La destrucción de la historia se ha convertido en una obsesión fanática del mal llamado Estado Islámico (EI) y de su torcida versión del Islam, que ataca deliberadamente el patrimonio cultural de la humanidad y de sus civilizaciones. Pretende borrar los símbolos monumentales de Oriente Medio que es lo mismo que reducir a polvo las culturas de Oriente y Occidente, de Persia y el Mediterráneo. La destrucción de los vestigios históricos es un ataque frontal del fanatismo contra la civilización y, por ello, la Unesco lo califica de crimen de guerra y solicita, con poco éxito, la intervención de la comunidad internacional.
Por ello, creo que estos delitos debieran juzgarse por tribunales internacionales como crímenes contra la humanidad, porque la historia y la cultura forman parte de ella. La opinión pública internacional debe movilizarse con rapidez y sin titubeos para detener esta espiral de odio y de destrucción contra las civilizaciones, así como exigir a los Estados y a los organismos multilaterales una intervención rápida que detenga la demolición de la historia y preserve el patrimonio de toda la humanidad.
Tras los graves destrozos en el museo de Mosul del pasado mes de febrero y la destrucción de los yacimientos asirios de la ciudad de Nimrud (siglo XIII a.C.), donde los autoproclamados yihadistas utilizaron maquinaria pesada para demoler hasta los cimientos, le toca el turno ahora a La Perla del desierto: Palmira. La inquietud y los llamamientos del jefe de arqueología de Siria, Abdel Karim, para preservar Palmira no deben caer en saco roto, pues se perdería una de las más importantes ciudades de la Ruta de la Seda donde han recalado caravanas desde tiempos inmemoriales.
La inspiradora Palmira, rodeada por el árido desierto sirio, debe permanecer impertérrita ante la historia y ante los ataques de aquellos que promueven la barbarie con la destrucción de la cultura. Palmira debe lucir orgullosa su avenida de columnas, sus teatros, sus baños y sus enterramientos, y debe conservarse para las generaciones futuras su figura esbelta y misteriosa, y su atmósfera serena.
La comunidad internacional pero, sobre todo, desde Europa y el mundo árabe deberíamos emprender campañas y movilizaciones ciudadanas para preservar la vieja Tadmor. Y para estudiar y visitar este enclave estratificado de historia y de leyendas. Palmira debe convertirse en un símbolo de la defensa de las civilizaciones y de la resistencia frente a los fanáticos que pretenden demoler la historia en su lucha por el control de los yacimientos de petróleo y de gas del Saher.
Y desean apoderarse también de las plantas de bombeo de Sujna, al sur de la estratégica ciudad que abre el camino hacia el valle del Éufrates. Si Palmira se salva de la piqueta delirante del EI y se convierte en un símbolo de defensa de las civilizaciones y de las culturas, no escucharemos los gritos de socorro de la historia.
Por ello, creo que estos delitos debieran juzgarse por tribunales internacionales como crímenes contra la humanidad, porque la historia y la cultura forman parte de ella. La opinión pública internacional debe movilizarse con rapidez y sin titubeos para detener esta espiral de odio y de destrucción contra las civilizaciones, así como exigir a los Estados y a los organismos multilaterales una intervención rápida que detenga la demolición de la historia y preserve el patrimonio de toda la humanidad.
Tras los graves destrozos en el museo de Mosul del pasado mes de febrero y la destrucción de los yacimientos asirios de la ciudad de Nimrud (siglo XIII a.C.), donde los autoproclamados yihadistas utilizaron maquinaria pesada para demoler hasta los cimientos, le toca el turno ahora a La Perla del desierto: Palmira. La inquietud y los llamamientos del jefe de arqueología de Siria, Abdel Karim, para preservar Palmira no deben caer en saco roto, pues se perdería una de las más importantes ciudades de la Ruta de la Seda donde han recalado caravanas desde tiempos inmemoriales.
La inspiradora Palmira, rodeada por el árido desierto sirio, debe permanecer impertérrita ante la historia y ante los ataques de aquellos que promueven la barbarie con la destrucción de la cultura. Palmira debe lucir orgullosa su avenida de columnas, sus teatros, sus baños y sus enterramientos, y debe conservarse para las generaciones futuras su figura esbelta y misteriosa, y su atmósfera serena.
La comunidad internacional pero, sobre todo, desde Europa y el mundo árabe deberíamos emprender campañas y movilizaciones ciudadanas para preservar la vieja Tadmor. Y para estudiar y visitar este enclave estratificado de historia y de leyendas. Palmira debe convertirse en un símbolo de la defensa de las civilizaciones y de la resistencia frente a los fanáticos que pretenden demoler la historia en su lucha por el control de los yacimientos de petróleo y de gas del Saher.
Y desean apoderarse también de las plantas de bombeo de Sujna, al sur de la estratégica ciudad que abre el camino hacia el valle del Éufrates. Si Palmira se salva de la piqueta delirante del EI y se convierte en un símbolo de defensa de las civilizaciones y de las culturas, no escucharemos los gritos de socorro de la historia.
MIGUEL ÁNGEL MORATINOS