tampoco quiero que este artículo verse sobre los complicados senderos del feminismo en la España del siglo XXI.

El caso es que, sea como fuere, este pasado sábado fue una jornada festiva en la que los homosexuales manifestaron su orgullo de serlo porque, aunque desgraciadamente aún deben hacer ese tipo de manifestaciones, las llevan mediante actos festivos y alegres, lo que, viendo lo visto, es muy de agradecer y hasta de aplaudir.

Y eso a pesar de que unos políticos chuscos y mediocres hayan intentado instrumentalizar la jornada para seguir en su eterna –y aburrida– campaña electoral. Como bien sabemos, diversos ayuntamientos como los de Madrid o Córdoba amanecieron con una gran bandera multicolor en su fachada, sin saber bien la razón de tal “adorno”, porque, como he dicho antes, el carácter reivindicativo en lo político y legal, felizmente, es secundario o ha desaparecido.

El oportunismo ha sido tan evidente que todos hemos visto lo que estos políticos realmente pretendían hacer: utilizar esta jornada festiva para asegurarse algunos votos, poniéndose la medallita de algo que no les corresponde a ellos, sino a los homosexuales que, durante décadas, han luchado para dejar de ser discriminados por las leyes y la sociedad.

De hecho, esos ayuntamientos estuvieron gobernados hace años por las mismas formaciones (o similares) que hoy dirigen sendos Consistorios, sin que jamás hicieran una ostentación progay similar. Y era entonces, en los difíciles años setenta u ochenta, cuando debieron hacerlo. Era entonces cuando debieron apoyar unos derechos fundamentales que entonces no se respetaban; era, en aquellos años, el momento de colocar la bandera multicolor. Hoy, señores políticos chuscos, hoy es fácil hacerlo. Hoy sólo queda como un adorno. Hoy, en definitiva, ya es tarde.

PEDRO J. PORTAL

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