Sánchez sacó a su mujer y la bandera para posar en presidente. No seré yo quien lo critique por ello. A lo mejor empieza a decir también "España" en vez de eso de “este país”, que es ya parte de la prosa administrativa política junto con la patada al neutro que culminó en aquello de miembros y miembras. Que pose con la bandera es algo muy normal cuando uno aspira a presidir la nación que identifica, aunque en España resulte un hecho novedoso en gran parte de la izquierda, según donde manifieste, y aunque llevemos ya casi 40 años en democracia.
O sea, que me gusta la pose. Pero lo malo es que lo primero que uno se malicia es que resulte ser eso, una pose. Un spot publicitario y defensivo porque los hechos y sus pactos resultan ir en el sentido más opuesto. El PSOE de Pedro Sánchez ha pactado con todo separatista de cualquier pelaje que se le ha puesto a tiro y se ha entregado alborozado a la ultraizquierda en cuanto ayuntamiento o comunidad autónoma ha podido. Sabe que esa imagen de radicalidad y de entrega a posiciones extremistas es su flanco débil y esa es la herida y la sangría de votos que quiere taponar vendándose con la bandera.
ZPedro, que cada vez lo es más y más remedo a Zapatero que ahora lo jalea y al que ha hecho “gurú” de su equipo de asesores y “gobierno en la sombra”, se ve presidente. Tiene una hoja de ruta para serlo y acaricia como algo cercano su meta de entrar en la Moncloa como inquilino. Pagando los peajes y sometiéndose a un embargo si hace falta.
Para ello pone dos velas: una a la izquierda radical, a la que ya no se ataca como peligroso extremismo sino que bendice como “encaste” de izquierdas con el que cabe matrimonio, y en cuyos escaños confía; y otra a los votantes moderados de centro izquierda, a los que como señuelo resumen pone la bandera.
El sueño de Sánchez no es en absoluto descabellado. Es una posibilidad cierta. Mucho más fácil que ganar las elecciones, pero eso ya no supone obstáculo para alcanzar el poder. Bien demostrado ha quedado tras el 24-M. Lo que necesita es quedar el primero por la izquierda y que el PP no alcance una mayoría suficiente y él sí llegue a ella sumando a Podemos o la marca por la que se presenten y a todo nacionalista, secesionista y similares hierbas que se apunte. Que se apuntan todos y en jubiloso tropel como muy bien se ha visto y confirmado en los pactos municipales y autonómicos.
Saben que ZPedro sería la puerta abierta de avanzar desbocados hacia sus objetivos y su debilidad, su fuerza. Y él, a su vez, se relame pensando que además los “malos” del PP ya le han dejado el país en marcha, la economía creciendo y el paro en descenso. O sea, ya en bonito para hacer gracia después de haberlas pasado negras y haber tenido que salvarlo a cara de perro. ¿Y quién se va acordar ya de que fueron ellos quienes lo dejaron para el desguace? Nadie, hombre, nadie. Ahora llegan los días del vino… y de la rosa.
Ese es el verdadero escenario de esta “Guerra del 15” que, sin que el verano la detenga, va a entrar en sus batallas decisivas hasta la ofensiva final del crudo invierno. ZPedro se ve en la Moncloa. Si le sale el cuento y las cuentas. Pero si no, ni siquiera le quedará la oposición. Porque entonces quien posará con la bandera será Susana.
O sea, que me gusta la pose. Pero lo malo es que lo primero que uno se malicia es que resulte ser eso, una pose. Un spot publicitario y defensivo porque los hechos y sus pactos resultan ir en el sentido más opuesto. El PSOE de Pedro Sánchez ha pactado con todo separatista de cualquier pelaje que se le ha puesto a tiro y se ha entregado alborozado a la ultraizquierda en cuanto ayuntamiento o comunidad autónoma ha podido. Sabe que esa imagen de radicalidad y de entrega a posiciones extremistas es su flanco débil y esa es la herida y la sangría de votos que quiere taponar vendándose con la bandera.
ZPedro, que cada vez lo es más y más remedo a Zapatero que ahora lo jalea y al que ha hecho “gurú” de su equipo de asesores y “gobierno en la sombra”, se ve presidente. Tiene una hoja de ruta para serlo y acaricia como algo cercano su meta de entrar en la Moncloa como inquilino. Pagando los peajes y sometiéndose a un embargo si hace falta.
Para ello pone dos velas: una a la izquierda radical, a la que ya no se ataca como peligroso extremismo sino que bendice como “encaste” de izquierdas con el que cabe matrimonio, y en cuyos escaños confía; y otra a los votantes moderados de centro izquierda, a los que como señuelo resumen pone la bandera.
El sueño de Sánchez no es en absoluto descabellado. Es una posibilidad cierta. Mucho más fácil que ganar las elecciones, pero eso ya no supone obstáculo para alcanzar el poder. Bien demostrado ha quedado tras el 24-M. Lo que necesita es quedar el primero por la izquierda y que el PP no alcance una mayoría suficiente y él sí llegue a ella sumando a Podemos o la marca por la que se presenten y a todo nacionalista, secesionista y similares hierbas que se apunte. Que se apuntan todos y en jubiloso tropel como muy bien se ha visto y confirmado en los pactos municipales y autonómicos.
Saben que ZPedro sería la puerta abierta de avanzar desbocados hacia sus objetivos y su debilidad, su fuerza. Y él, a su vez, se relame pensando que además los “malos” del PP ya le han dejado el país en marcha, la economía creciendo y el paro en descenso. O sea, ya en bonito para hacer gracia después de haberlas pasado negras y haber tenido que salvarlo a cara de perro. ¿Y quién se va acordar ya de que fueron ellos quienes lo dejaron para el desguace? Nadie, hombre, nadie. Ahora llegan los días del vino… y de la rosa.
Ese es el verdadero escenario de esta “Guerra del 15” que, sin que el verano la detenga, va a entrar en sus batallas decisivas hasta la ofensiva final del crudo invierno. ZPedro se ve en la Moncloa. Si le sale el cuento y las cuentas. Pero si no, ni siquiera le quedará la oposición. Porque entonces quien posará con la bandera será Susana.
ANTONIO PÉREZ HENARES